Mikel Irizar
“Puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad.”
Albert Camus
“La felicidad es subversiva cuando deviene de un proceso colectivo.”
Franco Berardi, Bifo
* Conclusiones de la Tesis de Maestría del mismo título, que en versión intgral es accesible en https://www.academia.edu/4078111/Kropotkin_y_la_Felicidad?email_work_card=view-paper.
Con este trabajo hemos pretendido hablar de un fenómeno tan íntimamente humano y de tanta trascendencia para la vida del hombre como el fenómeno de la felicidad. A partir del cuerpo de pensamiento del filósofo anarquista Kropotkin, nos hemos planteado cuestionar y responder a algunas cuestiones dentro del tema. Desde una perspectiva político ética hemos tratado de dilucidar la mejor manera de definir un marco de felicidad humana con unos rasgos de marcado carácter anarquista.
Para dotar de mayor ángulo y de más concreción a nuestro trabajo nos propusimos utilizar las clasificación de las necesidades de Maslow, con el fin de seguirla detalladamente a partir de la obra anarcocomunista de Kropotkin y establecer de tal manera las pautas básicas que se establecen en sus escritos.
Vivimos en una época en la que hablar de anarquismo se considera agresivo, antisistema, desprovisto de talante racional e incluso y en el mejor de los casos anticuado. Aunque de una manera parecida también podríamos decir que el hablar de la felicidad, goza de la misma suerte cuando se trata de poner en evidencia, cómo el hombre en su más amplia extensión anhela con todo su ser la felicidad.
Sin embargo en estos tiempos la felicidad es un tema desterrado de la política, se ha emparedado entre los barrotes que la abandonan a la individualidad, sin percatarnos de que la felicidad no deja de ser nunca un fenómeno público. No es posible desvincular a la felicidad, ni a la infelicidad, de su carácter político público, el intento por desentenderse de una cuestión tan importante para la vida señala ciertas cualidades del sistema político en el que vivimos, en el que sólo se nos permite hablar de aquellas cosas que el discurso liberal permite hablar.
La felicidad como deseo destacado en el ser humano guarda un carácter ubicuo en el plano filosófico y de la misma manera aún no reconocido en la política sus dimensiones son similares, la vida del hombre gira en torno a su búsqueda y su posibilidad de implementación.
Así en definitiva este trabajo ha intentado retomar la problemática de la felicidad global del hombre, desde un sistema político que emplaza a la sociedad a tomar parte de su propio placer y bienestar, que habla de una idea de felicidad en comunidad que pasa a través de todos los individuos autónomos. La hermenéutica utilizada permite satisfactoriamente analizar una posible y razonable vía para la consecución de la felicidad en el seno de una sociedad más sensible a las necesidades humanas.
120 años después de La Conquista del Pan
Ha transcurrido más de un siglo desde la publicación de una de las obras magnas del pensador ruso Piotr Kropotkin, La Conquista del Pan. Y a pesar de todo este tiempo aún hoy en la actualidad la vigencia de sus temas sigue estando presente. En la sociedad post industrial contemporánea han cambiado muchísimas cosas desde que las masas obreras de finales del siglo XIX se vieran explotadas por la codicia y las ansias de ganancias de los capitalistas, pero aún así las insuficiencias en el terreno de la igualdad siguen estando a la orden del día en buena parte del mundo.
Cierto es que la explotación por medio del trabajo de las masas populares ha dejado paso auna dulcificación de la labor y que las condiciones del obrero en la actualidad no pueden en absoluto compararse a las de un obrero de la época en la que Kropotkin vivía. La tecnologización de la sociedad y la diversidad individual de los sujetos se ha fortalecido sobremanera y el poder adquisitivo de todos los occidentales ha aumentado. Sin embargo, no somos más felices que hace cincuenta años, esto no deja de ser sorprendente.
Como muchos sociologos describen la solidez de la primera fase del capitalismo ha dadolugar a una “modernidad líquida” como la define Bauman. La seguridad es un bien preciado que escasea y casi brilla por su ausencia, frente a la incertidumbre, la desprotección y la flexibilidad, cualidades estas de una nueva fase del capitalismo neoliberal. Si en todo el mundo salvo Occidente, aún se puede hablar de pobreza y de condiciones de miseria para los trabajadores, obligados a sumarse al mercado internacional, a ser globalizados, en Occidente las condiciones del trabajador implica una dinámica de duda patológica sobre el porvenir.
Los valores individualistas por otro lado se convierten en un baluarte del que nadie quiere desprenderse. Se han olvidado los criterios por los cuales las comunidades se convertían en grupos de ayuda mutua desinteresada. Incluso se ha perdido el interés en la política como vía para la reforma de las condiciones de vida de los pueblos. La apatía política se manifiesta constantemente mientras por otro lado todos giramos en torno al dinero y las posesiones.
Si bien el obrero parcialmente ha dejado de estar encadenado al embrutecimiento de la cadena de montaje, hoy se vive bajo una situación de paralización por la ideología dominante. Existen poderes centrales que acaparan el movimiento de ideas y que difunden por todos los medios lemas y mantras estáticos y que inmovilizan los resortes del cambio. La concentración tanto del poder como de la riqueza sigue su curso, es la última porción que permanece sólida dentro de un mundo líquido.
