Periódico Umanita Nova (Italia)
Los últimos años han visto a Estados Unidos avanzar cada vez más hacia una crisis sistémica. El intento de pacificación social perseguido por la administración demócrata bajo los dos mandatos de Obama ha fracasado y ha dado paso a la administración Trump, una presidencia que nació gracias a la concomitancia entre la crisis del Partido Demócrata -que expresa la candidata perdedora Clinton- y la Crisis del Partido Republicano, que es aprovechada por Trump con una operación que recuerda a una toma de poder según se estila en Wall Street.
Los ocho años de la administración Obama se habían basado en la reactivación de la economía estadounidense tras la profunda crisis de 2008, en la reunificación de la sociedad en torno a una visión post-racial y liberal que presentaba a Estados Unidos, una vez más, como guía moral, así como económico y militar, del "Mundo Libre", superando el unilateralismo del Nuevo Siglo Americano de las administraciones Bush que condujeron al atolladero de Oriente Medio.
La reactivación de la economía estadounidense, sin embargo, se basó en una brecha social cada vez mayor y en un aumento de las políticas extractivistas que han producido graves crisis ambientales. La cuestión racial no ha sido abordada en sus características estructurales, porque no puede ser abordada por la misma estructura que se basa en ella; en cambio, se abordó mediante un intento de expandir la influencia de la clase media afroamericana, mientras el proletariado afroamericano, cada vez más lumpenproletariado, caía cada vez más en la espiral de procesos de crisis en el tejido urbano de los grandes centros postindustriales.
Los intentos de establecer estructuras asistencialistas para la salud pública se han visto frustrados por el liderazgo del propio partido demócrata. El tema de la inmigración procedente de países de América del Sur y Centroamérica se abordó mediante una mayor militarización, no excesivamente publicitada, de los aparatos de la policía federal que se ocupan de la gestión de flujos. La guerra contra las drogas, un nudo que une los problemas de raza, estatus migratorio y clase, no se ha abordado a nivel federal. Los sistemas de vigilancia masiva puestos en conocimiento público por denunciantes como la de Chelsea Manning y Edward Snowden han demostrado, entre otras cosas, cómo la administración de los Estados Unidos continuó aplicando esa estrategia ya estructurada en el momento de la Patriot Act, en los meses inmediatamente posteriores después del 11 de septiembre.
En el frente de la política exterior, Estados Unidos no ha logrado idear una estrategia general para estructurar un nuevo orden en Oriente Medio. El colapso de las estructuras estatales en Irak y Siria, bajo los múltiples golpes de las insurgencias de la Primavera Árabe, el Islam político radical y los autonomismos locales, ha dejado espacio para la expansión de los actores regionales - Turquía e Irán en primer lugar - y para intervencionismo de Rusia, sin que Estados Unidos pueda elaborar una estrategia de amplio alcance, como también está ocurriendo en Afganistán.
La presidencia de Trump no ha hecho más que lo que podía hacer: agudizar las contradicciones cada vez mayores dentro de Estados Unidos. La presidencia de Trump no tiene nada que ver con el fascismo, a pesar de que gran parte de la izquierda estadounidense y casi toda la izquierda europea lo asimilan o aproximan a esta categoría. Nuestra tesis, bien representada es que la administración Trump representa el intento del supremacismo blanco estadounidense de estructurarse frente a los desafíos del siglo XXI. Es la vieja tónica WASP que regresa con fuerza al primer plano para volver a ser lo que siempre ha sido: una herramienta poderosa a disposición del capital para dividir y controlar en profundidad el cuerpo social.
Mientras escribimos esto, desde hace cuatro meses y medio ahora, un movimiento imponente que, en parte, trasciende la dimensión de la protesta, de la resistencia y del testimonio y se coloca cada vez más en el nivel de ataque, de ruptura radical, de intentar construir una autonomía real que integre plenamente en ella los nodos de clase, raza y género, y que, incluso en su eslogan más conocido --en muchos sentidos menos radical-- fue el "Defund the police" que resonó desde Minneapolis a Seattle y New York, ataca públicamente a la institución central del neoliberalismo: la policía.
