Jorge
Martínez C. y Ulpiano Ruíz-Rivas
Otro mundo es posible, otra tecnología es posible. Objetivos
tan incontrovertibles como luchar contra la pobreza, la desigualdad y la
injusticia, garantizar el acceso a servicios básicos (agua, energía...), o
enfrentar el problema de la sostenibilidad y el cambio climático constituyen
una nueva agenda global de desarrollo. La Universidad pública, comprometida con
la sociedad, debe contribuir en este proceso a favor de un desarrollo
sostenible y socialmente justo mediante la crítica, la generación de
conocimiento y la cooperación con universidades de países empobrecidos. Aunque
dicha contribución debe realizarse desde todos los ámbitos, en este artículo
nos centraremos en la labor de los tecnólogos ante problemas graves de
abastecimiento.
Tecnología, desarrollo, sociedad, pobreza, justicia
o sostenibilidad son conceptos complejos e interrelacionados. En este artículo
daremos una visión resumida de los problemas de la tecnología para luchar
contra la pobreza y para alcanzar un desarrollo sostenible. Para ello primero
enunciaremos brevemente los paradigmas que han ido dominando la cooperación
internacional al desarrollo a lo largo de los años. Seguidamente revisaremos el
concepto y alcance de una tecnología alternativa pensada para la lucha contra
la pobreza y la crisis medioambiental, y detallaremos algunas de las
disyuntivas y dilemas que surgen en el proceso. Finalmente, resumiremos el
papel de la cooperación universitaria y en especial las acciones llevadas a
cabo en nuestro país. En todo momento haremos especial hincapié en el problema
del abastecimiento de energía, en el que trabajamos.
Paradigmas
de la Cooperación Internacional para el Desarrollo
En septiembre de 2015, más de 150 jefes de Estado y
de Gobierno se reunieron en la denominada Cumbre del Desarrollo Sostenible de
la ONU. Dicho foro dio lugar a una nueva
agenda internacional para el desarrollo, la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible,
que contiene 17 objetivos generales y 169 metas concretas de aplicación universal
-los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)- que rigen los esfuerzos de los
países para lograr un “mundo sostenible” en el horizonte de 2030. Aunque los
ODS no son jurídicamente obligatorios, se “espera” que los gobiernos los
adopten como propios y establezcan marcos nacionales para su logro.
Los ODS son herederos de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODM, 2000-2015) y buscan ampliar las metas de aquellos
y cubrir sus deficiencias. ODM y ODS han influido fuertemente en la
arquitectura y el trabajo de las distintas entidades que intervienen en el
ámbito de la cooperación para el desarrollo en lo que va de siglo XXI. El concepto
de desarrollo ha ido evolucionando bajo diferentes paradigmas desde que, tras
la Segunda Guerra Mundial, las nociones de “subdesarrollo” o de “Tercer Mundo”
emergieran en el marco de los acuerdos de Breton Woods y la aplicación del Plan
Marshall en Europa, y en paralelo a la Guerra Fría y a los procesos de descolonización
en África y Asia. Aquella visión economicista, desarrollista y eurocéntrica en
la que se consideraba que ciertos países y sociedades tenían un “retraso histórico”
respecto a la civilización occidental y que debían seguir ciertas etapas para
“progresar” en el camino a una sociedad de consumo de masas sin límites, ha
dado paso, paulatinamente, a nuevos paradigmas que han ido incluyendo
modificaciones a través de corrientes paralelas (teoría de la dependencia),
nuevas realidades (crisis energética, “nuevo orden internacional”), conceptos novedosos
(la teoría de las capacidades y el desarrollo humano), y finalmente la entrada
de la sostenibilidad como aspecto sustantivo. A través de todos estos cambios,
los actuales ODS postulan la visión de un desarrollo multidimensional, que
integra la variable económica con otras variables como el acceso a la educación
y la sanidad universal, el empoderamiento de la mujer, y la sostenibilidad
medioambiental, en un mundo con claros límites de crecimiento. De hecho, una
singularidad destacable de los ODS respecto a los ODM y paradigmas anteriores
es que compromete a todos los países, ya sean ricos, pobres o de desarrollo
medio, a acometer medidas que impulsen el bienestar económico al tiempo que
protejan el planeta. Esta visión global es fruto evidente de las estrategias de
sostenibilidad, pero aunque resulta una característica novedosa y atinada, es
más que dudosa su incidencia en un auténtico cambio estructural a nivel global.
