Andrés Sánchez y Eva Moreno
El Planeta ya no aguanta nuestro ritmo. Llevamos mucho tiempo escuchando estas palabras, pero nos resistimos a asimilarlas. Es normal, vivimos en este estado de calma chicha que nos venden como «estado del bienestar» y que a lo largo de la Historia siempre ha precedido a los cambios. Sólo miramos nuestro entorno cercano, obviando a los millones de personas que a duras penas sobreviven para mantener este sistema capitalista, directamente responsable de la expoliación de sus recursos. No vale de nada la caridad subvencionada de las ONG ́s en zonas donde el mismo sistema ha provocado guerras, sequías, expropiación de tierras o deudas externas imposibles.
La pandemia del COVID-19 nos ha dado una bofetada de realidad. Nos ha acercado la pobreza, que antes parece que no veíamos, pero existir, existía. La televisión nos muestra que ha aumentado espectacularmente el paro en este periodo debido al confinamiento y al desplome de su economía, pero se olvida de los millones de parados que ya pasaban penurias para llegar a fin de mes. Y es que son muchos años los que aquellos que tienen a España por bandera llevan vendiéndola por sus intereses, dejando en manos privadas sectores estratégicos como las energías, la industria, la educación o la sanidad y llevándola a unos niveles de deuda irrecuperables. Por supuesto, todo acompañado de congelación de salarios, temporalidad en el empleo y reformas laborales abusivas para poder superar los malos tiempos.
La respuesta de nuestros políticos ha sido la esperada. Pasadas las primeras semanas en las que nos embelesaron sus pasmadas caras, preguntándose cómo el virus chino ha podido llegar a su desinfectado y esterilizado primer mundo, han tardado poco en volver al mismo juego del insulto, de marear la perdiz, del vótame a mí que si no viene otro peor, de la sobreinformación en sus manipulados medios para al final no llegar a nada constructivo.
Llegamos a pensar que iban a priorizar las vidas de la ciudadanía ante las abultadas riquezas de sus amos. Establecieron el estado de alarma, poniendo a disposición pública industrias y servicios. Pero meses después, ni un hospital privado ha atendido a un ciudadano externo, pese a tantas personas muertas por no poder pagar una atención médica. Ni una industria textil ha sido reconvertida en fábrica de mascarillas, pese a que nuestro personal sanitario se ha estado apañando con EPIs fabricados por manos solidarias. Su solución es que nos vayamos contagiando poco a poco, caiga quien caiga, con el convencimiento de que su salud está bien asegurada. Les fue fácil desoír las recomendaciones de la OMS de realizar test, aludiendo a que no había suficientes, sabiendo que para ellos sí que había. Pagando sí que había test.
Han falseado y maquillado las cifras de muertos. Su insensibilidad deja a cualquiera sin palabras.
El primer paso después del confinamiento no fue priorizar los bienes de primera necesidad y a las personas que los consiguen. Al pastor le han servido los aplausos para que le paguen veinte euros por un cordero que antes valía cuarenta. Es lo que hay, y al ciudadano le sigue costando lo mismo la chuleta. No, lo primero fue abrir la construcción, que tantas alegrías le ha dado a nuestra economía. A la nuestra pocas, pero a la suya descomunales. Qué disparate.
Después le tocó el turno a la hostelería. Uno de los sectores más precarizados del empleo, donde caben desde el autónomo con una pequeña taberna al explotador más pirata que obtiene enormes beneficios en negro con el sudor de sus empleados. Las fases se convirtieron en un desfase, en el que los reyes se paseaban por las playas y zonas turísticas invitándonos a disfrutar libremente de nuestro ocio, mientras Fernando Simón se tiraba de su abultada melena acusándonos de descarriarnos en nuestras labores contra el COVID.
Así llegamos a la situación actual, donde nos muestran los rebrotes por todos lados, ahora confino una ciudad, ahora una residencia, ahora abro un colegio y cierro otro. Muchos ingenuos se preciaban de vivir en un país en el que no se podían aplicar las mismas medidas restrictivas que en China. Ponle un nombre guapo, llámale fase uno, y nos tienen del curro a casa, de casa al curro y salir sólo para comprar, eso que no falte. Pueden hacer lo que quieran con nosotros.
Lo importante ha sido no parar la economía. Tanto ha sonado este cantar que ha calado en mucha gente. Si durante las vacas gordas la riqueza que se ha producido ha sido tan enorme, ¿no podemos vivir con un poco de decrecimiento durante un par de años? ¿no habéis ahorrado nada, pilluelos? Esperemos que no nos dejen morirnos de hambre, aunque siempre sabremos que es para que no nos amotinemos o para que podamos seguir participando en este engranaje de comprar lo que nosotros mismos producimos. Pero ni el pago de los ERTEs ni la renta básica han llegado a tiempo, ha sido la solidaridad vecinal la que una vez más nos ha sacado del atolladero. Hasta la ínfima parte del gobierno que ostenta el Partido Comunista ha escondido la cabeza por miedo a ser catalogado de comunista.
Y es que no hay dinero para que pare la economía. Sí que hay para otras cosas más esenciales como los cien misiles ASRAAM que el pasado 2 de septiembre le compramos a Estados Unidos por 248’5 millones de dólares, por ejemplo. Todos sabemos lo que molesta quedarse sin munición en los juegos de guerra.
Todo apunta a que hace falta un cambio
Todo cambio requiere esfuerzo, pero también implica una evolución. No hay que tener miedo al cambio, el cambio es inevitable. Afortunadamente, porque de lo contrario todavía viviríamos bajo el yugo de un señor feudal o un emperador romano. Igualmente, el capitalismo ha cumplido su función en la evolución de la Humanidad, pero ya es insostenible.
La evolución está marcada. Y claramente pasa por otra economía, con un reparto justo de la riqueza y una eliminación de las jerarquías. Los recursos no deben estar en manos de unos pocos privilegiados que se dedican a especular con ellos para aumentar sus bolsillos, sino al alcance de todas las personas, bien distribuidos para no desperdiciarlos y siempre considerando la sostenibilidad del Planeta. Para ello, antes debemos renegar de falsas democracias y evolucionar a una sociedad participativa, bien informada y donde el colectivo tome sus propias decisiones. Por tanto, como individuos, debemos participar activamente en organizaciones verdaderamente asamblearias, ser parte activa en la vida sindical de nuestros tajos, consumir responsablemente y tener siempre presente una visión global del mundo.
Los cambios no se producen de hoy a mañana. Vamos despertando poco a poco de la fantasía que nos vende el sistema desde su educación y sus medios de comunicación. Vamos aprendiendo poco a poco a compartir, a trabajar en grupo, a aceptar las decisiones conjuntas y a encontrar la felicidad en lo importante en lugar de en lo material. A buscar lo positivo dentro un mundo negativo.
Parece que la naturaleza nos habla y nos obliga a cambiar nuestro mundo. O de lo contrario lo cambiará ella y será más traumático. Planteemos un mundo sin fronteras, donde cada persona aportará su trabajo según sus posibilidades y recogerá según sus necesidades, siendo valorados de igual forma, independientemente de lo que cada uno aporte y lo que piense, tomando nuestras propias decisiones en todos los ámbitos de nuestra vida: laboral, educacional, sanitario, fiscal, social y personal. Otro mundo es más que posible, es obligatorio.
[Artículo publicado originalmente en el periódico CNT # 425, Valladolid, octubre-diciembre 2020. Número completo accesible en https://www.cnt.es/wp-content/uploads/2020/10/425-WEB-1.pdf.]
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