Ellison Moorehead
[El papel] Yo me di cuenta de que era una mujer y que esa palabra suplantaba lo que yo pensaba que era (a saber, una Persona) paulatinamente, a lo largo de mi último año de universidad y mi primer año trabajando a jornada completa. Me gustaría, a efectos de la historicidad, que hubiera sido un momento, ¡crak!, tipo el de la economía mundial del 29; pero no, la vida se desenvuelve con un ritmo más complicado y el único sonido que podría describir ese descubrimiento sería un plassss, como el desinflar de un globo, lento, gordo y plástico; pero ese sonido no tiene ni gloria ni nada y la verdad es que me gustaría ser más Eneas que Dido, qué quieres que te diga, más gloria que nada, más gloria que un episodio en la historia, Historia. Ella, antes princesa, se tira a una hoguera porque él la deja y él se va sin ni mirar atrás y funda el puto imperio romano. No hay color, estaréis de acuerdo.
[El asunto] Antes no entendía. No entendía que yo no sería nunca Eneas, que mi papel era el de Dido, cojones, la que llora por las esquinas, abandona toda la vida que tenía antes y se convierte en fantasma en Averno, con una mala leche del copón. Lo oía, sí, me habían dicho que podría pasar, tenía feministas por todos lados y hablan y hablan y hablan, hablaban, me hablaban, hablaban. No entendía todas esas mierdas sobre el feminismo, nuestra “lucha” y bla bla bla. A tomar por culo, que soy igual a mis amigos, mis compañeros y no hay nada que nos diferencia menos un pene y un par de tetas.
[Se pierden los papeles] Un verano quería currar en un bar. El tipo que me entrevistó me sacaba 15 años por lo menos, yo con mis 18 y mi nula conciencia de la proyección de mi sexualidad y mi estado social y mi protagonismo en esta Historia. Yo me presentaba allí, lista para entrar en una relación laboral.
Pero no dijimos nada. No me dejó decir nada. Me miró desde los pies hasta la frente y luego por las piernas y la cintura. Yo, claro, pensaba que había dejado un botón sin abrochar o mal abrochado, tipo el penúltimo botón con el último agujero y así sucesivamente hasta dejar tu camisa en un desorden de lo más vergonzoso; que tenía una mancha insípida de café en la manga, estúpido café, ¿¡por qué lo tomé!? que me había cagado un pájaro en el camino, pájaros por todas partes en esta puta ciudad, césped en los pantalones, que odiaba mis zapatos, ¡¿por qué me puse estos zapatos?!, que le asqueaba, que era tan fea que le daba asco al tío, me odiaba, seguro que me odiaba, por mal vestida, por mi mirada de tonta, por la cagada del pájaro que seguro que estaba ahora mismo solidificando en mi manga, seguro, seguro, seguro, ¡soy una mierda! E inútil y gorda y “Perfecto. Eres perfecta. ¿Puedes empezar mañana?”, “Pero, pero, ni hemos hablado”, “Ya, no hace falta, perfecta. Eres perfecta.”
Ahí me di cuenta (por los estudios será) de que había una mujer en cuyo cuerpo yo vivía y una Ellison, o sea, yo, una persona, que iba por la calle disfrazada. ¿Ellison? ¿Dónde está Ellison?
[Encuentra su papel] Ay, la Ellison. La Ellison tiene que aprender a representar su personaje, la Dido, coño. A la vez princesa y seguidora, estupenda y fiel. Me di cuenta de que si me tocaba un hombre como entrevistador, mucho mejor. Que si me pintaba más, todo sería más fluido, más simpático, más alabador. Pero bueno, esto vuelve a ser tan difícil como bailar ballet, se dijo la Ellison educada o estudiar un texto romano en latín u organizar una fábrica autogestionada o más o más incluso.
Y yo que había estudiado como una loca cuatro años de universidad para ser la más lista, conque sólo necesitaba ensayar una caída de ojos. Que estaba escribiendo manifiestos contra guerras múltiples y situaciones de explotación denigrantes. Conque eso es lo único que importa al fin y al cabo o en el día a día (depende de cómo te levantas lo que te importa más en cada momento): la caída de ojos. La caída. Los ojos. El no ver. El que te vean. El bajar la mirada. La espera. Yo practicando con la espada y sólo tenía que tejer en el patio esperando, ay va.
