Revista libertaria Al Margen
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Editorial del # 111 “Movilidad: transporte y comercio en la aldea global”.
Moverse,
trasladarse de lugar, viajar o emigrar ha sido una actividads consustancial del
ser humano. Por supuesto que esa movilidad no ha sido siempre voluntaria y
placentera, ya que en la mayoría de los casos ha obedecido a necesidades de
recursos vitales, a persecuciones, a hambrunas y a catástrofes más o menos
naturales.
Con
independencia de la motivación de tales migraciones, lo cierto es que ese ir y
venir de los pueblos ha permitido intercambios de experiencias y productos,
enriquecimiento cultural y progreso humano. Esa búsqueda de mejores lugares
para vivir no ha cesado desde la más remota antigüedad a nuestros días, de tal
forma que hoy apenas hay pueblos que no hayan experimentado influencias y
mestizajes de infinidad de procedencias.
Ajenos
y de espaldas a esta rica evolución de la humanidad aún subsisten raras
especies de humanoides que niegan esa realidad y se aferran a ideas racistas,
negando a otras personas el derecho a entrar en un país que esos sectores
xenófobos consideran de su propiedad pero que real y exclusivamente es de una
poderosa minoría de acaudalados.
Los
avances tecnológicos han transformado y masificado la forma de moverse de un
lugar a otro. Hemos pasado de unos viajes muy puntuales y poco agresivos con el
medio natural a traslados frecuentes y con un alto coste ecológico, hasta el
extremo que la masificación turística y el extremo consumo de combustibles
fósiles amenaza la convivencia en los destinos más habituales y la calidad del
aire y las aguas.
La
paradoja de esta situación es que un sector privilegiado ya puede permitirse el
lujo de viajar a Groenlandia o la Antártida, hacer cola para subir al Everest,
dejando un reguero de basura, o incluso reservar una costosa plaza para visitar
la Luna, mientras otras personas menos afortunadas tienen prohibido cruzar los
15 km. que separan África de Europa o los pocos metros del rio Bravo, que los
EE.UU. han convertido en barrera entre la América rica y la empobrecida.
Otro
aspecto no menos grotesco se da en la Península Ibérica, donde puedes ir de una
gran ciudad a otra en avión, tren AVE o autopista, mientras la gente de los
pueblos ha perdido el tren y el autobús para ir a cualquier sitio. Y no
hablamos de trasladarse por placer, nos referimos a necesidades tan elementales
como a ir al médico, a comprarse unas alpargatas o en búsqueda de un banco.
Inmersos
plenamente en la sociedad de consumo y el capitalismo salvaje, todo puede ser
convertido en negocio, medido en rentabilidad. Y en ese todo se incluye el
transporte de personas y mercancías. Pensando en esas abultadas cuentas de
resultados de las grandes empresas, y no en las necesidades de la gente, se
ensanchan carreteras y autopistas que volverán a congestionarse a medida que
aumenta el parque de vehículos privados, se construyen nuevas terminales para
incrementar el tráfico aéreo, se amplían los puertos para permitir el atraque
de mayores buques y se ponen de moda lejanos y exóticos complejos turísticos a
los que ir a hacerse fotos y a dejar basura. Grandes barcos cruzan los mares
cargados de turistas y contenedores. Poco importa si a escasa distancia tenemos
atractivos lugares de descanso o productos incluso mejores que los importados:
lo que cuenta es el negocio de las empresas que mueven a personas y mercancías.
Mientras
primen los intereses de los magnates sobre el bienestar de la humanidad, de nada
sirve que los políticos del G7 o del G20 se reúnan y hagan como que les
preocupa la pobreza o el cambio climático. Pero como necesitan los votos y la
sumisión de la mayoría social, dirán que apuestan por el reciclaje, por las
nuevas energías y por los coches eléctricos; simples gestos simbólicos ante el
desastre ecológico que se nos viene encima.
Colapso
ecológico, económico y social más cercano incluso que lo pronosticado hace unos
años, que sólo podría ser detenido o aminorado si el mundo cambia de modelo y
apuesta por el decrecimiento y el reparto igualitario y justo de la riqueza existente
y creada por el pueblo trabajador.
Nuestra
labor ha de pasar no sólo por denunciar y concienciar frente a la hecatombe
planetaria. También tenemos la responsabilidad de apoyar y difundir todas las
luchas que ya se están dando contra cada una de las manifestaciones de esta
locura consumista y depredadora. No podemos quedarnos quietos mientras nos
explotan y destruyen; hemos de estar al lado de esa juventud que se moviliza en
todo el mundo contra el cambio climático y todo tipo de agresiones a la
naturaleza. Nuestra sociedad tiene que moverse para conservar y mejorar el
mundo que otras generaciones nos dejaron.
[Publicado
originalmente en la revista libertaria Al
Margen # 111, Valencia (Esp.), otoño 2019.]
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