Editorial Anagénesis
Es frecuente escuchar que proyectos con fines comerciales se vanaglorian de ser autogestionados. Gente que vende comida en la calle, realiza artesanías o que crea empresas innovadoras, con esfuerzo y tesón, suelen emplear el término autogestión como sinónimo de emprendimiento o trabajo independiente. Y es que pareciera que en los tiempos de hoy, en donde se alza la figura del consumidor consciente, la autogestión se percibe como un valor deseable, capaz de hacer ver como “auténticas” o “éticas” las mercancías y prácticas que se le asocian. Sin embargo, a pesar de los fines altruistas que pueda haber tras muchas iniciativas, si se comprende la autogestión meramente desde su dimensión económica o administrativa, dejando de lado cualquier consideración política, se está reduciendo —y mutilando— el concepto, velando su alto contenido emancipador.
Es frecuente escuchar que proyectos con fines comerciales se vanaglorian de ser autogestionados. Gente que vende comida en la calle, realiza artesanías o que crea empresas innovadoras, con esfuerzo y tesón, suelen emplear el término autogestión como sinónimo de emprendimiento o trabajo independiente. Y es que pareciera que en los tiempos de hoy, en donde se alza la figura del consumidor consciente, la autogestión se percibe como un valor deseable, capaz de hacer ver como “auténticas” o “éticas” las mercancías y prácticas que se le asocian. Sin embargo, a pesar de los fines altruistas que pueda haber tras muchas iniciativas, si se comprende la autogestión meramente desde su dimensión económica o administrativa, dejando de lado cualquier consideración política, se está reduciendo —y mutilando— el concepto, velando su alto contenido emancipador.
Es posible que esta situación se deba en parte a la polisemia del término en nuestro idioma. Sucede que en español se engloba en un solo término lo que para los anglosajones son dos conceptos distintos: self-manegement, auto-administración, y self-goverment, autogobierno. Es decir, el término autogestión contempla tanto una dimensión económica como política, las cuales —y esta es la apuesta del presente ensayo— son absolutamente indisociables. 1
Con el fin de esclarecer los posibles alcances de la autogestión, a la vez de ofrecer una visión crítica y comprometida frente a ésta, es que expondremos y analizaremos algunas ideas desarrolladas en torno al concepto, en donde se revisarán temas que van desde lo concerniente a la organización colectiva, la conformación de grupos de afinidad y la individualidad y la ética personal.
Organización colectiva
La autogestión es la organización de los recursos y la sociedad desde una ética anarquista. Su ejercicio tiene como base la existencia de relaciones, en donde se suprime la distancia de los miembros de una colectividad con el poder, ya sea administrativo o político. En este sentido, implica la coexistencia —la más de las veces conflictiva— de una organización colectiva con el desarrollo de libertades individuales.
Lejana a un anarco-individualismo o a la puesta en práctica de una voluntad de poder ex-nihilo, la autogestión supone una relación dialéctica entre los intereses individuales y colectivos. Y es que gestar algo, ya sea el dar forma a una cosa, una práctica o una idea, supone un ejercicio de poder dentro de este mundo terrenal, en donde existen recursos finitos, intereses encontrados, conflictos varios. Es por esto que la autogestión, para desatenderse de la figura del individuo soberano, muchas veces despótico y hedonista, precisa de acuerdos y orgánicas grupales.
Con respecto a lo colectivo, desde una perspectiva libertaria, todos los intentos de dar forma a organizaciones y proyectos políticos de manera vertical, es decir, desde una relación asimétrica entre las bases y la dirigencia, la cual puede adoptar la forma de jefe, partido, empleador, plataforma y/o vanguardia, son repudiables. Esto debido a que guardan, dentro de su orgánica, lógicas que perpetúan dinámicas de poder coercitivas (entiéndase, que pasan máquina). Así mismo, todos aquellos proyectos mesiánicos, que sobrecogen al individuo de un fervor casi religioso, en donde en nombre de la Patria o el Progreso se deben hacer “concesiones”, es decir, suprimir las particularidades y diferencias en nombre del denominado bien común, atentan contra la lógica de la autogestión.
