Periódico Todo por Hacer (Madrid)
Este mes pasado ha sido un periodo donde se han activado varios frentes sociales, luchas en la calle, resistencias indígenas y revueltas en el territorio latinoamericano. Este panorama nos hace pensar en un ciclo de rebeldía que vuelve a abrirse paso en América Latina, unas revueltas al calor de otras, bajo la premisa de la confrontación de clases sociales. Las comunidades del continente Abya Yala (nombre mayoritariamente aceptado para denominar a América por los pueblos indígenas que significaría “Tierra de sangre vital”) se levantan haciendo ruido, porque el silencio no está hecho para esos hombres y mujeres resistentes. El mundo en cambio da la espalda, miramos hacia otro lado, incluidos muchos movimientos sociales u organizaciones militantes; seguimos escondidos tras nuestros colectivos creyéndonos jueces del tribunal de lo revolucionario, y lanzando nuestro dedo acusador sobre qué deben hacer los parias del mundo.
Este mes pasado ha sido un periodo donde se han activado varios frentes sociales, luchas en la calle, resistencias indígenas y revueltas en el territorio latinoamericano. Este panorama nos hace pensar en un ciclo de rebeldía que vuelve a abrirse paso en América Latina, unas revueltas al calor de otras, bajo la premisa de la confrontación de clases sociales. Las comunidades del continente Abya Yala (nombre mayoritariamente aceptado para denominar a América por los pueblos indígenas que significaría “Tierra de sangre vital”) se levantan haciendo ruido, porque el silencio no está hecho para esos hombres y mujeres resistentes. El mundo en cambio da la espalda, miramos hacia otro lado, incluidos muchos movimientos sociales u organizaciones militantes; seguimos escondidos tras nuestros colectivos creyéndonos jueces del tribunal de lo revolucionario, y lanzando nuestro dedo acusador sobre qué deben hacer los parias del mundo.
Se cumple este mismo año el centenario de un ciclo revolucionario europeo muy relevante, que ya hemos mencionado en otros números de nuestra publicación, como la huelga general de La Canadiense en Barcelona, el Biennio Rosso italiano en Turín, o el consejismo obrero en la República de Baviera. Experiencias que marcaban el inicio de un ciclo que venía fraguándose desde hacía décadas por la ascendente organización obrera internacional y que tendría aún que escribir algunas de las páginas más revolucionarias de la historia del pueblo trabajador. En las dos décadas que llevamos de este siglo XXI se puede comprobar en América Latina un incremento de organización de las comunidades marginadas, de las sociedades indígenas y la juventud precaria del capitalismo en las periferias del sistema. No estamos hablando de conatos de rabia exclusivamente, nos referimos a auténticos procesos de ofensiva y construcción de autonomías por parte de los movimientos sociales de América Latina.
El pensador y activista uruguayo Raúl Zibechi ha estudiado ampliamente a estos movimientos sociales latinoamericanos, identificando líneas teóricas y prácticas distintas respecto de los movimientos sociales en Europa o en los Estados Unidos de América. La primera cuestión es que se tratarían de movimientos ligados al territorio, pero no desde un punto de vista nacional, ni con intenciones de reclamarlo para construir una entidad estatal. Son movimientos campesinos, indígenas o populares urbanos que continúan ligados a la tierra, cuya fuerza de trabajo sigue vinculada al territorio, no al mercado global. Esto nos lleva a una segunda cuestión, y es que en los territorios controlados por estos movimientos sociales, predominan las relaciones sociales no capitalistas y las instituciones sociales horizontales que desprecian las jerarquías. De esta manera se reivindican prácticas no hegemónicas que ayudan a pensar en las relaciones autoritarias como un enemigo ajeno a los modos sociales y culturales reivindicados desde estos territorios.
Esto le lleva al mencionado escritor Raúl Zibechi a acuñar el término de ‘sociedades en movimiento’, que sustituiría a la denominación de ‘movimientos sociales’. Les caracterizaría a estas comunidades en Latinoamérica su doble vertiente que determinan su esencia de lucha: por un lado la resistencia al modelo socio-económico dominante, y a la vez un proceso de creación de un mundo nuevo a partir de estas relaciones sociales territorializadas al margen del capitalismo. El desafío frente a la concepción clásica revolucionaria de estas sociedades en movimiento es que son portadoras en sí mismas de ese mundo nuevo, no deben imaginarlo, ni deben conquistar el poder político estatal; construyen poderes autónomos porque esa es su esencia.
Analizaremos a continuación tres procesos que se están dando desde este mes pasado en Latinoamérica, y que no han estallado de la nada, sino del silencioso trabajo de cientos de miles de personas en guerra continuada contra el capitalismo criminal. Se trata de las revueltas de Ecuador, Haití y Chile; algunas de estas rebeliones populares continúan abiertas, no tienen principio o fin divisable, son una página más en la historia de las resistencias en América Latina.
