Rafael Cid
Hay que señalar lo que constituye el hecho diferencial y decisivo que hace del reciente asalto al Capitolio en Washington algo radicalmente diferente a todo lo conocido. Hablamos de la fractura social que lo sucedido entraña. Un cisma que va más allá de la simple bronca entre demócratas y republicanos que ha arrastrado consigo a buen parte de su cuerpo electoral. No se ve precedente cercano a esa rivalidad caníbal entre ambas orillas ideológicas. Cualquier rastreo en busca de equivalencias nos llevaría inevitablemente al terreno de los llamados Estado fallidos, nunca a la experiencia de la nación que hasta hoy figuraba como faro de las democracias liberales, la más veterana y sólida de la historia moderna. El abismo que en Estados Unidos se ha abierto entre <<las dos Américas>> deja en mera retórica nuestro tradicional y domestico vaivén de las <<dos Españas>>.
Siendo cierto que existen amenazantes grupos fascistas en la órbita del inquilino de la Casa Blanca, buena parte de esos 75 millones de votantes que todavía en las últimas elecciones le entregaron su voto pertenecen a algunos de los sectores más vulnerables y desestructurados de la población. Un variopinto contingente donde sin duda pululan supremacistas WASP (blancos, anglosajones y protestantes), pero también trabajadores de la industria venidos a menos; agricultores y ganaderos de la América profunda; obreros y empleados en precario, y otras tantas personas y colectivos a los que crisis económica y la globalización dejó huérfanos de futuro en el imperio de las grandes oportunidades. Y de la misma forma que otras luminarias en Europa han convencido a millones de ciudadanos que no existe más esquema de organización de la sociedad que el humillante eje arriba-abajo, los adictos al trumpismo se consideran víctimas propiciatorias de las codiciosas políticas dictadas desde los despachos financieros y las grandes corporaciones.
No tener en cuenta el cómo y el porqué de lo allí acontecido nos abocaría a un callejón sin salida, sin atender a las metástasis sueltas. Hay que atacar el <<y ahora qué>> para no edificar sobre arenas movedizas. Sobre todo porque la dramática conjugación de pandemia y crisis económica global ciega perspectivas humanistas y fomenta salidas cortoplacistas a lomos del panóptico digital. Doctores tiene la Iglesias, pero en la base de esta disrupción convivencial hay que situar el auge y fomento de la política de los instintos. Un código de conducta despiadado que se mira en la doctrina del filonazi Carl Schmitt y convierte al adversario político, al disidente, al discrepante, en enemigo al que es preciso neutralizar. La vida social en blanco y negro, izquierda y derecha, buenos y malos, niño o niña, sin matices ni graduaciones, y su tórrida bipolaridad. La nueva normalidad del populismo que ha ido penetrando en los intersticios sociales más porosos e indefensos, elevando a categoría de ley códigos de conducta de exclusión (<<o conmigo o contra mí>>, <<el amigo de mi enemigo es mi enemigo y viceversa>>, el “y tú más”, etc.). En realidad se trata de la reificación de una colosal incapacidad política. Cuando asaltar los cielos, en sus distintas y variadas modulaciones ideológicas, es imposible por haber entrado a formar parte del problema, los nuevos cruzados encubren su impotencia transformadora vociferando la vendetta político-social como seña de identidad. Tienen a su favor la propia dinámica de un sistema estatal que funciona autoritaria y jerárquicamente de arriba-abajo por persona interpuesta. Cuando ruge la marabunta.
[Párrafos tomados del artículo de igual título, que en versión integral es accesible en http://rojoynegro.info/articulo/ideas/el-ocaso-del-se%C3%B1uelo-americano.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.