Luis Rabanal
He estado pensando en el tipo de relaciones humanas en que estamos inmersos, en cómo se va construyendo lo común y en su repercusión en nuestra felicidad personal y social.
Al principio, la gente vivía donde trabajaba y los vecinos eran los compañeros de trabajo. La plaza pública era el lugar de encuentro para todos y había tiempo para muchas cosas comunes.Después empezamos a trabajar lejos de donde vivíamos, el vecino y el compañero de trabajo eran distintos y disponíamos de menos tiempo para ocuparnos en lo común en la plaza pública.
Mas tarde, modernas infraestructuras urbanísticas redujeron nuestro ámbito vecinal al interior de la urbanización. Menos vecinos y ocupados en cosas comunes mas pequeñas.Empezamos a pagar a profesionales que administraran nuestros asuntos vecinales y las asociaciones de vecinos, que en su día surgieron como iniciativas colectivas autogestionadas para dotarse de derechos y servicios, se convertían en academias de actividades de consumo subvencionadas por la misma municipalidad que absorbió a sus antiguos líderes.
Después nos pusieron a todos en las manos un teléfono móvil, y consiguieron que pasásemos nuestro tiempo vecinal y laboral en la plaza pública del Facebook. Vamos siendo desposeídos de los espacios reales, del tiempo para usarlos y por ende de la posibilidad de vincularnos a otros de manera real en comunidades reales. La red está bien diseñada para que perdamos poder como sociedad civil con capacidad de autogestion real, como comunidad. Nos relacionamos virtualmente,en comunidades y espacios virtuales.Y de la mano de la pandemia llega el teletrabajo y la teleformación, dos nuevas maneras de telerelación social que se suman a lo ya explicado. Nos van poco a poco atomizando, disgregando en unidades mas pequeñas y difíciles de relacionar entre sí.
Sin embargo, una de las claves de la felicidad humana es el sentimiento de pertenencia a una comunidad cultural. ¿Puede haber algo mas bello y que dé más sentido a la vida que hacer cosas con otros para otros, cosas que enriquezcan la vida común y personal, que perduren cuando nos vayamos?: la educación, la sanidad, el arte, la alimentación, la tierra, la fiesta...
En el mundo contemporáneo, no hemos sido educados para trabajar en común, para cooperar, para construir juntos cosas valiosas para otros. Al contrario, nos educan para competir, producir y consumir. El antiguo ciudadano de la plaza pública ahora es el consumidor del centro comercial.
Vivimos persiguiendo el beneficio personal, el bienestar egoista, la fama individual. Conectados con fantasmas, cientos, miles de fantasmas, amigos desconocidos en una red invisible que nos consuela del vacío que nos produce la falta de contacto real con otros, el vació y la infelicidad de no estar creando nada bello junto a otros para otros.
Individuos ególatras y vanidosos teleconectados virtualmente. Incapaces de mirarnos a los ojos en una videollamada: cuando miro a la cámara fijamente el otro me ve mirándolo pero yo solo veo la cámara. Y al revés le sucede a él. Nunca se cruzan nuestras miradas.
El teléfono móvil, las redes sociales, van dejando de ser medios para comunicarnos e informarnos en el marco de relaciones reales, creativas, y se van convirtiendo en fines en si mismos. Objetos que demandan constantemente nuestra atención. O mejor, que la logran dispersar entre sus multitud de estímulos evitando que fijemos el foco en algo mucho tiempo.
Nos van privando de nuestra capacidad de prestar atención a lo importante. Y los grandes avances de la humanidad, (en el pensamiento, la ciencia, el arte, las tecnologías,...) se deben a una atención meditada. Y ante el vacío de no crear nada bello en común con otros y la infelicidad de no pertenecer a ninguna comunidad real, buscamos en el consumo un consuelo. Es como querer calmar la sed bebiendo agua de mar. Tiempo de vida perdido en comparativas de productos buscando la tranquilidad de adquirir lo mejor que podamos pagar. Excitación en el seguimiento, recogida y apertura del paquete. Y así un paquete tras otro sin que nunca se calme nuestro vacío.
Propongo abandonar las redes sociales y salir de los grupos por Whatsapp (¡¡hereje!!). Y volver a las reuniones, volver a llamar por teléfono, escribir cartas, regalar fotos reales, visitar al otro en su casa. Propongo buscar la felicidad en el codo a codo, en el quedar en un sitio y hora reales.
Aunque vayamos mas lentos que por las redes. Probemos a vivir fuera de la red, una temporada al menos. Experimentar la verdadera realidad.Ya sabemos usar las redes para informarnos y comunicarnos, pero hemos de volver a situarlas como medios del fin que es la relación real, la comunidad real. Y no podemos crear comunidades si no es soñando junto a otros y otras en cómo serían las cosas mejor para todos y en programar los pasos necesarios para caminar juntos hacia su consecución, aprendiendo en el camino a trabajar juntos.
[Versión de artículo originalmente publicado en el periódico Fuenlabrada Libertaria # 7, Fuenlabrada (Esp.), septiembre-octubre 2020. Número completo accesible en https://fuenlabrada.cnt.es/wp-content/uploads/2020/07/fuenlabrada-libertaria-7.pdf?fbclid=IwAR2iTXr0gaS1nHvkmjqlg0f0kVjLwp725bRreP9212mQPCioUy7nG_9mBdU. ]
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