Marcelo Sevilla
I.-
Hace unos años, Juan C. Portantiero inauguró su curso sobre “Teoría política” en Venado Tuerto con una inquietante pregunta: ¿por qué la gente obedece? Días atrás en Chile, estudiantes secundarios decidieron saltar los molinetes del subte y no pagar boleto, como protesta por el aumento en el precio del pasaje. Por arriba o por abajo, pero no cumplir la norma: desobedecer.
El presidente Piñera reaccionó rápido: nombró “enemigos” y citó la palabra “guerra”. Lo hizo rodeado de militares, en una escena deliberadamente lúgubre. Su amenaza fue clara. Y ahí nomás largó los perros carabineros a cazar en las calles. No hubo error de comunicación ni apresuramiento en sus decisiones. “Nos recuerdan las noches más oscuras…” decían las voces víctimas. Precisamente de eso se trataba. Advertir y recordar cuál era el fundamento de muerte que sostenía ese orden social y qué sucede con los que no lo cumplen. Y el reflejo se mostró tan actual, tan efectivo, que en pocas semanas el país se llenó otra vez de asesinadxs, desaparecidxs, torturadxs, violadxs. ¿Qué cabía esperar? Eso es capitalismo puro, desnudo, sin las burbujas de Coca Cola, sin el podio de Nike, sin los cielos de Visa. Aquello del entrañable León Rozitchner: democracias abiertas desde el terror, no desde el deseo. Democracias, por lo tanto, aterrorizadas. Esta “paz” política tiene allí su fundamento, sus “límites” autorizados. Su ley originaria, la del crimen y las armas, fue la que constituyó este orden y sigue sanguinariamente vigente. También como ley interior en cada uno. En definitiva: ¿dónde se sustenta el prestigio y la estabilidad de este modelo diseñado hace 45 años por Kissinger, Helms (desde EEUU), por Harberger, De Castro, Fontaine, Luders, Friedman (los Chicago Boys), por Edwards (diario “El Mercurio”), Sanfuentes, Kelly, entre otros, y recién después por Pinochet y Merino (militares)? Precisamente en el prestigio asesino de sus militares. ¿Qué si no, impone la memoria de su célebre estado de sitio, el famoso “toque de queda” a la chilena? Primero disparo y después pregunto.
La domesticación “pacificada” se prolonga entonces como un tenso equilibrio entre fuerzas desiguales y muestra su verdadero rostro, el jocker del poder: el tácito poder de dar muerte para mantener los privilegios.
II.-
Sin embargo, algo falló. La amenaza que inhibe y el obrar criminal no fueron suficientes. Nuevas generaciones con otras formas de relación, otros códigos de comunicación, con un valor entendido en otros términos, iniciaron masivas y sostenidas protestas. Salieron a mostrar su descontento, ese malestar.
En las escenas sin embargo, mayoritariamente, no vemos los marginales últimos de la sociedad. No están los hambrientos o haraposos. Esos siguen casi sin aparecer. Los que protestan -mayoritariamenteson los “integrados” al sistema. Los que tienen trabajo, los que pueden estudiar, los que usan el transporte público, los que se han jubilado. Pero el costo que impone esa “integración” es una vida agobiante, enajenada, de una alienación intensa (ése es el verdadero alienígena, Cecilia Morel, el “otro ajeno” que llevamos dentro). Son protestas que interrogan: ¿qué tipo de existencia es ésta? Diez, doce, catorce horas entregadas por día, ofrendadas al sistema. Un sistema que demanda un sujeto del tipo “camello” que describe Nietzsche: aquel que anda con la carga (de valores ajenos), que goza con llevar aquello que ni siquiera le es propio y que siempre acepta una carga más. Ama el peso que carga porque en ese peso está el sentido de sus días (construido por otros). Cumple su “deber” y se protege en la tranquilidad de la “obligación”.
