Zelia Gattai
* En su celebrada novela, la escritora brasilera relata el vínculo de su familia con esa histórica experiencia de colectividad anarquista.
El viaje de la familia Gattai había comenzado en realidad dos años antes de embarcarse en el «Cittá di Roma», en Génova. Mi abuelo había tenido oportunidad de leer un folleto titulado II Comune in Riva al Mare, escrito por un tal doctor Giovanni Rossi —que firmaba con el pseudónimo de Cardias—, mezcla de científico, botánico y músico. En ese folleto, que tanto había fascinado al abuelo, Cardias idealizaba la fundación de una «Colonia Socialista Experimental» en un país de América Latina —no especificaba cuál—, una sociedad sin leyes, sin religión, sin propiedad privada, donde la familia se constituyese de manera más humana, asegurando a las mujeres los mismos derechos civiles y políticos que a los hombres.
Cardias iba más adelante: en las últimas páginas de su estudio, de su plan, hacía un llamado a las personas que estuviesen de acuerdo con sus teorías y quisiesen acompañarlo a cualquier parte de la tierra, por más distante que fuese, donde pudiesen llevar a la práctica las experiencias e ideas contenidas en el folleto. Les pedía que se presentasen.
* En su celebrada novela, la escritora brasilera relata el vínculo de su familia con esa histórica experiencia de colectividad anarquista.
El viaje de la familia Gattai había comenzado en realidad dos años antes de embarcarse en el «Cittá di Roma», en Génova. Mi abuelo había tenido oportunidad de leer un folleto titulado II Comune in Riva al Mare, escrito por un tal doctor Giovanni Rossi —que firmaba con el pseudónimo de Cardias—, mezcla de científico, botánico y músico. En ese folleto, que tanto había fascinado al abuelo, Cardias idealizaba la fundación de una «Colonia Socialista Experimental» en un país de América Latina —no especificaba cuál—, una sociedad sin leyes, sin religión, sin propiedad privada, donde la familia se constituyese de manera más humana, asegurando a las mujeres los mismos derechos civiles y políticos que a los hombres.
Cardias iba más adelante: en las últimas páginas de su estudio, de su plan, hacía un llamado a las personas que estuviesen de acuerdo con sus teorías y quisiesen acompañarlo a cualquier parte de la tierra, por más distante que fuese, donde pudiesen llevar a la práctica las experiencias e ideas contenidas en el folleto. Les pedía que se presentasen.
Por fin Francesco Arnaldo Gattai encontraba a alguien con dinamismo e inteligencia dispuesto a volver realidad un sueño, suyo y de sus compañeros, también discípulos de las enseñanzas de Bakunin y Kropotkin, en la búsqueda de un “camino nuevo para la humanidad hambrienta, harapienta, ensangrentada, tal vez olvidada de Dios”.
Buscaría una oportunidad de encontrarse con Cardias. Comenzaba a divisar perspectivas para el futuro de su familia.
Mientras Argia, su mujer, amamantaba al hijo, le leyó el precioso documento. ¿Qué pensaba de esos planes? Quería saber su opinión. ¿Debían aceptar la invitación del doctor Giovanni Rossi? Tenían cuatro hijos, uno toda u chupaba el pecho materno.
Doctor Giovanni Rossi o Cardias
Con palabras simples y accesibles, papá nos explicó quién era el doctor Giovanni Rossi, más conocido por Cardias, el hombre que había ideado todo el plan de la colonia experimental en tierras distantes. Había nacido poeta y heredado de su familia una gran vocación musical. Pero dejando de lado la poesía y la música, inquieto, preocupado por los problemas sociales, prefirió hacer estudios prácticos, se graduó en agronomía y se dedicó al periodismo y a los problemas sociales y filosóficos. En sus viajes a Milán acostumbraba hospedarse con un pariente músico, el Maestro Rossi, cuya casa era frecuentada por músicos de renombre, entre ellos un tal Carlos Gomes, brasileño, autor de óperas. Se encontraron los dos, Giovanni Rossi y Carlos Gomes, en ocasión en que el músico brasileño se entregaba con entusiasmo a la partitura de otra de sus óperas, Lo schiavo, que pretendía tocar para el Emperador del Brasil, cuya llegada a Milán se estaba aguardando.
