Por Alberto Acosta[1] y William Sacher[2]
1 de noviembre del 2011
“La minería es fundamental para la era
moderna. Sin ella regresamos a la época de las cavernas. No podemos caer
en la irresponsabilidad de ser mendigos sentados en un saco de oro. La
minería correctamente manejada es positiva”.
Rafael Correa, presidente de Ecuador
Quimsacocha, 25 de octubre del 2011
¿Puede ser sustentable la minería?, es la pregunta de fondo. La
respuesta es fácil. Definitivamente no. En ninguna parte del planeta hay
una minería “sustentable”. Esto no debe sorprender. Por definición la
explotación de recursos no renovables no es sustentable. Un proceso
extractivista es sustentable cuando puede mantenerse en el tiempo, sin
ayuda externa y sin que se produzca la escasez de los recursos
existentes.[3] Sostener lo contrario es practicar un discurso
distorsionador.
Es justamente ese discurso, que promete una “minería sustentable”,
diseñado por las grandes transnacionales mineras, en el marco de la
Iniciativa Minera Global (Global Mining Initiative), hace más de 10
años, el que despliega el gobierno del presidente Rafael Correa.
En el Plan Nacional de Desarrollo del Sector Minero 2011-2015 se ha
asumido este mensaje transnacional. Allí se ofrece generar “condiciones
de desarrollo sustentable” en la actividad minera a gran escala. Se dice
solemnemente, entre otras muchas promesas incumplibles, que esta
actividad contribuiría a “la distribución equitativa de sus beneficios,
generando nuevas zonas de desarrollo y contribuyendo al modelo del Buen
Vivir.”
¿Es posible creer en una megaminería bien hecha que no ocasione
severos impactos ambientales y sociales y que, además, se constituya en
la senda para el Buen Vivir? Por supuesto que no. La realidad contradice
esta afirmación, que no pasa de ser una burda manipulación.
La megaminería a la luz de la realidad
El examen de la minería industrial alrededor del planeta evidencia un
sinnúmero de daños y destrucciones múltiples e irreversibles de la
Naturaleza. Por igual son incontables las tragedias humanas, tanto como
la destrucción de las potencialidades culturales de muchos pueblos. En
el ámbito económico la situación tampoco es mejor. Los países de América
Latina, África y Asia cuyas economías dependen fundamentalmente de
recursos minerales o petroleros, no saldrán de la pobreza.
La explotación minera industrial moderna implica la extracción masiva
-y en un tiempo muy corto-, de la mayor cantidad posible de recursos
minerales; recursos que se han formado en procesos de muy larga
duración, a escalas tectónicas. En la actualidad, los sitios de alta
concentración mineral se van agotando. Sin embargo, los elevados precios
del mercado mundial permiten que la explotación minera sea rentable aún
en los yacimientos en donde el mineral es escaso. De allí el carácter
sumamente destructivo de la minería del siglo XXI. Para hacer producir
estos yacimientos, es necesario aplicar una minería industrial de gran
escala, con uso masivo de químicos a veces sumamente tóxicos, el consumo
abundante de agua y la acumulación de grandes cantidades de desechos.
Esta es la síntesis de la megaminería que se avizora en Ecuador.
Este gigantismo provoca la generación de impactos ambientales
enormes. A menudo, los efectos nocivos se observan ya en la fase de
exploración. Sin embargo, cuando arranca la explotación la megaminería
muestra su rostro de monstruo depredador: se abren gigantescos hoyos o
túneles en la Madre Tierra y se usan químicos tóxicos para procesar los
minerales extraídos a raíz de los cuales se registran invariablemente
daños ecológicos irreversibles. La movilización del material extraído
afecta grandes extensiones de territorio.
El agua entre el negocio minero y la vida
La contaminación minera es particularmente devastadora para el agua.
El agua termina por ser inutilizable para el consumo humano y para la
agricultura. Si bien estas consecuencias se dan en un grado variable
según el tamaño de la explotación y las técnicas empleadas, siempre se
produce una contaminación a gran escala de las aguas de superficie y
subterráneas, por drenaje ácido de roca y con sustancias tóxicas,
incluyendo metales pesados como el arsénico, plomo, cadmio, cromo,
cianuro y mercurio, e incluso sustancias radiactivas.