Por lo tanto, siguiendo la idea de Cornelius Castoriadis, entendemos a una sociedad autogestionada como “una sociedad que se dirige a sí misma. Conviene, con todo, precisar esto. En una sociedad autogestionada todas las decisiones las adopta la colectividad, que a su vez es afectada por esas decisiones. Hablamos, pues, de un sistema en el que quienes desarrollan una actividad deciden colectivamente lo que desean hacer y cómo hacerlo, y ello dentro de un único límite: el que nace de la coexistencia con otras unidades colectivas.” 2
Grupos de afinidad
Con respecto a las unidades colectivas, consideramos interesante la figura de los grupos de afinidad desarrollada por Bonnano, la cual consiste en organizaciones de pequeña escala que prescinden de cualquier tipo de legalidad, en donde todos los miembros se conocen íntimamente y comparten una mutua cotidianidad, la trinchera más íntima que podemos habitar. Una intimidad que es preciso proteger, entendiendo que los grupos de afinidad se piensan como partes de organizaciones sociales más amplias, siendo capaces de articularse a diversos proyectos y causas sin perder la autonomía en su desarrollo ideológico y la toma de decisiones. 3
La idea de cotidianidad toma fuerza en la medida que la entendemos como el primer y más trascendental espacio de resistencia, que en palabras de Ulrike, viene a significar “que aquello con lo que no estoy conforme no se vuelva a producir” 4. De acá que compartir afinidades con un grupo pequeño de personas requiere de un compromiso profundo. Requiere de nuestra mejor y más ética práctica transformadora. Nuestro día a día es el espacio temporal que en un porcentaje más amplio —dejando egocentrismos de lado— podemos mantener bajo algún grado de control.
En este sentido, el grupo de afinidad debe entenderse como un reflejo a pequeña escala de la manera en que se pretenden forjar las relaciones a nivel social. Más allá de operar en un plano estrictamente político, el grupo de afinidad se piensa como un núcleo de pensamiento, un espacio de crecimiento intelectual y físico, una célula de combate, un garante de ayuda y asistencia económica de sus miembros; se trata, en resumidas cuentas, de la puesta en práctica del apoyo mutuo y la autogestión en su forma más concreta y visceral. En este sentido, los grupos de afinidad deben pensarse como un reflejo a pequeña escala de lo que se espera de la organización social, en donde todos los valores e ideas por las cuales se aboga sean puestas en práctica.
Responsabilidad individual
Deconstruir las formas afectivas con las que nos hemos relacionado viene a ser un deber primordial para el desarrollo de nuestras confianzas políticas. Observar todo aquello que en el discurso criticamos, pero que de manera normalizada replicamos en nuestras dinámicas colectivas, es una responsabilidad ineludible. Alejarnos de egoísmos; entender que ninguno de los espacios que transitamos es privado; que todo debe y puede ser compartido. Como plantea Nicolás Walter: “Si yo tengo un pan entero y tú tienes hambre, es tuyo y no mío. Si yo tengo una chaqueta y tú tienes frío, ésta te pertenece. Si yo tengo una casa y tú no la tienes, tienes derecho a utilizar por lo menos una de mis habitaciones”. 5
Para mantener esta resistencia anclada e inamovible ante las embestidas de las imposiciones diarias del capital, es que debemos tener la voluntad de autoconocernos, observarnos, mirarnos hacia dentro y desarrollarnos individualmente lo más que podamos, para así no sabotear nuestros espacios de afinidad con condicionamientos normados que responden a lógicas autoritarias y patriarcales, entre otras. El primer paso para esto se debe dar tomando total y absoluta responsabilidad en la vida. Hacerse responsable de nosotros mismos y nosotras mismas como personas es el primer paso para emanciparnos, «porque sólo a través de su propia responsabilidad el hombre/la mujer puede ser auténticamente libre». 6
