Boletín Siglo XXI
Cuando
Kropotkin escribió El Apoyo Mutuo pretendió legarnos un mensaje decisivo
a partir del cual construir nuestro presente y nuestro futuro. La especie
humana podía evolucionar a partir de la suma de fuerzas y saber colectivo. La
ley del más fuerte, como factor evolutivo, no era negada pero sí enfrentada
desde otra opción factible y de existencia probada. Kropotkin se empleó a fondo
para describir numerosos ejemplos que demostraran la presencia permanente del
Apoyo Mutuo en la supervivencia y progresión de las especies.
El
capitalismo, desde sus inicios, ha desestructurado las relaciones comunitarias,
potenciando la vida individual desde un punto de vista desadaptativo,
reaccionario e insolidario. El paso de las sociedades agrarias a las sociedades
industriales ha matado todo lo colectivo en pos de un hipotético progreso que,
visto lo visto, poco tenía de tal. Nos ofreció el acceso al consumo como un
caramelo del que podíamos gozar si renunciábamos a primitivismos que nada
tenían que ver con la modernidad. Primero perdimos el contacto con la tierra,
luego perdimos los usos y costumbres ancestrales, la capacidad para ser
autosuficientes y autoabastecernos. De ahí pasamos a vivir en ciudades colmena,
sin vínculos afectivos de compromiso, sin apoyos consistentes basados en el
arraigo. La urbe de finales del siglo XIX, del XX y de lo que llevamos de siglo
XXI se ha convertido en una trampa mortal, insalubre, en la que es difícil
incluso sobrevivir.
La
vida industrial no ha supuesto ese progreso que se pronosticó a bombo y
platillo por los profetas de izquierdas y de derechas, más bien ha ocurrido
todo lo contrario. Los hijos del progreso hemos visto reducidas nuestra
existencia al papel de meros productores consumidores de objetos que la mayoría
de las veces son innecesarios. El consumo sirve de aliciente ante otras
frustraciones derivadas de la falta de autorrealización personal. Así,
compramos coches, casas, electrodomésticos, viajes, ropa y demás, y se mantiene
el autoengaño de que todo va bien en nuestra vida, que estamos rozando un mundo
feliz. En ese consumo se incluyen nuestros afectos artificiales que se compran
y se venden en las redes sociales, convirtiendo el deseo en necesidad, y todo enfocado
desde una visión estrictamente comercial. El contacto próximo entre personas ha
sido sustituido por el contacto entre máquinas.
El
tiempo pasó y un buen día el Capital decidió que su margen de beneficio debía
mantenerse a pesar de la complejidad de los mercados. Entonces comenzaron los
ajustes-recortes, presentados a la opinión pública bajo diversos discursos
mentirosos: crisis, austeridad, racionalización del gasto, perder algo para
ganar todos. Al final nos quedamos sin lo que apenas habíamos rozado, la
denominada sociedad del bienestar. Un modelo desequilibrado e injusto que
permitía que los países del Norte tico vivieran cómodamente a costa de la
miseria de los países del Sur pobre, pero ricos en materias primas (algunas
estratégicas). Las mentiras, a pesar de su evidencia, nos las creímos.
Ahora
nos expulsan de sus fábricas porque ya no es necesaria nuestra fuerza, sí
nuestro consumo. Nos han dejado sin asideros a los que aferrarnos o en los que
sustentar la esperanza. Si eres expulsado del trabajo te quedas sin razón para
existir, ya no puedes consumir, estas perdido, no tienes nada. El resultado
actual es que la mitad de la población no llega a fin de mes o tiene
dificultades para hacerlo. Sin las necesidades básicas satisfechas, la
indignidad crece porque lo que nos corresponde por derecho natural hay que
mendigarlo. En ese arrastrarse servil y plañidero, la crueldad del
individualismo post industrial nos conduce a un proceso de incomunicación y
soledad desintegrador que nos hace olvidar que somos una especie sociable y que
tenemos derechos que reconquistar, porque nos los han arrebatado en esa derrota
continua que padecemos hace mucho tiempo en la guerra de clases. Ese estar solo
o sola no es un eufemismo, es un apartarse de lo colectivo, avergonzado de
estar desempleado y de vivir en la pobreza.
El
gen del Apoyo Mutuo lo obviamos, quizá porque nos sentimos culpables de nuestra
infausta caída, porque no hemos hecho bien los deberes. Este auto rechazo
voluntario a buscar una salida vital basada en la comunidad, nos hace enfermar
y concebir la idea de que tal vez estaríamos mejor muertos antes que vivir como
pordioseros. Y tal vez sea cierto, pero hay muchas formas de sacrificar
nuestras vidas y también muchas causas por las que morir, sin la necesidad de
autoinmolarnos por simple frustración. El Apoyo Muto está dentro de nosotros,
nos iguala en derechos y en deberes con la comunidad; nos pone en contacto con
el otro, con los otros y nos habla de compartir, de salud, de empatía, de
tolerancia, de solidaridad.
No,
no estamos solos. Nada más lo estaremos si nos apartamos de nuestra tendencia
natural a vivir juntos, y no empleamos tiempo y esfuerzo en hacer fluir el amor
universal que une a las personas en pro de la justicia social y el bienestar
general de todos los seres vivos que pueblan el planeta. Para combatir la
soledad y el aislamiento nada mejor que dejarse llevar por el impulso natural
de hablar con la vecina, con el vecino, con la gente que nos rodea,
compartiendo con ellos emociones y solidaridades. Es decir, es recomendable
hacer todos los días ejercicios enérgicos de Apoyo Mutuo en lugar de tomar
ansiolíticos y/o antidepresivos; enseguida se descubrirá una mejoría que nos
llenará de ilusión y esperanza.
[Publicado
originalmente en el Boletín Siglo XXI
# 3, Madrid, noviembre 2015. Número completo accesible en http://grupopensamientocritico2014.blogspot.com/2017/08/siglo-xxi-numeros-1-al-10.html.]
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