Raul Zibechi
“Estamos en resistencia”,
sentencia el Consejo Regional Indígena del Cauca (CriC),
en Colombia. La organización que agrupa a diez pueblos indígenas, 127 autoridades tradicionales y a la Guardia
Indígena que protege los resguardos (territorios indígenas reconocidos),
denuncia que las fuerzas armadas han intensificado la guerra con las
disidencias de la guerrilla, como una estrategia para “vulnerar nuestros espacios para contagiar
a nuestra población” (CriC, 2020).
La Guardia Indígena efectúa el
control territorial, cerrando el paso a las personas y vehículos no autorizados por los cabildos
(autoridad territorial indígena), pero el ejército
se despliega para “generar el caos con el recrudecimiento de la guerra”, como forma de debilitar al movimiento,
infiltrar el virus en las comunidad y debilitar las autodefensas
indígenas.
El CRIC
llamó a los pueblos a iniciar una Minga Hacia Adentro, invirtiendo las tradicionales
mingas que han sido movilizaciones para visibilizar una situación determinada,
“caminar la palabra” como indica la tradición del movimiento. Una minga hacia adentro coloca en primer plano
la medicina tradicional y la armonización de las personas en el territorio.
El comunicador y periodista
misak, Didier Chirimuscay, que reside en Silvia, resguardo
de Guambia, a 60 kilómetros de Popayán, explica por teléfono cómo viven la Minga
Hacia Adentro en su pueblo:
“Las emisoras indígenas se han vuelto estratégicas
y claves de este proceso, ya que siguen las instrucciones de las autoridades
territoriales”.
“Los misak de Silvia somos hijos
de las dos lagunas, la Piendamó que es macho y la
Ñimbe que es hembra, y junto a los páramos nos hemos congregado para revitalizar
los sahumerios, recoger las plantas ceremoniales y hacer los fogones en las comunidades”. La ritualidad misak permite
enfrentar la pandemia al combinar los
cuidados con sus plantas medicinales y armonizar a las personas con la tierra y el territorio.
Didier relata que muchos jóvenes
acuden a los sitios sagrados durante las noches, se
acompañan con médicos tradicionales y conversan en torno de fogones. “Hicimos
una visita de agradecimiento a la laguna hembra para contrarrestar las desarmonías en base a nuestra cosmovisión”,
concluye Didier.
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Las noticias más conmovedoras son
las que muestran la solidaridad entre los pueblos. Leonardo Tello dirige
la Radio Ucamara, en Nauta (Amazonia del Perú), allí
donde los ríos Marañón y Ucayali se confluyen formando el Amazonas. Las comunidades kukama, que hablan lengua
tupí-guaraní y han sido declaradas por la
UNEsCO en peligro de extinción, hicieron llegar a
Nauta, capital de la provincia Loreto,
160 racimos de plátano, 150 kilos de pescado, además de frutas y verduras producidas en sus chacras.
“Son comunidades declaradas por
el Estado peruano como comunidades en extrema pobreza”, asegura Tello. Se
pregunta si los centros comerciales de la ciudad, las grandes empresas de la
región y los municipios y gobiernos “abrirán sus arcas”
como lo hicieron los más pobres, practicando una generosa solidaridad.
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En Chile la revuelta iniciada en
octubre de 2019 está lejos de haber finalizado. Ni el estado de sitio, ni la masiva
militarización del país, ni los temores al virus, han llevado a la población a arriar las
banderas de libertad y dignidad.
Radio Villa Olímpica nos muestra
cómo el estallido de octubre continúa por otros
canales, ya no en las masivas movilizaciones sino en el fortalecimiento de una amplia
red de distribución de alimentos por fuera del mercado. El nombre completo es “Red de Abastecimiento
Cooperativo y Comunitario La Kanasta”.
Se definen como “organizaciones autónomas, asamblearias y comunitarias
que tienen por objetivo gestionar en común el abastecimiento básico del hogar”.
Dicen que van mucho más allá de
“parar la olla”, combinando el apoyo mutuo con
la resistencia popular. Además, existe desde hace cuatro años la “Red de Abastecimiento Feminista La Uslera”, que si
entendí bien la explicación por wasap, es el nombre del clásico palote de
amasar con el que las mujeres también se defienden
de los violentos.
