Humberto Decarli
En estos días de final de año hay una tradición de desear lo mejor y soñar con una felicidad inasible. Forma parte de una conducta transmitida desde siempre con un contenido de indudable evasión.
En Venezuela en los actuales momentos vivimos una horrenda catástrofe con hiperinflación, depresión, desempleo, carencia de viviendas, desmoralización, inseguridad, sin ninguna institucionalidad democrática, militarismo, autoritarismo, factores, generados por una dictadura inclemente acompañada de una oposición corrompida y sin perspectivas. Además, el entorno internacional es extractivista, estimulando el desastre en materia de minería y de la enfermedad holandesa.
En estos días de final de año hay una tradición de desear lo mejor y soñar con una felicidad inasible. Forma parte de una conducta transmitida desde siempre con un contenido de indudable evasión.
En Venezuela en los actuales momentos vivimos una horrenda catástrofe con hiperinflación, depresión, desempleo, carencia de viviendas, desmoralización, inseguridad, sin ninguna institucionalidad democrática, militarismo, autoritarismo, factores, generados por una dictadura inclemente acompañada de una oposición corrompida y sin perspectivas. Además, el entorno internacional es extractivista, estimulando el desastre en materia de minería y de la enfermedad holandesa.
El anterior contexto nos indica que aspirar a un futuro luminoso es melifluo y edulcorado y en el fondo, una clara impostura. Hasta allí los nihilistas podrían tener toda la razón.
De lo que se trata es la estimulación de la capacidad de lucha, de búsqueda de la utopía inmediatista para rehacer una subjetividad social descompuesta una actitud crítica sometida a cualquier tamiz, Por allí apuntan las conexiones con miras a una recomposición del país y de todos nosotros, de la ruptura de la reificación y la recuperación del sujeto en la sintaxis. El panóptico global se ha digitalizado pero puede ocurrir la resistencia. En esa senda se encuentran las razones para ser optimistas.
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