Los cambios de paradigma se han traducido en modificaciones
tanto en los propios actores del desarrollo como en las acciones y proyectos
ejecutados. Los actores ya no son solo entidades supranacionales, gobiernos
nacionales u ONGD (muchas de ellas confesionales), sino que ayuntamientos,
universidades, institutos de investigación y, como no, empresas se incorporan a
ese escenario. Las acciones muestran un amplio abanico de posibilidades que
abarcan temas como la igualdad de género, las libertades políticas y los
derechos humanos, el trabajo con grupos vulnerables, las herramientas
metodológicas de participación, el suministro de servicios básicos (educación,
sanidad, agua, energía), o las tecnologías apropiadas para el desarrollo, entre
otros. Todo ello muestra un horizonte amplio en el que la cooperación para el
desarrollo encuentra un ámbito propio en la construcción de una sociedad internacional
más justa.
Quizá podríamos decir, en un exceso de optimismo e ingenuidad,
que de unas políticas que hicieron, sin pudor alguno, de la cooperación para el
desarrollo un instrumento al servicio de las estrategias económicas de los países
del primer mundo se ha dado paso a una cooperación más descentralizada, participativa
y en pie de igualdad entre todos sus actores. Sin embargo, es evidente que se
mantienen los corsés establecidos por el modelo tecnológico industrial, el
escenario macroeconómico de crecimiento y las políticas y presupuestos
definidos por los países ricos, y que la ayuda dista mucho de alejarse de una
visión asistencialista y humanitaria (de emergencia) que sólo enfoca una parte
del problema. El uso del término “para el desarrollo” debería indicar
actividades con el objetivo de la mejora en la condición material, social o
personal de una población cuyo estado actual se debe a causas estructurales, a
diferencia de las intervenciones (justas y necesarias, pero diferentes) que
tienen por objeto paliar o recuperar a la población de accidentes o catástrofes
ocasionales.
En la agenda del desarrollo y entre los 17
objetivos y sus distintas metas contempladas cabe destacar por el ámbito de
trabajo de quienes escriben, los siguientes: ODS1 (Poner fin a la pobreza en
todas sus formas en todo el mundo), ODS4 (Garantizar una educación inclusiva,
equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la
vida para todos), ODS6 (Garantizar la disponibilidad de agua y su gestión
sostenible y el saneamiento para todos), ODS7 (Garantizar el acceso a una
energía asequible, segura, sostenible y moderna para todos), ODS13 (Adoptar
medidas urgentes para combatir el cambio climático y sus efectos). Queremos
subrayar que la teórica contundencia de los objetivos queda muy rebajada por la
concreción más prudente de las metas, que nos permite tener una idea más realista
del alcance real de los objetivos.
Asegurar el acceso a una tecnología adecuada (que
en muchos casos no ha sido aún desarrollada) debe formar parte importante de la
línea de acción definida por estos objetivos (y del resto de 17 objetivos). A todos
ellos, por tanto, debe contribuir la cooperación tecnológica y la Universidad
como agente de desarrollo en la comunidad internacional. Ciencia, Tecnología e
Innovación (CTI) son, según UNESCO, elementos centrales para el desarrollo de sociedades
del conocimiento sostenibles. En el ámbito particular del abastecimiento de
agua y energía, la investigación sobre fuentes mejoradas de agua potable y
sistemas para la gestión eficaz del agua y el saneamiento, así como en sistemas
sostenibles, asequibles y accesibles de energía para todas las personas y, en
paralelo, la formación de profesionales locales que sepan diseñar, mantener y
operar dichos sistemas, son aspectos básicos en la agenda de desarrollo.
Tecnologías
alternativas para luchar contra la pobreza
Entendemos “tecnología” en su visión amplia, como una
intervención práctica sobre una zona de la realidad, física o social, que
implica: artefactos (industriales o artesanales), diseños, técnicas (ingenieriles
o artesanales y físicas o sociales), habilidades o capacidades, y conocimientos
(científicos o tradicionales).
