Martin Palacio
I
“¿Y ahora qué vas a hacer, anarquista?”
“Si sos anarco, ¿por qué tu actuación a favor de determinado sector político?”
“¿No es que están ustedes contra el Estado y ponen en duda el juego democrático?”
Parece broma, pero no: cada tanto me largan esos planteos. Más desde ayer. De todos modos, no se me ha ocurrido enojarme sino poner en claro aspectos esenciales del pensamiento libertario de izquierda porque hay un profundo desconocimiento.
I
“¿Y ahora qué vas a hacer, anarquista?”
“Si sos anarco, ¿por qué tu actuación a favor de determinado sector político?”
“¿No es que están ustedes contra el Estado y ponen en duda el juego democrático?”
Parece broma, pero no: cada tanto me largan esos planteos. Más desde ayer. De todos modos, no se me ha ocurrido enojarme sino poner en claro aspectos esenciales del pensamiento libertario de izquierda porque hay un profundo desconocimiento.
II
Usualmente la anarquía se piensa como lo otro del despotismo, de la monarquía, pero también de la democracia. La anarquía, definida como “an-arkhé”, es justamente la “ausencia de gobierno” y, por tanto, no es equivalente al gobierno del “demos”. Sin embargo, la precisión etimológica del “an-arkhé” no tiene aquí la última palabra. Un caso paradigmático puede ser el de Bakunin, quien hace una demoledora crítica al sistema representativo de la democracia, pero de todos modos reconoce en sus “Escritos de filosofía política” que si “el término democracia se refiere al gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo […] nosotros sin duda somos todos demócratas”. ¿Qué quiere decir Bakunin con esta afirmación? ¿Acaso reconoce que hay una especie de puente entre el anarquismo y la democracia? En este punto, Bakunin coincide con Marx: la democracia, entendida como el poder del demos, sólo puede existir como la negación de la democracia liberal, parlamentaria y capitalista. Hay que llevar a cabo una revisión de nuestras formas de acción sobre la realidad concreta. En otras palabras, la democracia sólo adquiere sentido en el marco de una sociedad donde la explotación del trabajo sea imposible y cada persona pueda gozar de la riqueza social que es producida por el trabajo colectivo. La democracia anarquista es, entonces, anticapitalista y, más precisamente, socialista. Desde esta concepción, la política, entendida como la acción y discusión sobre lo común en un marco de igualdad y libertad, sólo tiene lugar en su estrecha relación con lo social. De allí el compromiso en diversas causas que aboguen por la consecución de estos principios, aún cuando las circunstancias sociohistóricas impidan que esos principios no se manifiesten por la vía directa sino por la presencia del Estado. Ser anarco no es precisamente caer en una suerte de individualismo ensoñado e irresponsable ante el otro, aunque haya quien lo plantee así, especialmente entre ciertos sectores de una clase media acomodada que harían las delicias de unas cuantas corrientes del neoliberalismo más duro y de tendencia fascista.
III
Usualmente se piensa que el anarco está en contra del Estado. En realidad, si se atiende a buena parte de las fuentes clásicas y no tanto (Kropotkin, Malatesta, Murray Bookchin), el anarco busca la superación del Estado. Uno de los pensadores ácratas más interesantes que dio el Uruguay del siglo XX, aparte de la superlúcida Luce Fabbri, fue Alfredo Errandonea. Errandonea planteaba que, más allá de la espuriedad de la forma de ocupar estatalmente “lo público” en su provecho por la élite de la dirigencia política, “los anarquistas no podemos aceptar pasivamente el regreso a la negativa total de los derechos populares a los bienes y servicios que ya habían sido reconocidos como sociales, por más de que ese reconocimiento llegara por la vía estatal. Pensemos a todos ellos como Sector Público, como el espacio del cual debe apropiarse el colectivo social. Para hacerlo, obviamente, el camino no son las privatizaciones, que significan su regreso liso y llano a la propiedad capitalista. Para hacerlo, el camino más anarquista pasa por la autonomización y descentralización; por llevar su gestión a manos de los propios interesados”. Es decir, de quienes trabajan esos medios y de quienes se sirven de ellos; de sus “productores” y de sus “consumidores”. En realidad, no importa si la denominación que los designa alude a su condición “estatal” o a cualquier otra abstracción, diría Errandonea; lo que sí importa es que su real conducción esté en manos de la gente. “Si se convierten en cooperativas, en organizaciones comunitarias o en entes públicos, lo mismo da; siempre y cuando, su gestión sea asumida por los directos interesados, con total autonomía de la élite dirigente, de la clase burguesa, de la clase burocrática, o de cualquier otra. Para ello, en cada caso, debe asumirse la forma más accesible de lograr ese objetivo. Y debe hacérselo desde el ejercicio directo de la incidencia de los destinatarios”.
IV
Los anarquistas, pues, debemos reivindicar la participación para reducir la dominación. Por los medios y presiones que sean; en la mayor medida que se pueda. Aunque se tenga que recurrir, en determinadas circunstancias, a las reglas de juego que impone la conformación de un Estado liberal. La lucha es por la participación efectiva ante el avance de movimientos de clara filiación fascista y que devastarían a buena parte del tejido social allí donde las hilachas apenas se sostienen entre sí: a partir de los que todavía siguen siendo los más desposeídos.
[Tomado de https://www.mateamargo.org.uy/2019/10/29/el-papel-de-los-anarcos-aqui-y-ahora.]
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