Pascual Muñoz
El 7 de febrero de 2020, el semanariuo Brecha de Montevideo publicó una entrevista al historiador canadiense Quinn Slobodian a cargo del politólogo Gabriel Delacoste, en la que se ofrece una mirada aguda sobre el papel de las elites políticas y económicas y sus concepciones ideológicas, para echar luz sobre importantes procesos que impactan en la actualidad política y económica, tanto regional como global. Un riguroso manejo de conceptos propios de las ciencias sociales, reforzados con precisos datos históricos, contrasta con la liviandad utilizada en relación con otros conceptos, como su mismo título lo indica: “El anarquismo de derecha”.
Si bien la nota versa sobre política internacional y no sobre lingüística, reconstruyendo prolijamente el recorrido de una corriente neoliberal autodenominada generalmente “libertarian”, sorprenden el reiterado uso de las palabras “anarquista” y “libertario” y el rechazo implícito de otras traducciones conocidas del término, como “libertariano”. A lo largo de la nota podemos leer “libertario”, “anarquista”, “libertarios neoliberales”, “ala propiamente anarquista del movimiento libertario”, “derecha anarquista”, “libertarios neoliberales”, “política libertaria”, “anarco‑capitalista”, “movimiento libertario”, “libertario libremercadista” y “comunidad libertaria” para referirse indistintamente a una corriente neoliberal que procura la desarticulación del Estado‑nación, transfiriendo el poder político a los grupos económicos capaces de solventar dichas instituciones, es decir, las elites económicas que ven frenada su actividad lucrativa por trabas legales que los Estados o los organismos internacionales imponen, lo que exacerba, a su vez, principios nacionalistas y supremacistas raciales. La denominación de esta corriente neoliberal como libertaria o anarquista es tanto una usurpación del significado de estos conceptos en su dimensión histórica por parte de sus mentores como una fragilidad conceptual para quienes se hacen eco de esta.
Así como el socialismo surge a raíz del industrialismo y la radicalización ideológica tras la revolución francesa, el anarquismo surge como vertiente antiautoritaria de aquel. Sin un origen único o un referente central, puede mencionarse como punto de partida a William Godwin (1756‑1836), quien criticó la presencia del Estado al garantizar la injusticia imperante. Durante la revolución francesa los conservadores llamaban anarquistas a quienes proponían la autogestión de la tierra, el federalismo integral y la toma de los medios de producción por los trabajadores. Pierre Joseph Proudhon (1809‑1865) consolidó el anarquismo como un sistema más o menos ordenado de propuestas ideológicas.
Asimilando una diversidad heterogénea, el amplio abanico ideológico anarquista contiene postulados básicos irrenunciables. Si buscamos una definición desde la ciencia política, podemos asociarlo a la idea, la búsqueda o la construcción de “una sociedad libre de todo dominio político autoritario, en la cual el hombre habría podido afirmarse sólo en virtud de la propia acción ejercida libremente en un contexto sociopolítico en el que todos deberían ser igualmente libres”. [1] El concepto de anarquismo, en su dimensión histórica, trasciende su etimología de rechazo al Estado e implica un rechazo a toda forma de dominación política y económica.
El uso del término “libertario” se extendió a mediados del siglo XIX desde el francés “libertaire”, utilizado por Joseph Déjacque para describir algunos postulados de Proudhon. En 1895, para evitar la implacable persecución al anarquismo, Luisa Michel y Sébastien Faure editaron en París el periódico Le Libertaire para desarrollar la propaganda anarquista. Mijaíl Bakunin, a su vez, describió su propuesta como socialismo “libertario”, en oposición al socialismo “autoritario” o “científico”.
“Anarquismo” y “libertario” han sido sinónimos en el campo de las ideas socialistas
En Uruguay el término también fue utilizado indistintamente. En 1900 se editó en Montevideo el periódico El Libertario, cuyo epígrafe apuntaba: “Periódico socialista‑anárquico”. Meses después el recordado dramaturgo Florencio Sánchez escribía satíricas notas en Tribuna Libertaria, mientras se anunciaban allí sus primeras obras teatrales en el principal escenario anarquista de la ciudad. La agrupación Juventudes Libertarias (1938‑1956) y las publicaciones Lucha Libertaria (1957‑1962 y 1994‑2020) y Opción Libertaria (1986‑2004) mantuvieron dicha tradición histórica.