La crítica a la tecnología es, posiblemente, tan
vieja como la propia tecnología. En las últimas décadas se han desarrollado
muchas iniciativas de diseño de tecnologías alternativas, con objetivos
diferentes (lucha contra la pobreza, contra el sistema, por el medio ambiente)
y con la intención de soslayar los problemas generados por el modelo
científico-industrial de desarrollo tecnológico. Las diferentes iniciativas,
agrupadas en movimientos o en acciones de carácter individual, definen una vía
de generación tecnológica diferente al modelo habitual, basado en el mercado de
los países ricos y/o con una fuerte financiación del Estado. Aunque la base de
la crítica de la tecnología es anterior (cabe citar los trabajos de Mumford,
rescatados últimamente en nuevas ediciones en castellano [1]) la mayoría de
estas iniciativas tienen su base, reconocida o no, en el intenso debate sobre
los límites del modelo desarrollista y el papel social de la tecnología en la
década de los 60. Los primeros accidentes nucleares durante los 50 (Chalk
River, Windscale) dieron lugar a análisis filosóficos y sociológicos sobre el
papel de la tecnología en el modelo de desarrollo occidental, a lo que se unió,
años más tarde, el debate sobre los límites del crecimiento y el surgimiento
del movimiento ecologista. Estos debates cristalizan en una serie de libros y un
conjunto de movimientos con una visión radical sobre el modelo industrial de
desarrollo. Entre la documentación producida cabe destacar, por su carácter
seminal, los libros de I. Illich [2] o E.F. Schumacher [3]. Estos escritos tienen
en común una crítica al modelo industrial de organización de la producción y
consumo masivos a partir de consideraciones de sostenibilidad ambiental, social
y humana. En cuanto a los movimientos que surgen entonces, cabe destacar el
movimiento ecologista, de enorme influencia, ya que ha conseguido trasladar
parte de sus postulados a la agenda internacional, el movimiento de tecnologías
alternativas y el movimiento de tecnologías intermedias (o tecnologías
apropiadas) fundado por el propio Schumacher.
Las propuestas de Illich y Schumacher, a pesar de sus
diferencias relevantes, coinciden en varios aspectos fundamentales que vertebran
a los diferentes movimientos de tecnologías alternativas surgidos a partir de los
años 70:
• la insostenibilidad medioambiental del modelo industrial
de crecimiento dada la necesidad continuada y creciente de recursos finitos;
• la inadecuación de las herramientas industriales
para el objetivo original de aliviar la carga de trabajo del ser humano y en
especial aquella que sea desagradable,
• la programación del ser humano que subyace en el
modelo de producción de masas, que confunde medios (herramientas) con fines
(objetivo de su uso),
• la inadecuación a entornos desfavorecidos tanto por
escala como por opciones de beneficio.
Como consecuencia de este análisis, se aboga por
una cultura de la simplicidad que requiere el desarrollo de herramientas
baratas para ser accesibles, de pequeña escala (la importancia concedida a lo
grande es, según Mumford, un rasgo comercial que no está en la base de la tecnología,
de escala originalmente modesta; este rasgo adquiere especial relevancia al
hablar de sostenibilidad), hechas con materiales locales para un consumo local,
en contraposición a una tendencia a la continua innovación dirigida
exclusivamente al consumo de una minoría (a escala mundial) privilegiada.
Estos conceptos de crítica de la tecnología tienen
una gran relevancia en los movimientos históricos de tecnologías para luchar
contra la pobreza y subyacen en otros posteriores, cuando parte de la carga
crítica inicial ha sido asumida por la corriente dominante (e incluida en las
estrategias del Banco Mundial, la OCDE, los ODM y ODS, etc.). Otros aspectos no
integrados permanecen en la base de nuevas corrientes radicales de tecnología
alternativas, como los movimientos de tecnologías enraizadas en países
empobrecidos o el curioso movimiento maker
(cultura hacedora), de escala global.
