Éric Raufaste
La estructura de la sociedad tal como la conocemos está probablemente condenada a corto o medio plazo. ¿Por qué? Porque la mecanización suprime empleos. Y ya no hablamos de las máquinas del siglo XIX. Las cajeras son sustituidas por lectores de tarjeta, los robots montan coches, limpian piscinas, destruyen las maletas abandonadas en los aeropuertos, etc. Hasta aquí, esa supresión de empleos estaba compensada por la aparición de empleos cualificados. Pero la revolución tecnológica en curso va demasiado deprisa, es demasiado poderosa para que pueda mantenerse la actual estructura de la sociedad. En algunos empleos, esta tendencia es ya perceptible. En los talleres de coches, por ejemplo, los sistemas de diagnóstico automático ya están en marcha.
El electrodoméstico empieza a hacer la competencia a los trabajadores; numerosos hornos están equipados de máquinas para hacer pan; los primeros robots de hogar están ya en servicio. Muy rudimentarios, desde luego, pero ¿quién puede dudar de que serán progresivamente perfeccionados? Lo crucial es el desarrollo creciente de artefactos capaces de reemplazar ventajosamente incluso a los trabajadores altamente cualificados. ¿En medicina? Los sistemas de diagnóstico automático actúan cada vez mejor, los robots capaces de realizar operaciones quirúrgicas críticas están en proceso de desarrollo, la digitalización de imágenes permite al radiólogo tratar a distancia radiografías recogidas a miles de kilómetros, con análisis biológicos que realizan diariamente numerosos exámenes bioquímicos. ¿Y en informática?
Ya existen programas capaces de autoorganizarse para resolver tareas tan complejas como la elaboración de nuevas moléculas químicas, dotadas de las propiedades requeridas. ¿Y los pilotos de avión? Sabemos que la mayor parte de los accidentes provienen de errores humanos. Con el desarrollo de los automatismos, solo será cuestión de tiempo que los pilotos sean sustituidos por ordenadores más fiables, que no se pongan en huelga y no exijan aumento de sueldo. Este movimiento ha comenzado ya con la reducción de varios pilotos en las cabinas. En cuanto a los controladores aéreos, la existencia de poderosos sindicatos podrá quizás retrasar un poco su sustitución por artefactos, pero en unas decenas de años la profesión habrá desaparecido probablemente.
Se están desarrollando frecuentes sistemas de ayuda de control para aumentar la cantidad de aviones que pueda gestionar un controlador. Es una cuestión de tiempo, pero bastará con algunos centros especializados a escala planetaria para gestionar los posibles casos de urgencia o situaciones especiales no automatizables que puedan surgir de vez en cuando. ¿Y las finanzas, las inversiones? Numerosas transacciones bursátiles son llevadas a cabo ya de manera completamente automática por programas bursátiles. Detengamos, sin haberla agotado, la lista de empleos de alto nivel que se ven amenazados por los desarrollos tecnológicos.
Volvamos hacia otro tipo de empleos quizá más determinantes: las fuerzas del orden (establecido). Ya existen los robots artificieros, los robots soldados. Los automatismos tienen en cuenta la seguridad de los accesos; los automatismos de apertura y de cierre de los accesos están generalizados. Los programas informáticos ponen en práctica el reconocimiento de caras a partir de miles de cámaras de vigilancia situadas por todas partes. Los programas de espionaje analizan los contenidos de Internet y los intercambios de comunicaciones electrónicas (véase especialmente el conflicto actual entre la sociedad Blackberry y el gobierno indio).
Otros programas extraen información de los ciudadanos con solo hacer un seguimiento del desplazamiento de sus teléfonos móviles, con aviones teledirigidos surcando el cielo; las placas minerales de los vehículos son interpretadas automáticamente por los programas acoplados en las cámaras de videovigilancia… En Francia se han votado leyes como la LOPPSI (Ley de Orientación y de Programación para las Prestaciones de la Seguridad Interior) para autorizar al Estado a espiar a los simples ciudadanos hasta sus propias casas, y a introducir a distancia programas de espionaje en sus ordenadores. En resumen, la represión se lleva a cabo de una manera más eficaz y automatizada. Los propietarios pueden, por tanto, proteger más eficazmente el fruto de su explotación, reduciendo la necesidad de tener soldados.