Pretender en tiendas liberales que un sistema capitalista que se desprende de las estructuras estatales para dar rienda suelta al poder económico de las elites dominantes tenga relación con la propuesta política anarquista es tan absurdo como afirmar que el feudalismo era un sistema anarquista ya que el poder político se encontraba descentralizado. Si bien puede hacerse un esfuerzo académico para unir las raíces libertarias con la tradición liberal del siglo XVIII, este no soporta una revisión histórica, como la realizada por el politólogo paulista Edson Passetti. [2]
No se trata tampoco de distinguir entre una “izquierda” y una “derecha” del concepto anarquista, ya que dicha distinción, propia de la política parlamentaria, es ajena a la lógica ácrata. Y así, cuando al problematizar el desarrollo de “la derecha” a nivel local no se acepta la idea de que Cabildo Abierto es un partido de “izquierda”, como afirmó recientemente su líder, sorprende la liviandad con que se asimila el concepto de “anarquismo de derecha”. [3]
En 1920, el Partido Obrero Alemán, con la activa participación de Adolf Hitler, cambió su denominación por Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, y comenzó el desarrollo político del “nazismo”. La incorporación de la palabra “socialista” no implicó la adhesión a las propuestas de Marx ni la pretensión de liberar al proletariado a través de la socialización de los medios de producción, sino que obedeció al prestigio que dicho concepto tenía en la población obrera y a la necesidad de atraer a sus filas a las masas insatisfechas que luego engordarían el ejército alemán en la mayor guerra del siglo XX. A pesar de esto, no es común oír hablar sobre el nazismo como un “socialismo de derecha”. Lo cual es acertado, ya que este, lejos de ser una vertiente socialista, tiene su origen en la reacción nacionalista a la ocupación napoleónica, el fracaso de la revolución de 1848, la creación del imperio alemán, en 1871, y el idealismo de Fichte. Sin embargo, no es que a nadie se le haya ocurrido. El mismo Ludwig von Mises, que Slobodian destaca como punto de partida del presunto “anarquismo de derecha”, afirma que el nazismo fue un sistema socialista “con la apariencia externa de capitalismo”. [4] Este concepto, tan absurdo como el de un capitalismo anarquista, ha tenido indudablemente menos prensa que el que nos ocupa.
Luego de la consolidación de los bolcheviques en el poder, tras la revolución rusa, de 1917, estos retomaron el concepto de comunista para diferenciarse del socialismo legalista. La palabra “comunista” había sido durante décadas sinónimo o complemento de “anarquista”. El anarquista italiano Luigi Fabbri señalaba que la nueva utilización de estas dos palabras como conceptos opuestos, que hasta entonces habían sido “un binomio inseparable”, no hacía más que “armar confusión en la idea y malos entendidos en la propaganda”, afirmando: “Nosotros no negamos del todo […] el derecho de adoptar este nombre, que ha sido absolutamente nuestro durante más de cuarenta años […]. Pero cuando discutan de anarquía y con los anarquistas […] tienen la obligación moral de no simular ignorancia del pasado, de no […] pretender su monopolio”. [5]
El 7 de febrero de 2020, el semanariuo Brecha de Montevideo publicó una entrevista al historiador canadiense Quinn Slobodian a cargo del politólogo Gabriel Delacoste, en la que se ofrece una mirada aguda sobre el papel de las elites políticas y económicas y sus concepciones ideológicas, para echar luz sobre importantes procesos que impactan en la actualidad política y económica, tanto regional como global. Un riguroso manejo de conceptos propios de las ciencias sociales, reforzados con precisos datos históricos, contrasta con la liviandad utilizada en relación con otros conceptos, como su mismo título lo indica: “El anarquismo de derecha”.
