Arpia
Cantora
El
racismo en la sociedad separada
La historia de invasión y colonización
que atraviesa esta región, nos hace habitar países que se constituyeron en
Estado-nación para pisotear y exterminar a los pueblos originarios que
habitaban el Abya Yala. Se impuso entonces una jerarquización de las diferencias
para catapultar al hombre blanco mestizo como cuerpo y rostro de estas nuevas
naciones. Y fue así que pueblos indígenas y afrodescendientes fueron arrojados
a los eslabones sociales más bajos, condenándoles a vidas en permanente
despojo.
Guardar plena conciencia sobre el origen
racista de las sociedades actuales, marcadas por el colonialismo, nos permitirá
comprender por qué el racismo es un fenómeno tan extendido. Y es que se nos
educa para el racismo, para reconocer a un Estado-nación y enorgullecernos de
su existencia; guardar además disposición para su defensa ante otros Estados
naciones y ante los mismos pueblos racializados que resisten a ellos y a los
cuales nos han enseñado a concebir como un peligro para el desarrollo nacional.
Apenas abrimos la boca y nos atragantaron con himnos. Nuestra maravilla
infantil ante la riqueza y variedad de los colores se diluyó en la imposición
de un tricolor patrio. Se nos enseñó a enorgullecernos de una historia escrita
sobre la sangre de nuestras abuelas ultrajadas. Somos racistas y reconocerlo
puede ser de vital importancia para poder expulsar de nosotres, esa expresión
autoritaria de la sociedad separada. Esto, por supuesto, si es que de verdad
aspiramos construir la posibilidad de un mundo libre de opresiones.
La
anarquía no caerá del cielo
Sólo dando este primer paso hacia el
reconocimiento de nuestra historia y la construcción de un nosotres tan diverso
como inamansable, podríamos comprender la importancia que cobra la lucha
antirracista.
Las anarcofeministas hemos debido
enfrentar dentro del movimiento ácrata, las masculinas voces que acusan nuestra
existencia en organización como innecesaria. La sonora terquedad del
acratosaurio que repite como un mantra que la anarquía es la lucha contra todas
las opresiones y que dentro de ella no es necesario hablar de feminismo y
disidencias sexuales… Cabezas fosilizadas negadas a distinguir el horizonte de
las prácticas, empeñadas en hacerlo todo del mismo modo siempre para no avanzar
un paso apenas en la historia. Conservadores, sin más. Hemos sabido
comprenderlo así y organizarnos a pesar de ellos, ejerciendo la justa tensión
anarcofeminista; una posibilidad maravillosa para nutrirnos de los principios y
reflexiones libertarias del feminismo que defendemos.
Pero resulta que son esos mismos
cangrejos que opusieron resistencia a mujeres y disidencias, los que se niegan
a reconocer la necesidad de abordar perspectivas antirracistas en los espacios
anarquistas. Y lo hacen con los mismos manidos argumentos. La anarquía lo es
todo, dicen, pensando que ella llegará por sorpresa algún día y no habrá que
construirla todos los días a través de las prácticas transformadoras.
Y acá la cosa se complica un poco más,
pues se suman a este coro, compañeras anarquistas que, engolosinadas con las
categorías de los feminismos paridos por la academia, son capaces de hablar en
perfecto lenguaje inclusivo sobre la interseccionalidad y la descolonización de
las cuerpas-territorias, pero sumando cómodamente la consigna simplista de abajo
el trabajo, descalificando totalmente con ello a la inmigrante obligada a
emplearse para permanecer. O compañeras anarquistas que al tener en frente a
una mujer negra, prefieren hacer como que no la han visto o la miran como quien
ve un espectáculo circense. O tienen pudor de nombrar a esa mujer como negra. O
pretenden relacionarse con ella desde el paternalismo asistencialista.
Compañeras hay que son capaces de negar las razones de una mujer inmigrante y
acusarla de cobarde por haber sido vencida por el despojo en su territorio de
origen. Otras hay que replican sistemáticamente la propaganda de terror
patriarcal y racista en donde siempre el agresor desconocido es un varón
inmigrante. Y también hay las que desarrollan irracionales antipatías contra
mujeres inmigrantes, en una mezcla de xenofobia racista y competencia
patriarcal.
La existencia de esas expresiones
racistas en los movimientos, justifican sobradamente la necesidad de
señalarlas, observarlas y erradicarlas, transformando colectiva y radicalmente
el orden social. La trasversalización de perspectivas antirracistas debe ser un
ejercicio consciente y permanente desde nuestras organizaciones.
