Boletín La Oveja Negra (Argentina)
En
los últimos años de aguda crisis capitalista las protestas se multiplicaron
alrededor del mundo. Esto trajo aparejado un marcado aumento de la violencia
por parte de las fuerzas armadas de la burguesía, generando lesiones graves,
discapacidades y muerte a los manifestantes. En un contexto de conflicto
creciente, frente a una vida que se ve pauperizada cotidianamente, el armamento
antidisturbios toma una importancia central para los Estados.
Se
desarrollaron tecnologías represivas que, según sus propios estándares
asesinos, se clasifican como “no letales”. No hay nada casual. Por dar un
ejemplo, en Argentina hace relativamente poco comenzó a introducirse cada día
más la recomendación de las pistolas táser, para reprimir en lugares públicos
donde accionar un arma sería, según la lógica del Estado, un acto “irracional”.
A
la hora de atacarnos la burguesía actúa como una fuerza internacional, al contrario de los nacionalismos, regionalismos y
¡hasta localismos! que muchas veces cargamos los proletarios en lucha.
Comprender la dimensión internacional del conflicto nos ayuda a combatir las
limitaciones que nos impiden accionar desde una perspectiva que no se restrinja
al lugar donde vivimos.
Del
mismo modo, hablamos de proletariado o burguesía porque nos parecen categorías
precisas, mientras otros rebeldes prefieren hablar de pueblo y élite. No nos
preocupan tanto las terminologías, pero sí nos importa comprender la dimensión
de clase de este conflicto mundial, y del antagonismo que hay entre estos dos
sujetos. Por motivos de este tipo es que insistimos en hablar de capitalismo y
no simplemente de neoliberalismo.
Para
mantener la aplastante normalidad del Capital, la burguesía recurre a palos y
balas de distintos tipos, numerosos y diversos agentes químicos irritantes a
los que solemos llamar sencillamente gases lacrimógenos, camiones hidrantes,
granadas de aturdimiento, dispositivos acústicos de largo alcance y armas de
energía dirigida. Y claro, sus mercenarios, sin los cuales todo este armamento
no podría funcionar. Con acuerdos y desacuerdos en matices, los órganos
internacionales del Capital mantienen un esmero incesante en términos
represivos.
Nos
lo cuentan compañeros de las revueltas en Francia, en Chile, en Ecuador, en
Colombia. Leemos situaciones casi idénticas en el Líbano, en Irak. Y aun cuando
los vemos, oímos y sentimos, en líneas generales los conocimientos básicos
sobre la represión nos pasan de largo. Sin embargo, en todas partes es la misma
lucha y en todas partes se reprime de la misma manera: se revientan ojos con
armas no letales y se envenena cada vez más con gases lacrimógenos que van
modificando sus agentes químicos.
Es
evidente que en las revueltas ya existentes y en las que estén por venir hay
que aprender a cuidarse si se quiere
salir a la calle a protestar: gafas de seguridad, cascos, máscaras, guantes.
Nos lo enseñan quienes están luchando, resistiendo y atacando a las fuerzas del
orden que protegen la propiedad privada en diferentes ciudades. A medida que
las represiones son cada vez más habituales, se hace un hábito el cuidado, la
prevención y la atención a los heridos, como puede observarse en las luchas en
Francia y Chile.
Las
balas de goma, lo sabemos de sobra, generan graves lesiones. Gatilladas a corta
distancia, logran un poder de penetración en la piel similar al de las
municiones convencionales, pueden matar. Las armas se usan para herir y matar.
Ariel Moreno Molina, de 24 años, fue asesinado por carabineros de Chile
mientras escribimos este artículo. Un proyectil con componentes metálicos
impactó en su sien y murió días después.
Lanzadas
o disparadas desde lejos, estas armas son imprecisas y muchas veces impactan en
las partes más vulnerables del cuerpo o eventualmente ocasionan lesiones a
personas cercanas que no estuvieran participando de la protesta. Esto explica,
en gran parte, cómo cientos de manifestantes alrededor del mundo están quedando
parcial o completamente ciegos.
En
abril de 2007, Carlos Fuentealba, docente en la provincia de Neuquén, fue
asesinado durante una represión a un corte de ruta. Las fuerzas policiales
avanzaron y se dispersó a la gente, en uno de los autos iba Carlos, que murió
al ser impactado por una lacrimógena.
Los
llamados “gases lacrimógenos” incluyen una gran variedad de sustancias químicas
que irritan la piel y las mucosas. Como consecuencia, provocan efectos
inmediatos: ojos irritados, dificultades respiratorias y efectos psicológicos
adversos, tales como sensación de desorientación y agitación. Estas granadas
provocan lesiones traumáticas al impactar en la cabeza, el cuello o torso de
las víctimas, y también lesiones neurovasculares en las extremidades. Si alguna
vez pensamos que se trataba de casos aislados, de seguro hoy no.