Carlos Gomes le habló a Giovanni Rossi de su tierra, del otro lado del mar, llena de bellezas naturales y de riquezas. El músico hablaba de la grandeza de su país con emoción y nostalgia. ¡Cardias lo escuchaba fascinado! Esa era la tierra que buscaba, ideal para su experiencia. No cabían dudas. Dejó de lado el proyecto aún embrionario de ir al Uruguay. Brasil lo llamaba.
Se entusiasmó todavía más al saber de la próxima llegada de Don Pedro II a Milán. Carlos Gomes era su protegido, lo conocía bien y lo admiraba mucho. Le hizo los mayores elogios: “Un rey sabio, un padre para nuestro pueblo, amigo de los inventores, de los músicos, de los poetas...” Lleno de esperanzas, Cardias resolvió escribir una carta al Emperador del Brasil. No sentía admiración ni nunca la había sentido por emperadores o reyes, pero si ése quisiese interesarse en su proyecto... En la extensa carta le explicó en detalle sus planes y le pidió que le permitiese probar la seriedad de la experiencia dándole tierras y apoyo para el viaje de los idealistas al Brasil. Esa carta, llevada por él mismo, fue entregada en propia mano al Conde da Mota Maia, médico del Emperador, en el hotel donde la comitiva real se hospedaba.
Un tiempo después, ya en el Brasil, don Pedro leyó por azar el pequeño libro de Cardias y se interesó por las ideas y por la audacia del autor. Mostró el pequeño tomo al Conde da Mota Maia, que entonces recordó al joven que había buscado al emperador en el Hotel Milán, para entregarle una carta. El seudónimo era el mismo. Don Pedro recordaba vagamente el caso.
Impresionado por la apelación de las últimas páginas, convocando voluntarios para la experiencia y dando su nombre completo y dirección, Pedro II no tuvo dudas, ordenó que le respondiesen: felicitaba al autor por su trabajo y le ofrecía la tierra solicitada para la colonia experimental. Entonces se estableció una correspondencia entre el joven idealista y el Emperador. Después de varias diligencias, Cardias recibió de Don Pedro II la posesión de 300 alquileres1 de tierras, incultas y desiertas, en un sitio entre Palmeira y Santa Bárbara, en Paraná, y la promesa de ayuda y apoyo para la empresa.
Todo arreglado, la donación de tierras ya hecha, Cardias puso manos a la obra, dando inicio al reclutamiento de los voluntarios a través de diarios y en reuniones públicas. Sabía bien que era una aventura sólo para idealistas endurecidos en la lucha, dispuestos a realizar una gran experiencia social, sin medir sacrificios. Los candidatos fueron apareciendo y su número aumentó rápidamente. Entre los primeros en presentarse estaba Francesco Arnaldo Gattai, mi abuelo, que hacía mucho había entrado en contacto con Cardias. Ahora ya había nacido el quinto hijo de la pareja, la niña Hiena. Con la mujer había estudiado la situación, ¿no sería arriesgado partir hacia la aventura con cinco criaturas?
Argio Fagnoni Gattai, mi abuela, no era mujer que retrocediese ante los obstáculos. A los treinta años de edad, cargada de hijos, no tuvo miedo de enfrentar lo desconocido. Amaba al marido, sabía lo que representaba para él ese viaje. No iría a frustrarlo. Acostumbraba amamantar a los hijos hasta los dos años —ése era el intervalo matemático entre un hijo y otro— y los criaba fuertes y sanos. Jamás le había faltado leche, no debían sentir temor por Hiena. La madre garantizaba la alimentación por lo menos durante la travesía marítima.
Entre los ciento cincuenta —quizá un poco más— pioneros que integraban el grupo, había gente de variadas profesiones y clases sociales: médicos, ingenieros, artistas, profesores, campesinos y obreros, entre estos últimos mi abuelo. Pero también había algunos infiltrados, algunos criminales condenados por diversos delitos.
