Carlos de Urabá
El
mundo entero se encuentra en estado de emergencia a causa del Coronavirus, se
viven escenas de histeria colectiva
y en muchos países (China, Norteamérica o Europa) han decretado el estado de sitio para combatir la pandemia. ¡Que nadie salga a la calle! es la consigna en un desesperado intento por reducir los
contagios y contener la
propagación del virus. ¡Estamos
en guerra contra un virus! que avanza imparable y amenaza extenderse a nivel
global si no se toman las
medidas sanitarias de choque. Caronte el barquero con su guadaña se prepara a guiar a los miles de difuntos al
otro lado del río Aqueronte.
Como en la edad Media el
terror se apodera de la estirpe humana.
Desde tiempos inmemoriales se han
producido otras pandemias apocalípticas o bíblicas, pero quizás la más
diabólica haya sido la que se
produjo a raíz del descubrimiento
y conquista de América.
Cristóbal Colón fue el pionero de
la guerra bacteriológica pues
junto a sus secuaces alienígenas introdujeron en el Nuevo Mundo un mortífero cóctel de virus, bacilos o
microbios que a corto y a largo
plazo exterminaron a millones
de indígenas. El Nuevo Mundo se
encontraba completamente aislado y sin contacto con Europa, Asia o África. La
virginidad inmunológica y una falta de respuesta
defensiva por parte de los nativos provocaron
la hecatombe.
En un plazo de 20 años, las
guerras, la esclavitud y las enfermedades prácticamente diezmaron un 90% de las tribus indígenas
del Caribe. Más tarde la
mortal plaga alienígena se fue
expandiendo por todo el continente durante el periodo de conquista y
colonización.
Las enfermedades se transmitían
por vía respiratoria (gripe, y
múltiples cepas de la influenza, tuberculosis) por contacto directo (viruela, lepra, el cólera, sarampión,
rubeola, tosferina) por picaduras
de piojos (tifus exantemático), por las ratas (la peste bubónica), por vías digestivas (diarrea, fiebre
tifoidea, salmonella), por
contacto sexual (sífilis, gonorrea), picaduras de mosquito (malaria o fiebre amarilla).
¿Cómo es posible que un puñado de
conquistadores vencieran a naciones poderosas
como los aztecas o los incas? Simplemente
porque la guerra bacteriológica propició la
demoledora y fácil victoria de los conquistadores españoles. Igual pasó en
Norteamérica con los ingleses,
holandeses y franceses que igualmente
contagiaron a cientos de tribus
indígenas eliminándolas casi por completo.
Es inconcebible, pero sin ningún remordimiento se llevaron a cabo estos
perversos planes para apoderarse de sus tierras y
proclamarse los nuevos amos.
Por ejemplo, una gripe
desconocida llamada la “gripe suina” o “gripe del cerdo” llegó en el segundo viaje de Colón y se extendió
con inmensa facilidad por todo el
Caribe -como sucede hoy con el COVID-19.
Otro elemento a tener en cuenta fue la
llegada de nuevos animales: caballos, burros, vacas, aves de corral, cerdos y
que junto a las condiciones
higiénicas deplorables de los propios conquistadores fueron el mejor caldo de cultivo para virus y bacterias
mutantes (ya que pasaban de los animales a los seres humanos). Con todo el descaro se intentó culpar a los indígenas
de la sífilis que era una
enfermedad venérea que ya
existía en Europa desde hacía siglos.
La propagación de la sífilis se da por la promiscuidad, los abusos sexuales y
las violaciones a que fueron sometidas las mujeres indígenas por parte de los conquistadores o colonizadores. La plaga mortal provenía de Occidente, no eran dioses sino espectros infernales.
El “Colonavirus” sin duda alguna
ha sido la pandemia más
poderosa conocida sobre el planeta
tierra. Para que nos hagamos una
idea de lo que supuso esa catástrofe ahora estamos experimentando en carne
propia tan solo una ínfima
proporción. Y encima en ese entonces
los enfermos ni contaban siquiera
con hospitales, medicinas o tratamientos.
Imagínense la lenta agonía de los aborígenes
con sus cuerpos abrasados por la fiebre
mientras agonizaban lanzando horribles gemidos suplicando piedad. ¡Qué más da
si un caballo pura sangre valía
más que cien de ellos!
Nadie les prestó ayuda,
perecieron en silencio, sin hacer ruido, víctimas de ese holocausto
apocalíptico. «En todo caso son los
“daños colaterales” tan propios de las invasiones y guerras y que debemos
asumir con resignación
cristiana tal y como ha acontecido en otras ocasiones en la historia de la humanidad» -aducen los intelectuales españolistas.
“Solo los más fuertes sobreviven” o
sea, es la “selección natural”, como lo afirma
la teoría de Darwin.
El expansionismo imperial europeo
no conocía límites pues lo único que ambicionaba
era apoderarse de tierras y riquezas. Esta
plaga arrasó con todo lo que se encontraba a
su paso, nada podía interponerse en su camino.
¿Acaso la intención de los
conquistadores era matar a
todos los indígenas en sus ofensivas militares? Evidentemente que no. Sería una táctica estúpida pues solo aniquilaron
a los rebeldes que se
resistían. Ellos necesitaban mano de obra esclava, ellos necesitaban siervos para poner en marcha el sistema de explotación extractiva: encomiendas, mitas
y resguardos. Especialmente en
las minas para sacar a destajo
el oro, la plata, las piedras preciosas,
y en las plantaciones de caña o
de cacao o los campos agrícolas. Además,
la misión de la Iglesia católica era la de redimir indios o gentiles siguiendo
las órdenes que dio Cristo a sus discípulos: «Id por el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». Por lo tanto entre mayor número de indígenas, más almas para engrosar las filas de la santa madre iglesia católica,
apostólica y romana.