Los
camiones hidrantes, con su poderoso alcance tienen la fuerza de impedir la
comunicación de los manifestantes, además de generar pánico por su inmenso
tamaño. En Chile, recientemente ha muerto atropellado Jorge Mora, en la misma
semana que Ariel Molina. Además, hace tiempo se denuncia el uso de tinturas de
color identificatorias o líquidos nocivos mezclados en el agua de los camiones
hidrantes que generan graves afecciones en la piel.
Como
señalábamos en La Oveja Negra Nro. 66
(especial sobre las revueltas en Chile y Ecuador), en Francia ha
habido manifestaciones de “mutilados para el ejemplo”, parafraseando la
expresión “fusilados para el ejemplo”, referida a los soldados franceses
ejecutados en la Primera Guerra Mundial por evitar el combate. Estos heridos de
guerra (de clases) han quedado tuertos o mancos por el uso de armas no letales.
Recientemente
el presidente argentino Alberto Fernández visitó Francia y se refirió a
Emmanuel Macron como «un nuevo e inesperado amigo». Agregó que «Francia es un
inversor muy importante en la Argentina, sus empresas expresan lo mejor del
capitalismo, que es invertir para producir y dar trabajo». Pero el capitalismo
da trabajo y necesariamente da desocupación, así como da gases lacrimógenos y
balas, produce mercenarios y asesinos.
La
otra represión
La
finalidad de la represión por las armas es acallar a los manifestantes,
dispersarlos, no dejarlos avanzar, no dejarlos organizarse, proteger la
propiedad privada, proteger los intereses de la burguesía. Pero esta no es la
única manera de acabar con una revuelta, hay otras formas igualmente
democráticas.
Invirtiendo
el lema del Estado chileno podemos decir que no siempre es «por la razón o por
la fuerza», de hecho en aquella región viene siendo por la fuerza y luego por
la razón. El gobierno poco puede lograr disparando, golpeando, mutilando,
torturando y encarcelando. Frente a la continuidad de la lucha, recurre a la
razón, más precisamente a la razón estatal.
La
burguesía internacional vuelve a advertir a sus pares de esta región: «El
mensaje para la próxima generación de líderes latinoamericanos es difícil de
ignorar. Los políticos que no logran brindar bienestar o involucrar a los
grupos locales en las decisiones políticas son una especie perecedera.» [1]
La
democracia representativa ya se ha vuelto más inclusiva y participativa en
algunas regiones. En otras, como en Chile, deberá hacerlo para adaptarse a los
nuevos tiempos. Los procesos constituyentes no son más que agendas impuestas
desde arriba a la clase explotada y oprimida. Una nueva Constitución Nacional
puede escribirla el pueblo, pero el lápiz es del Estado y el papel del Capital.
La
Asamblea Constituyente de Bolivia en 2006 sirvió para asegurar la democracia
mercantil y mantener la explotación y la opresión frente a movilizaciones
masivas con el cuento de “una nueva independencia”, el “Estado plurinacional” y
“el socialismo comunitario”, tal como dijo Evo Morales en la promulgación de
2009.
En
Cataluña hay quienes prometen un Procés
Constituent, que mezcla la independencia de una región con el fin del
capitalismo. ¿En una sola región también? ¿Cómo terminar con el capitalismo en
un solo país si se trata de un sistema mundial? Nuevamente se intenta dejar hacer,
pero en el terreno del enemigo, nos dejan jugar siempre que sea en su patio. Y
lo que queremos, a fin de cuentas, no es más que lo que ellos nos proponen que
juguemos. Haciendo un solo equipo entre patrones y trabajadores, torturadores y
torturados, todos unidos en nombre de la patria.
En
Argentina no pareciera que estemos cerca de algo así, por el momento los
poderosos tienen un consenso garantizado. La grieta entre gobierno y oposición,
que se van alternando, no representa más que dos maneras de gestionar el
capitalismo en este país: matar de hambre a unos, dejar sobrevivir a otros. En
suma, extraer “recursos” de norte a sur.
Para
quienes quieren mantener todo como está, en este momento es al pedo
reflexionar, pensar colectivamente, actuar globalmente, y cuando la situación
se agudice nos dirán que ya no hay tiempo para ello. Por tanto, estas
cuestiones “teóricas” son inmediatamente “prácticas”. Una praxis social de
enfrentamiento a lo establecido, de desobediencia al Capital, a sus defensores y
a sus falsos críticos.
Nota:
[1]
Bloomberg, “Señal de repunte en década perdida de
Latinoamérica” en http://perfil.com/noticias/bloomberg/bc-senal-de-repunte-en-decada-perdida-de-latinoamerica-m-margolis.phtml.]
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