Hacemos hincapié en la responsabilidad individual porque nos reconocemos como uno o una en primera instancia, individuos e individuas con complejos, dinámicas y tradiciones marcadas a fuego por imposiciones que normalizamos desde el momento en que nacemos. Por lo tanto, establecemos esta responsabilidad individual, esta urgencia por autogestionarnos en términos emocionales, esta necesidad de hacernos cargo de nosotros mismos y nosotras mismas, como una de las labores más difíciles dentro de los procesos de transformación. Ouspensky ya nos avisaba hace años:
«El control de las emociones es un tema muy difícil. Aunque es una parte esencial del estudio de sí-mismo, no podemos comenzar a controlar emociones puesto que no las comprendemos lo suficientemente bien. Pero lo que podemos hacer desde un principio es comenzar a observar las funciones emocionales y tratar de parar manifestaciones particulares de ellas. Debemos parar la expresión de emociones desagradables. Para mucha gente esto es algo muy difícil, puesto que las emociones desagradables se expresan de manera tan fácil y rápida que uno no se percata de ellas. Por ello, si uno no intenta detenerlas, uno nunca podrá observarlas; así que desde el comienzo uno debe intentar detener la expresión de emociones desagradables.» 7
Conclusiones
La autogestión no tiene nada que ver con el emprendimiento y el trabajo independiente que opera bajo las lógicas del neoliberalismo. Es una práctica decididamente anarquista que busca erradicar cualquier verticalidad y concentración de poder. Es una forma de lucha por la autonomía, tanto individual como colectiva.
No es un ejercicio meramente personal, ajeno a lo social y lo organizativo. Y es que lo individual y lo colectivo no son dimensiones aisladas. Sin un desarrollo del individuo de forma plena —tanto en un plano físico, emocional, racional, espiritual, etcétera— no es posible la proyección positiva de colectividades, ya que tarde o temprano nuestra ceguera autoimpuesta causará que todo aquello que repudiamos, pero que tenemos normado en nuestras prácticas, florezca para hacernos tropezar, para darnos cabezazos con nuestros egos, privilegios y comodidades. Así mismo, no se puede pensar un proyecto emancipador sólo desde el desarrollo de una individualidad, por más radical que sea, ya que la gestión, de lo que sea, precisa de acuerdos y organización para no tender al despotismo.
Por lo mismo, desde la perspectiva que planteamos, la autogestión y la aspiración a erradicar cualquier tipo de verticalidad, tanto económica como política, es un ejercicio complejo que debe plantearse en distintos niveles: desde el compromiso más íntimo y personal hasta la organización a gran escala, pasando por el trabajo en el cotidiano junto a la gente más cercana. Es por esto que, al entender la autogestión como una práctica concreta y cotidiana, se cimenta lentamente una sociedad sin clases ni jerarquías, capaz de gestarse a sí misma.
Referencias
- Arvon, Henri (1980). La autogestión. México: Fondo de Cultura Económica.
- Bonanno Alfredo Maria (1977). Autogestión.
- Cappelletti, Ángel (1985). La Ideología Anarquista
- Castoriadis, Cornelius (1974). “Autogestión y jerarquía” en Aujourd’hui, n°8, julio – agosto 1974, reimpreso en « Le contenu du socialisme », UGE 10/18, 1979.
- Meinhof, Ulrike (1968). “De la protesta a la resistencia” en Edición Nr. 11 de “Konkret”.
- Ouspenski, Piotr D. (1957). El cuarto camino.
- Taibo, Carlos (2010). Libertari@s. Barcelona: Los Libros del Lince, Barcelona.
- Walter, Nicolás (2016). Sobre el anarquismo. Santiago de Chile: Editorial Eleuterio.
[Tomado de https://www.anemofila.org/?p=1207.]
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