Miguel
Hernández
¿Cuándo dejaremos a un lado la “corrección
política” respecto a la religión? ¿Por qué sigue siendo un tabú criticar a la
religión e incluso hablar sobre ella? Si no entendemos la naturaleza del
problema nunca podremos resolverlo. Las religiones son intrínsecamente hostiles
entre ellas. No unen a las personas, sino que las separan entre las que
pertenecen a cada una de ellas y todas las demás. Esa óptica dualista es más
peligrosa en este tipo de ideología que en otras porque en este caso se
fundamentan en dogmas, porque no admiten críticas y porque afectan a cuestiones
fundamentales.
La educación en la mayoría de los países
del mundo en vez de potenciar el pensamiento crítico y científico ayuda a perpetuar
ese estado de cosas al introducir el adoctrinamiento. Muchas personas creen que
saben cómo quiere Dios que vivamos todos y mientras aceptemos con naturalidad
que su opinión es respetable millones de personas se seguirán matando en
defensa de sus viejos libros sagrados. Porque las creencias son principios de
acción, es decir, quien cree de verdad en algo actúa en consecuencia. Esos
libros fueron escritos en la mayoría de los casos en la Edad de Hierro, cuando
casi todo el mundo pensaba que la Tierra era plana, y es absurdo dar por
sentado que pueden ser una buena guía de comportamiento en el siglo XXI. Sobre
todo porque quien los ha leído comprueba que están repletos de atrocidades.
Basta pensar en la visión que proporcionan de las mujeres, de los homosexuales
o de las relaciones entre padres e hijos.
Los avances científicos, el fin del
aislamiento geográfico, los aires de libertad que conllevaron las ideas de la
Ilustración, los Derechos Humanos, y los nuevos modos de vida fruto de todos esos
cambios, han puesto en tela de juicio esos dogmas y han minado la influencia de
algunos aparatos de poder clerical. Disponemos de herramientas para conocer el
mundo como nunca antes en la historia de la humanidad. No necesitamos recurrir
a mitos irracionales, absurdos y sanguinarios. De allí que en la actualidad puedan
existir creyentes “moderados”, es decir, personas que afirman se seguidoras de
una religión, en la mayoría de casos a causa de la educación que sufrieron en
su infancia, pero que en realidad no viven sus supuestas convicciones con
coherencia, seguramente porque en realidad no las conocen sino de manera
superficial. Pero eso no quiere decir que esa experiencia hayan evolucionado, o
se hayan adaptado a los nuevos tiempos. Los dogmas no se adaptan a las modas
pues son “Verdades Absolutas”.
El problema es creer en algo sin pruebas
y tratar de imponerlo a los demás, aunque sea por su propio bien. Pensar que
solo el que ha seguido el camino recto, el que marcaban sus respectivos
clérigos, cumpliendo con sus ritos y sus normas y, cómo no, financiándoles,
podrá alcanzar la vida eterna, mientras que el resto sufrirá un castigo cruel y
eterno, es tan absurdo que no debería merecer ningún reconocimiento social y,
menos aún, ningún privilegio político y económico. Los terroristas religiosos no son locos, malvados ni enfermos, sino
personas con profundas convicciones religiosas, fervorosos creyentes. Creen “de
verdad” y son coherentes con todo aquello que está en sus libros sacros y en lo
que han sido aleccionados. En definitiva, el problema es la fe misma.
Todas las ideas no son respetables. No
lo es el racismo, ni el fascismo ni el machismo. Tampoco debería serlo la
religión. Por muy “políticamente incorrecto” que está afirmación siga pareciendo
a muchas personas en la actualidad.
[Fragmento extraído del artículo “Terrorismo
religioso”, incluido en revista Al Margen
# 102, Valencia (Esp.), verano 2017.]
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