Keymer
Ávila
* Fragmentos extraídos de la Introducción y
Consideraciones Finales del informe Uso de la fuerza pública y derecho a la
vida en Venezuela, que en versión completa es accesible en http://revistes.ub.edu/index.php/CriticaPenalPoder/article/download/28588/29175.
Según los datos y la literatura disponible, se denuncia
que la mayoría de los casos de muertes en manos de los cuerpos de seguridad son
ajusticiamientos o ejecuciones extrajudiciales o sumarias [1] y no
enfrentamientos (como oficial y mediáticamente suele llamárseles). Según cifras
de PROVEA (2017, 2018) este tipo de ejecuciones representan aproximadamente 89%
de los casos de violación al derecho a la vida en Venezuela. Esto coincide con
hallazgos de investigaciones recientes sobre victimización de funcionarios
policiales en casos de homicidios, en los que más de 70% de las víctimas no
estaba en ejercicio de sus funciones y apenas 7% se encontraba realmente en un
enfrentamiento armado (Ávila, 2016), lo que deja en evidencia que los supuestos
enfrentamientos son casos excepcionales.
Ya numerosa investigación empírica (Del Olmo, 1990;
Zaffaroni, 1993) ha demostrado que la relación entre civiles y policías muertos
es bastante desigual. Así, por ejemplo, según PROVEA (2005), la probabilidad de
que muera un civil en un choque armado es de 97,5%, mientras que para los
policías es de apenas 2,5%; es decir, por cada policía muerto fallecen 39
civiles, lo que hace suponer que más que enfrentamientos entre fuerzas
equivalentes, se trata de un ejercicio asimétrico de la fuerza, frecuentemente
intencional por parte de la policía (Antillano, 2007).
No obstante, en estas líneas se tomará como principal
referente a las muertes en manos de las fuerzas de seguridad del Estado sin
calificar su presunta ilegalidad o no, como indicador de la violencia institucional
en Venezuela. También se les considerará como parte de la alta tasa de
homicidios que padece el país desde hace años, con especial atención en los que
son consecuencia de operativos policiales militarizados. El objetivo es tratar
de presentar una panorámica sobre este fenómeno en el país, contextualizar el
mismo durante las últimas décadas, sistematizar la información disponible y
contrastarla con los datos y los análisis que se han podido recabar de los casos
ocurridos durante 2016 y 2017. Sobre los casos de estos dos últimos años se
elaborará una caracterización más detallada para una mejor comprensión de esta
dimensión de la violencia institucional en la Venezuela actual. El foco en
estos casos estaría en su descripción cualitativa y no en un estudio
longitudinal para evaluar si estos casos se han incrementado o no; a todo
evento, para esta última evaluación se tienen los datos oficiales. A partir de
este trabajo los investigadores podrían continuar estudios posteriores más
detallados, quienes toman decisiones contarían con información cierta y los
activistas tendrían herramientas para el debate y la movilización. Como diría
Foucault: “…si quiere luchar, aquí tiene algunos puntos clave, algunas líneas
de fuerza, algunos cerrojos y algunos obstáculos”.
Se analizaron las cifras
oficiales disponibles que dan cuenta de este tipo de casos en el país. Entre las
informaciones oficiales destacan informes anuales de gestión, declaraciones
públicas de autoridades, comunicados y mensajes en redes sociales. También se
procesaron algunos datos obtenidos de manera oficiosa, a través de informantes
clave de estas instituciones.
Adicionalmente, como complemento de los datos
oficiales, ante la opacidad y precariedad que caracteriza a este tipo de
información, se tomaron como fuentes las noticias sobre los casos de muerte a
manos de las fuerzas de seguridad del Estado. Para ello se realizó un seguimiento
diario de noticias vinculadas con los objetivos planteados durante todo el año
2016 y el 2017. La principal fuente de información fueron los portales
digitales de los diarios Últimas Noticias, Correo del Orinoco (que siguen la
línea del discurso oficial), El Nacional, El Universal, Efecto Cocuyo, Runrunes
(que siguen una línea de oposición al gobierno), así como las del Ministerio de
Interior y el Ministerio Público, que son instituciones del Estado. Cuando era
necesario complementar información sobre los casos se revisaron también otras
fuentes como las páginas web de periódicos regionales, así como las páginas o
redes sociales de las policías del lugar de los hechos. En los casos en los que
existía información oficial, esta era priorizada ante cualquier otra fuente.