Sin entrar en el detalle de los movimientos de diseño
y generación de tecnologías alternativas para luchar contra la pobreza que han
surgido en los últimos 20 años (el lector curioso puede indagar sobre
movimientos como el denominado base de la pirámide, la tecnología frugal o de
extrema asequibilidad o las tecnologías sociales aparte de los ya citados), es
relevante identificar dos ideas contrapuestas que suponen una disyuntiva de
base para cualquier iniciativa en el campo. Esto es, la diferencia entre
aquellas iniciativas que subrayan como lo sustantivo el concepto desarrollo (y
no consideran esencial una crítica al modelo tecnológico de producción de masas
para el mercado, más allá de que sus resultados atiendan a criterios de
accesibilidad económica local); y aquellas iniciativas que por el contrario
consideran en un plano de igualdad con desarrollo (o incluso como algo más relevante)
el carácter alternativo de las tecnologías (es decir, valoran tanto o más las
restricciones que surgen de la crítica al modelo de producción de masas
—medioambientales, humanas, socio-comunitarias, de capacidades, etc.— como su
contribución al desarrollo). Esto nos sitúa en una confrontación básica entre
movimientos.
Bajando a un plano más práctico y más allá de las disyuntivas
mencionadas, de forma esquemática podríamos caracterizar las tecnologías
apropiadas como:
• Concebidas para satisfacer las necesidades
esenciales de la población.
• Poco costosas o amortizables en un largo periodo de
tiempo.
• Sencillas de usar y mantener, y con necesidades
de herramientas o equipamiento mínimas.
• Modulares y/o de pequeña escala.
• Construidas con materiales accesibles localmente.
• Basadas en fuentes energéticas renovables, descentralizadas
y poco intensivas: energía humana o animal, solar, metano, microhidráulica,
eólica, etc.
• Con costes
de operación bajos o nulos.
• Generadoras de residuos de bajo impacto ambiental
o reciclables.
• Con un
hueco destacado a la creatividad y el desarrollo local.
• De gran
disponibilidad, robustez y/o durabilidad o con reemplazos asequibles.
Aparte de las bases ideológicas de cada movimiento o
iniciativa, cada problema y cada lugar pueden requerir soluciones diferentes y
la tecnología que ha sido un éxito en determinadas zonas empobrecidas no
consigue a veces implantarse en otras latitudes por razones de distinta índole.
No obstante, hay una miríada de propuestas de tecnologías alternativas de
implantación exitosa (aunque en todos los casos existen visiones críticas sobre
el éxito de cada propuesta, como resultado entre otras causas de la diferencias
de base). Sin querer extendernos y a manera de ejemplos, el lector puede
consultar el uso de bombas manuales de autoconsumo como la bomba de mecate o la
Treadle (para riego), la implantación de sistemas de bombeo FV o la
comercialización de herramientas como el Hippo roller, o el WaterDonky dentro
del ámbito del abastecimiento de agua; el uso de la lámpara Moser o de
linternas solares portátiles para iluminación, de cocinas mejoradas como la
Patsari o la Oorja, de neveras portátiles como la Chotukool, o, en sistemas
mayores, el uso de biodigestores comunitarios o el establecimiento de redes
inteligentes basadas en generación renovable en zonas aisladas, todo ello en el
campo del abastecimiento de energía. Todas estas tecnologías alternativas han logrado
una vasta implantación en determinadas zonas del planeta, y están siendo
utilizadas por un gran número de personas en entornos desfavorecidos.
La
Cooperación universitaria al desarrollo y la cooperación tecnológica
El Código de conducta de las universidades
españolas en materia de cooperación internacional (2007) define la Cooperación
Universitaria al Desarrollo (CUD) como «el conjunto de actividades llevadas a
cabo por la comunidad universitaria y orientadas a la transformación social en los
países más desfavorecidos, en pro de la paz, la equidad, el desarrollo humano y
la sostenibilidad medioambiental en el mundo, transformación en la que el
fortalecimiento institucional y académico tienen un importante papel». Esta
cooperación se articula habitualmente mediante dos tipos de acciones de
cooperación bilateral o multilateral, sean estas exclusivamente entre
instituciones universitarias, para compartir experiencias y recursos, o entre
Universidades y otros agentes públicos o privados, para inducir, fomentar y
apoyar estrategias de desarrollo.
Una parte de la cooperación universitaria al
desarrollo está orientada a la colaboración docente sobre planes de estudios
entre universidades de países desarrollados y en desarrollo, ya sea en el nivel
de grado o máster, y a la colaboración científico-técnica en la formación de
doctores y la dotación de infraestructuras de laboratorios docentes o de
investigación en los países en vías de desarrollo.