El grupo de idealistas embarcó en el navío “Cittá di Roma” en febrero de 1890; el régimen imperial en el Brasil había sido derrotado el 15 de noviembre de 1889. Don Pedro II había sido depuesto y desterrado y la República proclamada. Los fundadores de la “Colonia Socialista Experimental” no podían contar con la ayuda y el apoyo prometido por el Emperador. Sólo contarían con sus propios esfuerzos, con su voluntad de vencer, nada los haría retroceder.
…
Tío Guerrando jamás olvidaría los tormentos del terrible viaje; cuando él contaba la odisea de sus padres, lo hacía con tanto sentimiento, que sin darme cuenta, yo comparaba aquel barco, sus bodegas oscuras y calientes, con el Infierno de Dante.
En el puerto de Santos, al desembarcar, se armó la mayor confusión. Hombres por un lado, mujeres por el otro. En salones separados, los inmigrantes eran desvestidos, la ropa del cuerpo y la que traían en las bolsas se llevaban a la rutina de la desinfección. Allí permanecieron durante horas, desnudos, esperando que les devolviesen sus pertenencias, que los liberasen. Nadie protestaba, tampoco había a quién reclamar. Lo único que podía hacerse era esperar con paciencia y resignación.
Por fin, después de infinita espera, ropas y pertenencias fueron devueltas. Apretados en sus trajes encogidos por el baño desinfectante, oliendo a medicinas, arrugados, los inmigrantes, conducidos en fila, pasaban por el departamento médico, una última humillación antes de ser liberados. De ahí mismo fueron encaminados y embarcados de nuevo en un pequeño navío que los conduciría a Paraná. (Tío Guerrando no estaba muy seguro del nuevo puerto de desembarque, le parecía que era el de Paranaguá.)
El estado de la niña no había mejorado, la leche materna se había terminado completamente, entonces le dieron leche de vaca. Como había pronosticado el médico, en seguida se manifestó una violenta diarrea acompañada de vómitos. Los pioneros tomaron rumbo a las tierras que los esperaban, la familia Gattai permaneció en la ciudad. Los compasivos compañeros se ofrecieron a llevar a las cuatro criaturas para facilitar los trajines de los padres, con la niña enferma a cuestas.
—Nos quedaremos juntos. No soportaríamos la ausencia de nuestros hijos, moriríamos de preocupación... —explicó el abuelo Gattai, agradeciendo el ofrecimiento. Y ahí se quedaron, en ese puerto extraño, buscando por todos los medios salvar a la hija.
Bandera roja y negra
En un carro de cuatro ruedas, con sus bolsas de ropa y otras pertenencias, pasó la familia Gattai por Santa Bárbara: marido, mujer y cuatro hijos. Al ver pasar el carro, algunos niños gritaban llamando a sus madres: “¡Vengan a ver, llegan más gitanos...!” Hacía poco más de un mes habían pasado muchos hombres en las mismas condiciones de éstos. “Gitanos”, seguramente, pensaron los habitantes del pequeño pueblito, cerrando las puertas de las modestas casas cubiertas con chapas de zinc, por temor a ser robados.
En lo alto de una colina, entre los árboles, se divisaba en lo alto de una palmera, una gran bandera roja y negra, era la bandera de la «Colonia Cecilia» saludando la llegada de los nuevos pioneros. Al divisar la bandera de la «Colonia», el abuelo Gattai miró hacia abajo y exclamó: «¡Allá están!» Ahí estaba el campamento: un gran cobertizo levantado junto a un arroyo, pequeñas chozas en construcción, hombres que se movían de un lado a otro, un pedazo de tierra ya limpia para el cultivo al lado de un pequeño bosque. La abuela Argia volvió la cabeza en la dirección señalada por el dedo del marido. Sus ojos distantes no divisaban nada. Su alegría, su esperanza, su entusiasmo, aún permanecían lejos, enterrados al lado del cuerpecito de la hija. Durante todo el viaje no había pronunciado una sola palabra, ni para maldecir, ni para acusar. No derramó una sola lágrima, completamente apática. El marido, ocultando la tristeza de la muerte de su hija, trataba de distraer a su mujer llamándole la atención hacia mil y una cosas durante el largo y duro viaje por el camino. No obtuvo resultado.