Si bien la nota versa sobre política internacional y no sobre lingüística, reconstruyendo prolijamente el recorrido de una corriente neoliberal autodenominada generalmente “libertarian”, sorprenden el reiterado uso de las palabras “anarquista” y “libertario” y el rechazo implícito de otras traducciones conocidas del término, como “libertariano”. A lo largo de la nota podemos leer “libertario”, “anarquista”, “libertarios neoliberales”, “ala propiamente anarquista del movimiento libertario”, “derecha anarquista”, “libertarios neoliberales”, “política libertaria”, “anarco‑capitalista”, “movimiento libertario”, “libertario libremercadista” y “comunidad libertaria” para referirse indistintamente a una corriente neoliberal que procura la desarticulación del Estado‑nación, transfiriendo el poder político a los grupos económicos capaces de solventar dichas instituciones, es decir, las elites económicas que ven frenada su actividad lucrativa por trabas legales que los Estados o los organismos internacionales imponen, lo que exacerba, a su vez, principios nacionalistas y supremacistas raciales. La denominación de esta corriente neoliberal como libertaria o anarquista es tanto una usurpación del significado de estos conceptos en su dimensión histórica por parte de sus mentores como una fragilidad conceptual para quienes se hacen eco de esta.
Así como el socialismo surge a raíz del industrialismo y la radicalización ideológica tras la revolución francesa, el anarquismo surge como vertiente antiautoritaria de aquel. Sin un origen único o un referente central, puede mencionarse como punto de partida a William Godwin (1756‑1836), quien criticó la presencia del Estado al garantizar la injusticia imperante. Durante la revolución francesa los conservadores llamaban anarquistas a quienes proponían la autogestión de la tierra, el federalismo integral y la toma de los medios de producción por los trabajadores. Pierre Joseph Proudhon (1809‑1865) consolidó el anarquismo como un sistema más o menos ordenado de propuestas ideológicas.
Asimilando una diversidad heterogénea, el amplio abanico ideológico anarquista contiene postulados básicos irrenunciables. Si buscamos una definición desde la ciencia política, podemos asociarlo a la idea, la búsqueda o la construcción de “una sociedad libre de todo dominio político autoritario, en la cual el hombre habría podido afirmarse sólo en virtud de la propia acción ejercida libremente en un contexto sociopolítico en el que todos deberían ser igualmente libres”. [1] El concepto de anarquismo, en su dimensión histórica, trasciende su etimología de rechazo al Estado e implica un rechazo a toda forma de dominación política y económica.
El uso del término “libertario” se extendió a mediados del siglo XIX desde el francés “libertaire”, utilizado por Joseph Déjacque para describir algunos postulados de Proudhon. En 1895, para evitar la implacable persecución al anarquismo, Luisa Michel y Sébastien Faure editaron en París el periódico Le Libertaire para desarrollar la propaganda anarquista. Mijaíl Bakunin, a su vez, describió su propuesta como socialismo “libertario”, en oposición al socialismo “autoritario” o “científico”.
“Anarquismo” y “libertario” han sido sinónimos en el campo de las ideas socialistas
En Uruguay el término también fue utilizado indistintamente. En 1900 se editó en Montevideo el periódico El Libertario, cuyo epígrafe apuntaba: “Periódico socialista‑anárquico”. Meses después el recordado dramaturgo Florencio Sánchez escribía satíricas notas en Tribuna Libertaria, mientras se anunciaban allí sus primeras obras teatrales en el principal escenario anarquista de la ciudad. La agrupación Juventudes Libertarias (1938‑1956) y las publicaciones Lucha Libertaria (1957‑1962 y 1994‑2020) y Opción Libertaria (1986‑2004) mantuvieron dicha tradición histórica.
