Capi Vidal
Vamos a repasar en el siguiente texto, de forma somera, el atisbo del ideal libertario en algunos autores y corrientes previos a la modernidad, época en la que nace estrictamente el anarquismo; se trata de una lucha histórica por la emancipación, a través de determinadas concepciones y experiencias, basada en la ruptura con la tradición autoritaria y por el establecimiento sólido de los más nobles valores humanos.
Max Nettlau comienza su obra La anarquía a través de los tiempos de la siguiente manera: «Una historia de la idea anarquista es inseparable de la historia de todos los desarrollos progresivos y de las aspiraciones hacia la libertad, ambiente propicio en que nació esta comprensión de vida libre propia de los anarquistas y garantizable sólo por una ruptura completa de los lazos autoritarios, siempre que al mismo tiempo los sentimientos sociales (solidaridad, reciprocidad, generosidad…) estén bien desarrollados y tengan expansión libre». Así, se considera la autoridad, en sus múltiples formas, propia de una sociedad poco desarrollada y la historia de la humanidad se contempla como una lucha permanente por liberarse de esas cadenas autoritarias y por asentar un contexto en el que florezcan los más altos valores humanos como garantes de la libertad.
Los estudiosos del anarquismo, incluso en sus formas antiguas anteriores al siglo XVIII, han querido ver esa lucha por la emancipación en forma de rebeldes y movimientos enfrentados a los poderosos también en los mitos creados por los seres humanos: los Titanes que asaltan el Olimpo, Prometeo desafiando a Zeus, fuerzas oscuras que en la mitología nórdica ensombrecen el mundo de los dioses o Lucifer rebelándose contra el amo todopoderoso. La historia de la humanidad, gracias a sus clases dirigentes, ha dado la vuelta a esos mitos y se ha visto a los rebeldes como seres inicuos en beneficio de los que obedecen y permiten un mundo de esclavitud. Son los escépticos y los osados los que, con su rebeldía, cuestionan el autoritarismo y desafían a las clases mediadoras.
En la historia de la humanidad, incluso en la Antigüedad, ha habido intrépidos pensadores que han cuestionado el estado de las cosas llegando a diversas conclusiones, alguno incluso de manera cercana al anarquismo. La especulación filosófica posibilitó reflexiones al margen de la tradición religiosa; por supuesto, el paso del mito al logos no se produjo de la noche a la mañana ni por individuos inexplicablemente dotados, fue una labor compleja que se dio durante varios siglos y en el que la religión tuvo también su papel. Pero el sueño de progreso y felicidad ya se estaba empezando a concebir. Rudolf Rocker, por su parte, consideró también que las ideas anarquistas habían aparecido en todos los periodos de la historia. Menciona al respecto al chino Lao-Tsé, a los filósofos griegos cínicos, junto a los hedonistas, y especialmente a Zenón, fundador de la escuela estoica.
Se suele hacer una analogía de la Antigua Grecia con el periodo que abarca hasta la Revolución francesa, siendo el siglo de las luces o Ilustración de los griegos el siglo V a.e. Pueden mencionarse varios nombres de aquellos tiempos: Aristipo, fundador de la escuela cirenaica, individualista radical que negaba toda independencia externa, redujo la virtud al placer (siendo el camino para ello la sabiduría) y consideró el origen de la sociedad (no enfrentada a sus ideas individualistas) en la búsqueda de ese placer con el prójimo; o Antifón, al que Nettlau le atribuye directamente ideas libertarias, perteneció a la segunda generación de sofistas y en el conocido antagonismo entre ley natural o ley por convención (apariencia) se mostró más partidario de la primera. Pero el gran nombre, como ya hemos dicho, puede que sea Zenón (342-270 a .e.), creador de la corriente estoica. Para Rocker, este filósofo de la Antigua Grecia es el punto culminante de la corriente espiritual que observa al ser humano como «la medida de todas las cosas».
Estos primeros estoicos recogieron rasgos de la escuela cínica, especialmente en lo político y en lo moral, y se preocuparon enormemente de cuestiones lógicas y físicas (siendo sus concepciones sobre el destino y la aceptación las más matizables y cuestionables, y también las más conocidas hasta formar parte del habla popular). Los estoicos consideraron que la eudemonía (estado de satisfacción) se lograba en el individuo gracias al constante ejercicio de la virtud y a la propia autosuficiencia. Habría que vivir conforme a la Naturaleza, entendiendo «lo natural» como «racional». Zenón trato de eliminar toda coección externa y consideró que el impulso moral propio de cada individuo podía ser el regulador de sus propias acciones así como de la comunidad: «Fue un primer grito claro de la libertad humana que se sentía adulta y se despojaba de sus lazos autoritarios, y no hay que asombrarse de que ese trabajo fuese ante todo depurado por generaciones futuras, luego completamente dejado al margen para irse perdiendo».