Ecuador dice basta al presidente Lenín Moreno: una fuerza social de veinte mil indígenas toma la ciudad de Quito y logra tumbar las medidas antisociales
Las protestas en la capital ecuatoriana comenzaron el 3 de octubre. Las organizaciones sociales convocaron marchas que se extendieron pronto por todo el país frente a las medidas económicas introducidas por su presidente, Lenín Moreno. Ante la urgencia climática, el presidente ecuatoriano estableció un paquete de medidas sobre los hidrocarburos recomendado por el Fondo Monetario Internacional, que atacaba directamente el ya precario nivel de vida de la población ecuatoriana. Tras varios días ininterrumpidos de protestas, la represión por parte de la policía y el ejército caldeó muchísimo el ambiente político ecuatoriano, y activó fuertemente la oposición a su presidente.
El lunes 7 de octubre comenzó a entrar en la capital una fuerza social de más de veintemil indígenas, que llegaban a una ciudad completamente paralizada y exclusivamente activa para realizar acopio de alimentos que recibiera a esta ingente marea humana. Los servicios de transporte paralizaron el país, las Gobernaciones de Bolívar y Morona Santiago fueron tomadas por el movimiento indígena; e incluso el presidente Lenín Moreno huyó de Quito para establecer el gobierno en la ciudad de Guayaquil. La CONAIE o Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador consiguió una victoria simbólica abrumadora en el país, logró hacer huir al presidente mismo, y levantó a toda la sociedad en Ecuador.
La militarización de Quito no se hizo esperar por parte de su presidente, quien utilizó todos los medios informativos a su alcance para lanzar propaganda contra el movimiento indígena y aprovechar de esa manera el apoyo internacional que la mayoría de países europeos, entre otros, el propio Estado español, le brindaban como voto de confianza desde la cloacas del capitalismo. Las denuncias de torturas, malos tratos y amenazas en las dependencias policiales incrementaron la intensidad de las luchas, y también consecuentemente una represión criminal y sin miramientos. El martes 8 de octubre desde por la mañana el edificio vacío de la Asamblea Nacional era ocupado por los manifestantes urbanos junto con la fuerza de las comunidades indígenas que habían tomado la ciudad. El gobierno estableció un toque de queda, los choques violentos con la policía aumentaron y se comenzaron a conocer los primeros muertos entre resistentes indígenas. Las barricadas fueron la más habitual estructura urbana espontánea esos días, durante la semana se incrementaron las tensiones con marchas diarias y una paralización absoluta del país.
A día del 12 de octubre, fecha muy simbólica en toda América por su resistencia, el balance era de 27 muertos, 860 heridos, 120 desaparecidos, casi 2 mil detenidos y un centenar de personas torturadas. Después de una docena de días ininterrumpidos de lucha popular, el presidente Lenín Moreno anunciaba el fin del paquetazo económico que incendió el país. La sangre indígena y de otros movimientos populares ya había corrido, y sin embargo en la Casa de la Cultura, que fue el espacio de contrapoder indígena durante esos días, se festejó esta medida. Pero no sin antes anunciar que la lucha no cesaba, sino que volvía a otros cauces que a ellos y ellas preferían, porque no desean verse obligados a utilizar la violencia como autodefensa ineludible a la que habían tenido que recurrir.
La confluencia de los movimientos anticapitalistas urbanos, junto a la fuerza de las mujeres feministas, y la CONAIE indígena consiguió la unión suficiente para alzar la voz y levantarse como pueblo, revitalizando el conflicto de clase, al cual presentaron batalla de un modo inimaginable en nuestras sociedades europeas.
Las protestas en la capital ecuatoriana comenzaron el 3 de octubre. Las organizaciones sociales convocaron marchas que se extendieron pronto por todo el país frente a las medidas económicas introducidas por su presidente, Lenín Moreno. Ante la urgencia climática, el presidente ecuatoriano estableció un paquete de medidas sobre los hidrocarburos recomendado por el Fondo Monetario Internacional, que atacaba directamente el ya precario nivel de vida de la población ecuatoriana. Tras varios días ininterrumpidos de protestas, la represión por parte de la policía y el ejército caldeó muchísimo el ambiente político ecuatoriano, y activó fuertemente la oposición a su presidente.
El lunes 7 de octubre comenzó a entrar en la capital una fuerza social de más de veintemil indígenas, que llegaban a una ciudad completamente paralizada y exclusivamente activa para realizar acopio de alimentos que recibiera a esta ingente marea humana. Los servicios de transporte paralizaron el país, las Gobernaciones de Bolívar y Morona Santiago fueron tomadas por el movimiento indígena; e incluso el presidente Lenín Moreno huyó de Quito para establecer el gobierno en la ciudad de Guayaquil. La CONAIE o Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador consiguió una victoria simbólica abrumadora en el país, logró hacer huir al presidente mismo, y levantó a toda la sociedad en Ecuador.