Pretender en tiendas liberales que un sistema capitalista que se desprende de las estructuras estatales para dar rienda suelta al poder económico de las elites dominantes tenga relación con la propuesta política anarquista es tan absurdo como afirmar que el feudalismo era un sistema anarquista ya que el poder político se encontraba descentralizado. Si bien puede hacerse un esfuerzo académico para unir las raíces libertarias con la tradición liberal del siglo XVIII, este no soporta una revisión histórica, como la realizada por el politólogo paulista Edson Passetti. [2]
No se trata tampoco de distinguir entre una “izquierda” y una “derecha” del concepto anarquista, ya que dicha distinción, propia de la política parlamentaria, es ajena a la lógica ácrata. Y así, cuando al problematizar el desarrollo de “la derecha” a nivel local no se acepta la idea de que Cabildo Abierto es un partido de “izquierda”, como afirmó recientemente su líder, sorprende la liviandad con que se asimila el concepto de “anarquismo de derecha”. [3]
En 1920, el Partido Obrero Alemán, con la activa participación de Adolf Hitler, cambió su denominación por Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, y comenzó el desarrollo político del “nazismo”. La incorporación de la palabra “socialista” no implicó la adhesión a las propuestas de Marx ni la pretensión de liberar al proletariado a través de la socialización de los medios de producción, sino que obedeció al prestigio que dicho concepto tenía en la población obrera y a la necesidad de atraer a sus filas a las masas insatisfechas que luego engordarían el ejército alemán en la mayor guerra del siglo XX. A pesar de esto, no es común oír hablar sobre el nazismo como un “socialismo de derecha”. Lo cual es acertado, ya que este, lejos de ser una vertiente socialista, tiene su origen en la reacción nacionalista a la ocupación napoleónica, el fracaso de la revolución de 1848, la creación del imperio alemán, en 1871, y el idealismo de Fichte. Sin embargo, no es que a nadie se le haya ocurrido. El mismo Ludwig von Mises, que Slobodian destaca como punto de partida del presunto “anarquismo de derecha”, afirma que el nazismo fue un sistema socialista “con la apariencia externa de capitalismo”. [4] Este concepto, tan absurdo como el de un capitalismo anarquista, ha tenido indudablemente menos prensa que el que nos ocupa.
Luego de la consolidación de los bolcheviques en el poder, tras la revolución rusa, de 1917, estos retomaron el concepto de comunista para diferenciarse del socialismo legalista. La palabra “comunista” había sido durante décadas sinónimo o complemento de “anarquista”. El anarquista italiano Luigi Fabbri señalaba que la nueva utilización de estas dos palabras como conceptos opuestos, que hasta entonces habían sido “un binomio inseparable”, no hacía más que “armar confusión en la idea y malos entendidos en la propaganda”, afirmando: “Nosotros no negamos del todo […] el derecho de adoptar este nombre, que ha sido absolutamente nuestro durante más de cuarenta años […]. Pero cuando discutan de anarquía y con los anarquistas […] tienen la obligación moral de no simular ignorancia del pasado, de no […] pretender su monopolio”. [5]
En
Uruguay, desde que arribaron los primeros refugiados de la Commune de
París en 1872, las ideas y las prácticas anarquistas han tenido una
decisiva participación en las primeras asociaciones mutuales, el origen y
el desarrollo de los sindicatos obreros, la prensa alternativa, el arte
contestatario, la federaciones obreras de oficios, la articulación de
sindicatos industriales, junto con la ampliación de libertades y
conquistas sociales. Fue un actor clave del antifascismo local durante
la dictadura de Terra y en la resistencia a la última dictadura
cívico‑militar, como también en la formación de organizaciones sociales
claves en la actualidad, como la Cnt (1964) y Fucvam (1970).
Se puede desestimar un movimiento complejo y difícil de asimilar que no capitaliza su esfuerzo en conquistas electorales. Pero, al utilizar el conocimiento como una herramienta de pensamiento crítico, no podemos aceptar el uso de la terminología neoliberal sin siquiera mencionar la existencia de un significado más extendido, que no guarda una relación coherente con el concepto utilizado. Se presenta así el anarquismo como una corriente neoliberal extrema y peligrosa, lo que respalda un proceso de invisibilización de la propuesta anarquista y refuerza la idea de que la única alternativa política es el capitalismo más o menos liberal.
Luigi Fabbri, quien reclamaba a los comunistas italianos la obligación moral de reconocer el valor de las palabras, pasó sus últimos años en nuestro país huyendo del fascismo junto con su hija Luce, la cual se destacó por su labor intelectual tanto en la propaganda anarquista como en la docencia universitaria. Luce recordaba que, cuando era una niña, le dijo a su padre que ella era anarquista y este le reprochó que era algo muy serio para decirlo sin conocimiento de lo que eso implicaba realmente. Le estaba hablando acerca del valor de las palabras.
Dentro del poco respeto por el valor de las palabras que los presuntos “anarcocapitalistas” tienen, afirman que no es necesariamente la clase gobernante (a la cual se oponen) la que toma las decisiones políticas y económicas dentro o fuera de un Estado, sino todos los funcionarios del Estado. Slobodian señala que una maestra, por ejemplo, integraría la clase gobernante. Curiosamente, Luigi Fabbri era maestro. En 1926 fue destituido de su cargo por no jurar lealtad al régimen fascista. Era un acto simbólico que podría haberle evitado varios contratiempos, pero priorizó el valor de la palabra como parte de las herramientas para ejercer una práctica política.