Podemos pensar que algunos empleos resistirán más tiempo. Por ejemplo, los concernientes al carácter humano y justo de las decisiones, si se mantiene al nivel de exigencia incluso tan débil como el que se ve actualmente; podemos pensar que establecer lo correcto requerirá todavía durante algún tiempo la presencia de humanos. En efecto, salvo algún posible descubrimiento tecnológico nuevo, todavía estamos lejos de tener máquinas capaces de tomar decisiones éticas aceptables. Pero no nos equivoquemos: numerosos investigadores de inteligencia artificial, de filosofía y de psicología cognitiva y social están desarrollando conocimientos sobre cuál es la base de la aceptabilidad de las decisiones. Es inconcebible que esos conocimientos no se traduzcan tarde o temprano en sistemas de ayuda a la decisión.
En resumen, proletarios o clase media, tarde o temprano la automatización hará que casi nadie tenga realmente necesidad de trabajar. Examinemos ahora las consecuencias de esta revolución en la sociedad. Pueden darse dos casos.
Primera opción, seguimos con un sistema de tipo capitalista, en el que una proporción creciente de la riqueza es poseída por una proporción decreciente de individuos. Pero a largo plazo, el sistema capitalista no es viable: al reposar sobre el concepto del beneficio y la competencia no regulada, sería sorprendente que condujera a otra cosa que no fuera el agotamiento de los recursos del planeta. Al depender los beneficios de la disponibilidad de recursos (si son abundantes, bajan los precios; en caso de abundancia ilimitada, los recursos se harán gratuitos), se engendra inevitablemente la penuria, pues la Historia demuestra que los poderosos no vacilan en generar penuria cuando no la hay.
La Historia nos demuestra también que no hay la más mínima piedad por parte de los poseedores. Entonces, ¿qué ocurrirá a la gente si los poseedores no necesitan ya trabajadores, porque pueden explotar las máquinas en lugar de a los hombres? Si tienen la protección eficaz de las máquinas, ¿por qué van a repartir a los demás? Por eso hay que temer a partir de ahora las grandes hambrunas incluso en Occidente, e incluso la tentación de crear guerras con el objetivo puro y simple del control demográfico.
La segunda opción consiste en cambiar completamente la sociedad. En situarse en el marco de una revolución libertaria, tras la cual casi nadie necesitaría trabajar, en la que todo el mundo podría sentirse realizado, en la que los esfuerzos no se dirigirían constantemente hacia la producción exterior, desde ahora llevada a cabo por las máquinas, sino hacia el desarrollo interior. Por ejemplo, un individuo aprendería a sublimar las pulsiones dominadoras que lo impulsan al autoritarismo, al deseo de controlar y poseer a los demás, etc. El lector nos entiende.
Se quiera o no, el progreso tecnológico nos va a enfrentar muy pronto, y cada vez más, a la necesidad de escoger entre esos dos tipos de sociedad. Evidentemente, el porvenir capitalista no es aceptable. Es, por tanto, fundamental que nos pongamos en posición de orientar la Historia hacia la dirección de la segunda opción. En el estado actual de la tecnología, los poderosos no podrán controlar nada si están solos. Únicamente tienen poder gracias a la existencia de una clase media que se les somete "libremente", de modo más o menos consciente, y que sigue sus instrucciones: fuerzas del orden en primer lugar, funcionarios, periodistas, profesiones liberales e incluso algunos artistas a continuación. En este contexto, la destrucción de la clase media constituye quizás una oportunidad inesperada para cambiar las cosas.
A partir de ahora, y hasta el momento en que resulte inútil para la clase dominante (al ser sustituida por la tecnología), existe la oportunidad inédita en la historia moderna de lograr hacer tomar conciencia a la clase media del hecho de que ya no le interesa estar sometida a la clase dominante.
[Tomado de http://monde-nouveau.net/spip.php?article425.]
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