Aleix Romero
Permitidme
comenzar con un guiño al título de una ponencia
del pedagogo Félix García Moriyón (1996), lanzado no con afán de
polemizar, sino de problematizar una situación
antitética. Porque, ¿cómo combinar la ideología anarquista,
con un sistema educativo planteado principalmente para surtir la demanda
laboral de una economía capitalista que socava el principio de la igualdad? Y en
caso de existir mecanismos que la hicieran posible, ¿la función pública permite llevar a cabo un
proceso formativo de raigambre libertaria, máxime teniendo en cuenta que, aparte de estar sometido al régimen de
la burocracia, es un trabajo cada vez más precarizado –en proceso de
«mierdificación», si queremos usar la elocuente terminología de David Graeber
(Graeber, 2018)–.
Siguiendo
a García Moriyón, un «profesor libertario»
es aquel que sustituye el
dominio de los contenidos de
una materia, así como la
maestría en una metodología concreta, por la estimulación de la
creatividad y la capacidad crítica
del alumnado (García Moriyón, 2019). Pero serlo
en la enseñanza formal es
realmente difícil, y en ocasiones
se torna imposible. No
sorprende que las escuelas libres
sean manifiestamente
incompatibles con el sistema educativo –como lo corrobora la biografía
de la fundadora de Paideia [1],
Josefa Martín Luengo, una maestra que comenzó su
andadura alternativa debido al desencanto profesional
(Benítez y Martín, 2014, p.
44)–. Otras orientaciones, como
la nihilista «antipedagogía»
(García Olivo, 2009), son claramente un ataque hacia la figura del
docente –no está de más
recordar al respecto que ya Bakunin, cuando resaltaba que la libertad es
una conquista de la voluntad y
no una capacidad innata,
expresó la necesidad de introducir
en la educación elementos
directivos que la fomentaran en
los espíritus infantiles
(Cuevas Noa, 2003, pp. 96 y 150-153)–.
Somos,
en definitiva, personas que trabajan en el sector
de la enseñanza, por lo que debemos aceptar la
existencia de leyes,
instituciones y autoridades, a
no ser que queramos salirnos
por completo del sistema. A lo
que podemos añadir que el hecho, no ya de declararnos libertarios, sino
simplemente de manifestar cierto
interés en las pedagogías alternativas, implica
suscitar sobre nuestras
declaraciones un halo de incomprensión, de falta de articulación y de
coordinación, e incluso de oposición.
Con
todo, admitir la existencia de un marco –que, como
vemos, es tanto de naturaleza legal e institucional, como cultural– no
debería venir acompañado de una
sensación fatal de impotencia
y claudicación. Traducido de
manera sencilla: es un reconocimiento por nuestra
parte del terreno que pisamos,
tarea necesaria si queremos saber dónde estamos, evaluar qué podemos hacer y
hacia dónde dirigirnos. Siguiendo con las analogías,
las posibilidades serían las
mismas que han de afrontar las
organizaciones
anarcosindicales. Las normas contienen
resortes, intersticios y
ambigüedades, que, junto con
los derechos que nos son
teóricamente reconocidos –como por
ejemplo la libertad de cátedra, que se amplía según
se asciende en el escalafón
educativo de acuerdo con la máxima «a mayor capacidad crítica del
alumno, mayor libertad del profesor» (Suárez Malagón, 2011, p. 460)–, pueden
resultarnos de ayuda. Es decir, servir en provecho del bien común.
Atención.
He subrayado bien común, y lo hago conscientemente en detrimento de difusión del ideal libertario. Aunque quienes se dedican al estudio de la
pedagogía libertaria hacen hincapié en la necesidad de huir del
adoctrinamiento, sabemos fehacientemente que esto
no siempre ha sido posible –uno de los casos más
notorios es el de Francisco
Ferrer Guardia y la Escuela Moderna (Cappelletti, 1980, p. 54)–. No está
de más insistir en la importancia que tiene
diferenciar entre una educación integral de la persona,
centrada en unos valores
fundamentales –a causa de lo cual no han de recibir
etiquetas políticas–, de lo que sería una formación ideológica para
militantes, que obviamente no puede ni debe ser impartida en los centros
educativos. Historias como las de Paideia corroboran
además que es preferible para
la viabilidad del proyecto formativo
centrarse en las
particularidades del alumnado (Benítez
y Martín, 2014, p. 47).
Es
cierto que las aulas no son espacios neutros, pero no lo es menos que también contienen cierta
dosis de pluralidad, lo cual simplemente es un
reflejo de nuestra sociedad. La presencia de distintos
enfoques y de diferentes metodologías nos obliga a entrar en diálogo con
ellos. De ahí que, como vamos
a ver a continuación, el estímulo de
la crítica sea una labor prioritaria, comenzando
con nuestros propios
posicionamientos y criterios.
La pedagogía del ejemplo
Para
el pedagogo Paul Robin, promotor de un proyecto de
educación integral, el ejemplo y los argumentos deben ser la base de toda enseñanza moral
(Sigüenza, 2009, p. 16). Apoyándose en Bakunin, Francisco José
Cuevas Noa dice que quien ejerce un rol docente está
investido de «una autoridad moral (que no legal)» (2003,
p. 153). Independientemente de cómo lo queramos expresar, no hay duda de que el rol de maestro o profesor
posee una relevancia que trasciende su figura de mero transmisor de saberes.
En este sentido, quienes ejercemos el papel de docentes
hemos de obrar, tanto dentro como fuera del
aula, comprendiendo que
nuestra conducta es un modelo a
seguir, un referente.
Esto
exige una pequeña reflexión interna, no exenta de
una carga de autocrítica, a través de una serie de interrogantes.