Se diseñó una matriz en la que se trató de vaciar
la mayor cantidad posible de información sobre cada caso; la unidad de registro
fueron las personas (víctimas) para así evitar la duplicación de casos. Adicionalmente
se recogieron variables de tiempo y lugar que contribuyeron a llevar mayores
controles de la información. Se realizó una sistematización y análisis de
aproximadamente 4.391 noticias durante dos años (2.634 para 2016 y 1.757 para
2017 [2]). Se hizo un censo conformado por la totalidad de los casos
registrados en los medios de comunicación objeto de seguimiento, ocurridos en
todo el país, para llegar a un total de 1.519 víctimas en 2016 y 1.164 en
2017.En el marco de estas breves y necesarias consideraciones metodológicas, se
debe tener en cuenta que los medios de comunicación tienen sus propios intereses
y criterios editoriales; en especial en el actual contexto venezolano, en el
cual la polarización política abarca casi todas las esferas de la vida nacional
(Ávila, 2012). Por otra parte, la reacción de las víctimas y la desconfianza de
estas hacia el sistema de administración de justicia, aunado a la vulnerabilidad
que tienen frente a sus victimarios, son otras variables que pueden afectar la
visibilidad o no de estos casos, tanto en los medios de comunicación como en el
dato oficial. Es por ello que en ocasiones la presencia o no de un fenómeno y su
frecuencia en los medios no necesariamente dará cuenta de su realidad fáctica.
Lo que puede evidenciarse en este trabajo, en
parte, es la visibilidad, enfoque y espacio que los medios le dedican a estos
casos. Sin embargo, este tipo de seguimiento es importante porque, ante la
ausencia o merma de la información oficial, se constituye en un insumo para analizar
y evaluar lo que está ocurriendo en estas materias. Es necesario destacar que
los resultados del seguimiento de casos a través de medios de comunicación,
desde el punto de vista cuantitativo, tradicionalmente está muy por debajo
de las cifras que las instituciones manejan y que usualmente no publican; en
consecuencia, sería una aproximación tímida a lo que ocurre en la realidad [3].
.Por esta razón, los casos analizados desde estas fuentes estarían destinados a
tratar de caracterizar y comprender variables que tradicionalmente no se pueden
obtener a través de las cifras oficiales. Por otra parte, para observar si el
fenómeno ha aumentado o disminuido sí se tomará como referencia principal el
dato oficial.
* * * * * *
Consideraciones
finales
En las páginas precedentes se puede observar un continuo proceso de
precarización y deterioro institucional en términos de un ejercicio del poder controlado,
con límites formales y materiales que le sirvan de contención. Esta debilidad
institucional promovida por décadas ha generado cada vez mayores niveles de
autonomía del aparato policial y militar que establece relaciones funcionales
recíprocas con quienes ejercen coyunturalmente el gobierno.
Los gobiernos, bandos, actores, discursos partidistas y
legislaciones han cambiado, pero las prácticas y los patrones parecen ser los
mismos; con el tiempo solo incrementan su intensidad y magnitud. Se trata más de
una lógica subyacente del ejercicio arbitrario de poder, que de proyectos
políticos ideológicos o de país. Esto trasciende posiciones ideológicas y
partidistas, de izquierdas o derechas, liberales o conservadoras. Esta
tendencia al incremento del deterioro institucional, de los abusos, excesos,
ausencia de controles internos y externos, y especialmente de la letalidad de
los cuerpos de seguridad, termina siendo útil a quienes detentan
coyunturalmente el poder político en términos de intereses grupales y personales,
de la obtención inmediata de beneficios en estos niveles.
Las muertes en manos de las fuerzas de seguridad del Estado son un
indicador objetivo de este proceso. A menor fortaleza institucional mayores
serán las muertes ocasionadas por las agencias armadas del Estado. Las fuentes
oficiales y las no oficiales coinciden en el aumento de estas muertes durante los
últimos años. Se puede afirmar con certeza que durante los últimos 8 años, que
es el período en el que se cuenta con la información mejor sistematizada y
continua, han fallecido a manos de las fuerzas de seguridad del Estado unas
18.401 personas. En 2010 la tasa pccmh de estos casos era de 2,3, en 2016 llegó
a 19. ¡Se trata de un incremento de 726%! 60% de estas muertes han ocurrido en
los últimos dos años. De igual manera las denuncias de ejecuciones
extrajudiciales pasaron de 32% en 1992 a 90,4% en 2017.
Este tipo de muertes tienen relación con los homicidios en
general. La violencia institucional impacta negativamente sobre la violencia
social y delictiva. El aumento de las muertes en manos de las fuerzas de
seguridad del Estado influye en el comportamiento de los homicidios; ambos
fenómenos tienen en Venezuela una tendencia general al aumento. También puede
observarse desde 1976 algunas correspondencias entre el aumento de las
violaciones en general a los DDHH (lesiones, violación de domicilio, tortura,
privación ilegítima de libertad, acoso u hostigamiento, desaparición forzada) y
las muertes en manos de las fuerzas de seguridad del Estado. La tendencia de
las violaciones a los DDHH también tiene una tendencia general al alza durante las
últimas cuatro décadas.