No obstante, Nettlau consideró que las exigencias de Zenón y del estoicismo dieron lugar al nacimiento del derecho natural, transmitido durante siglos como una concepción verdaderamente justa y equitativa. La doctrina del derecho natural será una decisiva herramienta contra el absolutismo en la historia; sus representantes razonaban que, si consideramos que las personas poseen derechos innatos e inalienables, ningún poder establecido puede arrebatárselos.
En la Antigüedad se produce el primer asomo libertario enfrentado al ideal autoritario, una lucha que después tendrá más de 2.000 años de protagonismo. Tanto Nettlau como Rocker, mencionan el nombre del gnóstico Carpócrates de Alejandría, que proclamó ya en siglo II de nuestra era la idea de un comunismo libre y que tuvo una gran influencia sobre sectas cristianas medievales objeto de grandes persecuciones institucionales. Otro autor que realiza una crítica radical a Iglesia y Estado es Petr Chelcicky, en el siglo XV, desde un punto de vista cristiano y comunista cercano al que siglos después hará Tostói.
En el siglo XVI, François Rabelais, médico, escritor y gran humanista, que proclamó en su novela Gargantúa su ideal antiautoritario según la filosofía de vida natural de la Abadía de Thélème basada en la supresión de la autoridad y la máxima de «haz tu voluntad»:
«Pues seres humanos honestos, bien educados, sanos y tratables tienen por naturaleza una inclinación a lo bueno y sienten una repulsión hacia lo malo: en eso consiste su dicha. Pero la servidumbre y la coacción aguijonean la resistencia y la sublevación y son madre de todo mal. Codiciamos con intensidad mayor los frutos prohibidos».
Puede haber muchos olvidos en este somero repaso a la huella anarquista en autores previos a la modernidad, pero no podemos dejar de mencionar a Étienne de la Boétie, también el siglo XVI, quizá el autor de la época que más profundizó en la raíces de la tiranía en su obra De la servidumbre voluntaria, la cual tuvo también un importante papel en la lucha con el absolutismo y ha adquirido importancia con el paso del tiempo siendo hoy un ensayo muy reivindicado por los anarquistas. Como es sabido, la tesis que se mantiene en el libro es que la tiranía se apoya menos en el uso de la fuerza bruta que en el sentimiento de dependencia de las personas:
«¡Pero qué vergüenza y qué ignominia es -dice La Boétie- que un sinnúmero obedezca voluntariamente, si incluso servilmente, a un tirano! A un tirano que no les deja ningún derecho sobre propiedad, padres, mujer e hijos, ni siquiera sobre la propia vida … ¿Qué clase de hombre es, pues, un tirano? ¡No es un Hércules, no es un Sansón! A menudo es un hombrecito, el cobarde más afeminado del pueblo entero … No es su fuerza lo que le hace poderoso a él, que no es raro sea esclavo de la peor prostituta. ¡Qué mlseras criaturas son sus súbditos! Si no se rebelan dos, tres, o cuatro contra uno, es quizás por falta comprensible de valor. Pero cuando cien, mil no arrojan a un lado las cadenas de uno solo, ¿dónde queda un resto de voluntad propia o de dignidad humana? … Para libertarse no hace falta emplear la violencia contra el tirano. Este cae cuando el país se ha cansado de él. El pueblo, que se deja expoliar y vejar, sólo debe negarle todo derecho. Para ser libre, sólo le hace falta la firme voluntad de sacudir el yugo … ¡Decidíos a no ser más tiempo esclavos, y seréis libres! Rehusad al tirano vuestra ayuda y, como un coloso a quien se ha privado del pedestal, se derrumbará y se hará pedazos».
Entre los ilustrados franceses del siglo XVIII, merece la pena mencionar al enciclopedista Denis Diderot, que para Rocker expresa en sus voluminosos escritos una inteligencia superior sacudida de prejuicios autoritarios. Será poco después, en el mundo británico, donde se conciba una filosofía que puede ya denominarse enteramente anarquista, a cargo de William Godwin, punto de partida para el anarquismo moderno.
La autoridad, en cualquier de sus formas institucionales, procurará a la largo
de la historia imponer el oscurantismo e impedir el pensamiento libre. Frente
al intento de establecer pequeñas unidades locales, libremente federadas, se
producirán también los intentos de unificación de grandes territorios, que
darán lugar a los grandes Estados modernos. No obstante, hay que ser cautos con
esas supuestas expresiones libertarias en la historia, ya que el deseo de
dominar y extenderse se ha dado en toda forma de vida social, grande o pequeña.
De igual modo, ha sido difícil encontrar visiones radicales que cuestionen
verdaderamente la autoridad previas al anarquismo moderno; los que una vez se
erigen como rebeldes, muy pronto son seducidos por nuevas formas autoritarias,
algo que desgraciadamente también se produce en la era contemporánea.
[Tomado de http://acracia.org/la-huella-anarquista-en-la-historia.]
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