Tamara Álvarez
En
los tres escasos minutos que ha tardado en encenderse mi ordenador portátil, he tenido que levantarme ante la caída de una lámpara que había en la mesita y a quitar de las manos de la
niña el cristal de un marco de
fotos que amenazaba con hacerse añicos por todo el suelo del salón. Ahora está dando botes sin pararen un sofá que, estoy segura, no va a llegar vivo al final de la cuarentena porque es el único sitio de la casa donde una niña pequeña
puede dar rienda suelta a toda la
energía que tiene dentro, que es mucha... Y
ante mi nerviosismo incipiente por si se
parte la crisma y tengo que llevarla a unas
urgencias abarrotadas, y porque tengo que
concentrarme en escribir pese a todo ello,
respiro profundamente por enésima vez en
el día. Si me preguntases por mi oficio,
ahora mismo te diría que soy respiradora
profunda profesional.
Porque de todas las identidades
que una puede tener en la vida
ahora sin duda hay una que
sobresale: soy la madre de una niña
pequeña cuyo mundo se ha desmoronado.
Si el mío también lo ha hecho es algo secundario a esto, puesto que aquí la
adulta soy yo, y la que tiene
menos estrategias para afrontar
la realidad es ella. Así es que la
principal tarea desde que las madres de este
país nos levantamos hasta que nos acostamos pasa porque esta pesadilla no se
convierta en la pesadilla de nuestras hijas.
Estas criaturas de las que apenas
se ha hablado más que para decirnos que son pequeños contagiadores con patas y
que por eso hay que aislarlos
de su principal fuente de
estimulación y desarrollo: el resto de las
niñas y niños de su edad. Así que ahora,
además de ejercer de cocineras de comida
sana en sustitución de los comedores escolares y de maestras en sustitución de
las maestras; hay que poner la
mente en formato infantil y sacar ganas de jugar a todas horas para sustituir a las compañeras que desaparecieron con las clases. Y respirar
profundo cuando ves tu casa sumida en el caos
al convertirse en un patio del colegio y respirar para aceptar la idea de que
trabajar con un mínimo de silencio
y tranquilidad como en la
oficina es una utopía.
Y, sobre todo, hay que respirar
muy fuerte y apretar mucho los
dientes para no volverte loca
recordando que tu jefe te ha dicho que
necesitar el teletrabajo para poder ocuparte
de tus hijos es una cuestión personal, que se
intentará, pero que no es obligatorio. Porque encima tiene razón. Y es que en la mayor crisis global que estamos viviendo en los últimos tiempos; donde todos los niños y niñas, sean de la edad que sean, tienen ahora la misma consideración que los bebés recién nacidos, puesto que no hay escuela infantil, ni colegio, ni instituto al que
llevarlos mientras trabajas; la respuesta del mercado laboral es “No me cuentes
tus problemas, que para eso
son tuyos”.
Así que apretamos mucho los
dientes, y nos tenemos que
tragar que conciliación es estar
intentando rendir algo, con una mente
dividida entre el informe que estás haciendo
y lo que vas a hacer de comer hoy, mientras
con el rabillo del ojo compruebas que tu
hija está manipulando un enchufe para conectar un cojín de masaje que ni
siquiera sabías que había en casa.
Y hacerlo sin protestar ¿eh?
Porque la situación social exige que estés a la altura. Y tú eres una mujer, no sólo una mujer, eres una madre. Y encima eres obrera. Así es que plantearte dejar tu trabajo para poder trabajar
de maestra-cocinera-compañera de
juegos gratis es una opción que ni siquiera
contemplas, porque entonces no habría
nada que cocinar, ni lápices para colorear,
ni ordenador para las video asambleas de
infantil. Y aprietas más los dientes porque
encima tienes suerte, muchas más suerte
que tu vecina la que está en el paro y sin cobrar porque trabajaba en negro,
que la que tiene un hijo con un
trastorno del desarrollo que
exige que su madre además de cocinera-maestra-compañera de juegos, se convierta
en enfermera-terapeuta-psicóloga o
esa otra que tiene una niña de la edad de la
tuya y te confesó una semana antes de que
empezase el confinamiento que no tenía internet en casa porque era muy caro.
Y piensas que es injusto, pero
claro luego recuerdas que vives
en un país y en un mundo en el
que lo que tú y tantas mujeres
estáis haciendo no vale absolutamente nada
porque no se reconoce. Porque es algo que
simplemente tenéis que hacer por haber nacido mujeres.
Y como mujeres parece que tenemos
que tener la capacidad para
afrontar esta situación y estar a la altura de las circunstancias, vivir perpetuamente explotadas y encima dar las gracias porque nos permitan volvernos
locas teletrabajando porque la alternativa sería matar de hambre a nuestras
hijas.
Desde luego si alguien nos empuja
a que nuestras únicas opciones
sean esas somos nosotras
mismas. Es una decisión individual
tomada en libertad, te diría cualquier capitalista. Porque si cuando decidiste
traer una hija al mundo no
pensaste que podía llegar una
pandemia y la ibas a tener que cuidar
tú sola sin más recursos públicos durante las
veinticuatro horas del día, es porque tienes
una mentalidad perdedora de pobre de
mierda. Y lo que pase contigo y con tus hijas
es tu responsabilidad.
En esto insisten mucho los ricos,
en que los hijos son como una
especie de propiedad de la
familia. Ellos dicen que lo hacen para
proteger su derecho a educar a sus hijos según sus creencias y su libertad,
pero todas sabemos que lo hacen
para limpiarse su mala
conciencia porque en momentos así lo
que pase con los/as niños/as que no son
suyos les da exactamente igual. Por mucho
que un futuro sean estos mismos niños/as
los que trabajen para sacar a flote el país
mientras ellos se embolsan el dinero obtenido con el trabajo de otros.
Igual que ahora hacen con
nosotras. Explotarnos, obligarnos a trabajar de manera gratuita y sin parar. Intentar convencernos de que esta locura de tener que atender a unos niños/as que están viviendo una situación
límite y trabajar a la vez desde
casa es algo por lo que tenemos que estar
agradecidas. Lo que debería ser un derecho fundamental de la población infantil de ser cuidados y de las madres de cuidar con un mínimo de dignidad, se reviste como regalo del empresario ante una dificultad
personal.
Pero la vida sigue porque llevan
desde que nacimos intentando
convencernos de que esto es
exactamente lo que debemos hacer.
Forjando día a día nuestra personalidad, orientándola al cuidado de los demás, a la abnegación, al sacrificio. Vendiéndonos
imágenes de vírgenes como símbolos
a los que aspirar. Regalándonos
juguetes para practicar cuando lleguemos
a ser cocineras, maestras y enfermeras (y
hacerlo de manera gratuita, como si fuera
un juego más, cuando toque). Y ahora
toca. Ahora tu país como ya hizo con tu
madre y con tu abuela, necesita que trabajes gratis durante las 24 horas del
día. Esta vez no te prometen un
marido, porque ya han visto que puedes conseguirlo sola. Pero si no fallas al país y, a la
vez que trabajas gratis, sigues
haciendo desde tu casa todo lo
que ante hacías en la oficina, te
consiguen el increíble regalo de ser una
de las elegidas que no tenga que hacer
cola ante el banco de alimentos para dar
de comer a sus hijos/as.
[Publicado originalmente en el
periódico Rojo y Negro # 346, junio
2020, Madrid. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/rojoynegro%20346%20junio.pdf.]
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