Juan Cáspar
En diversos lugares de Estados Unidos, como consecuencia de las protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, hay quien se ha lanzado al derribo de ciertas estatuas que se identifican con la ignominia histórica. Es ya un (irritante) lugar común la condena de esos actos y la consabida repetición de que no se puede juzgar la historia con la visión moral de la actualidad. Se olvida, o sencillamente se quiere ocultar, con estas argumentaciones, para mí muy conservadoras, que con esos actos, tan vandálicos como simbólicos, se quiere ver una conexión, precisamente, entre los hechos del pasado y los problemas del presente. ¿Son el racismo o la esclavitud repulsivas prácticas de la humanidad del pasado? No solo la respuesta es negativa, ya que perviven de una u otra manera en las instituciones actuales, bien alimentadas por algo en donde hay cabida para todos los colores de piel, que es la discriminación social, sino que se mantienen esos símbolos de ese pasado, que tanto irritan a muchas personas. Hay un obvio hilo conductor en la historia y no se puede obviar para analizar el malestar social rasgándose las vestiduras de forma teatral ante hechos violentos.
En diversos lugares de Estados Unidos, como consecuencia de las protestas por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, hay quien se ha lanzado al derribo de ciertas estatuas que se identifican con la ignominia histórica. Es ya un (irritante) lugar común la condena de esos actos y la consabida repetición de que no se puede juzgar la historia con la visión moral de la actualidad. Se olvida, o sencillamente se quiere ocultar, con estas argumentaciones, para mí muy conservadoras, que con esos actos, tan vandálicos como simbólicos, se quiere ver una conexión, precisamente, entre los hechos del pasado y los problemas del presente. ¿Son el racismo o la esclavitud repulsivas prácticas de la humanidad del pasado? No solo la respuesta es negativa, ya que perviven de una u otra manera en las instituciones actuales, bien alimentadas por algo en donde hay cabida para todos los colores de piel, que es la discriminación social, sino que se mantienen esos símbolos de ese pasado, que tanto irritan a muchas personas. Hay un obvio hilo conductor en la historia y no se puede obviar para analizar el malestar social rasgándose las vestiduras de forma teatral ante hechos violentos.
Es decir, en otras palabras, la hipocresía actual también tiene ese mencionado hilo histórico y otra aseveración, no por repetida menos cierta, es que la historia la escriben los vencedores (y con ello, claro, se alimenta el statu quo). Diré que no soy partidario de, por ejemplo, señalar a Cristobal Colón como un tipo sin escrúpulos; esa condición de su persona, o no, la dejaremos para sesudos historiadores, claro, con una buena dosis de honestidad. Lo verdaderamente importante es que, si se han derribado estatuas de este personaje histórico, es porque se le ha ensalzado hasta el hastío dentro de una visión histórica tremendamente asentada y terriblemente interesada. No, no queremos juzgar a Colón con la moral del presente, lo que nos gustaría es que, no solo que se pusiera en su justa medida a todos estos supuestos héroes históricos tan ensalzados, sino que no se ignorasen las tremendas atrocidades que se encuentran detrás de toda conquista y, de un modo u otro, exterminio de otros pueblos y culturas.
Se ha alimentado el imaginario popular con la grotesta y maniquea idea de que el cristianismo trajo la civilización y el progreso, ignorando los asesinatos y la colonización que están detrás. Sí, la historia de la humanidad está plagado de todas estas atrocidades, de dominio de unos seres humanos sobre otros, y no señalo al cristianismo como el mal absoluto. Entre otras cosas, porque no creo en un mal absoluto, que dejaremos para la visión dogmática de las religiones. Sin embargo, las religiones no son más que eso, una expresión cultural de un colectivo humano con determinado éxito social, y la cultura cristiana permitió y apuntaló toda suerte de desmanes. Que hoy existan ciertos símbolos, en forma de estatuas, calles, centros, fundaciones o lo que sea, es porque predomina la visión histórica de los vencedores, tan sencillo como sea. En España, además, no ya como parte de una determinada moral de un pasado ya lejano, la situación es incluso más anómala con lo ocurrido en el siglo XX, con la permanente negación del triunfo de la reacción en los años 30. Aunque, de forma obvia, esa reacción, que impuso manu militari su visión y una dictadura durante décadas, tiene un fuerte vínculo con el pasado histórico. En cualquier caso, no se trata de cambiar unos símbolos por otros, se trata de empezar a fundar una cultura donde no haya cabida para la dominación. Y, un primer paso, es una visión compleja de la historia donde haya voz para sus muchas víctimas.
[Tomado de https://exabruptospoliticos.wordpress.com/2020/06/12/derribos/#more-441.]
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