Portazo
al inmigrante latinoamericano y alfombra roja al viajante europeo
Que existen prácticas racistas dentro
del movimiento anarquista no debería sorprender a nadie. A menos que se piense
que pueden existir burbujas de pureza y perfección en el marco de estas
sociedades signadas por el germen de la jerarquía. Por lo tanto, el
señalamiento no debe entenderse como una acusación para el descrédito, sino
como un ejercicio imprescindible para potenciar las prácticas libertarias.
Hemos permanecido embelesados durante
mucho tiempo en la búsqueda de referentes europeos. Reconocerlo es de vital
importancia para poder iniciar un cuestionamiento en perspectiva antirracista
que nos permita recuperar la memoria histórica sobre experiencias propias en
esta región de Abya Yala. Del mismo modo, será necesario cuestionarse los
términos en los que se establecen las relaciones internacionalistas, cuando
resulta evidente que estos difieren enormemente según los vínculos se forjen
dentro de esta región o hacia la región europea. Y es que, ¿no es demasiado
notorio que la recepción que se hace hacia viajantes y delegados europeos no es
en absoluto equiparable a la que se hace a viajantes, delegados e inmigrantes
latinoamericanos?
Ante el viajante europeo, aguardará
siempre la disposición plena, el interés genuino, la admiración casi ingenua de
quienes parecen sentirse finalmente visitados por el padre abandonador. Se
disputarán, literalmente, por ser quien o quienes reciban al compañero europeo
bajo el techo propio. Con absoluto fervor colmarán las salas para escuchar a
quien venga de Europa a contar experiencias propias, pero se ausentarán
consciente y deliberadamente de los espacios convocados para escuchar a
compañeres latinoamericanes o a inmigrantes organizades.
¿Cómo negar que hemos escuchado a
compañeros anarquistas tildar de cobardes a inmigrantes porque estos no
protestan bajo la misma lógica insurrecta con la que puede arriesgarse a
hacerlo quien es considerado ciudadano por las leyes del Estado chileno? ¿Cómo
negar que hemos testificado la existencia de compañeros que se declaran
anarcosindicalistas y que cuando son llamados a la puerta por un inmigrante que
busca acompañamiento para dar una pelea ante la patronal, apenas alcanzan a
asomarse al umbral para solicitar el envío de un e-mail? ¿Cómo negar que
existen compañeros anarquistas que generan y difunden propaganda contra
comunidades inmigrantes específicas, haciéndose eco de estereotipos xenófobos
sobre esas comunidades despojadas por el capitalismo y el autoritarismo de los
Estados?
Ni
el negacionismo ni el paternalismo forjan lucha antirracista
Negar la presencia de estas y otras
prácticas racistas, es un flaco favor para el anarquismo. Las voces que
relativizan y/o invisibilizan las diferencias sociales que nos atraviesan con
la intención de “unificar” al movimiento, no hacen más que fortalecer las
lógicas segregadoras que buscamos combatir. Y es que no se trata de pensarnos
todes negres, todes obreres o todes inmigrantes en búsqueda de la historia del abuelito
colono que bajó del barco hace cien años. No, porque ni somos todos migrantes
ni somos la misma clase obrera. La materialidad de estas sociedades separadas
nos impone distinto entramado de opresiones. Y si pretendemos acabar con cada
una de las opresiones existentes, resulta inapropiado invisibilizarlas bajo
recursos idealistas y autocomplacientes. Difícil es abolir lo que se
invisibiliza.
De lo que se trata sí, es de hurgar en
la raíz propia para encontrar el espejo que alumbrará la construcción de un
nosotres enteramente consciente de las diferencias que nos atraviesan, capaz de
abrazarse a ellas para forjar fuerza y resistencia anticapitalista. En ese
sentido, construir discursos es menos importante que construir comunidades.
Observar y escuchar todas las voces-existencias, por sobre el afán de
comunicarlas será siempre más valioso para el proceso de construcción del
nosotres más plural, pues poco y mal comunica quien poco ha querido
observar/escuchar.
Como anarquistas, nuestro esfuerzo debe
ser por distanciarnos de las lógicas autoritarias y construir organización
horizontal, solidaridad y apoyo mutuo entre pueblos. Para poder lograrlo
certeramente, justo y necesario será que nos deslastremos definitivamente de
las prácticas que empantanan el horizonte libertario.
[Artículo publicado en dos partes entre
los # 2 y 3 (julio y septiembre 2020)) del periódico Insurgencia, cuyos números completos son accesibles en https://insurgenciaperiodico.wordpress.com.]
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