Chema Álvarez
Emma Goldman, anarquista y feminista, mantuvo su activismo hasta el final de sus días. La muerte la encontró luchando, hace ahora 80 años, por una causa más, la de tres anarquistas afincados en Toronto entre los que se encontraba Attilio Bortolotti. La campaña orquestada por Emma Goldman impidió que se le deportara. En poco tiempo logró fondos para pagar su defensa primero y luego su fianza para que quedara libre.
Emma Goldman, anarquista y feminista, mantuvo su activismo hasta el final de sus días. La muerte la encontró luchando, hace ahora 80 años, por una causa más, la de tres anarquistas afincados en Toronto entre los que se encontraba Attilio Bortolotti. La campaña orquestada por Emma Goldman impidió que se le deportara. En poco tiempo logró fondos para pagar su defensa primero y luego su fianza para que quedara libre.
Hacia enero de 1940 Goldman vivía en Toronto (Canadá) uno de los pocos países que no había decretado aún su expulsión por sus actividades libertarias. Había regresado en abril de 1939, pues ya había estado en la ciudad anteriormente, hacia 1935. En ocasiones había dicho que Toronto era una ciudad “mortalmente aburrida”, sujeta a una gran influencia de la Iglesia, tanto anglicana como católica. No encontraba estímulo intelectual en ella, pero la eligió por su cercanía a los Estados Unidos. Desde su exilio, el Gobierno de Washington le había permitido volver solo durante 90 días y con la condición de que sus conferencias se limitaran a hablar de teatro y literatura en general (era una erudita en el teatro de Ibsen). A menudo iba a la frontera entre Windsor y Detroit y se pasaba horas mirando hacia las tierras estadounidenses, sin que pudiera evitar que se le saltaran las lágrimas por los recuerdos allí vividos. -Emma Goldman a menudo iba a la frontera entre Windsor y Detroit y se pasaba horas mirando hacia las tierras estadounidenses, sin que pudiera evitar que se le saltaran las lágrimas por los recuerdos allí vividos.
Su correo era interceptado por las autoridades, a causa de las muchas cartas recibidas en su domicilio con dinero para la defensa de Bortolotti, cuyo caso atrajo gran atención en Estados Unidos, gracias a los artículos publicados por Goldman en los periódicos The Nation y The New Republic. Ciertas voces decían que su simpatía por el anarquista italiano iba más allá del simple compañerismo. De hecho las iniciales de Attilio Bortolotti coincidían con las de Shasa, diminutivo de Alexander Berkman, el que fuera el gran amor de su vida, autor del Attentat contra el plutócrata Henry Clay Frick en 1892. Sasha había muerto pocos años antes, en 1936, cuando se suicidó tras conocer que tenía cáncer de próstata.
El poder de Emma Goldman, de cuyo fallecimiento se cumplen ahora 80 años, estaba en la palabra. Era un tiempo en el que quienes asistían a los mítines políticos para escuchar a oradoras de la talla de Goldman y a pesar de la abundante presencia policial, tenían que pagar una entrada, cuya recaudación servía para llenar la caja de resistencia que pudiera afrontar diversas campañas, tales como juicios, huelgas o publicación de libros y periódicos. Su oratoria tenía el poder de la convicción y de la conversión, como aconteció el 26 de abril de 1908, cuando dio una conferencia ante un auditorio de más de 5.000 personas en el Walton´s Pavilion de San Francisco y pronunció la conocida frase de Samuel L. Jackson: “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. En aquella ocasión un soldado de primera clase, Willian Buwalda, asistente entre el público y vestido con su uniforme militar, conmovido por sus palabras, estrechó la mano de Goldman, lo cual motivó que fuera detenido a la salida del mismo y juzgado por un acto penado por el código militar. Tras una intensa campaña a su favor, Buwalda no sólo se convirtió en un pacifista convencido, sino que escribió una memorable carta al presidente Roosvelt devolviéndole sus medallas (a las que denominó chatarra) y denunciando las guerras de Estados Unidos como un acto criminal organizado.
En Toronto Emma Goldman organizó y apoyó la campaña de ayuda a los refugiados españoles en los campos de concentración franceses tras la caída de la Segunda República. Mujer muy avanzada a su tiempo, crítica con el sufragismo femenino y con las sufragistas (a quienes llamaba feministas de salón, por su extracción burguesa), mantuvo múltiples relaciones sentimentales a lo largo de su vida, en ocasiones más de dos al mismo tiempo, denunciando tanto la opresión como el puritanismo de una sociedad que se consideraba a sí misma liberal. En Toronto recibió la visita de uno de sus últimos amantes, Frank Heiner, un sociólogo de la Universidad de Chicago 30 años menor que ella, joven, fuerte, casado, padre y ciego desde la infancia.
