Carlos Taibo
Podría decir que está por estudiar la poderosísima relación del mundo anarquista con la palabra escrita. En realidad, y sin embargo, menudean los estudios al respecto. Desde tiempo inmemorial, allí donde ha habido, y donde hay, un grupo anarquista ha habido también una imprenta, una editorial, una revista y una vietnamita que permitía multiplicar las octavillas. El peso del fenómeno ha sido tal que me atrevo a adelantar que la imagen saludable que muchos de nuestros abuelos -y abuelas- libertarios siguen conservando entre nosotros algo le debe a un esfuerzo alfabetizador y culturizador estrechamente vinculado con libros y folletos, y protagonizado por gentes que se levantaron clara y hermosamente por encima de sus posibilidades.
Podría decir que está por estudiar la poderosísima relación del mundo anarquista con la palabra escrita. En realidad, y sin embargo, menudean los estudios al respecto. Desde tiempo inmemorial, allí donde ha habido, y donde hay, un grupo anarquista ha habido también una imprenta, una editorial, una revista y una vietnamita que permitía multiplicar las octavillas. El peso del fenómeno ha sido tal que me atrevo a adelantar que la imagen saludable que muchos de nuestros abuelos -y abuelas- libertarios siguen conservando entre nosotros algo le debe a un esfuerzo alfabetizador y culturizador estrechamente vinculado con libros y folletos, y protagonizado por gentes que se levantaron clara y hermosamente por encima de sus posibilidades.
Algo de eso ha llegado hasta nuestros días, y a mi entender lo ha hecho en virtud de tres canales diferentes. El primero nos habla de la pervivencia de un mundo editorial sorprendentemente fuerte. Siguen siendo muchas las editoriales de corte libertario que publican con talento y con mucho, pero que mucho, trabajo voluntario. Al respecto no está de más comparar lo que se edita en ese mundo con lo que sacan de las imprentas las fuerzas políticas al uso. Pese a su aparente modestia, cuantitativa y –creo yo- cualitativamente el mundo libertario gana de calle.
El segundo de esos canales que invocaba remite a la condición de un puñado de librerías que resisten heroicamente. Aun a sabiendas de que la lista es más larga, pienso en lo que significan La Malatesta en Madrid y La Rosa de Foc en Barcelona. Pero podría proponer ejemplos de otras localidades de la piel de toro y de otras ciudades del mundo. En semejante escenario, y entre tanto, no parece que los malos tiempos que comúnmente se le auguran al libro hayan llegado para quienes tanto empeño han mostrado en seguir difundiendo las obras de Bakunin, de Kropotkin, de Louise Michel o de Emma Goldman.
Me interesa, con todo, prestar singular atención al tercer canal, que no es otro que el que proporcionan las ferias, los encuentros, del libro anarquista que, en el caso español, se celebran cada año, desde hace un tiempo, en un centenar de localidades. No sólo sirven, por cierto, para difundir las publicaciones de las editoriales de corte libertario: se han convertido a la vez en un genuino y transversal espacio de intercambio de opiniones en un mundo a menudo dividido y sectario. Qué hermoso sería que un movimiento como el que me ocupa levantase el vuelo, en un grado u otro, gracias al libro.
[Tomado de https://www.carlostaibo.com/articulos/texto/?id=685.]
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