Antulio
Rosales
El resurgimiento del extractivismo como modelo de
desarrollo y de vinculación con la economía global vino de la mano del Estado
en la primera década del siglo XXI. La apropiación de recursos naturales en un
contexto de mejoras de los términos de intercambio, dado por el aumento en la
demanda impulsada por el crecimiento económico de China e India, fue un puntal
para modelos de desarrollo sustentados en la redistribución de la riqueza y la
expansión de inversiones e infraestructura (Bebbington y Humphreys Bebbington,
2011; Gudynas, 2009). Durante este período, si bien el nacionalismo de recursos
se hizo presente, como es normal durante épocas de altos precios, el avance del
extractivismo no estuvo reñido con las inversiones extranjeras (Burchardt y
Dietz, 2014; Haslam y Heidrich, 2016; Rosales, 2013; Veltmeyer, 2013b). En
muchos casos, gobiernos bajo la égida post-neoliberal utilizaron el aumento de
las rentas extractivas para expandir la inversión social y satisfacer demandas
de inclusión de vieja data y la ampliación de derechos sociales sin que ello
implicara una ruptura radical con el modelo que procuraba la estabilidad
macroeconómica y la protección de la propiedad como base jurídica para la
inversión (Grugel y Riggirozzi, 2012; Kohl y Farthing, 2012; Nem Singh, 2014).
El neo-extractivismo bolivariano, en cambio, fue un
modelo sustentado en la apropiación de la renta petrolera y el establecimiento
de mecanismos diversos para la distribución de la riqueza que facilitara la
contención de conflictos sociales, la rentabilidad electoral del presidente
Hugo Chávez y, a su vez, la supremacía de su proyecto político sobre las
alternativas (Bautista Urbaneja, 2013; Corrales y Penfold, 2011). Las políticas
de nacionalización y expropiación del gobierno bolivariano fueron, en muchos
casos, más expansivas y radicales que las de sus pares de la región, aunque en
el caso de los hidrocarburos, inversionistas de diversos orígenes mantuvieron
sus compromisos en el país debido al interés estratégico que implicaba la
reserva de petróleo crudo más grande del mundo y, además, por la aparición de
emergentes empresas estatales provenientes de países emergentes que competían más
intensamente con empresas privadas del norte global que en el pasado (De
Graaff, 2011; Koivumaeki, 2015; Rosales, 2017b).
Existen algunos rasgos definitorios en el modelo de
desarrollo bolivariano que lo distinguen en buena medida de los procesos regionales
que emergen paralelamente. En primer lugar, el gobierno de Hugo Chávez libró
una batalla frontal con la estructura gerencial de la empresa estatal de
petróleo, Petróleos de Venezuela (PDVSA). Esta batalla incluyó una huelga
general de sus trabajadores que buscaba la renuncia del presidente luego de la
aprobación de una nueva ley de hidrocarburos vía decreto habilitante
presidencial. Esta ley de hidrocarburos retornaba la centralidad de la
captación de rentas, por vía de la regalía y los impuestos a empresas
extractoras, a la política petrolera nacional, un principio socavado por la
política de apertura petrolera de los años noventa del siglo pasado. La regalía
se elevaba a un 30% (aunque el impuesto sobre la renta al sector petrolero
disminuía); en todo caso transformaba radicalmente la relación con las empresas
extractoras, incluyendo aquellas que operaban en la Faja Petrolífera del
Orinoco (República Bolivariana de Venezuela, 2001). El gobierno además intervino
en el modelo gerencial de la empresa en formas que contravenían la tradicional
meritocracia heredada de la industria petrolera concesionaria previa a la
nacionalización. La resistencia de la empresa a estas políticas culminó con el
control militar de PDVSA después de dos meses de huelga general y una
reestructuración corporativa que implicó la salida de más de diez mil
trabajadores y la estricta subordinación política de PDVSA al gobierno
(Hellinger, 2016; Hults, 2012; Philip y Panizza, 2013; Rosales, 2018).
La subordinación política de PDVSA facilitó que
durante los años posteriores a 2003, el gobierno utilizara la empresa como
financista y ejecutora de diversas políticas sociales con fondos provenientes
del petróleo. Los otros dos elementos pilares servían para fortalecer la dinámica
de control sobre la renta de los hidrocarburos en la presidencia.
La política de control de cambio que fijaba el
precio del bolívar frente al dólar se tradujo en un importante mecanismo de
transferencia de rentas internacionales por la vía de la sobrevaluación de la
moneda. Aunado a la política cambiaria, el gobierno nacional estructuró la distribución
del ingreso nacional a través de mecanismos ad hoc que no contaban con la
fiscalización tradicional de las instituciones de elección popular. En primer
lugar, estimó de manera conservadora del precio del barril de petróleo en el
presupuesto nacional, constituyendo un artificial superávit de ingresos que en
vez de pasar a engrosar los fondos de estabilización creados para paliar la
vulnerabilidad de los precios del petróleo, fueron utilizados de manera
discrecional por el Ejecutivo. De igual forma, el gobierno central modificó en
2005 la ley del Banco Central de Venezuela e instauró un novedoso concepto de “reservas
necesarias” y “reservas excedentarias” que permitieron al gobierno crear un
bypass en las cuentas externas y constituir fondos especiales sin supervisión
institucional destinados a la inversión social, proyectos de desarrollo e
incluso políticas sociales de corte internacional (República Bolivariana de
Venezuela, 2005).