Sin embargo, el tema de la racialización no ha sido el único tema que ha llevado a un aumento del conflicto social en los Estados Unidos en los últimos años. Podemos identificar al menos otros dos movimientos que han producido altas fases de conflicto: el conjunto de situaciones que han movido la cuestión ecológica frente a la expropiación de tierras nativas para la realización de proyectos relacionados con la extracción de productos derivados del petróleo de esquisto - cuyo incremento en la extracción ha sido la columna vertebral de la política energética estadounidense, y consecuentemente de la política exterior, de la última década - y ese conjunto de movimientos que han puesto en primer plano la cuestión de clase: las oleadas de huelgas de maestros públicos, el movimiento por un salario mínimo de 15 dólares la hora, la explosión de la sindicalización en el sector de las cadenas de restaurantes y el movimiento masivo de lucha de los reclusos penitenciarios.
El movimiento Black Live Matters que, recordemos, no es una novedad de 2020 sino que se remonta en su nombre a la revuelta de Ferguson en 2014 y que no es más que el resurgimiento de ese río subterráneo que ha sido la insurgencia de los sectores racializados de la sociedad estadounidense desde el período colonial, tendrá grandes desafíos por delante. Pero ojo: el mayor desafío para este movimiento será en el caso de que la victoria en el torneo elctoral sea para el ultracentrista Joe Biden y su diputada Kamala Harris, es decir, si puede resistir los cantos de sirena de los recuperadores profesionales del Partido Demócrata.
Probablemente quienes están mejor equipados para rechazar el electoralismo son los mismos afroamericanos que se están colocando como sujetos con su propio liderazgo radical. Mucho menos equipados para resistir las promesas del electoralismo primero y las promesas de los recién elegidos son los miembros de la clase política de la izquierda radical estadounidense, que nunca quisieron realmente romper con el Partido Demócrata, incluso cuando sus esperanzas de ganar las primarias con Sanders se sintió frustrado por segunda vez.
Sin embargo, cabe señalar que en los últimos años también se ha producido una radicalización hacia la izquierda de sectores del proletariado juvenil blanco, radicalización que se refleja en un aumento de la sindicalización, aunque con un número mucho menor que la época dorada del movimiento obrero, que todavía está comenzando a construirse sobre décadas de escombros y a participar en la insurgencia de las minorías marginadas.
Los dos meses de lucha constante contra los gobiernos locales, estatales y la policía federal en metrópolis como Seattle y Portland han visto cierto protagonismo de este proletariado juvenil, que se rebela contra el papel que le ha sido asignado en la jerarquía racial estadounidense y toma partido, pagando incluso tributo de sangre, de sujetos racializados. Es uno de los mayores temores de la clase dominante estadounidense desde el nacimiento de Estados Unidos: no es casualidad que la reacción de las fuerzas del orden fue muy dura, con ejecuciones extrajudiciales reales como la que vio caer a Michael Reinoehl víctima de Alguaciles Federales.
Ante esta situación, hay quienes -condenados a la compulsión repetitiva pues no tienen una visión de conjunto y tantean en la oscuridad del oportunismo- han decidido centrarse en los intentos, siempre condenados al fracaso, de escalar las primarias del Partido Demócrata. El consorcio liderado por Bernie Sanders ha fracasado estrepitosamente. La muy celebrada Ocasio Cortez reafirma su lealtad a la línea del partido. Quién sabe lo que es el Partido Demócrata no se sorprende, lo prevén. Los que se engañan a sí mismos padecen la reiterada decepción.
Vuelve a ganar el centrismo del Partido Demócrata -y no podía ser de otra manera- y los candidatos Joe Biden y Kamala Harris. Si en el primero es inútil expresar más palabras en la segunda algo debemos decir: mujer, afroamericana, ex fiscal de distrito de California y luego senadora. Celebrada por la retórica del empoderamiento del feminismo neoliberal, defensora de la guerra contra las drogas como fiscal de distrito, tomada como ejemplo de "mujer-afroamericana-que-lo-ha-logrado", Harris es la típica respuesta del Partido Demócrata a las demandas de ruptura que se mueven en la sociedad. Un intento de recuperación que no cambia nada esencial. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones presidenciales de Estados Unidos, podemos estar seguros de que la caja de Pandora acaba de empezar a abrirse.
[Artículo en italiano accesible en https://umanitanova.org/?p=13002. Traducido por la Redacción de El Libertario.]
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