El drenaje ácido de roca es un fenómeno que puede darse desde el
inicio de la mina y durar por decenas e incluso miles de años, y es
particularmente destructor para los ecosistemas. Esta forma de
contaminación ocurre cuando las aguas de lluvia, o aún el aire, entran
en contacto con las rocas que han sido desplazadas desde el subsuelo
hacia la superficie y acumuladas en las escombreras, en los cráteres de
las minas a cielo abierto o en los diques de desechos de la mina.
Generalmente, existe un alto riesgo de que se produzca una oxidación de
las rocas sulfurosas por la lluvia o el aire húmedo, que terminan por
provocar una acidificación inusual de las aguas que corren sobre estas
rocas. Son muchos los casos alrededor del planeta en los que todas estas
formas de contaminación afectaron a ecosistemas enteros,
particularmente a la vida acuática, provocando la desaparición de
especies enteras de peces.
En el Ecuador, la mayoría de los yacimientos mineros por ser
explotados estarían particularmente expuestos a este problema porque
contienen rocas sulfurosas, conocidas por generar drenaje ácido.
La contaminación de las fuentes de agua provoca además un conjunto de
impactos directos e indirectos en términos de salud pública, como
enfermedades degenerativas, enfermedades de la piel, etc. Una vez que
los metales pesados provenientes de las minas entran a la cadena
alimenticia, permanecen allí. Estas sustancias se acumulan en los peces y
otras especies que absorben dichos metales. Al alimentarse de estas
especies, los seres humanos acumulan también estas sustancias en su
cuerpo. Las poblaciones más vulnerables a la acumulación de metales
pesados son niños, niñas y mujeres embarazadas.
Cabe señalar que la misma empresa Iamgold, propietaria del proyecto
Quimsacocha, ha sido acusada de haber contaminado las fuentes de aguas
alrededor de su proyecto africano de Yatela en Malí, un país
subsahariano que abrió la puerta a la gran minería al fin del los años
90. Allí, según un informe gubernamental, se ha observado tasas
anormales de abortos espontáneos en las comunidades aledañas.
La escala de esta devastación está íntimamente vinculada a las
dimensiones de las minas y de su voracidad en términos de energía y de
agua. La minería industrial moderna requiere enormes cantidades de agua
para su funcionamiento. Para extraer una onza de oro (una cantidad
apenas más grande que un anillo) se demanda un promedio de 7 a 8 mil
litros de agua. Para producir una tonelada de cobre se emplea entre 30 y
500 mil litros de agua. Luego de ser utilizado en la minería, el
líquido vital queda irremediablemente contaminado; es decir inutilizable
para el consumo humano y para la producción de alimentos.
Las enormes cantidades de desechos que dejan las minas industriales
modernas son igualmente responsables de la contaminación a gran escala
de las redes hidrográficas. Para darse cuenta de este gigantismo, cabe
citar el ejemplo de Canadá, el líder mundial del sector minero: en este
país, la industria minera genera 60 veces más desechos que todas las
ciudades del país reunidas.
A escala mundial, la producción de una tonelada de cobre puro implica
un promedio de 500 toneladas de desechos (tierra estéril, escombros y
otros desechos mineros). En el caso del oro, las proporciones son
todavía más espeluznantes: la producción de una onza de oro implica un
promedio de 20 a 60 toneladas de desechos sólidos, mientras que en
ciertos casos, esta cifra puede subir hasta más de 400 toneladas.
En el Ecuador, los proyectos vigentes son fieles a este gigantismo.
Para producir un total de 208.800 toneladas de concentrado de cobre, el
proyecto minero a cielo abierto Mirador de la empresa ECSA (de capitales
chinos) en la Cordillera del Cóndor producirá al menos 326 millones de
toneladas de desechos durante la vida de la mina. Esta cantidad
representa un volumen correspondiente a más de 4 Panecillos, ¡y es
comparable a la recolección de basura de la ciudad de Cuenca por casi
5000 años! Según estimaciones prudentes realizadas por expertos
japoneses, la explotación a cielo abierto del yacimiento de Junín en
Íntag implicaría la ocupación de 600 hectáreas solo para las
escombreras, y 200 hectáreas para los diques de colas.