En Voces anarquistas, el libro de entrevistas de Paul Avrich, el mismo Attilio Bortolotti narró que al salir de la cárcel en Toronto (gracias a la campaña orquestada por Emma Goldman para evitar su deportación), su mayor interés era encontrar un trabajo con el que ganar un dinero que le permitiera pagar el alquiler de un piso espacioso para Emma y su secretaria, Dorothy Rogers, dado que Emma estaba viviendo entre estrecheces en casa de unos amigos, la familia de Tom Meelis, un anarquista holandés de oficio impresor. Según Bortolotti, Emma “no tenía dinero ni para sellos de correos”. Se estima que escribió más de 200.000 cartas a lo largo de su vida.
Emma andaba decepcionada ante el curso de los acontecimientos en Europa, por el imparable auge del fascismo y la derrota de la democracia en España, país que ella había visitado, admirando las colectivizaciones anarquistas y la organización de Mujeres Libres (llegó a representar a la CNT española en Londres, a pesar de que siempre fue muy crítica ante la colaboración de esta con el Gobierno de la República).
Emma se decepcionó por el auge del fascismo y la derrota de la democracia en España, país que ella había visitado, admirando las colectivizaciones anarquistas y la organización de Mujeres Libres. En una carta dirigida el 8 de febrero de 1940 a Ethel Mannin, la novelista de ideas ácratas que la sustituyó en Londres a partir de 1938 como representante del SIA (Solidaridad Internacional Antifascista), le confesaba cuánto echaba de menos la compañía intelectual que siempre le había procurado la capital del Reino Unido, si bien decía preferir estar en Toronto, pues ciertos bulos de compañeros antifascistas en Londres relacionaban a Goldman con un sujeto sospechoso de haberse quedado con dinero recaudado para la ayuda a los refugiados españoles. Emma no sólo daba las más que adecuadas explicaciones a Manni, sino que además le confesaba que había aportado parte del dinero que en Canadá se había recaudado para su sustento personal, pues como ella misma decía, siempre había vivido al día, sin que le importara demasiado lo que le deparara el futuro. Aún así, aquel suceso del dinero evadido por un tal “R”, un español al que ella le había dado su confianza mientras era encargada de recaudar los fondos para el SIA, suponía, según sus propias palabras, uno de los capítulos más desagradables de su vida.
Era sábado, la noche del 17 de febrero de 1940, pleno invierno canadiense y caía una gran nevada sobre Toronto. La fecha coincidía con la efemérides de la quema en la hoguera de Giordano Bruno en Roma en 1600, a manos de la Iglesia Católica. Emma Goldman iba a dar esa noche una pequeña charla sobre Bruno a algunos invitados en la casa de la familia Meelis, en el 295 de Vaughan Road, Toronto, Ontario, Canadá. Según narró Miss Dien Meelis, en una carta escrita a Leon Malmud doce días después, Emma había estado muy activa todo el día, dictando cartas por la tarde e incluso ayudando a fregar los platos tras la cena. Alrededor de las ocho de la tarde bajó desde su cuarto y estuvo hablando y riéndose con sus anfitriones, cuando de pronto, sin ningún tipo de aviso previo, se desplomó sobre una silla. Otros testigos, como Ahrne Thorne, en testimonio dado a Paul Avrich (Voces anarquistas), afirman que Emma estaba jugando al bridge con los Meelis y un vecino. De repente, según palabras textuales, se dieron cuenta de que estaba inclinada hacia un lado. Pensaron que se le había caído una carta. Pero se quedó así, no se incorporó. Entonces advirtieron que no estaba bien.