Por eso la actual crisis
planetaria del Coronavirus es el mejor ejemplo para comprender el drama que
aconteció durante el descubrimiento
y conquista de América. Occidente involuntaria o voluntariamente transmitió a
los aborígenes virus, bacilos y
bacterias desconocidas y altamente letales.
Según reputados investigadores pudo matar
a unos 60.000.000 de indígenas en el plazo de
un siglo. Algo que niegan algunos historiadores españolistas que lo atribuyen a
“causas naturales”. La
consecuencia de este “genocidio involuntario” fue un desastre demográfico que
desocupó extensos territorios y
eliminó culturas y civilizaciones. Aparte de
propiciar el colapso de los ecosistemas, la
ruina económica, el abandono de la agricultura y el surgimiento de otra
pandemia llamada hambre y pobreza. La población de México disminuyó de 25 millones en 1519 a 700.000 personas en 1623. A ningún descubridor, adelantado conquistador
o funcionario real le interesaba
velar por la salud de la población originaria.
Como buenos sepultureros ordenaron enterrar los cadáveres con cal viva y que en paz descansen. A esas razas inferiores o
salvajes paganos sin alma se les culpó de su
desgracia porque si se contagiaban de tan
crueles enfermedades era por su condición
de pecadores, estaban poseídos por el demonio y merecían un castigo ejemplar.
Los cadáveres se arrojaban a
los ríos, a las lagunas, al mar, o se quemaban en piras funerarias, o eran
devorados por los perros, los animales
salvajes, caimanes o tiburones. Pocas veces la historiografía moderna
menciona estos macabros acontecimientos que
los “expertos” prefieren esconder bajo un tupido velo. Parece que para muchos
es algo normal que casi
60.000.000 millones de almas
hayan sido literalmente fumigadas. Y
ahora resulta que estamos conmocionados
porque el Coronavirus ha causado unos
70.000 muertos a nivel global (especialmente
en China Irán, Italia o España).
Solo algunos frailes y misioneros
como fray Bartolomé de las
Casas, fray Antonio de
Montesinos, Francisco de Vitoria o Motolinía levantaron sus voces y denunciaron este terrible holocausto. El Consejo de Indias,
ante las quejas de estos “santos varones”, aprobó en 1542 las Leyes Nuevas «para la gobernación de las Indias y el
buen tratamiento y conservación
de los indios». Dichas leyes
ordenaban castigar a los españoles que «injuriasen u ofendiesen a los indígenas»
pero que a la larga no fueron más
que letra muerta o proclamas estériles para
lavar sus conciencias porque como de costumbre: “las leyes se acatan, pero no se cumplen”.
Los biólogos, ecólogos,
antropólogos, arqueólogos han estudiado los cementerios indígenas de la época (México o Perú) donde los análisis genéticos revelan fehacientemente
lo que sucedió a partir del estallido de la bomba biológica introducida por los alienígenas (invasores). Una tragedia
desgarradora que refleja con toda su
crudeza el Códice Florentino donde aparecen espeluznantes imágenes de las
víctimas del genocidio vírico.
La Cocolitzli o “salmonella
entérica”, según la crónica de
Francisco Hernández, fechada
en 1576, causaba: «fiebres contagiosas y abrasadoras del todo pestilentes, lengua seca y negra, sed intensa, orinas de color verde marino y negro, pulso frecuente y rápido, y otras veces imperceptible, los ojos y todo el cuerpo amarillentos, delirios y convulsiones, dolor de corazón y pecho, gran angustia y disenterías, hasta que el
enfermo vomitaba sangre y moría entre horribles contracciones». Esta bacteria
llevada por los conquistadores
españoles a México y Guatemala
fue la culpable de que en un periodo
de 5 años pasara la población de
20 millones de habitantes a tan solo dos millones.
No se tiene en consideración lo
que supuso la aniquilación masiva de millones de indígenas, un drama angustioso
que se intenta borrar de
nuestra memoria colectiva con el argumento de que fue «algo natural» o que es
«el precio que se ha tenido que
pagar en este glorioso proceso civiliza-torio».
«¡Un parto doloroso pero necesario
que nos ha conducido a la forja del hombre
nuevo!».
Desde tiempos inmemoriales las
potencias dominantes utilizaron
la guerra bacteriológica como arma de destrucción masiva para rendir y subyugar a sus enemigos. Muchas veces se infiltraban leprosos para
contagiar a poblaciones
enteras, otras veces, lanzaron en
las ciudades sitiadas objetos, prendas o alimentos contaminados con la peste
bubónica o la peste negra.
Solo a raíz del drama del
Coronavirus nos hemos dado
cuenta de lo que ha significado
la masacre bacteriológica que arrasó el continente americano. ¿Alguien es capaz
de reivindicar a las víctimas o siquiera reconocer el espantoso genocidio? Me temo que jamás lo reconocerán porque la soberbia imperialista
se limita a pasar página y culpar a las
víctimas.
[Artículo publicado originalmente
en el periódico Rojo y Negro # 347,
Madrid, julio-agosto 2020. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20347%20julio-agosto.pdf.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.