La militarización de Quito no se hizo esperar por parte de su presidente, quien utilizó todos los medios informativos a su alcance para lanzar propaganda contra el movimiento indígena y aprovechar de esa manera el apoyo internacional que la mayoría de países europeos, entre otros, el propio Estado español, le brindaban como voto de confianza desde la cloacas del capitalismo. Las denuncias de torturas, malos tratos y amenazas en las dependencias policiales incrementaron la intensidad de las luchas, y también consecuentemente una represión criminal y sin miramientos. El martes 8 de octubre desde por la mañana el edificio vacío de la Asamblea Nacional era ocupado por los manifestantes urbanos junto con la fuerza de las comunidades indígenas que habían tomado la ciudad. El gobierno estableció un toque de queda, los choques violentos con la policía aumentaron y se comenzaron a conocer los primeros muertos entre resistentes indígenas. Las barricadas fueron la más habitual estructura urbana espontánea esos días, durante la semana se incrementaron las tensiones con marchas diarias y una paralización absoluta del país.
A día del 12 de octubre, fecha muy simbólica en toda América por su resistencia, el balance era de 27 muertos, 860 heridos, 120 desaparecidos, casi 2 mil detenidos y un centenar de personas torturadas. Después de una docena de días ininterrumpidos de lucha popular, el presidente Lenín Moreno anunciaba el fin del paquetazo económico que incendió el país. La sangre indígena y de otros movimientos populares ya había corrido, y sin embargo en la Casa de la Cultura, que fue el espacio de contrapoder indígena durante esos días, se festejó esta medida. Pero no sin antes anunciar que la lucha no cesaba, sino que volvía a otros cauces que a ellos y ellas preferían, porque no desean verse obligados a utilizar la violencia como autodefensa ineludible a la que habían tenido que recurrir.
La confluencia de los movimientos anticapitalistas urbanos, junto a la fuerza de las mujeres feministas, y la CONAIE indígena consiguió la unión suficiente para alzar la voz y levantarse como pueblo, revitalizando el conflicto de clase, al cual presentaron batalla de un modo inimaginable en nuestras sociedades europeas.
Haití lleva años de pobreza y revueltas; es la historia de la larga agonía de un pueblo que se levanta como una mariposa que agita sus alas
El pueblo haitiano es el gran desconocido de América Latina, y también el más pobre. Es el país vecino de la República Dominicana en el mar Caribe, devastado hace tres años por el huracán Matthew, el patio trasero de los Estados Unidos de América y un juguete roto del Fondo Monetario Internacional. Actualmente ha cumplido su sexta semana consecutiva de protestas, que se ha cobrado más de 30 manifestantes asesinados. La paralización del país es total, pero… ¿cuándo no está paralizado un territorio que vive en eterna pobreza? Un país que es el campo de experimentación más preciado del capitalismo global.
Su presidente, Jovenel Moise, un títere corrupto elegido por organizaciones supranacionales, está aferrado a un poder que por gestionarlo directamente en favor del FMI, se beneficia enriqueciéndose la élite política del país. Las multitudinarias marchas en su capital, Port-au-Prince, de diversos grupos opositores están dejando un reguero de sangre por la fuerte violencia policial desatada.
El domingo 20 de octubre, una nueva movilización reclamaba la dimisión incondicional del presidente Moise. Los movimientos populares haitianos señalan la incompatibilidad de la situación política y económica que tienen con una vida digna. La desintegración de los servicios públicos y la sensación constante de inseguridad son herramientas que determinan el estado de shock actual. Mientras Haití se desangra, el mundo hace oídos sordos, y cuando damos la espalda a los pobres del territorio de una pequeña isla, le estamos dando la espalda a cualquier alternativa en nuestras mismas sociedades.
Chile insiste y resiste pese a la violencia militar y policial que hace recordar a la dictadura de Augusto Pinochet
La situación chilena es bien similar a la ecuatoriana. El presidente derechista Sebastián Piñera aumentó el precio del billete de metro en Santiago de Chile; y sin embargo no sabía que esa medida sería el inicio de una confrontación que debe leerse en clave de hartazgo de un modelo económico y político que lleva ahogando a Chile desde la dictadura pinochetista.
Las medidas económicas capitalistas en América Latina son respondidas desde la rabia no contenida; en cambio en Europa se acepta de buen grado la subida del nivel de vida como un mal menor a pagar por seguir manteniendo privilegios. En Chile han sufrido por décadas ese síndrome de modelo económico a la europea, pero extendido sobre un territorio periférico del capitalismo, y con una fuerza indígena Mapuche que ya amenaza con unirse al movimiento social en lucha.
A finales del mes de octubre, al cierre de esta edición, la presencia militar enviada por el gobierno ha dejado un balance de 27 muertos, 12 mujeres violadas, y cientos de detenidos y torturados, que hacían recorrer el fantasma pinochetista de nuevo por las calles de Santiago ensangrentada. Esas calles que pisarán una y otra vez nuevamente quienes insisten y resisten, representados por ellos y ellas mismas, sin singlas partidistas detrás y con el empeño de continuar la lucha pese a la retirada del tarifazo del metro por el presidente el día 23 de octubre.
Nos mantendremos alerta con la evolución de los conflictos abiertos en América Latina, y con la amenaza de iniciarse otros nuevos en Uruguay, Bolivia o Colombia. Abya Yala hace honor a su nombre: tierra de sangre vital.
[Tomado de https://www.todoporhacer.org/america-latina-se-levanta.]
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