Daniel CP
“El imperativo es por naturaleza la herramienta más poderosa para moldear al individuo a la forma requerida socialmente. [...] El imperativo no tiene nada de malo en sí mismo; los problemas surgen cuando quien los recibe no quiere recibir el mensaje, bien sea por razones biológicas o razo-nes psicológicas. [...] La neurosis surge si coexisten simultáneamente imperativos de índole social y personal que no pueden ser enfrentados mediante la misma acción. Si tanto la exigencia como la cosa exigida son aceptables, la gestalt se haya cerrada. [...] Pero si hay una resistencia y el imperativo se ejecuta de todas maneras, tendremos resentimiento y neurosis.”
Fritz Perls (1893-196
Uno de los temas esenciales en el anarquismo es el poder, y también es considerado un tema muy importante en psicología. Si se quiere elaborar una teoría sobre psicología anarquista es obligatorio escoger situar al poder como tema de primer orden para reflexionar sobre él puesto que permitirá que psicólogos críticos y anarquistas comprendan con cabalidad el campo de acción donde ejercerán la disciplina y los fines últimos que pretenden realizar con sus intervenciones.
Hay que diferenciar en primer lugar entre poder y fuerza: la fuerza tiene un carácter más instrumental, ya que siempre está al servicio de alguien (normalmente de los que ostentan el poder). La fuerza se ejerce por la violencia, y de ahí se diferencia del poder, ya que este puede ser ejercido de múltiples formas sin necesidad de acudir a la fuerza. Sin embargo, las personas se someten más fácilmente por medio de la obediencia que por medio de la fuerza, se doblegan ante la fuerza y obedecen a la autoridad.
Desde el ámbito político se puede dividir al poder en dos categorías: el poder como capacidad (potentia) y el poder como dominación ( potestas).“En una situación que implica a dos o más individuos, la capacidad de hacer puede convertise en una fuerza común, sinérgica, entre individuos o entre grupos en relación de cooperación, en condiciones que no hacen mella en las relaciones igualitarias de los participantes ni en su libertad de decisión; la dominación, por el contrario, designa una relación necesariamente asimétrica: uno (o una parte) domina, la otra (o la otra parte) se somete” (Colombo, 2006).
Es así como en el orden de la capacidad se denomina al poder como poder instituyente y en el orden de la dominación se enomina como poder político.
Por otra parte, Foucault demostró que el ejercicio del poder no es ejecutado solamente desde la cúspide de la sociedad, hacia abajo, sino que está vigente en toda la trama psicosocial, que penetra incluso la conformación de los saberes mismos que él denomina “ciencias del hombre”, en donde es vital reconocer los micropoderes y “las relaciones que permiten a los sujetos, a través de prácticas de reconocimiento y resistencia, liberarse de la condición de ser sujeto de relaciones de control y dependencia, y pasar a la condición de sujeción a la propia identidad, la conciencia y el autoconocimiento” (Robledo-Gómez, 2008). Podemos encontrar entonces puntos de intersección entre uno de los más claros objetivos anarquistas, la emancipación del individuo de las estructuras de dominación sociales y los objetivos gestálticos: la conciencia del individuo y su autoconocimiento.
Foucault rompió con las concepciones clásicas que se habían elaborado acerca del “poder”, pues el poder no es para él considerado como un objeto que el individuo cede al sobreano (concepción contractual jurídico-política), sino que es un relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad en un momento determinado. Por lo tanto, el poder, al ser resultado de relaciones de poder, está en todas partes; así el individuo está atravesado inevitablemente por estas y no puede ser considerado independientemente de ellas. Esta concepción del poder se entiende desde su dimensión relacional y en este conjunto de relaciones de poder normalmente “una de las partes ocupa una posición de superioridad y dominio y la otra se sitúa en posición de inferioridad o sumisión. Ahora bien, estas relaciones se mantienen en gran parte gracias al reconocimiento que el inferior dentro de las mismas decide otorgarle al superior” (
García, 2009).
En este orden de ideas, se considera que el poder no es sólo una relación social, sino que se trata de un tipo de vínculo que compromete la constitución misma del psiquismo, pues se trata de relaciones. En efecto, no se trata sólo de una relación social puesta en juego eventualmente, sino que es la disposición a un tipo de vínculo. Esta disposición puede ser más intensa o relativa según el tipo de desarrollo afectivo y cognitivo de cada uno y las condiciones sociales de cierto momento histórico y lugar.