Por todo esto es por lo que la necesidad de establecer relatos diferentes y críticos con el sistema ideológico político actual se hacen necesarios y por lo que el anarquismo junto a la felicidad se convierten en temas que valen la pena ser sacados a la superficie, desempolvados de su prolongado olvido.
Uno de los mayores representantes del liberalismo contemporáneo, Richard Rorty, en uno de sus últimos volúmenes aboga por desterrar de la arena del diálogo el sustrato filosófico antropológico o moral. Para él tales proposiciones están fuera de lugar en la formulación de una teoría social útil, pragmática. La democracia desde un modelo como el que se sigue en las sociedades occidentales, en las que la teoría de la justicia se ha asentado como teoría faro de los defensores del neoliberalismo democrático, no debe prestarse ni tiempo ni atención a conceptos filosóficos ahistóricos que den una visión desde el campo fuera de la arena política y se centren e nfactores constituyentes de la realidad humana y social. Sin embargo al pretender "soslayar benevolamente" las enseñanzas filosóficas sobre el hombre estemos cayendo en una apatía de conocimiento que no haga sino deteriorar la acción política y los debates previos.
Siguiendo a Rawls, Rorty nos habla de que como la democracia tan sólo debería acoger para su funcionamiento y desarrollo, "convicciones asentadas", como el rechazo a la esclavitud o la libertad de culto. Llama la atención como al parecer el pensador estadounidense pasa por alto que en un principio estas convicciones no fueron tal, sino que se apuntaron como un horizonte propicio al que conducir a la sociedad tras la acción intelectual de muchísimos pensadores, y que de no haber sido por la filosofía desde la que hablaban, bien posiblemente aún hoy no gozaríamos de tales convicciones. Las convicciones, sin duda, empiezan siendo convicciones desde el ejercicio intelectual y de conocimiento que frecuentemente da la filosofía, la moral, la ética. Por esto es recomendable que la filosofía no quede definida como una nueva religión de la que desprenderse por sus fanáticos fundamentalistas. Definitivamente, existen muchísimas diferencias entre los objetos conocimiento en la filosofía y los de la religión y aquellos se han mostrado siempre, sino útiles directamente, constructivos y artífices del razonamiento político y de su articulación en la sociedad. La filosofía y con ésta los pensamientos sobre la felicidad y la ética del ser humano, los porqués de nuestra especie y los entresijos del lenguaje son necesarios, no para obstaculizar el desarrollo de la democracia, sino para dotar de herramientas y de respaldo a la misma frente a las aberraciones democráticas que en nuestro mundo se presentan. Como contrapeso o como catalizador de los acontecimientos históricos la filosofía puede ocupar un lugar que señale como no siempre lo pragmático o lo útil es lo mejor para el ser humano de hoy.
En el libro Objetividad, Relativismo y Verdad, Rorty dirá así para justificar su preferencia por el descarte de una legitimación de corte filosófico para la democracia:
«[...] Rawls sugiere -recordando a Dewey- que, cuando la justicia se convierte en la primera virtud de una sociedad deja de sentirse gradualmente la necesidad de una legitimación así. Y es que una sociedad como ésa se acostumbrará a la idea de que la política social no necesita otra autoridad que la que se establece por medio de un acuerdo exitoso entre individuos, unos individuos que se reconocen herederos de las mismas tradiciones históricas y enfrentados a los mismos problemas. Ésa será una sociedad que fomentará la idea del "fin de la ideología", que considerará el equilibrio reflexivo como el único método necesario para las discusiones de política social.»
Tras leer este párrafo y reflexionar sobre el valor de la justicia en nuestras sociedades es posible llegar al pensamiento de que realmente en sociedades como las nuestras donde reina la desigualdad es imposible una justicia asequible o accesible para todos. Esta incapacidad de nuestras estructuras políticas para disponer de una justicia cierta es señalada por la filosofía y por otras muchas disciplinas desde la sociología al psicoanálisis. Cuando se habla de acuerdo exitoso entre individuos se llama a engaño ya que realmente mediante los principios de representatividad que rigen las democracias occidentales los acuerdos políticos son obra de bien pocos y las regulaciones generadas por tales acuerdos condicionan sustancialmente el acuerdo del grueso de las sociedades reales.
¿Es realmente el fin de la ideología? No olvidemos que Marx también se encomiaba a sí mismo delatando al ideólogo en el prójimo, sin embargo la ideología siempre prevalece en los discursos y de hecho la ideología puede cumplir una función integradora. Sin embargo tal vez debamos convivir con ese defecto humano que es la producción de ideología cuando se trata de hacer política. Es en este caso también cuando debemos echar mano a la filosofía, para encargarse de ponderar realmente cuanto tiene un discurso de "ideológico" y cuanto de "objetivo". La realidad seguirá ahí susceptible a riguroso análisis por parte de todos.
De esta manera, cuando se cuestiona la validez que tiene la exploración de vías políticas hacia la felicidad utilizando la filosofía, creemos que la manera más favorable de poner de manifiesto la necesidad de la filosofía, así como del dialogo político, es la de hablar sobre la felicidad humana, fin trascendental por el que los hombres sufren, trabajan, sienten o definitivamente, viven.
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