Por medio del control financiero y político de
PDVSA y la constitución de fondos extraordinarios paralelos al presupuesto, el
gobierno bolivariano contaba con una potente herramienta de inversión social sin
contrapesos (Bautista Urbaneja, 2013; Mora Contreras et al., 2017). Esta
estructura financiera representa el espinazo del modelo de extractivismo
bolivariano que, pese a los réditos políticos y sociales que produjo en el
corto plazo, enfrentó una crisis profunda en la que todavía se encuentra.
Profundizar
el extractivismo: conclusiones momentáneas
Frente a la crisis económica actual, el gobierno de
Nicolás Maduro enfrenta una encrucijada: apelar a un cambio de política
económica que permita la estabilización y el refinanciamiento (lo cual implicaría
el reconocimiento tácito del fracaso del modelo actual, así como compromisos
políticos que apunten al retorno de la democracia, por lo que la estabilidad
del régimen estaría en grave peligro) o profundizar y radicalizar el
extractivismo abriendo nuevas fronteras de recursos naturales. En la actual
coyuntura, el gobierno de Maduro ha escogido la segunda opción. La propuesta
central del gobierno en este caso ha sido la expansión de la minería a gran
escala en el sur este del territorio venezolano, en el Arco Minero del Orinoco
(AMO).
El gobierno nacional ha aprobado - sin someterlos a
discusión de la Asamblea Nacional u otro órgano deliberativo de la sociedad -
una serie de instrumentos jurídicos para generar confianza en inversionistas
nacionales y extranjeros. El plan busca obtener recursos de la minería para
cancelar la deuda externa y reactivar las importaciones. Las Fuerzas Armadas
están llamadas a ejercer el control de la zona, limitando la acción crítica de
grupos que resisten la expansión minera y, en cambio, preservar lo que definen
como “el interés general” (República Bolivariana de Venezuela, 2016). De igual
forma, el gobierno busca facilitar condiciones especiales para que la inversión
extranjera vuelva a fluir en el sector, con incentivos tributarios, aduaneros y
menospreciando normativas ambientales y laborales que pongan en riesgo las
inversiones (República Bolivariana de Venezuela, 2016). Sin embargo, luego de
dos años de aprobada la zona de desarrollo especial del AMO, no existen
intenciones reales de inversiones extranjeras de envergadura. En cambio, el
gobierno nacional ha actuado por la vía de la regularización y formalización de
la minería ilegal a través de “alianzas estratégicas” que incluyen a los
mineros artesanales, las fuerzas armadas (y su propia empresa extractora) y
grupos armados irregulares (Ebus, 2018; López y Pineda, 2017; MINCI, 2017;
Moreno Losada, 2017).
Pese a que no existen inversiones extranjeras
importantes en la zona, el gobierno de Maduro con frecuencia utiliza al AMO
como un ejemplo de oportunidades para las inversiones y representa sin duda un
espacio de disputa para factores globales.
El modelo de neo-extractivismo bolivariano se
sustentó en la captación de la renta internacional de los hidrocarburos y la
centralización y distribución de esos recursos desde la Presidencia. Sin
embargo, ese modelo enfrentó severas grietas producto del excesivo gasto
gubernamental sin contrapesos y la inclemente monetización del déficit fiscal
que disparó la inflación. Los controles de precios y ganancias, además,
incidieron en la escasez de productos y la estrepitosa contracción económica. Durante
los años del boom petrolero, los altos precios y un prolífico endeudamiento
permitían el aumento sostenido del gasto. Detrás de esa estrategia se
encontraban las instituciones financieras chinas, las inversiones de sus
empresas petroleras, así como el contingente de inversionistas del capital
financiero internacional.
La crisis del modelo extractivista bolivariano
implica no sólo la incapacidad de sostener la inversión social del gobierno y
la debacle económica, sino que, paradójicamente, ha puesto en jaque la propia industria
petrolera, afectando el suministro de crudo a mercados internacionales. La base
central del modelo extractivo está en franco declive, con una caída sostenida
de la producción, la recomposición de la cesta petrolera venezolana a crudos
más pesados y el achicamiento del flujo de caja de la empresa nacional de
petróleo. Es decir, Venezuela enfrenta obstáculos materiales reales para
continuar su modelo extractivo: cada vez es más difícil extraer un barril de
petróleo en el país. Si bien temporalmente el gobierno venezolano busca
expandir la frontera extractiva en la minería a gran escala, cualquier
expansión extractiva - minera o petrolera - requiere de nuevas inversiones. No obstante,
ni las potencias emergentes que hasta hace poco sostuvieron la palanca de
cooperación e inversión internacional para el país, ni los mercados
tradicionales del Atlántico norte están dispuestos a invertir y financiar un
modelo en ruinas.
[Párrafos extraídos de artículo original
más extensa, titulado “El
agotamiento del modelo de neo-extractivismo en Venezuela: causas económicas y
sus implicancias globales”, accesible en http://www.obela.org/system/files/Rosales%202018%20Pensamiento%20Propio.pdf#overlay-context=blogs/aocampo.
Alli tambiés está disponible la lista con indicación detallada de las
referencias bibliográficas indicadas en el texto.]
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