Una ofrenda disciplinada y silenciosa, que tolera los abusos atrapada entre dos grandes riesgos:
Uno: el riesgo de caer con los que están afuera de la economía y la educación, los que pululan en las taperas, en las callampas (casas precarias que se esparcen como “hongos”), los que habitan los campamentos del hambre, de la pobreza extrema, del frío. Otro: el que te espera si intentas modificar ese régimen reclamando una parte de las riquezas que se generan: el riesgo de los carabineros y los militares. Uno es el reaseguro del otro. Y ambos, el reaseguro estricto y cruel del “normal” funcionamiento de las cosas. Pero hay sorpresas también. Hoy marchan en Chile, se juntan, se animan. Sin conducción visible. Sin representación. Casi sin discursos. Camila Vallejos, la joven líder de los reclamos hasta hace poco, también quedó atrás. No es lo actual, no hay oídos para ella. Hoy habla y su tono legislativo queda muy cerca de la burocracia. Muy bien paga, pero sin credibilidad. Pero hay más, hay mucho más que eso: también aparece la belleza de cuerpos conectados. Circulación y emergencia de deseos. Cantos, expresiones nuevas. Abrazos terapéuticos.
III.-
En este neoliberalismo la gente sobra. El universal automático y tecnológico funciona cada vez con menos gente, mientras hay muchas más personas disponibles para trabajar. El capital financiero es abrumador. Ésta es su última versión. De cada 10 dólares, 9 no están en el circuito productivo. El dinero circula veloz, digital, desmaterializado, abstracto. Y va des/cons/truyendo subjetividades, mentalidades, ilusiones, sentido común, con gran celeridad. Y nos deja siempre atrás y lejos, sin comprender, sin asimilar, persiguiendo la zanahoria. En esos algoritmos hemos delegado la organización, las decisiones y, lo que es peor, nuestra admisión al mundo.
“Para mí la resistencia consiste en decir no. Pero decir un no de afirmación, pronunció Germaine Tillion, en la resistencia francesa durante la II Guerra Mundial. O, más literario, Bartleby, el escribiente de Melville: “preferiría no hacerlo”. ¿Qué pasa con todo esto si uno no quiere nada?
En el romántico homenaje de guitarras a Víctor Jara, el cantor enamorado; en el himno coral del pueblo unido de los Quilapayún, encontramos esas notas necesarias, estimulantes, indispensables. Pero que hoy suenan insuficientes. Que esa inspiración evite “el riesgo de intentar volver a un refugio que ya fue dinamitado”. El riesgo de un nuevo mayo francés, que el mercado degluta en clave de publicidad. En un nuevo episodio de consumo amplificado por las redes; o lo que sería más grave: en una moda.
Luis Jalfen decía: más que por las contradicciones económicas (como aventuró Marx), el capitalismo sufrirá por la “proliferación del sinsentido”. No lo sabemos. Hoy es la fábrica del ser endeudado a repetición y perpetuamente fatigado para pagar esa deuda. Sin tiempo para la fiesta, para el ocio, para el aburrimiento, para el detenimiento, para sí mismo, para otra creatividad, para la tristeza sin máscaras, para el aprendizaje errante. Chile no es ni cerca ni lejos. No es ayer ni hoy: Es ahora y acá. Pero el camino no es simple si Hollywood permanece alojado en nuestros corazones. De ahí que debiéramos evitar las simplificaciones que acortan -en la teoría- la distancia con lo que algunos queremos. Evitar aquello de ahorcar al príncipe hasta que se ponga azul. Ha dicho Simone Weil que la tentación del poderoso no es sólo vencer, sino forzarnos a soñar el sueño del vencedor.
No les demos el gusto.
[Publicado originalmente en la revista Vorágine # 2, Santiago de Chile, diciembre 2019, Número completo accesible en https://www.academia.edu/41626341/Segundo_n%C3%BAmero_de_Revista_Vor%C3%A1gine?email_work_card=view-paper.]
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