Pero bueno, vale, si para conseguir un trabajo hace falta hacer el gillipollas, pues peores cosas me han pasado en la vida. No soy tonta, pero si quieres que me haga la tonta, allá tú. Tú sabrás si quieres una subnormal en tu empresa, en tu bar, en tu cafetería. Pero las cosas se vuelven peor para la pequeña Ellisoncita, recién salida de la casa de su madre, con su capita roja y negra, tan feliz por la calle, tiene espada pero no sabe que los lobos los tiene dentro, que están en el mismísimo aire, que la espada que empuña sólo corta algunas cosas, no todas, ella con su cesta para llevar a su propia casa, para hacer la comida.
Esa actitud no sólo la adoptan los jefes. Ah, faltaría más. No. Llega un momento en que también tus amigos dejan de creer que eres igual a ellos, que sólo os diferencia un pene y dos tetas. Y no me refiero al sexo. No.
Que a los "hombres" (entrecomillados, atrapados por unas comillas que les tengo que poner, que hay que ponerles a los fundadores de Roma; si no, se nos van a fundar, siempre fundiendo los muy hijos de sus padres, los dioses, dónde vamos a parar) no les importa si eres lista; peor, si eres lista discutes, les llevas la contraria. Nada peor que llevarles la contraria; no, no, las mujeres tenemos que ser simpáticas, empáticas, calladas (o sea, escuchando), suaves en la voz, la actitud y el tacto. Si levantamos la voz, somos histéricas. Si no estamos de acuerdo, si nos quejamos: mal folladas. Si tristes: deprimidas. Revisamos la vida de Dido: princesa, enamorada que sacrifica su reino, desdichada y suicida. ¿Expandimos? ¿Penélope? El Ulises con Calipso (otra mujer sufrida), luchando batallas varias y ella tejiendo y deshaciendo año tras año, haciendo sin hacer, creando sin crear, amando en ausencia.
No vayas, Ellison, a decirles todo lo que piensas, me aconseja mi madre. A los chicos les asustan las mujeres decididas; triste, apunta, pero es así. Me dice mi madre como si fuera una verdad verdadera, como la pobreza en el mundo y el puto cambio climático. Los “chicos” me dice. Como si hubiera una raza extraña por allí que no conociéramos. El asunto es que sí los conocemos. Nos conocemos. Reconozco al Aquiles, al Agamenón. Reconozco a la sirena, la Clitemnestra, la Helena.
Se aprende a reconocer, a conocer, a reconocerse a base de entrevistas donde ganas el puesto por pestañas y perfumes. Aprendes de los años en casa de tus abuelos, la mía callada mientras mi abuelo le gritaba y ella cocinaba, ella lavaba, ella limpiaba. Aprendes en las historias que te cuentan, que nos contamos, las historias que leemos, y leeremos. Naces y ese es tu papel, dado, aquí, toma, el papel donde pone quién eres, Mujer, anda.
Yo con mi currículum, mis notas, mis idiomas, mis lecturas, y mis vivencias, el yo que construyo, la historia que voy escribiendo y la única cosa que importa son estos putos ojos y esa sonrisa que me han enseñado, ¿no lo ves?, me han enseñado a ser así, ser así de graciosa, de maja, sí muy maja, qué maja, casi tan guapa como su madre, casi, pero no del todo, algo de su padre tiene, algo de su padre, algo del que hace algo en esta Historia.
Será que no me callo siempre, ese algo de mi padre, que tengo un pronto muy fuerte, allí la parte Moorehead; de pronto, de repente ya no soy tan maja, de repente estoy un poco enfadada, enfadada sí, no pensativa, ni contemplativa, ni hostias; no, enfadada. Sí, yo levanto la voz, la levanto y me miran todos, ¿qué pensabais? ¿que esa risa tan alta venía sin su pareja? ¿venía sin el grito, pelado? Son hermanos, hostia, un espectro de emociones humanas, desde la felicidad a la mala hostia, desde la tranquilidad a la excitación extrema y sí, reivindico mi espacio humano, ese espacio donde quepa todo yo, la que cae bien y la que cae mal; la que atrae a extraños y la que disgusta a amigos; la que es sexual y también distante, culta y directa, triste y alegre, jodida, de mala leche y completamente antipática. No soy un actor secundario aquí; no, no me muero en el segundo acto, ni espero a que vengas a hablarme: te busco yo.