Este proceso progresivo de desinstitucionalización y de incremento
de los excesos y abusos policiales y militares se alimenta también de: 1)
Campañas de ley y orden promovidas por pánicos sociales que giran en torno
al tema de la seguridad ciudadana como táctica para encubrir problemas de
legitimidad, así como crisis políticas y sociales estructurales; 2) Estas
campañas se sostienen con desinformación; la falta de información confiable y
sistemática, y las dificultades para acceder a ella, son parte de estos procesos
generadores de masacres; 3) La visibilización de casos del pasado o de algún
caso emblemático para encubrir la masacre por goteo que se lleva a cabo
diariamente. Nuevas legislaciones o políticas en esta materia que son
utilizadas como propaganda oficial también pueden cumplir esta función
distractora y legitimadora.
Todos los cuerpos de seguridad del país se encuentran involucrados
en esta masacre por goteo, en sus tres niveles político-territoriales; sin
embargo, los cuerpos nacionales tienen el mayor protagonismo. Desde que se
conocen registros, el CICPC es uno de los cuerpos más letales del país, y al
menos desde las últimas cuatro décadas ocupa los primeros lugares en esta
categoría, con 40% de los casos de muertes por intervención de la fuerza
pública bajo su responsabilidad. La tendencia al incremento de estos casos por
cuerpo policial se presenta de una manera más evidente en esta institución.
Paradójicamente se trata del mismo organismo que se encarga de investigar estos
casos, lo que claramente constituye un conflicto de intereses e inicia el
camino para la impunidad de los mismos.
Por su parte la PNB parece ocupar el lugar de la extinta PM en el
caso del AMC, y disputarle espacios a la GNB en el resto del país. A pesar de
su breve historia, ya se posiciona como la segunda institución más letal, lugar
que antes ocupaban la PM y la GN-FAN. Es responsable de al menos 30% de las muertes por
intervención de la fuerza pública en el país. Esto se vincula con el
protagonismo que viene tomando su división “FAES” a partir de la merma de la
campaña de las OLP.
Las
FANB es la tercera institución más letal del país, responsable al menos de 17%
de los casos a nivel nacional. Según nuestro bloque constitucional y legal, la
seguridad ciudadana es de carácter civil, no militar. El protagonismo de la
institución castrense en estas labores, así como los saldos letales de sus intervenciones,
se suma a los indicadores negativos de la militarización de la seguridad
ciudadana en el país.
Una
mención especial merecen las actuaciones conjuntas, que incrementan la
letalidad de todas las fuerzas de seguridad que cumplen labores de policía. El
caso de la GNB sobre este particular es uno de los más emblemáticos: cuando
actúa con otros cuerpos policiales la cantidad de muertes bajo su responsabilidad
se duplica. Este tipo de actuaciones, además, dificulta la adjudicación de
responsabilidades posteriores, tanto institucionales como individuales,
facilitando su impunidad.
En
el análisis situacional de los casos estudiados llamó la atención cómo estos
eventos no coinciden temporalmente – meses y horarios de ocurrencia – con las
muertes de funcionarios policiales. Esta falta de correspondencia entre ambos
fenómenos constata nuevamente nuestra hipótesis: los enfrentamientos entre
funcionarios y presuntos delincuentes son hechos excepcionales. Tanto las
muertes por intervención de la fuerza pública como las muertes de funcionarios
son en su mayoría encuentros irregulares, emboscadas, donde hay un empleo
desigual, asimétrico, de la fuerza por parte de alguno de los bandos. Es
importante mencionar que los resultados sobre la distribución horaria tampoco
coinciden del todo con la de victimización general por homicidios, lo que
sugiere que las muertes objeto de estudio tienen una lógica distinta.
Los
muertos son hombres, jóvenes de una edad promedio de 26 años, de origen
humilde. Al menos 7% son adolescentes y niños. Algunos de los casos en los que
resultan niños fallecidos se deben a balas perdidas disparadas de manera
indiscriminada por las fuerzas de seguridad. Casi 70% no poseía ningún tipo de
antecedente penal o policial, o no se ofrece información alguna al respecto.
Apenas 9% se encontraban solicitados por los tribunales de la República. Más de
la mitad (56%) fueron señalados de estar involucrados con delitos de bagatela
(desacato a la autoridad). Apenas a 6% de los fallecidos se les vinculaba con
delitos graves (homicidios, secuestros, porte o tráfico de armas, violación).
