José L. Carretero
* Lo podemos leer en todos los medios de comunicación mainstream: los anarquistas han hecho todas las maldades sucedidas en el último mes en toda España [o en todo Chile, México, Colombia o en el lugar del mundo contemporáneo donde hagan falta chivos expiatorios].
La utilización del monopolio de la fuerza por parte del Estado siempre ha sido un tema delicado. Más aún lo es la narrativa legitimadora del sistema penal en un Estado que se autodefine como democrático. Entendámonos: abrir cabezas y encerrar gente no siempre está bien visto por todos los implicados. Y menos en una sociedad de clases.
* Lo podemos leer en todos los medios de comunicación mainstream: los anarquistas han hecho todas las maldades sucedidas en el último mes en toda España [o en todo Chile, México, Colombia o en el lugar del mundo contemporáneo donde hagan falta chivos expiatorios].
La utilización del monopolio de la fuerza por parte del Estado siempre ha sido un tema delicado. Más aún lo es la narrativa legitimadora del sistema penal en un Estado que se autodefine como democrático. Entendámonos: abrir cabezas y encerrar gente no siempre está bien visto por todos los implicados. Y menos en una sociedad de clases.
El sistema penal que tenemos se supone que fue estructurado en torno a una serie de ideas centrales de los reformadores ilustrados de la Europa que se quería liberar del poder absolutista del Antiguo Régimen. Eso implicaba, en lo político, un sistema de división de poderes y de elección democrática de los representantes; y en lo penal, toda una caja de herramientas de garantías ciudadanas, creadas para limitar el poder del Estado y sus agentes, así como la idea central de que el propio sistema penal tenía como finalidad la reinserción y humanización de los infractores, no su pura aniquilación ni el suplicio (la tortura pública, la ejecución mediante medios especialmente impresionantes ) que, en la sociedad anterior, convertía el castigo de los delitos en la manifestación pública de un poder que podía generar, como ejemplo para toda la población, un sufrimiento inaudito.
Así, el Derecho Penal de la sociedad capitalista que se autodefinía como democrática, estaba basado en una idea principal: sólo iba a actuar, dada su enorme capacidad para dañar los derechos fundamentales de los implicados, ante las agresiones más graves frente a los bienes jurídicos más importantes de la sociedad. Cuáles eran esas agresiones y esos bienes, era algo que se determinaba de manera rigurosa y limitada en el correspondiente Código Penal. Y allí se debían tipificar, exclusivamente, actividades concretas. No líneas de pensamiento (se tenía a gala una cierta libertad de expresión) ni la pertenencia a colectivos sociales (se hablaba de la igualdad de los ciudadanos como un valor).
Por supuesto, estamos hablando de tiempos pasados. De una narrativa jurídica que está pasada de moda. Aunque tampoco tenemos muy claro cuando estuvo realmente de moda en esta Península nuestra que ha pasado de dictaduras a dictablandas, y de reformas de la dictadura a dictaduras reformadas, tantas y tantas veces en los últimos siglos.
La tendencia brutal del nuevo Derecho Penal neoliberal es, sin embargo, lo que se ha denominado por conocidos juristas como Raúl Zaffaroni, el “Derecho Penal del enemigo”. Es decir, que lejos de castigar conductas concretas, previamente tipificadas, y ya consumadas; lo que hace el sistema penal actual es identificar grupos sociales posiblemente infractores y, ya que estamos, en nombre de la prevención de las conductas desviadas y de la defensa adelantada del orden social, ir tipificando como delito lo que estás personas hacen.
No se trata, pues, de que el ciudadano Fulanito ha hecho tal cosa que estaba previamente definida en el Código Penal como delito, sino de que hay un grupo de gente sospechosa que, un día de estos, hará algo que aún no tenemos identificado y que será muy, muy malo. Por eso, antes de que ese día llegue, tenemos que estudiarles, vigilarles e ir tipificando ya lo que estas gentes hacen como delito. No perseguimos, pues, una conducta concreta. Perseguimos a un enemigo.
Y aquí llegan los anarquistas. Los anarquistas: el enemigo de hoy.
Porque hoy les toca a los anarquistas ser el enemigo. Lo podemos leer en todos los medios de comunicación mainstream: los anarquistas han hecho todas las maldades sucedidas en el último mes en toda España. Anarquistas sin Fronteras, que se desplazan por toda Europa buscando los disturbios como las aves migratorias buscan los vientos más cálidos. Anarquistas con fantasmales Másteres en guerrilla urbana que utilizan para cruzar contenedores en una calle y que deben haber recibido becas de poderes oscuros para saquear tiendas de móviles.
Poco importa que ser anarquista sea una ideología (es decir, una convicción íntima o una manera de ver el mundo), supuestamente protegida como cualquier otra en un contexto de libertad de pensamiento y pluralismo político; y no una actividad concreta. Y es que hay anarquistas que se dedican a predicar el pacifismo (como Lev Tolstoi), que organizan cursos de formación sindical, que colaboran con grupos de parados y personas desahuciadas, que recuperan la Memoria democrática de nuestro pueblo en la Universidad, o que defienden la naturaleza y ponen en marcha huertos colectivos.
[Tomado de https://www.elsaltodiario.com/opinion/jose-luis-carretero-anarquistas-enemigo-disturbios-barcelona.]
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