José Meslier
Puede
decirse que el ser humano tiene avidez por lo "maravilloso". Es algo
que debería ser alimentado por el conocimiento y la inteligencia; sin embargo,
se apropia de ese apetito, o necesidad, toda suerte de charlatanes y
proveedores de la superstición (habitualmente, por motivos crematísticos). lo
que puede proporcionarnos la ciencia es mucho más grande que cualquier
cosmovisión aportada por las religiones y creencias, siendo siempre cautos con
nuevas vías que conduzcan al ser humano a otras formas de reverencia y
subordinación, por lo que una ética humana (y humanista) debe abarcar el campo
cognitivo. desgraciadamente, la decadencia de las religiones tradicionales dio lugar
a un vacío ocupado por otra vías paranormales; el escepticismo y un pensamiento
crítico, en aras de un conocimiento sólido, ha dejado lugar a nuevas formas de
credulidad y superstición.
A pesar
de esta reflexión, sí hay que aclarar algunas cosas. es fácil invocar con
palabras a la ciencia, al conocimiento "verdadero", pero algunos se
cuestionarán si podemos estar seguros que no lo es aquello que otros consideran
mera superstición (pseudociencia es el término que más me gusta, ya que creo
que no debería herir susceptibilidades). Después de todo, hay cosas de nuestra
vida cotidiana producto del desarrollo tecnológico, que las personas del pasado
hubieran considerado tan improbables como, por ejemplo, una aparición
sobrenatural. al respecto, hay que recordar la llamada tercera ley del gran
escritor de ciencia ficción: "Cualquier tecnología lo bastante avanzada es
indistinguible de la magia" (con esta aseveración, jugaba en sus historias
otro excelente narrador de lo fantástico, Richard Matheson). Con ello quiero
decir que un escepticismo dogmático, acusación que se utiliza como argumento para
defender la pseudociencia frente a los que la cuestionan, puede ser tan pernicioso
y ridículo como la mayor de las credulidades. Multitud de personas, negaron la
posibilidad del progreso en el conocimiento y en la innovación, en nombre de un
escepticismo que se muestra más bien como una postura obtusa y conservadora.
Por lo tanto, por sí misma, la incredulidad dogmática ante lo que puede parecernos
extraño o falto de explicación no es una virtud. Hay que diferenciar esa actitud
de un escepticismo crítico y racional, plenamente justificado (claro está, si
poseemos el conocimiento para no, simplemente, "suspender el
juicio").
La
respuesta para tener una actitud escéptica y crítica de peso es que tal cosa no
es explicable por la ciencia. Naturalmente, ello solo vale para la ciencia que
conocemos al día de hoy, por lo que el conocimiento científico nunca debería
ser dogmático. Por supuesto, eso no es un argumento para legitimar lo que no es
más que mera creencia metafísica, ni para creer cualquier cosa apelando a la tercera
ley de Clarke. tal y como razona Richard Dawkins, de esa ley no se deduce la
contraria: "cualquier afirmación mágica que pueda hacer cualquiera en
cualquier momento es indistinguible de un avance tecnológico futuro". las
más de las veces, las afirmaciones extraordinarias no han sido nunca
legitimadas de modo alguno. Particularmente, cuando me topo con algún relato
asombroso o milagroso, trato de indagar en primer lugar en la persona que lo
aporta (por ejemplo, algún tipo de interés, creencia o condicionamiento que
pueda tener). al respecto, hay que recordar la prueba lógica expuesta por el
filósofo david Hume: "ningún testimonio es suficiente para establecer un milagro,
a menos que el testimonio sea tal que su falsedad fuera más milagrosa que el
hecho que trata de establecer". Detrás de todo testimonio, incluso de
aquellas personas que puedan parecer una autoridad, pueden estar diversos
factores: error honesto, embuste descarado, delirio, alucinación, ilusión...
Por supuesto que no hay que ser dogmáticos con la ciencia, pero si lo que hoy
conocemos como tal es derrocado o superado, lo será gracias a una investigación
rigurosa y un método repetitivamente efectivo.
Desgraciadamente,
como ocurre también en cuestiones políticas y morales, el control de los medios
por parte de diversos intereses económicos (y, ojo, la diferencia entre unos intereses
u otros es simplemente su mayor o menor alcance, no su validez cognitiva),
conduce a que se primen ciertas supersticiones y falsedades e influyan sobre la
conciencia popular (a pesar de lo que sostienen algunos autores, sigo
considerando al conocimiento como el método subversivo más eficaz). de esa
manera, ese apetito por lo maravilloso que mencioné al principio del texto
queda cubierto de manera cuestionable, no por las maravillas que debe
aportarnos la ciencia. desgraciadamente, el combate contra la superstición no
se realiza desde la educación, más bien todo lo contrario, por lo que los
resultados pueden ser determinantes en los críos, los cuales son obviamente
crédulos por su condición (y tienen que serlo, ya que al no tener capacidad de
discernimiento deben fiarse del criterio de personas adultas, para lo bueno y tantas
veces para lo malo). No hay diferencia entre la credulidad que muestra un niño
acerca de un Papá Noel o la que tendrá si un adulto le asegura cualquier
disparate sustentado en la fe. el niño tiene esa condición "crédula"
por necesidad, siendo su principal nutriente los adultos que le rodean, ya que
posteriormente deben convertirse en personas desarrolladas con capacidad para
desenvolverse en una sociedad basada en el conocimiento. Ese desarrollo del niño,
por supuesto, no se produce de golpe, sino gradualmente. Sin embargo, si bien
la candidez confiada es buena y saludable en un niño, puede llegar a
convertirse en una credulidad enfermiza y reprobable en un adulto. Sin ánimo de
entrar con rigor en el terreno psicológico, es posible que la persistencia en
los adultos de la credulidad esconda un deseo de recuperar las seguridades y
comodidades perdidas en la niñez. Hay que recordar las palabras de otro gran
escritor y divulgador científico, Isaac Asimov: "inspecciónese cada una de
las muestras de la pseudociencia y se encontrará una manta de seguridad, un pulgar
que chupar, una falda que agarrar".
Lo que en
la infancia puede ser virtud, una credulidad necesaria para su desarrollo y la
ulterior autosuficiencia, puede llegar a ser patológico en el adulto, siendo
blanco fácil para toda suerte de charlatanes y pseudo-ciencia. tal y como
afirma Richard Dawkins, las facultades críticas que debe tener la persona
desarrollada se producen a pesar de esas inclinaciones de la niñez, no debido a
ellas: "Necesitamos sustituir la credulidad automática de la niñez por el
escepticismo constructivo de la ciencia adulta". Hay que aclarar que los
calificativos de "ingenuo" o "crédulo" no son estrictamente
aplicables a los niños. Son algunos adultos los verdaderamente crédulos, cuando
creen cualquier cosa que oyen o leen, a pesar de que contradiga lo que antes
han oído o leído. Sin embargo, hay otra actitud devastadora originada en la
infancia que se da cuando se combina una credulidad temprana con la actitud opuesta,
el tozudo mantenimiento de una creencia. Si la educación debería estar dirigida
a crear personas libres y responsables, su desvirtuación controlada conduce a
esa nefasta combinación entre credulidad y dogmatismo. Como decían aquellos
viejos jesuitas, los cuales eran plenamente conscientes de la labor que realizaban:
"dadme al niño durante sus primeros siete años, y os devolveré al hombre".
[Publicado
originalmente en el periódico Tierra y
Libertad # 286, Madrid, mayo 2012. Número completo accesible en https://www.nodo50.org/tierraylibertad/286%20mayo.pdf.]
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