También reivindico a los seres extraños que también son personas; porque en algún momento ellos también estaban sentados en una mesa y al otro lado había una Mujer y se dieron cuenta de que tenían todo el poder, el poder de la palabra, de las emociones, la libertad de estar sucio, de envejecer, de pelearse, de drogarse, de follar a quien quisieran, de estar solos, de estar acompañados, de comer y beber lo que querían cuando querían y sí, es una libertad y un poder que añoro pero siento por ellos, siento que tienen que compartir todo esto con la otra mitad que está tan encorsetada, que ni se sabe humana, sólo se ve Mujer; reemplazando lo que significa ser un ser humano, de ser un hombre, de ser una persona, una mitad sin libertad sin palabra sin presencia. Siento por Ulises que no puede ir con las sirenas, que no quiere a Calypso, que siente la necesidad de matar a los pretendientes de su esposa, lo siento por él.
Aceptar eso, decirnos “cállate, que no digas las cosas tan alto”, “siéntate y espera”, nos condena mutuamente. Darle la vuelta a tanto, tantos niveles, historias y voces, es una lucha de envergadura, pero es una lucha y la llevamos luchando. Mi tatarabuela se fue de su casa en Escocia para las fábricas de Nueva Inglaterra y ya su nieta pudo ser enfermera. Mi madre fue a la universidad y me puso un nombre que ya en inglés no tiene género, para no marcarme desde el principio; desde antes de mi sexualidad, sabía lo fundamental del acto de Nombrar y la importancia del símbolo y estoy orgullosa de su elección y de tener ese porqué en cada cosa que firmo y cada vez que me llaman, que me nombran. Me puso el nombre de esa tatarabuela. Cuyo hijo participó en una huelga salvaje y acabó en una lista negra. Me gusta recordarme de esas herencias, esas herencias humanas que llevo, las que llevo por debajo de lo que el tipo que me está entrevistando como si fuera una vaca que iba a comprar, sí o no, mmm, me está mirando de arriba a abajo, de arriba a abajo. Yo leo la Eneida y lo siento por Dido, pero viajo con Eneas. Mi tatarabuela se fue a los Estados Unidos sola con 16 años, hijo de puta. Mi madre me sacó adelante ella sola, después de haber echado a mi padre de casa. ¿Tú con quién crees que estás hablando?
[Tomado del dossier La Mujer en el s.XXI: Reivindicaciones, propuestas y experiencias desde un prisma libertario, Córdoba (Esp.), CNT, 2011; pp. 13-16.]
[El papel] Yo me di cuenta de que era una mujer y que esa palabra suplantaba lo que yo pensaba que era (a saber, una Persona) paulatinamente, a lo largo de mi último año de universidad y mi primer año trabajando a jornada completa. Me gustaría, a efectos de la historicidad, que hubiera sido un momento, ¡crak!, tipo el de la economía mundial del 29; pero no, la vida se desenvuelve con un ritmo más complicado y el único sonido que podría describir ese descubrimiento sería un plassss, como el desinflar de un globo, lento, gordo y plástico; pero ese sonido no tiene ni gloria ni nada y la verdad es que me gustaría ser más Eneas que Dido, qué quieres que te diga, más gloria que nada, más gloria que un episodio en la historia, Historia. Ella, antes princesa, se tira a una hoguera porque él la deja y él se va sin ni mirar atrás y funda el puto imperio romano. No hay color, estaréis de acuerdo.
[El asunto] Antes no entendía. No entendía que yo no sería nunca Eneas, que mi papel era el de Dido, cojones, la que llora por las esquinas, abandona toda la vida que tenía antes y se convierte en fantasma en Averno, con una mala leche del copón. Lo oía, sí, me habían dicho que podría pasar, tenía feministas por todos lados y hablan y hablan y hablan, hablaban, me hablaban, hablaban. No entendía todas esas mierdas sobre el feminismo, nuestra “lucha” y bla bla bla. A tomar por culo, que soy igual a mis amigos, mis compañeros y no hay nada que nos diferencia menos un pene y un par de tetas.
[Se pierden los papeles] Un verano quería currar en un bar. El tipo que me entrevistó me sacaba 15 años por lo menos, yo con mis 18 y mi nula conciencia de la proyección de mi sexualidad y mi estado social y mi protagonismo en esta Historia. Yo me presentaba allí, lista para entrar en una relación laboral.