De repente se dieron cuenta de que Emma estaba inclinada hacia un lado. Pensaron que se le había caído una carta. Pero se quedó así, no se incorporó. Entonces advirtieron que no estaba bien. Los Meelis llamaron inmediatamente a un doctor que la atendió con urgencia. Éste pidió una ambulancia, dado que Emma no respondía. Mientras tanto, algunos amigos, como Bortolotti y Thorne acudieron avisados por los Meelis. Cuando llegaron la encontraron tumbada en el sofá, con los ojos cerrados. Al llegar la ambulancia había recuperado levemente el conocimiento. Cuando los camilleros la levantaron para ponerla en la camilla, se le enrolló el vestido por encima de la rodilla, y con una mano tiró de él a duras penas para cubrírselas. Los médicos no podían predecir cuál sería el resultado final. Emma, completamente consciente pero incapaz de expresar nada de forma oral o escrita, fue cayendo en la depresión. En palabras de Ahrne Thorne, ¿qué peor castigo podía haber? Hablar era su vida, siempre estaba hablando, pero allí estaba, sin poder articular palabras. Nunca recuperó el habla. En el hospital recibía la atención de un fisioterapeuta dos veces por semana. También le diagnosticaron diabetes y sufrió de insomnio, con frecuentes episodios de llanto por su situación. Dorothy Rogers, su fiel secretaria, no se separó de ella en ningún momento.
A las seis semanas, con la parálisis un tanto reducida y plenamente consciente, le dieron el alta hospitalaria y Emma volvió a casa de los Meelis. Se organizó un comité de ayuda, bajo el nombre de Friends of Emma Goldman con John Haynes Holmes (significado activista por el pacifismo) como presidente, Harry Weibenger (artista pintor) como tesorero y Eleanor Fitzgerald (editora junto a Goldman de la revista Mother Hearth) como secretaria. El comité envió cartas a conocidos informando de la situación de Emma y con un doble objetivo: primero garantizar la atención médica y de cuidados que Emma precisaba en su hogar, y segundo lograr que el Departamento de Washington permitiera su reentrada en los Estados Unidos, de donde había sido deportada, de modo que ella pudiera disfrutar de su convalecencia en compañía de familiares y amigos. -Querían lograr que el Departamento de Washington permitiera su reentrada en los Estados Unidos, de donde había sido deportada, de modo que ella pudiera disfrutar de su convalecencia en compañía de familiares y amigos.
Bortolotti narró que a pesar de que Emma no pudiera hablar y tuviera medio cuerpo paralizado, sus ojos “ardían en llamas”. Se negó a utilizar un juego de letras que el italiano le había llevado para que practicara en su rehabilitación. En cierta ocasión, mientras la acompañaban en su convalecencia, Emma levantó con dificultad su mano y con el índice señaló hacia la pared de su estudio, intentando decirles algo. Les llevó varios minutos entender qué quería. Finalmente le trajeron el archivo de sus cartas y entre ellas rebuscaron una por la que mostraba interés. En ella aparecía la dirección de un amigo y compañero en México City. Emma quería que se pusieran en contacto con él para que acogiera a uno de los italianos deportados a México por el caso de Bortolotti, a quien le había conseguido una visa para que fuera acogido como refugiado político antes de que sufriera el derrame cerebral. Incluso durante su terrible enfermedad mostró su preocupación por los demás. Emma Goldman había sufrido un derrame cerebral, una apoplejía. Fue ingresada en el Hospital General de Toronto. Como resultado del derrame la parte derecha de su cuerpo quedó completamente paralizada, pero lo peor de todo fue la afasia derivada del derrame. A pesar de que estaba completamente consciente y era capaz de reconocer todo a su alrededor, no podía articular palabra alguna, no podía hablar. Como escribió en su carta Dien Meelis, “nosotras apenas podemos intuir la agonía mental que debe de estar sufriendo una persona como Emma: además de ser incapaz de hablar, su lado derecho está completamente paralizado”. Tampoco podía escribir.
El 6 de mayo de 1940 volvió a sufrir un nuevo ataque cerebrovascular. Hasta el momento había estado al cuidado principalmente de Dorothy Rogers y de Attilio Bortoloti. Después de esta nueva hemorragia acudieron a la cabecera de su cama su medio sobrina Stella Ballantine, su hermano Morris y la esposa de este, Bebsie. Desde ese día entró en declive, con sus capacidades cada vez más mermadas. Finalmente entró en una inconciencia que duró 30 horas. Falleció en su hogar, en compañía de sus amigos y familiares, a una hora temprana de la mañana del 14 de mayo de 1940.