En nuestro ámbito de trabajo en concreto, el de la ingeniería
de la energía, los sistemas universitarios de los países en desarrollo han
realizado un enorme esfuerzo durante las últimas décadas en la generación de
titulaciones relacionadas con la energía, apoyados en muchos casos por
estrategias CUD de universidades del primer mundo. Sin embargo, y analizados
globalmente, los planes de estudios que se imparten (y el proceso de su génesis
puede haber sido parte del problema) son en exceso deudores de los existentes
en el primer mundo. Más aún, los materiales docentes y la propia bibliografía
son comúnmente importados. Sin embargo y como se ha pretendido explicar en los
dos primeros puntos, los problemas que afronta un estudiante o un profesional
de la ingeniería trabajando en zonas empobrecidas no son los mismos, al menos
en parte, que los que afronta ese profesional en un país desarrollado. Ni las
necesidades son las mismas, ni las tecnologías accesibles (o posibles en un
futuro cercano) son las mismas, ni el mercado de trabajo es similar, ni los
entornos social y cultural se parecen en demasía. Si este problema se puede
soslayar parcialmente en las zonas más desarrolladas de países empobrecidos, el
salto es mucho mayor cuando se trata de zonas rurales aisladas, donde viven los
800 millones de personas más pobres del planeta.
El colonialismo cultural y científico sigue
vigente, esa dependencia de la metrópoli merma los conocimientos aplicables de
los profesionales de la ingeniería en su entorno más cercano, y olvida el
compromiso social de la tecnología y sus profesionales al servicio de un desarrollo
humano sostenible. Ignorar estos aspectos, como mayoritariamente se continúa
realizando, puede disminuir el efecto de las sucesivas promociones de titulados
en la solución de los problemas de la sociedad local y no contribuye al
desarrollo sostenible, real y futuro de las sociedades empobrecidas.
Esta realidad viene avalada por datos incontrovertibles,
ya que el avance en todos los ámbitos de la energía sostenible no está a la
altura de lo que se necesita para lograr su acceso universal y alcanzar las
metas del ODS 7. Si se desea lograr mejoras significativas, es evidente que la
clave está en mayores niveles de financiación, pero también se puede contribuir
con políticas universitarias más audaces, además de la disposición de los
países para adoptar nuevas tecnologías en una escala más amplia. No podemos
olvidar que:
• A nivel mundial, 1000 millones de personas (alrededor
de un 15% de la población) todavía viven sin electricidad, en especial en zonas
rurales y más de la mitad en África Subsahariana.
• Más de 3000 millones de personas (40% de la población),
la mayoría de Asia y África Subsahariana, todavía cocinan con combustibles muy
contaminantes y tecnologías poco eficientes.
• Las energías renovables modernas (sin considerar la
energía humana y la de la madera) aportan menos de un 20% al consumo final de
energía
• La reducción de la intensidad energética se
centra en los sectores de la industria y el transporte, y no basta para cumplir
la meta de duplicar la tasa mundial de mejora de la eficiencia energética.
Notas
[1] Mumford, Lewis (1934). Técnica y civilización.Madrid:
Alianza, 1998. Libro clásico de filosofía de la técnica, que elabora un estudio
de la incidencia sociocultural de la tecnología en los últimos cinco siglos y
resalta con gran lucidez los problemas venideros. Se prepara una edición nueva
en la Editorial Pepitas de Calabaza, que ha publicado otras obras de Mumford
sobre el tema como El mito de la máquina. Existe versión en pdf en la
web.
[2] Illich, Ivan. (1973) La convivencialidad.Barral
Editores, S.A., Barcelona, 1974. Virus Editorial, 2012. Crítica de la
producción de masas por parte del autor de La sociedad desescolarizada.
Es una obra seminal para los movimientos radicales de desarrollo de tecnologías
alternativas. Versión en html y pdf disponible en https://www.ivanillich.org.mx/.
[3] Schumacher, Ernst Friedrich. (1973). Lo pequeño
es hermoso. H. Blume, Barcelona, 1975. Akal, 2013. Lo más parecido a un best seller
en el campo de las tecnologías apropiadas. El libro de Schumacher creo un
movimiento con miles de adeptos en todo el mundo que perdura hasta la
actualidad (con especial vitalidad en la India). Existe versión en pdf en la
web.
[Versión resumida de artículo publicado
originalmente en revista Libre Pensamiento # 94, Madrid, primavera 2018. Número
completo accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2018/09/LP-94_web.pdf#new_tab.]
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