Cabe señalar que estas grandes cantidades de desechos mineros, al ser
acumulados durante muchos años, representan una amenaza para las
generaciones actuales y futuras. Son frecuentes los casos de derrames
accidentales de desechos tóxicos alrededor del mundo los cuales llevaron
a catástrofes ecológicas, económicas y sociales. En el Ecuador, existe
un riesgo muy fuerte que se den estos tipos de accidentes a raíz de la
alta sismicidad y de las fuertes precipitaciones que se registran en el
país, las cuales podrían llevar a la ruptura de los diques de colas.
En el caso del Ecuador, estas contaminaciones del agua serán mucho
más graves en áreas geográficas caracterizadas por altas precipitaciones
y normalmente ricas en biodiversidad, como es el caso de Intag o
particularmente la Cordillera del Cóndor en donde se encuentran los
mega-proyectos Mirador, Fruta del Norte y Panantza San Carlos. También
son particularmente sensibles las áreas de páramo, zonas de formación de
las fuentes de agua del país. Recuérdese que el 12,5% de las zonas de
páramo del país ya está concesionado.
Asedio al agua de Quimsacocha
En Quimsacocha, en donde la actividad será subterránea, se estima que
cada día se moverán 3.000 toneladas de material; un volumen equivalente
a 15 veces el de la recolección diaria de basura de la Ciudad de
Cuenca. Si bien es cierto que la minería subterránea no implica una
desfiguración tan grande del paisaje, al remover grandes cantidades de
roca, provoca los mismos impactos nocivos sobre el ambiente como lo hace
la minería a cielo abierto.
Por todo ello, se puede concluir que es altamente probable que ríos y
acuíferos queden irreversiblemente contaminados si se explota el
yacimiento de oro en Quimsacocha. Esto preocupa. La zona del proyecto
minero se encuentra precisamente en una de las principales fuentes de
agua de la ciudad de Cuenca y de muchas otras poblaciones aledañas,
cuyos habitantes, con justa razón, protestan en contra de esta
actividad. Los moradores pueden respaldarse en el Informe UAIE 0036-2009
de la Contraloría General del Estado, que estableció que estas
“concesiones mineras afectarían la calidad y cantidad del agua en la
cuenca del Río Yanuncay", que abastece a la Planta de Tratamiento de
Agua Potable SUSTAG de ETAPA.
En estas circunstancias, resulta una falacia decir que la explotación
en Quimsacocha “no contaminará las fuentes de agua que alimentan a
Cuenca”, como afirmó el 25 de octubre del presente año el presidente
Correa, cuando llegó a dicha zona protegido por cientos de soldados y
policías.
Es obvio que en estas zonas de formación de fuentes de agua, como en
Quimsacocha, los impactos sobre el líquido vital son en extremo nocivos.
Eso explica porque, con sobrados argumentos el Concejo Cantonal de
Cuenca rechazó, el 22 de septiembre del 2011, los proyectos mineros de
Quimsacocha y Rio Blanco; proyectos en los que, además, no se ha dado la
consulta previa.
Por supuesto, las empresas mineras y los gobiernos cómplices de sus
intereses, aupados por la gran prensa que lucra de la publicidad de la
minería, siempre dirán que el agua contaminada se puede tratar, que el
“agua terminará más limpia” después de haber servido a la extracción de
los metales, y que los otros problemas ambientales también podrán ser
manejados con las nuevas tecnologías.
En su prepotencia (y en algunos casos ignorancia) nunca reconocerán
que es imposible controlar totalmente el impacto y el camino que tomarán
los desechos mineros. Tampoco aceptarán que los efectos de la
contaminación provocada por metales pesados y el drenaje ácido de roca
perduran durante siglos, y a veces, milenios, ¿qué empresa puede
garantizar el tratamiento del agua durante siglos?