Pero no dijimos nada. No me dejó decir nada. Me miró desde los pies hasta la frente y luego por las piernas y la cintura. Yo, claro, pensaba que había dejado un botón sin abrochar o mal abrochado, tipo el penúltimo botón con el último agujero y así sucesivamente hasta dejar tu camisa en un desorden de lo más vergonzoso; que tenía una mancha insípida de café en la manga, estúpido café, ¿¡por qué lo tomé!? que me había cagado un pájaro en el camino, pájaros por todas partes en esta puta ciudad, césped en los pantalones, que odiaba mis zapatos, ¡¿por qué me puse estos zapatos?!, que le asqueaba, que era tan fea que le daba asco al tío, me odiaba, seguro que me odiaba, por mal vestida, por mi mirada de tonta, por la cagada del pájaro que seguro que estaba ahora mismo solidificando en mi manga, seguro, seguro, seguro, ¡soy una mierda! E inútil y gorda y “Perfecto. Eres perfecta. ¿Puedes empezar mañana?”, “Pero, pero, ni hemos hablado”, “Ya, no hace falta, perfecta. Eres perfecta.”
Ahí me di cuenta (por los estudios será) de que había una mujer en cuyo cuerpo yo vivía y una Ellison, o sea, yo, una persona, que iba por la calle disfrazada. ¿Ellison? ¿Dónde está Ellison?
[Encuentra su papel] Ay, la Ellison. La Ellison tiene que aprender a representar su personaje, la Dido, coño. A la vez princesa y seguidora, estupenda y fiel. Me di cuenta de que si me tocaba un hombre como entrevistador, mucho mejor. Que si me pintaba más, todo sería más fluido, más simpático, más alabador. Pero bueno, esto vuelve a ser tan difícil como bailar ballet, se dijo la Ellison educada o estudiar un texto romano en latín u organizar una fábrica autogestionada o más o más incluso.
Y yo que había estudiado como una loca cuatro años de universidad para ser la más lista, conque sólo necesitaba ensayar una caída de ojos. Que estaba escribiendo manifiestos contra guerras múltiples y situaciones de explotación denigrantes. Conque eso es lo único que importa al fin y al cabo o en el día a día (depende de cómo te levantas lo que te importa más en cada momento): la caída de ojos. La caída. Los ojos. El no ver. El que te vean. El bajar la mirada. La espera. Yo practicando con la espada y sólo tenía que tejer en el patio esperando, ay va.
Pero bueno, vale, si para conseguir un trabajo hace falta hacer el gillipollas, pues peores cosas me han pasado en la vida. No soy tonta, pero si quieres que me haga la tonta, allá tú. Tú sabrás si quieres una subnormal en tu empresa, en tu bar, en tu cafetería. Pero las cosas se vuelven peor para la pequeña Ellisoncita, recién salida de la casa de su madre, con su capita roja y negra, tan feliz por la calle, tiene espada pero no sabe que los lobos los tiene dentro, que están en el mismísimo aire, que la espada que empuña sólo corta algunas cosas, no todas, ella con su cesta para llevar a su propia casa, para hacer la comida.
Esa actitud no sólo la adoptan los jefes. Ah, faltaría más. No. Llega un momento en que también tus amigos dejan de creer que eres igual a ellos, que sólo os diferencia un pene y dos tetas. Y no me refiero al sexo. No.
Que a los "hombres" (entrecomillados, atrapados por unas comillas que les tengo que poner, que hay que ponerles a los fundadores de Roma; si no, se nos van a fundar, siempre fundiendo los muy hijos de sus padres, los dioses, dónde vamos a parar) no les importa si eres lista; peor, si eres lista discutes, les llevas la contraria. Nada peor que llevarles la contraria; no, no, las mujeres tenemos que ser simpáticas, empáticas, calladas (o sea, escuchando), suaves en la voz, la actitud y el tacto. Si levantamos la voz, somos histéricas. Si no estamos de acuerdo, si nos quejamos: mal folladas. Si tristes: deprimidas. Revisamos la vida de Dido: princesa, enamorada que sacrifica su reino, desdichada y suicida. ¿Expandimos? ¿Penélope? El Ulises con Calipso (otra mujer sufrida), luchando batallas varias y ella tejiendo y deshaciendo año tras año, haciendo sin hacer, creando sin crear, amando en ausencia.
No vayas, Ellison, a decirles todo lo que piensas, me aconseja mi madre. A los chicos les asustan las mujeres decididas; triste, apunta, pero es así. Me dice mi madre como si fuera una verdad verdadera, como la pobreza en el mundo y el puto cambio climático. Los “chicos” me dice. Como si hubiera una raza extraña por allí que no conociéramos. El asunto es que sí los conocemos. Nos conocemos. Reconozco al Aquiles, al Agamenón. Reconozco a la sirena, la Clitemnestra, la Helena.
