Alberto J. Berroterán
En la llanura, a ambos lados de la larga carretera que une las ciudades de Barcelona y Maturín se observan las enormes torres de metal coronadas por llamaradas que nunca se apagan. Se trata de los quemadores de El Furrial, una de las principales zonas petroleras de Venezuela.
De niño, veía con asombro los inmensos mechurrios y les preguntaba a mis padres: ¿Por qué se quema el gas natural? ¿No se le puede dar un mejor uso? Treinta años después los mechurrios siguen allí. Quizá haya alguno más. Mientras atravesamos la monótona llanura en un viaje de fin de semana, mi hijo mayor fija su mirada en una impresionante llama y repite mi vieja pregunta. ¿Qué respuesta puedo darle?
En la llanura, a ambos lados de la larga carretera que une las ciudades de Barcelona y Maturín se observan las enormes torres de metal coronadas por llamaradas que nunca se apagan. Se trata de los quemadores de El Furrial, una de las principales zonas petroleras de Venezuela.
De niño, veía con asombro los inmensos mechurrios y les preguntaba a mis padres: ¿Por qué se quema el gas natural? ¿No se le puede dar un mejor uso? Treinta años después los mechurrios siguen allí. Quizá haya alguno más. Mientras atravesamos la monótona llanura en un viaje de fin de semana, mi hijo mayor fija su mirada en una impresionante llama y repite mi vieja pregunta. ¿Qué respuesta puedo darle?
Lo primero que intento ofrecer es una razonamiento técnico: le explico que el mechurrio es parte de un sistema de seguridad cuyo objetivo es proteger las instalaciones petroleras de daños por sobrepresión. Luego agrego que cuando se produce una parada en los equipos que empujan el gas dentro de las tuberías, el gas no deja de fluir de los pozos y que, para evitar una acumulación peligrosa, es quemado y enviado a la atmósfera a través de los mechurrios. Para mi sorpresa, ese ¿impecable? argumento no convence al niño. Comenta que el venteo le parece excesivo. Como le he dicho que con esto se libera la sobrepresión producida como consecuencia de fallas en equipos, me dice: pero papá, ¿cada cuánto fallan esos equipos? ¡las llamas son enormes!
Yo creo que lo mejor sería vender ese gas, señala mi hijo de 10 años. Así el país tendría más dinero. ¿Qué hace falta para llevarlo hasta las industrias?, pregunta. Me toma varios minutos explicarle que principalmente se necesitan las tuberías para transportar el gas, los compresores para empujarlo por las tuberías y las plantas de tratamiento para retirarle los contaminantes sólidos y líquidos con los que sale de los yacimientos.
Luego de esa segunda respuesta, me dice: papá, es evidente que ustedes los petroleros saben lo que se debe hacer. ¿Por qué no lo hacen? Pongan los equipos y vendan ese gas. Trago grueso y respondo: Bueno, hijo, en algunos casos la recolección del gas es antieconómica, genera pérdidas. El niño me mira asombrado. No entiende. ¿Pérdidas?¿Cómo es eso?
Luego de un breve silencio, prosigo. Le explico que en Venezuela el precio del gas está regulado y que tiene un tope proyectado anualmente en leyes publicadas en el año 2006. Afirmo que ese precio de venta no se ajusta a la realidad económica de las empresas que se dedican al negocio de poner el gas en las industrias, comercios, estaciones de servicio y hogares del país. Que todas las empresas, nacionales o extranjeras, requieren dólares para sus inversiones y cuándo no pueden recibir divisas en contraprestación por sus servicios, sencillamente no invierten. Le digo que esta es una de las causas raíces de que en Venezuela el negocio del gas no se haya desarrollado a la par del negocio petrolero y que por eso hemos visto muchas empresas internacionales invirtiendo en la Faja Petrolífera del Orinoco y tan pocas apenas en el área de gas.
¿Y por qué con el petróleo sí se puede hacer dinero?, pregunta mi hijo. Entonces le recuerdo que el petróleo es bombeado hasta muelles ubicados en las costas, y que de allí es exportado por barco al exterior. En pocos minutos entiende que en este caso, el producto se vende en un mercado donde se paga en dólares y las empresas que gastan menos de lo que perciben pueden obtener ganancias y crecer. Vuelve a indagar: ¿y en otros países el gas se quema como aquí? Señalo que no en la misma medida, que otros países han buscado hacer del gas un negocio independiente del petróleo y que algunos lo han logrado. Digo que por ejemplo, en la matriz energética regional del medio oriente el gas ocupa el primer lugar como fuente de energía.
Aquí debemos hacer lo mismo. ¡Hay que subir el precio… o vender el gas en dólares! dice el niño, ligeramente agitado. Nuevamente trago grueso antes de responder que para eso debemos cambiar las leyes y que esto requiere de un consenso que con la turbulencia política del país, es casi imposible lograr. Entonces el niño baja la cabeza y pausadamente me dice: bueno, papá, entonces tenemos que cerrar los pozos de gas. Así cuidamos el ambiente y guardamos el recurso hasta que se pueda vender a un precio que deje un saldo positivo a la empresas.
Bueno, hijo, lo que ocurre es que mucho de este gas es asociado, viene de los pozos petroleros. Entonces, si cerramos los pozos de gas, se pierde producción de petróleo. Por cierto, creo que no te he dicho que más del 95% de los ingresos de Venezuela provienen de la venta de petróleo. Con esos ingresos importamos los bienes de consumo que no se producen en el país. Que son bastantes.
El niño me mira serio. A la derecha vemos una pequeña llama, quizá un pozo petrolero en prueba. Luego de un minuto de silencio abre la boca y dice: cónchale papá, no sé qué hacer. Saca un aparato electrónico y comienza a jugar. La conversación ha terminado sin que haya logrado convencerlo de la racionalidad de mantener la quema de gas. Avanza la noche, mientras seguimos por la iluminada carretera sin percatarme de que ya casi son las siete de la noche y he olvidado encender los faros delanteros del carro.
[Tomado de https://medium.com/gasoficio/por-qu%C3%A9-se-quema-el-gas-natural-en-venezuela-1c1e19b06757.]
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