Las empresas basan sus afirmaciones sobre la premisa que la técnica
moderna y la ciencia actual son capaces de diagnosticar, prever y
controlar todos los impactos que la minería a gran escala puede
provocar. La creencia ciega en la capacidad de la ciencia y la
tecnología están muy arraigadas en el imaginario occidental moderno. A
esta creencia ingenua, basta oponer la realidad y historia recientes de
la megaminería en el mundo, que demuestran hasta la saciedad cuáles son
sus enormes y nocivos impactos sobre la Naturaleza y la vida de los
seres humanos.
Las alegres cuentas de la megaminería
En Ecuador, en síntesis, los grandes proyectos mineros amenazan con
contaminar regiones de alta biodiversidad, de las más densas en
biodiversidad del planeta, y fuentes de agua para el Ecuador y los
países vecinos. En efecto, el agua transporta muy bien los contaminantes
y los impactos se esparcirían hacia otras zonas. Y todo esto sin
considerar los graves impactos sociales que conlleva esta mega actividad
extractivista.
Es preciso recordar que normalmente las empresas transnacionales y
los gobiernos cómplices destacan exclusivamente los “enormes” montos de
reservas mineras existentes, transformados a valores monetarios. La
Cámara de Minería del Ecuador habla de más de 115 mil millones de
dólares en los proyectos estratégicos. Con estas cifras, en general
altamente exageradas, se quiere sensibilizar a la opinión pública a
favor de la minería.
No importa que no sea real el potencial minero existente. Eso lo dice
Pablo Duque, jefe del departamento de geología, de la Escuela
Politécnica Nacional, uno de los mayores conocedores de la realidad
minería del país. Duque es categórico: “Se parte de una premisa falsa de
que el Ecuador tiene un gran potencial minero”. Y por esa misma razón,
este geólogo recomienda la pequeña minería en lugar de la megaminería.
Dejemos por el momento este debate para los geólogos. Hablemos de las
supuestas ventajas en términos económicos que justificarían tanta
destrucción. En efecto, una vez extraídos los metales del subsuelo,
habría que preguntarse cuánto realmente le quedará al Estado. En cuanto a
las regalías y los impuestos, aun si el gobierno tiene toda la voluntad
de recaudarlos, las grandes empresas mineras son campeonas en eludir o
evadir el pago de tributos, a través de los llamados paraísos fiscales.
Es sin duda con este objetivo que varias empresas transnacionales
presentes en el Ecuador usan subsidiarias registradas en paraísos
fiscales notorios como las Islas Caimán o las Islas Vírgenes. Es
precisamente el caso de la empresa canadiense Iamgold, propietaria del
proyecto Quimsacocha. La empresa matriz de Toronto es propietaria de
Iamgold Ecuador S.A a través de una subsidiaria intermediaria, la
Iamgold South American Corporation, una empresa registrada en otro
paraíso fiscal: los Barbados.
Además, las minas ecuatorianas producirán el metal en forma gruesa,
es decir con impurezas. Por ejemplo, el concentrado de cobre producido
en Mirador tendrá aproximadamente 30% de cobre, 60% de otros minerales y
10% de agua. Debido a que el Ecuador no tiene refinerías de metales, el
proceso de refinamiento se hará en el exterior, en donde quedará la
mayor parte de las ganancias.
A lo anterior habría que incorporar los llamados costos ocultos
-ambientales y sociales-, por ejemplo el valor económico de la
contaminación. Existen estudios de los Estados Unidos y Canadá, que
estiman que la remediación de los desechos mineros de minas abandonadas
costaría entre 5 y 67 dólares la tonelada de material removido. Hagamos
el cálculo para el proyecto Mirador, de la empresa ECSA, en la
Cordillera del Cóndor: se prevé procesar al menos 326 millones de
toneladas de material, lo que significaría un costo de remediación de
entre 1.630 millones y 21.840 millones de dólares. Cabe recordar que los
ingresos que obtendría el Estado por concepto de regalías en Mirador se
calcula en aproximadamente 700 millones de dólares, una cantidad mucho
menor al costo de remediación. De esto se desprende por qué las empresas
no quieren hacerse cargo de esta etapa de remediación.
Estos son contabilidades económicas que normalmente no aparecen en
los proyectos y que las empresas transfieren invariablemente a la
sociedad; recuérdese la devastación petrolera en el nororiente de la
Amazonía, provocada por la compañía Chevron-Texaco.