Ambas redes son “organizaciones
madre, semilleras que han servido de alero e inspiración
a otras iniciativas”. En general, se trata de redes nacidas antes de la revuelta de octubre de 2019, pero que se
multiplicaron al calor de movimiento. La Kanasta
está integrada por diez organizaciones territoriales, sociales y cooperativas
de trabajo. Hacen una compra mensual que fraccionan y “embolsan” para las familias que han hecho pedidos.
Todo funciona en base al trabajo
solidario, la confianza y cooperación para manejar finanzas, almacenar
productos y realizar los repartos. La red feminista La Uslera se propone además “politizar lo
doméstico, la economía de la chaucha y hacer
magia con lo que tenemos”, como explica Jessica en el programa de Radio Villa Olímpica. Ellas combinan el acceso a
la comida “a través de circuitos que permitan
generar también redes de afecto”, que es el modo de potenciar y sostener el
movimiento social.
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En el sur, la Coordinadora de
Tomas y Campamentos de Temuco enseña la resistencia de unas dos mil familias
que, cansadas de esperar respuestas a la demanda de
viviendas, ocuparon terrenos en la periferia de la ciudad. Son 49 tomas convertidas
en campamentos, donde ya se están levantando viviendas. De ellas, 32 están
agrupadas en la Coordinadora que ahora lucha por agua, ya que con la pandemia es la principal preocupación.
Malva Antúnez es una de las
coordinadoras de los campamentos. Del otro lado del
teléfono su voz suena serena y enérgica: “Hace dos meses decidimos las tomas porque no había diálogo con las
autoridades. Con la cuarentena empezamos a priorizar
el acceso al agua. Cero respuesta oficial. Gracias a la solidaridad conseguimos
instalar tanques comunitarios de 500 litros”.
En Temuco el principal problema
de los acampados es el frío, el hambre y la falta
de agua. Si el campamento es tradición entre los pobres de Chile, las ollas comunes son parte de la identidad popular,
cuando el Estado no les da nada, salvo represión.
“Hay muchos hermanos mapuche en el campamento y la organización es muy sólida, por eso no pudieron
desalojarnos. Los políticos no contaban con nuestra
fuerza organizada, nos creen ignorantes, pero aquí la gente sabe y tiene poder”, explica Malva.
En los campamentos conviven
haitianos, peruanos, chilenos, colombianos y mapuche, abundan los artesanos y
los artistas, profesionales y micro empresarios. La pobreza en Chile, como en toda América Latina,
es diversa y multifacética, lo que explica
en parte su potencia y el rechazo a lo que Malva denomina “las ayudas paliativas que sólo nos desgastan”.
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Finalmente, en la Villa 21 de
Buenos Aires, en el barrio Barracas, el padre Carlos Olivero del Hogar de Cristo analiza las
relaciones con el Estado. Las parroquias trabajan
junto a los movimientos territoriales: Barrios de Pie, Darío Santillán, La Dignidad, CTEP (Confederación de
Trabajadores de la Economía Popular) y el Movimiento
Evita, entre otros.
“El gobierno no entiende la
situación de los barrios populares”. No se queja ni está molesto, sencillamente constata una
realidad. Los llamados “curas villeros” arman protocolos para los barrios
populares, porque las autoridades “tienen plan para
la población en general, no para los pobres”. El “quedate en casa” no funciona
en estos barrios, donde se amontonan diez personas en viviendas precarias.
Por eso triunfó el lema “quédate
en el barrio”, que responde a la lógica comunitaria de los pobres, que no tienen calefacción o
aire acondicionado, ni internet ni una computadora
por persona. Por eso apelan a los movimientos y a los curas villeros.
“Los del gobierno no entienden
los barrios, pero saben que nosotros sí. Por eso nos
escuchan y conseguimos recursos”. Respecto a la policía, reconoce que las relaciones
son ambivalentes: en algunos barrios son brutales pero en otros aceptan lo que dicen las organizaciones populares
porque ellos ni siquiera saben ubicar el barrio
en un mapa.
Mucho más allá de los gobiernos y
del egoísmo de las clases medias y altas, los sectores
populares profundizan su organización, estrechan lazos porque intuyen, y saben por experiencia de vida que sólo el
pobre puede ayudar al pobre, sin hu-millarlo,
sin poner en cuestión su dignidad.
[Texto del capítulo 15 del libro Tiempos
de colapso. Los pueblos en movimiento, Bogotá, Desde Abajo, 2020,
que en versión digital completa es accesible en https://www.asociaciongerminal.org/wp-content/uploads/2020/09/Tiempos-de-colapso-Dabajo.pdf.]
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