El anarquismo, sin embargo, no niega todo poder y autoridad, más bien niega el poder permanente y de la autoridad instituida o en otros términos, el Estado. La sociedad está dividida esencialmente por obra del Estado, las personas se encuentran alienadas y no pueden vivir una vida plenamente humana gracias, ante todo, a tal concentración de poder. El fenómeno básico que da origen a tal concentración puede describirse como una delegación (que pronto se convierte en una cesión definitiva) de los poderes de los individuos y de los grupos (comunidades locales, gremios, etc.). Así pues, el Estado es el órgano de la clase dominante que crea o se constituye en sí mismo en un poder económico. Éste a su vez genera el poder político, así como también se considera que la clase dominante igualmente es órgano del Estado y que el poder político genera el poder económico, cumpliéndose así una relación circular. El Estado tiende a conservar y acrecentar su poder (de ahí su inevitable función bélica) y lo hace manteniendo el orden. Mantener el orden equivale a preservar el statu quo social. Es en este punto donde se aprecia claramente la función opresora y represiva del Estado, pues éste utilizará el poder para oprimir por la fuerza de las armas o por el engaño y la manipulación.
La transformación social hacia la que apunta la psicología anarquista exige la fragmentación como un primer paso y la disolución como meta final (esto es lo que enlaza y une a la psicología social radical y la psicología anarquista) de estas estructuras de poder junto con todos los cuerpos represivos que colaboran directamente con el sostenimiento de tal situación de opresión.
Es así como intervenciones en las relaciones de poder se ponen por encima aún de las relaciones económicas y políticas porque justamente se aspira a una transformación más allá de la política y la economía, en la que se revalúe la microfísica del poder presente en todas las áreas de la vida social humana, tanto en las relaciones interpersonales como en las relaciones familiares.
“La coacción, la opresión, toma las formas más sutiles, más banales, aquellas que nos tocan directamente en cada región de nuestra existencia, y aún más, por cuenta propia nos volvemos parte de ellas. El poder ciertamente no solo se traduce en poder de mercado; la economía no es la única, y quizá tampoco la principal forma de autoritarismo, y habría que decir que ya ni siquiera algo tan aparentemente denunciable como el capitalismo puede comprenderse como una maquinaria de opresión externa a nosotros mismos. No cabría suponer que estamos en un punto de exterioridad con respecto a su funcionamiento más puro, y que somos sus víctimas, o que la padecemos como un peso externo a nosotros mismos, somos también, cada uno de nosotros, parte de ese entramado, y en particular, la psicología como disciplina responde de forma altamente eficiente a esta clase de poder que se ensancha sobre nuestra vida entera. Esta psicología no deja de ser solidaria con ese poder. [...] En el juego de la política y el poder el psicólogo cumple una función estratégica principal. Existen buenas razones para preguntarnos en el contexto de la psicología por la modalidad mediante la cual también nosotros instrumentalizamos la dominación y propiciamos una cierta forma de indignación, de qué manera operativizamos de forma cada vez más efectiva el poder que pasa por nuestras manos, poder que puede tomar la forma de un saber con pretensiones de verdad, y que desrealiza estratégicamente su carácter político. [...] La reflexión teórica y crítica sobre nuestras prácticas y sus fundamentos, la pregunta por sus determinaciones y consecuencias políticas, la pregunta sobre las formas posibles de la psicología, no es un ejercicio banal y pretencioso, no es un ejercicio abstracto que prorroga la acción efectiva y situable en la realidad inmediata. El pensamiento crítico es desde siempre una forma de acción, una práctica de subversión [...] Finalmente cabría asumir la necesidad de asumir que este ejercicio de lucha y de reflexión es perenne, extendido incluso a la totalidad de la vida misma, a cada momento, a su devenir. Ante un poder que permea todo rincón de la existencia, toda temporalidad vital y que pretende ir más allá de la vida misma, no cabría esperar una lucha decisiva sino una resistencia permanente y siempre renovada.”. Rigoberto Hernández Delgado, 2012.
El ejercicio de la terapia ha de tener necesariamente en cuenta que cualquier individuo dentro de esta sociedad arrastra inevitablemente una problemática fundamental insorteable: la de su sumisión al Estado, la de sentirse y saberse oprimido por estas estructuras de dominación; es posible que ni siquiera sea consciente de dicha opresión pero es un hecho objetivo que existe y la actitud con respecto a ella puede pasar por alto o “aligerar” esta problemática pero no superarla. Se puede observar entonces que el mismo sistema y su orden establecido, tal como lo vivimos hoy día, es generador de neurosis en el individuo y cualquier terapia que parta desde esta base no podrá aspirar a una sanación integral del individuo, pues dicha neurosis permanecerá intac-ta hasta que no se solucione la cuestión fundamental de la polaridad opresor-oprimido.