Su cuerpo fue llevado a la funeraria de H. Benjamin and Son, en Spadina Avenue, donde estuvo unas horas, y después al Labor Lyceum, en la misma avenida, un centro de carácter sindical judío y no comunista, donde muchos amigos y compañeros le presentaron sus últimos respetos. Como se publicó en la edición de la tarde del Toronto Star de ese mismo 14 de mayo, el servicio que se prestaría no sería religioso, sino que consistiría únicamente en una reunión de amigos. El reverendo Salem Bland fue el encargado de hacer un elogio fúnebre. Salem Bland era un metodista, georgista y pacifista canadiense miembro del Comité Canadiense de Ayuda a la Democracia Española. Su implicación en la ayuda a la población española durante la Guerra Civil hizo que en Barcelona se abriera un hogar refugio para más de 100 niños huérfanos entre dos y quince años, en una mansión comúnmente conocida como “Los pinos” y que llevaría su nombre, el “Hogar Salem Bland”. Su ataúd fue cubierto con una bandera de SIA-FAI, Solidaridad Internacional Antifascista y Federación Anarquista Ibérica, y por muchos ramos de flores llegados de todas partes.
El comité Friends of Emma, que se había encargado de recaudar fondos para su cuidado durante su enfermedad, hizo todo lo posible y movió todos los contactos de gente influyente para que Estados Unidos permitiera el regreso de su cadáver. Finalmente, el Gobierno dio su permiso y el cuerpo de Goldman hizo su último viaje en tren hasta Chicago a través de la línea Canadian Pacific Railway, en el ferrocarril que tantas veces la había llevado para dar sus incendiarias charlas. Tal y como había deseado y expresado a lo largo de su vida, fue enterrada en el Walheim Cementery de Chicago el 17 de mayo, hoy día Forest Home Cemetery. Su ataúd fue cubierto con una bandera de SIA-FAI, Solidaridad Internacional Antifascista y Federación Anarquista Ibérica, y por muchos ramos de flores llegados de todas partes. Ella siempre había dicho que prefería un buen ramo de rosas rojas sobre su mesa que un collar de diamantes en su cuello. Antes de ser enterrada, sus amigos y compañeros hablaron y lloraron. El encargado de hacer el elogio fue Harry Weinberger, su amigo y abogado en tantas causas. Las crónicas relatan que muchos lloraron desconsoladamente, entre ellos su antiguo amante y querido amigo Ben Reitman, el llamado médico de los “hobos”, el nombre que recibían los vagabundos y errantes de Estados Unidos.
Emma Goldman está enterrada donde ella siempre quiso, junto al monumento a los Mártires de Haymarket, los ocho anarquistas asesinados en 1887 por reivindicar la jornada laboral de las 8 horas y que inspiraron el Día Internacional de los Trabajadores, que ahora celebramos cada Primero de Mayo. Este monumento se hizo mediante suscripción popular obrera. A día de hoy, en la placa que el Ayuntamiento de Chicago puso en reconocimiento de estos ocho hombres, alguien escribió con un rotulador, a mano: “Primero tomaron vuestras vidas. Ahora explotan vuestra memoria”.
El 27 de mayo el comité Friends of Emma Goldman envió una carta a lo largo y ancho del país invitando a participar en un acto de homenaje que se celebraría el viernes 31 de mayo a las 8:15 de la tarde en el Tow Hall de Nueva York. En ese homenaje hablarían Norman Thomas, Harry Weinberger, Rudolf Rocker (que habló en yiddish), Roger Baldwin, Harry Kelly, Carlo Tresca, Eliot White, Rose Pessota (secretaria del Sindicato Internacional de Trabajadoras del Textil, uno de los primeros en admitir mujeres entre sus miembros), Dorothy Rogers y Martin Gudell. Este último había sido su guía y traductor durante su estancia en España con motivo del apoyo a la República en la Guerra Civil. La anarquista Lola Iturbe, una de las fundadoras de Mujeres Libres, dejó testimonio de aquella visita. En aquel acto se proyectaron películas de Emma Goldman en España, Canadá y del regreso de sus restos al cementerio Waldheim, en Chicago. El acto fue presidido por Leonard D. Abbot, uno de los primeros biógrafos de Fracesc Ferrer i Guarda. Los conferenciantes fueron acompañados al órgano por el compositor Clifford Demarest. Como consecuencia de este acto se constituyó el “Emma Godman Memorial Commite”, con S. J. Levy como tesorero e Irving S. Abrams como secretario, con residencia en el 188 de West Randolph Street de Chicago, Illinois. En una carta de dicho comité se informa del deseo de Emma Goldman de ser enterrada en el cementerio de Waldhein y de los gastos que ha supuesto su traslado hasta Chicago y su funeral, que unido a la compra del lugar donde descansan sus restos y un monumento que se pretendía construir, en su memoria, sumaban 3.000 dólares. En la misma carta se informa de la localización de la tumba de Goldman, aproximadamente 100 pies al sur del Monumento de Haymarket, un poco más allá de la tumba de Nina Spies y cerca de la de Voltairine DeClaire, su querida amiga de ideas también ácratas. La carta finaliza pidiendo que amablemente se traslade dicha petición a los grupos para que se debata en asamblea y se decida qué tipo de “acción” habría que llevar a cabo para lograr los fondos lo más pronto posible.