En
cuanto a la necesidad y proporcionalidad en el uso de la fuerza, el dato
promedio es el siguiente: por cada funcionario fallecido en este tipo de
intervención mueren 122 civiles; por cada funcionario herido mueren 20 civiles;
por cada civil herido por intervención de la fuerza pública fallecen otros 35.
Esto indica claramente que hay un uso desproporcionado de la fuerza por parte
de los organismos de seguridad del Estado. Cuando se contrastan estas cifras
con correlaciones similares de otros períodos se puede apreciar un incremento
considerable de la letalidad policial durante los últimos años.
Es
fundamental construir una mínima estabilidad institucional, revisar la
estructura política del Estado, la justa redistribución de la riqueza y la
igualdad de oportunidades, un ejercicio del poder limitado por la ley, con
pesos y contrapesos, la independencia del Poder Judicial y del Ministerio
Público, la adscripción de un órgano de investigaciones a este último, así como
la solidez y fortaleza de estos espacios. Como dice Zaffaroni: “Para que se
produzca una masacre masiva el Poder Judicial debe estar completamente neutralizado,
pues esta requiere el descontrol completo de la potencia policial” (2011).
Debe
contarse con información y diagnósticos concretos y de calidad para la toma de
decisiones y las intervenciones acertadas. Establecer claros controles y
fiscalización sobre las instituciones policiales y militares, sobre todo
respecto al uso de armas y municiones. El objetivo de estas instituciones debe ser
la reducción de la violencia, en especial de la que tiene resultados letales,
no su incremento.
Ante
la conflictividad y la reducción de la violencia el Estado debe intervenir de
manera oportuna y permanente. La intervención policial en la conflictividad no
es exclusiva, pero sí es importante. Se necesita una mejor y debida prestación
del servicio policial, tal como se ha diseñado a partir de 2006 desde la Comisión
Nacional para la Reforma Policial y plasmado en 2009 en la Ley Orgánica del Servicio
de Policía y Cuerpo de Policía Nacional Bolivariana. Este modelo normativo debe
trascender la mera propaganda oficial para convertirse en una realidad
institucional.
Ante
el cambio discursivo y de prácticas policiales y militares de los últimos años,
donde parece estarse sustituyendo el Estado Social de Derecho por un Estado
Policial-Militar, se considera importante insistir en lo siguiente: la
presencia del Estado Social es fundamental; las instituciones encargadas de la satisfacción
de los derechos básicos a la alimentación, salud, educación, trabajo y vivienda
deben ser las primeras en estar presentes en la comunidad y cumplir con su rol.
Esto no significa que deba confundirse la política social con la política de
seguridad, la segunda debe formar parte de la primera. Una política de
seguridad sin una política social que le sirva de marco y que no sea realmente
efectiva, carece de sentido. No se puede pretender sustituir con el Sistema
Penal y con las policías lo que no se ha realizado previa y efectivamente con
la política social
Notas
[1] Ejecución sumaria es la privación de
la vida como resultado de un homicidio perpetrado por agentes de seguridad con
tolerancia, complicidad o consentimiento de un gobierno nacional (ONU, 1991).
[2] La diferencia en la cantidad de
noticias entre un año y otro, en parte, se debe a que los distintos
acontecimientos políticos que ca-racterizaron al año 2017 ocasionaron que el
tema de la violencia institucional en el marco de operativos policiales saliera
de la agen-da mediática y, en consecuencia, pública del país, para enfocarse
más en la violencia vinculada a las manifestaciones y su control. Esto no obsta
para que en la operatividad real de las fuerzas de seguridad también se haya
dado este desplazamiento de objetivos (PROVEA: Situación de los Derechos
Humanos en Venezuela. In-forme anual enero/diciembre 2017. Capítulo Derecho a
la Libertad Personal). Sobre este contexto se volverá más adelante. Por otra
parte, la información pública sobre estos casos es cada vez más di-fícil de
obtener, aun la que proviene de los medios digitales, pues gran parte de los
enlaces de las noticias donde se halla la informa-ción son posteriormente
bloqueados o eliminados. Es por ello que, además de la elaboración de bases de
datos, se debe conservar una copia de la noticia en el momento de su
publicación.
[3] Pudiera afirmarse, por ejemplo, que
los casos de muertes en manos de las fuerzas de seguridad del Estado que
llegan a la prensa se encuentran entre 20% y 30% de los casos que conocen las
instituciones del Sistema Penal, tal como pudo verificarse con las cifras sobre
este tipo de casos conocidas por el Ministerio Público entre 2000 y 2007 en
contraste con las reportadas por PROVEA para el mismo período (Ávila, 2016).
Sobre este particular se volverá más adelante.
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