Algunos de ellos podrían ser: ¿nos sentimos realmente
preparados para afrontar todas las realidades sociales,
económicas o culturales? ¿Conseguimos dominar los prejuicios y
estereotipos que se nos han inculcado desde
la familia, la escuela, la universidad e, incluso, el mismo trabajo? ¿Somos conscientes de los
privilegios que nos otorga
nuestra función escolar? ¿Hasta dónde llega nuestro
compromiso con un cambio favorable tanto para el
profesorado como para el alumnado?
Estas
y otras preguntas deberían incitar a la acción,
a emprender pequeñas acciones
cotidianas que cambien nuestra forma de pensar y de comportarnos
en clase. Si algunas familias están ahogadas por las
deudas, deberíamos ser más conscientes a la hora de obligar a comprar material
escolar. Si denunciamos el sexismo, no tenemos
que dejar la participación en
clase en manos de los alumnos, mientras las alumnas permanecen calladas. Si castigamos
los comportamientos violentos, no nos podemos
permitir gritar en las aulas.
Si enseñamos la importancia que
tienen valores como la solidaridad, nos corresponde prestar oídos a las
peticiones del alumnado, por más insignificantes
o absurdas que resulten.
Si,
en definitiva, alumnas y alumnos nos reprochan alguna
incoherencia, nuestra responsabilidad es analizar lo sucedido y, caso de
ser cierta la queja, admitir con humildad
el error.
Antes
hablábamos del espíritu rebelde. Hay una bonita frase
de Paulo Freire que dice que «los oprimidos han de ser el ejemplo de sí mismos en su lucha por
su redención» (1970, p. 34).
Pero, ¿quiénes sufren en las clases opresión?
Cuando se producen recortes en
materia de educación, cuando los gobiernos retocan, suprimen y
aprueban nuevas leyes sin contar con la comunidad educativa, igual de
víctimas hay en el alumnado que en el profesorado.
Nos encontramos a bordo de un
mismo barco y, además, somos una tripulación que, en este sentido,
no está dividida por distinciones especiales.
Dado
que el «profesor libertario» es quien enseña al
alumnado a tomar el control de
sus propias decisiones buscando la cooperación y el apoyo mutuo
(García Moriyón, 2019), ha de informar de las carencias de una situación
de la que se es también partícipe. Pero solo con esto no es suficiente para activar el espíritu
rebelde entre alumnas y alumnos, para que no permanezcan
como sujetos pasivos sino que formen parte de las soluciones. La pedagogía del ejemplo supone también que profesoras y profesores libertarios se impliquen en la
lucha contra las injusticias
cometidas contra el bien común, demostrando con
ello que lo que se dice en clase ha de transformarse
en hechos. Como resumía de
manera concisa y certera aquel cántico de las movilizaciones de la
Marea Verde de 2011-2012: «el profe, luchando, también está
enseñando».
Nota
[1]
Aunque Paideia fue la pionera, no es ni mucho menos la única escuela que actualmente
reivindica la pedagogía libertaria, si bien suele
ser relaciona-da con centros guiados
por inspiraciones diferentes,
por más que coincidan en
planteamientos no autoritarios o democráticos. Véase
por ejemplo el listado que
aparece en https://www.briega.org/es/escuelas-alternativas-libertarias-estado-espanol.
Bibliografía
- Benítez,
María Luisa y Martín, Miguel Á.: «Escuela libre PAIDEIA: la defensa por la educación en libertad y la
autogestión educativa». En revista
educativa Hekademos, nº 15, junio 2014, pp. 39-52.
- Cappelletti,
Ángel: Francisco Ferrer
Guardia y la pedagogía libertaria.
Madrid: La Piqueta, 1980.
- Cuevas
Noa, Francisco José: Anarquismo
y educación. La propuesta sociopolítica de la pedagogía libertaria. Madrid: Fundación Anselmo Lorenzo, 2003.
- Freire,
Paulo: Pedagogía del
oprimido. Montevideo:
Tierra Nueva, 1970. Disponible en http://www.papelesdesociedad.info/?Pedagogia-del-oprimido-de-Paulo.
- García
Moriyón, Félix: «El profesor libert ar io». Ponencia
presentada en el I Congreso de
la Federación de Enseñanza de la CGT.
1996. Disponible en http://www.cgtmurcia.org/cultura-libertaria/anarkobiblioteka/pensamiento-libertario/ciencia-y-pedagogia-libertaria/2602-el-profesor-libertario.
- García Moriyón, Félix: “A
Libertarian, Anarchist and Acracist approach
to education”, 2019, inédito.
- García
Olivo, Pedro: «Escrituras ahuyentables I. “El educador mercenario” (para una crítica radical de las escuelas
de la democracia)». S.L.:
Editorial Brulot, 2009.
Disponible en https://colectivoeducadores.files.wordpress.com/2010/02/el_educador_
mercenario.pdf
- Graeber,
David: Trabajos de mierda:
una teoría. Barcelona:
Ariel, 2018.
- Sigüenza,
Ana: «Pedagogía libertaria». En Tierra y Libertad, nº 9, agosto de 2009, pp. 1-31.
- Suárez
Malagón, Roberto: «Contenido y límites de la
libertad de cátedra en la
enseñanza no universitaria». En Revista de Derecho UNED, nº 9, 2011, pp.
421-462.
[Párrafos
tomados del artículo más extenso titulado “Cómo ser «profesor libertario» y no morir en el intento: algunos apuntes desde la situación educativa española”,
publicado originalmente en la revista Libre
Pensamiento # 100, otoño 2019. Número completo accesible en http://rojoynegro.info/sites/default/files/AAFF%20LP%20N%C2%BA%20100_WEB_0.pdf.]
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