También deberían entrar en la lista de costos los denominados
“subsidios perversos”, que se expresan a través de la entrega de energía
a precios menores, agua sin costo o con costo reducido, e inclusive
infraestructura de transporte.
¿Se han presentado estas evaluaciones? No. Probablemente porque el
asumir estos costos disminuiría notablemente la rentabilidad de las
empresas y se pondría en evidencia los magros beneficios para el Estado.
¿Megaminería o Buen Vivir? ¡Esa es la cuestión!
En Ecuador, como sucede en muchos países del mundo, la minería
industrial dejará ríos muertos, cordilleras deforestadas, comunidades en
conflicto, enfermedades, violaciones de Derechos Humanos y de Derechos
de la Naturaleza, ejércitos de desempleados, así como campesinos e
indígenas sin tierras.
Además, la megaminería fortalecerá las raíces violentas y
autoritarias del extractivismo. Es decir, la explotación de este tipo de
bienes naturales genera graves tensiones sociales en las regiones en
donde se realiza. Los impactos económicos y sociales provocan la
división de las comunidades, las peleas entre ellas y dentro de las
familias, la violencia intrafamiliar, la violación de derechos
comunitarios y humanos, los incrementos de la delincuencia e
inseguridad, el tráfico de tierras, etc. Adicionalmente, las grandes
tensiones sociales en las regiones crecen a través de otras formas
perversas de dominación que se producen cuando, por ejemplo, se
conforman empresas extractivistas en las que participan grupos indígenas
para explotar estos recursos naturales no renovables en zonas
conflictivas. Este tipo de situaciones aumenta la confusión de los
pueblos y genera más rupturas internas.
La violencia aflora incluso cuando los gobiernos, incluso aquellos
autoproclamados y equivocadamente considerados como progresistas, como
en el caso de Ecuador, criminalizan la protesta popular que emerge en
contra de las actividades extractivistas, con el único fin de
garantizarlas… para poder reducir la pobreza, como justifica el mensaje
oficial. Objetivo que, por lo demás, no se consigue forzando el
extractivismo. Con sus declaraciones, de que “no podemos caer en la
irresponsabilidad de ser mendigos sentados en un saco de oro”, el
presidente Correa demostró que mantiene la ilusión del extractivismo,
impuesto desde la colonia y plasmado figurativamente en los mismos
términos hace dos siglos, poco antes del inicio de la República, por el
célebre científico alemán Alexander von Humboldt.[4]
En suma, como contracara de las violencias múltiples, la lista de
represiones atadas al extractivismo es larga. Este podría ser uno de los
telones de fondo de la historia de nuestros pueblos, que se inició hace
ya más de quinientos años, cuando se inauguró esta modalidad de
acumulación extractivista que nos condenó a la pobreza.
La minería a gran escala, que no quepa la menor duda, no contribuye a la construcción del Buen Vivir.-
[1] Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la FLACSO.
Ministro de Energía y Minas. Presidente de la Asamblea Constituyente.
[2] William Sacher: PhD en ciencias atmosféricas y oceánicas.
Investigador del colectivo de autores académicos Recursos de África,
Montreal, Canadá.
[3] Desarrollo sustentable es, entonces, aquel proceso que permite
satisfacer las necesidades actuales sin comprometer las posibilidades de
las generaciones futuras. Para la construcción del Buen Vivir hay que
ir incluso mucho más allá del desarrollo sustentable, hay que asumir a
la Naturaleza como sujeto de derechos, tal como dispone la Constitución
de Montecristi.
[4] Cuando Alejandro von Humboldt llegó a lo que hoy es Ecuador, en
su histórico recorrido por tierras americanas, hace más de doscientos
años, se quedó maravillado por la geografía, la flora y la fauna de la
región. Cuentan que veía a sus habitantes como si fueran mendigos
sentados sobre un saco de oro, refiriéndose a sus inconmensurables
riquezas naturales no aprovechadas. Desde entonces, apegados a esta
visión, tal como ya lo hicieron los españoles cuando conquistaron estas
tierras, una y otra vez los gobiernos del Ecuador han pretendido extraer
los tesoros existentes en dicho saco…
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