Al avistar el carro de la familia Gattai, los hombres del campamento salieron a su encuentro. Los Gattai fueron alojados provisionalmente en el cobertizo construido por la primera leva. Apenas llegados, todos trabajaron en la construcción de ese cobertizo para abrigarse. Los días siguientes cada familia trató de construir su propia vivienda. El cobertizo quedaba para depósito y para emergencias como ésa.
Los cuatro niños, al verse libres del incómodo carro, corrieron disparados hacia el arroyo de aguas cristalinas. Nadie les impidió que se bañaran desnudos. Necesitaban aire puro, agua, y sobre todo, libertad.
Fin de la “Colonia Cecilia”
—Y así fue como la familia Gattai llegó al Brasil. —Con esta frase, papá dio por terminada su historia.
Pero nosotros estábamos tan impresionados por el relato que queríamos saber más. Papá, advirtiendo nuestra emoción, buscó aliviar el ambiente:
—¿Se dan cuenta? ¿No sabían que eran muy importantes? Pues, para que ustedes estuviesen aquí hoy, fue necesaria la intervención del filósofo Giovanni Rossi, del maestro Carlos Gomes, y de Don Pedro II, Emperador del Brasil. ¿Qué tal? —se rió de nuestro asombro.
Pero yo no estaba satisfecha, quería saber más. ¿Qué había pasado con la “Colonia Cecilia”?
—Se mantuvo unos cuantos años, con grandes esfuerzos y mucho trabajo, pero no se pudo sostener.
Para papá era difícil explicar detalles que él mismo ignoraba. Tío Guerrando, que había vivido esos episodios y aún recordaba muchas cosas, tampoco sabía las razones que llevaron al fracaso de la experiencia. De positivo sólo sabían que mucha gente había desistido cuando aparecieron las primeras dificultades. Otros idealistas, que habían ido llegando con el correr del tiempo para incorporarse a la colonia, tampoco resistieron las pésimas condiciones que reinaban en ella. Los más obstinados tuvieron que buscar trabajo fuera de la tierra, en las construcciones del ferrocarril, para no morirse de hambre. Pero todo culminó con la intimación de las autoridades republicanas que no estaban de acuerdo con la donación hecha por el emperador depuesto, y exigían a los colonos que comprasen as tierras que ocupaban o pagasen los impuestos atrasados o las abandonasen. También existía la versión anticlerical del tío Guerrando: contaba que cerca de la colonia se había construido una iglesia católica con el objeto de hostilizar y boicotear a los anarquistas y que en época de la cosecha, el cura soltó sus vacas que rápidamente destruyeron todas las plantaciones, liquidando así la última esperanza de permanecer en la «Colonia Cecilia».
Los Gattai permanecieron dos años más o menos. El último en abandonar el barco, después de un tiempo, fue el comandante Cardias, al verse imposibilitado de proseguir solo con su experiencia. Aprendí muchas cosas sobre la “Colonia Cecilia”, pero con el tío Guerrando, no con papá. El tío Guerrando, ya un muchachito cuando la aventura, recordaba detalles de lo vivido por la familia.
También en el libro de Alfonso Schmidt, Colonia Cecilia, publicado en 1942, en Sao Paulo, encontré algunas respuestas a mis preguntas, me enteré de la extensión de la aventura anarquista. La familia Gattai era citada en el libro de Schmidt entre los soñadores que habían acompañado al doctor Giovanni Rossi al Brasil: “En casa de los Gattai ardía fuego, una humareda azul salía alegremente por la única ventana.”
[Fragmento de la novela Anarquistas gracias a Dios, publicado en el Boletín de la Biblioteca Cesareo Capriles # 2, Cochabamba, febrero 2018. Numero completo accesible en https://drive.google.com/file/d/1DydVdFznecbUz23s_X6xhoZBXEdTuz2v/view.]
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