Notas:
[1] Bobbio, N, Matteucci, N y Pasquino G. Diccionario de política, Siglo XXI, México DF, 2000, pág 29.
[2] Passetti, E. “Natureza, pensamento e política”, Revista Ecopolítica, São Paulo, núm 7, set‑dez, 2013, págs 33‑59.
[3] Ver, por ejemplo, https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Manini–El-partido-de-la-derecha-hoy-es-el-FA-el-que-menos-quiere-cambiar-las-cosas–uc744156 y Delacoste, G, “Pelea entre dos derechas”, Brecha, 21‑II‑20.
[4] Von Mises, L. Planned Chaos, 1947. Disponible en: https://mises.org/library/planned-chaos.
[5] Fabbri, L. “Comunismo y Anarquía”, en La Tierra, Salto, 4 de marzo de 1922, reproducido en Muñoz, P. Cultura obrera en el interior del Uruguay, Lupita, Montevideo, 2015, págs 441‑444.
[Tomado de https://brecha.com.uy/anarquismo-el-valor-historico-de-las-palabras.]
Se puede desestimar un movimiento complejo y difícil de asimilar que no capitaliza su esfuerzo en conquistas electorales. Pero, al utilizar el conocimiento como una herramienta de pensamiento crítico, no podemos aceptar el uso de la terminología neoliberal sin siquiera mencionar la existencia de un significado más extendido, que no guarda una relación coherente con el concepto utilizado. Se presenta así el anarquismo como una corriente neoliberal extrema y peligrosa, lo que respalda un proceso de invisibilización de la propuesta anarquista y refuerza la idea de que la única alternativa política es el capitalismo más o menos liberal.
Luigi Fabbri, quien reclamaba a los comunistas italianos la obligación moral de reconocer el valor de las palabras, pasó sus últimos años en nuestro país huyendo del fascismo junto con su hija Luce, la cual se destacó por su labor intelectual tanto en la propaganda anarquista como en la docencia universitaria. Luce recordaba que, cuando era una niña, le dijo a su padre que ella era anarquista y este le reprochó que era algo muy serio para decirlo sin conocimiento de lo que eso implicaba realmente. Le estaba hablando acerca del valor de las palabras.
Dentro del poco respeto por el valor de las palabras que los presuntos “anarcocapitalistas” tienen, afirman que no es necesariamente la clase gobernante (a la cual se oponen) la que toma las decisiones políticas y económicas dentro o fuera de un Estado, sino todos los funcionarios del Estado. Slobodian señala que una maestra, por ejemplo, integraría la clase gobernante. Curiosamente, Luigi Fabbri era maestro. En 1926 fue destituido de su cargo por no jurar lealtad al régimen fascista. Era un acto simbólico que podría haberle evitado varios contratiempos, pero priorizó el valor de la palabra como parte de las herramientas para ejercer una práctica política.
Notas:
[1] Bobbio, N, Matteucci, N y Pasquino G. Diccionario de política, Siglo XXI, México DF, 2000, pág 29.
[2] Passetti, E. “Natureza, pensamento e política”, Revista Ecopolítica, São Paulo, núm 7, set‑dez, 2013, págs 33‑59.
[3] Ver, por ejemplo, https://www.montevideo.com.uy/Noticias/Manini–El-partido-de-la-derecha-hoy-es-el-FA-el-que-menos-quiere-cambiar-las-cosas–uc744156 y Delacoste, G, “Pelea entre dos derechas”, Brecha, 21‑II‑20.
[4] Von Mises, L. Planned Chaos, 1947. Disponible en: https://mises.org/library/planned-chaos.
[5] Fabbri, L. “Comunismo y Anarquía”, en La Tierra, Salto, 4 de marzo de 1922, reproducido en Muñoz, P. Cultura obrera en el interior del Uruguay, Lupita, Montevideo, 2015, págs 441‑444.
[Tomado de https://brecha.com.uy/anarquismo-el-valor-historico-de-las-palabras.]
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