El monumento a Emma fue finalmente levantado donde reposan sus restos. Una lápida esculpida por el escultor Jo Davidson señala el lugar de su sepultura. Sin embargo, se tardó tanto tiempo en hacer, que el escultor o quien se lo indicara confundió tanto la fecha de su nacimiento como la de su fallecimiento. Mientras en la lápida figura 29 de junio de 1869 – 14 de mayo de 1939, erróneas; las fechas correctas son la del 27 de junio de 1869 como la de su nacimiento, y el 14 de mayo de 1940 la de su fallecimiento. En la lápida, bajo el rostro esculpido de Emma Goldman, con unas gafas que jamás fueron las suyas, hay un epitafio en letras de bronce, extraído de una de sus conferencias: “La libertad no descenderá al pueblo; es el pueblo el que debe alcanzar por sí mismo la libertad”. Todos los 4 de mayo, fecha aniversario de los hechos de Haymarket, numerosos visitantes acuden al cementerio Waldheim a honrar la memoria de los mártires de Chicago, de Emma Goldman y otros personajes significados para el movimiento obrero allí enterrados. Como dato curioso, cabe decir que en 1889 se construyó en la ciudad de Chicago otro monumento a Haymarket, esta vez dedicado a la policía con la inscripción “En el nombre del pueblo yo ordeno la paz”. Este monumento fue movido varias veces debido a la circulación del tráfico, y en octubre de 1969 fue dinamitado por un grupo de izquierda radical, causándole serios destrozos. Se restauró en el mismo lugar y un año después fue nuevamente dinamitado. Finalmente se trasladó al interior del edificio de la Academia de Policía. La referencia la podemos encontrar en el libro de Ton Goyens Beer and Revolution, The German anarchist movement in New York City, 1880-1914.
Son muchos los libros en inglés que glosan la figura de Emma Goldman, cuya vida y aportación al movimiento obrero y liberación de la mujer se estudia en los colegios de Estados Unidos. A su propia bibliografía sobre anarquismo y otros muchos temas hay que sumar las biografías que de ella se han escrito, más allá de su propia autobiografía Viviendo mi vida (editada en castellano por la FAL y Cápitan Swing), entre las que destacan las de Love, Anarchy, & Emma Goldman: A Biography, de Candace Falk (1990) y Sasha and Emma: the anarchist odissey of Alexander Berkman and Emma Goldman (2012) de Paul Avrich y Karen Avrich. Su correspondencia, tan profusa, así como sus artículos y los números de Mother Earth, son fáciles de encontrar hoy en los archivos norteamericanos, a través de Internet. En Español son varias las editoriales y editores las empeñadas en dar a conocer su memoria, entre las que destacan La linterna sorda (esencial también Dinamita, de Louis Adamic, en esta editorial, para conocer el contexto de la época), La Malatesta, La Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo, La Felguera, El Viejo Topo, Enclave de libros, Descontrol, Imperdible y otras muy honrosas por tener en su catálogo tales obras.
Emma Goldman siempre insistió en que no apoyaba la violencia de forma directa como método de transformación social, sino que la entendía como consecuencia de la opresión sufrida por quien la ejerce. Su principal arma siempre fueron las palabras y su lucha en defensa de la libertad de expresión. Fue una mujer excepcional, muy adelantada a su época, de pensamiento y acción libre, el relámpago que acompaña al trueno en mitad de la oscuridad de la noche, el grito que rompe el silencio de quienes no tienen voz, el oxígeno tan necesario para el aire que nos permite vivir y respirar.
[Tomado de https://www.elsaltodiario.com/feminismos/los-ultimos-dias-de-emma-goldman.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa el debate, la confrontación de ideas y el disenso. Pero si tu comentario es sólo para descalificaciones sin argumentos, o mentiras falaces, no será publicado. Hay muchos sitios del gobierno venezolano donde gustosa y rápidamente publican ese tipo de comunicaciones.