Para Philip Lichtenberg, tal y como expone en su libro Psicología de la opresión, donde hay desigualdad hay opresión. Desarrolla esta idea afirmando que mientras la desigualdad viene a ser el resultado, las dinámicas opresivas corresponden a los procesos que distorsionan las relaciones interpersonales en el mundo entero. Las comunidades que han hecho una división entre grupos de pertenencia y grupos externos, suelen ser esencialmente inestables y reproducen patrones de alienación y desconfianza entre sus miembros. Todos los miembros de una sociedad opresiva han de enfrentar y atender con sumo interés las vulnerabilidades emocionales asociadas a la opresión si es que quieren desactivarla, y en esta tarea psicológica se encuentran las claves para ello. Las claves de las que hablamos se hallan en el apoyo o soporte. Un apoyo diferente al prometido por líderes autoritarios, un apoyo más bien democrático, pues éste permite que las personas sigan actuando como agentes en sus interacciones sociales, sin exaltar ni sobreestimar los desafíos que éste debe enfrentar. Actualmente, las personas viven sobreestimuladas por aquellos elementos que les llegan desde su entorno y que les afectan, y frecuentemente no reciben el suficiente apoyo para poder equilibrar y controlar lo que está ocurriendo en su mundo interior. Como consecuencia de esta falta de apoyo, depositan su confianza en el otro, perdiendo así el sentido de sus propias capacidades y poder. Esto se da principalmente porque no son conscientes de su condi-ción de agentes, es decir, seres con una auténtica capacidad de influencia. Así, el tipo de apoyo que se requiere del otro es precisamente lo contrario a que el otro asuma el poder por mí, ya que este hecho constituye la fuente de todo autoritarismo. Las personas necesitan un aliento que les permita experimentar y reconocer su vulnerabilidad, junto a sugerencias de apoyo para que descubran que no sólo son débiles, sino que en su proceso de autorregulación están las formas creativas de ser agentes y ciudadanos influyentes. Para llegar a ser sujetos de derecho necesitamos apoyo para superar nuestras limitaciones y desafíos para reafirmar nuestras fortalezas. De nuevo se pueden encontrar paralelismos con el concepto de apoyo mutuo anarquista.
Lichtenberg sostiene que la conciencia es a la acción, como lo psicológico es a la actividad social y política. Asimismo demasiada atención a lo psicológico, le resta atención a la acción política o social, mientras que demasiado poca atención a lo psicológico deja fuera el vital aspecto subjetivo de crear sujetos de derecho capaces de llevar a cabo una lucha social.
“Las problemáticas sociopolíticas cada día van en aumento, el mercado ha usurpado las formas de relación humanas fraternales y solidarias, ya casi todo se compra y se vende” (Galeano, 2010), las compañías multinacionales tienen ahora más poder y recursos económicos que muchos países, la explotación del hombre por el hombre ha alcanzado niveles insospechados. ¿Qué está haciendo la psicología para transformar este tipo de relaciones destructivas en nuestras comunidades? La respuesta para mucha gente es (casi) nada. Lo que está haciendo es insuficiente, principalmente porque el foco de atención está centrado en la problemática interna del individuo, dejando en un lugar secundario la cuestión social. Es más, la psicología define científica-mente la normalidad, y no olvidemos que hacer esto es ya una forma de crearla y dominarla. Se convierte así en un instrumento de dominación que actúa a través de la normalización. La psicología está justificando el ejercicio del poder, en nombre de un saber: la necesaria y objetiva ciencia de la normalidad. Se trata, pues, de vigilar, castigar y condenar “científicamente”, toda desviación de la “normalidad psicológica” previamente definida. A continuación, el psicólogo actuará por el bien del niño “anormal”, mediante una eficaz y efectiva terapia reparadora y rehabilitadora, esto es, normalizadora. La psicología, por tanto, define la “normalidad” e interviene en la “anormalidad”, aunque convendría preguntarse como hiciera Foucault... ¿en base a qué criterios?, ¿a qué grupos sociales beneficia esa definición de “normalidad”?, ¿a qué grupos sociales pertenecen los “anormales”?, ¿Quién, y en base a qué criterios, impone una intervención psicológica ante la normalidad?, ¿qué implicaciones sociopolíticas tiene esa intervención psicológica?
[Extraído de un trabajo más extenso titulado "Conceptualización de la ideología libertaria y el anarquismo", que en versión completa es accesible en https://www.academia.edu/25235351/CONCEPTUALIZACI%C3%93N_DE_LA_IDEOLOG%C3%8DA_LIBERTARIA_Y_EL_ANARQUISMO?email_work_card=view-paper.]
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