Se aprende a reconocer, a conocer, a reconocerse a base de entrevistas donde ganas el puesto por pestañas y perfumes. Aprendes de los años en casa de tus abuelos, la mía callada mientras mi abuelo le gritaba y ella cocinaba, ella lavaba, ella limpiaba. Aprendes en las historias que te cuentan, que nos contamos, las historias que leemos, y leeremos. Naces y ese es tu papel, dado, aquí, toma, el papel donde pone quién eres, Mujer, anda.
Yo con mi currículum, mis notas, mis idiomas, mis lecturas, y mis vivencias, el yo que construyo, la historia que voy escribiendo y la única cosa que importa son estos putos ojos y esa sonrisa que me han enseñado, ¿no lo ves?, me han enseñado a ser así, ser así de graciosa, de maja, sí muy maja, qué maja, casi tan guapa como su madre, casi, pero no del todo, algo de su padre tiene, algo de su padre, algo del que hace algo en esta Historia.
Será que no me callo siempre, ese algo de mi padre, que tengo un pronto muy fuerte, allí la parte Moorehead; de pronto, de repente ya no soy tan maja, de repente estoy un poco enfadada, enfadada sí, no pensativa, ni contemplativa, ni hostias; no, enfadada. Sí, yo levanto la voz, la levanto y me miran todos, ¿qué pensabais? ¿que esa risa tan alta venía sin su pareja? ¿venía sin el grito, pelado? Son hermanos, hostia, un espectro de emociones humanas, desde la felicidad a la mala hostia, desde la tranquilidad a la excitación extrema y sí, reivindico mi espacio humano, ese espacio donde quepa todo yo, la que cae bien y la que cae mal; la que atrae a extraños y la que disgusta a amigos; la que es sexual y también distante, culta y directa, triste y alegre, jodida, de mala leche y completamente antipática. No soy un actor secundario aquí; no, no me muero en el segundo acto, ni espero a que vengas a hablarme: te busco yo.
También reivindico a los seres extraños que también son personas; porque en algún momento ellos también estaban sentados en una mesa y al otro lado había una Mujer y se dieron cuenta de que tenían todo el poder, el poder de la palabra, de las emociones, la libertad de estar sucio, de envejecer, de pelearse, de drogarse, de follar a quien quisieran, de estar solos, de estar acompañados, de comer y beber lo que querían cuando querían y sí, es una libertad y un poder que añoro pero siento por ellos, siento que tienen que compartir todo esto con la otra mitad que está tan encorsetada, que ni se sabe humana, sólo se ve Mujer; reemplazando lo que significa ser un ser humano, de ser un hombre, de ser una persona, una mitad sin libertad sin palabra sin presencia. Siento por Ulises que no puede ir con las sirenas, que no quiere a Calypso, que siente la necesidad de matar a los pretendientes de su esposa, lo siento por él.
Aceptar eso, decirnos “cállate, que no digas las cosas tan alto”, “siéntate y espera”, nos condena mutuamente. Darle la vuelta a tanto, tantos niveles, historias y voces, es una lucha de envergadura, pero es una lucha y la llevamos luchando. Mi tatarabuela se fue de su casa en Escocia para las fábricas de Nueva Inglaterra y ya su nieta pudo ser enfermera. Mi madre fue a la universidad y me puso un nombre que ya en inglés no tiene género, para no marcarme desde el principio; desde antes de mi sexualidad, sabía lo fundamental del acto de Nombrar y la importancia del símbolo y estoy orgullosa de su elección y de tener ese porqué en cada cosa que firmo y cada vez que me llaman, que me nombran. Me puso el nombre de esa tatarabuela. Cuyo hijo participó en una huelga salvaje y acabó en una lista negra. Me gusta recordarme de esas herencias, esas herencias humanas que llevo, las que llevo por debajo de lo que el tipo que me está entrevistando como si fuera una vaca que iba a comprar, sí o no, mmm, me está mirando de arriba a abajo, de arriba a abajo. Yo leo la Eneida y lo siento por Dido, pero viajo con Eneas. Mi tatarabuela se fue a los Estados Unidos sola con 16 años, hijo de puta. Mi madre me sacó adelante ella sola, después de haber echado a mi padre de casa. ¿Tú con quién crees que estás hablando?
[Tomado del dossier La Mujer en el s.XXI: Reivindicaciones, propuestas y experiencias desde un prisma libertario, Córdoba (Esp.), CNT, 2011; pp. 13-16.]
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