Revista Kalinov Most
Por esta misma causa no solo se resistieron al señorío del Inga, sino
que jamás quisieron admitir Rey, ni gobernador, ni justicia de su propia
Nación, prevaleciendo siempre entre ellos la voz de la libertad.[1]
Los Mapuche o los mal llamados
araucanos [2], cultura indígena [3] que habita el centro-sur del territorio
dominado por el Estado chileno y el centro-oeste del territorio dominado por el
Estado argentino, ha tenido una larga historia de guerras con Imperios, Reinos y
Estados que por diversos medios han intentado someterlos.
Entre aproximadamente 1479 y
1485, el Imperio Inca al mando de Tupac Inca Yupanqui intentó conquistar a
dichas comunidades denominándolas promaucaes (término que en quechua sirve para
designar a los enemigos salvajes) [4], sin tener éxito, lo cual lo llevó a
priorizar por solidificar y mantener sus dominios del norte. Más tarde, en el
año 1535 tuvo lugar la primera batalla entre las comunidades Mapuche y la
monarquía hispánica, dando comienzo a la llamada “Guerra de Arauco” que
terminará con una serie de tratados entre ambos bandos hasta los albores del
Estado-Nación chileno a principios de 1800.
Durante el transcurso de los
siglos de su duración el enfrentamiento entre la corona de Castilla y los Mapuche
fue variando de intensidad y características. En sus inicios fue guerra a
muerte donde no había espacio para el diálogo; por un lado matanzas y
esclavización de indígenas, y por otro lado, la quema de ciudades como
principal táctica de guerra de los Mapuche. [5] Un hecho que marcó un hito y
que refleja la intensidad de los primeros años fue la caída a manos de mapuches
del conquistador de Chile y Capitán General Pedro de Valdivia en 1553, quien,
según el cronista Pedro Mariño de Lobera, “fue muerto dándole a beber el oro
fundido que los españoles deseaban tanto; quemando sus entrañas” [6]. No
pudiendo la monarquía hispánica someter permanentemente a las comunidades
Mapuche se vio en la obligación de convocar instancias de negociación, los
denominados “Parlamentos”, donde se establecían las fronteras y el comercio
entre ambos bandos. Si bien la mayor parte de las veces no se respetó lo
acordado, dichas instancias continuaron hasta la instauración de la nación
chilena. Las comunidades Mapuche, por lo tanto, supieron conservar su autonomía
a pesar del constante asedio castellano.
Esta autonomía pervivió, casi en
los mismos términos que con los ibéricos, en las primeras décadas de la
relación entre mapuches y Estado chileno, hasta que entre los años 1862 y 1883
este último representado por el Coronel Cornelio Saavedra lleva a cabo la
“Pacificación de la Araucanía” que consistió en la ocupación militar de todo el
territorio que hasta ese entonces controlaban las comunidades Mapuche. A pesar
de la resistencia de los indígenas, el Estado chileno logra acabar con siglos
de control territorial Mapuche comenzando un proceso de colonización
caracterizado por la cesión de dichas tierras a europeos con el propósito de
“mejorar la raza” y darle productividad a la región. De esta manera, la lógica
racional del progreso empieza a ocupar el sitio que antes ostentaba la
religión. Es importante apuntar que paralelamente, al otro lado de la
cordillera de Los Andes, el Estado argentino levantaba su propia cruzada contra
las comunidades Mapuche ubicadas en el sector de la pampa, exterminio
denominado “La Conquista del Desierto”. Los levantamientos mapuches no cesaron
[7] haciendo recordar a los gobiernos chilenos de turno y a la sociedad en
general que seguían allí, que seguían vivos a pesar de que los dieran por
derrotados y extintos. Esta rica historia de resistencia permite fortalecer una
memoria que se construye desde y para el conflicto, permite conocer y aprender
de experiencias pasadas para agudizar el presente.
Desde finales de la década de los
80, la ofensiva por parte del Estado Chileno al territorio en que viven y
reivindican las comunidades Mapuche comenzó a adquirir características
particulares y distintivas a lo que venía ocurriendo desde hace cientos de
años. La faceta extractivista [8] del capitalismo y las inversiones
transnacionales llevaron a una nueva fase de opresión a las comunidades
Mapuche. La devastación ambiental comenzó a ser ejecutada particularmente por
hidroeléctricas, mineras y forestales que cambiaron las perspectivas en que el
dominio se sitúa territorialmente en ese sector. De esta forma, la violenta
transformación del ecosistema existente a plantaciones de monocultivo por parte
de las forestales [9], las desviaciones del curso de los ríos por parte de la
hidroeléctrica o el envenenamiento del agua producido por las mineras se
convirtió en un fenómeno nuevo, real y urgente a enfrentar por parte de las
comunidades Mapuche. Podemos observar también que junto a la usurpación de
tierras intensificada últimamente comienza a surgir la coaptación cultural por
parte del Estado Chileno basada en la homogenización de todas las
características identitarias de lo indígena, la resignificación simbólica de
elementos de la cultura Mapuche, para ser integrada como parte constitutiva de
un pasado que se imagina y construye por Chile. Más claro en este sentido es la
afirmación y máxima por parte del Estado que señala: “Son chilenos todos los
nacidos en territorio chileno” [10], una única identidad posible. Si a este
escenario agregamos la multiplicación de inversiones extractivistas en el
territorio Mapuche podemos terminar de configurar la realidad en la cual las
comunidades Mapuche se encuentran, algunas de las cuales han transando y
deseado una convivencia pacífica [11] con el winka [12] y otras se han lanzado en un enfrentamiento abierto que
se ha recrudecido en los últimos años.
Es, principalmente, a partir de
los conflictos señalados que los Mapuche se han reinventado constantemente en
un proceso de permanente reelaboración y reconstrucción cultural que les ha
posibilitado, entre otras cosas, mantenerse vivos y continuar luchando. Es
importante entender que es una cultura dinámica que se encuentra en permanente
transformación siendo imposible intentar comprenderla como un continuo
histórico inamovible y petrificado. En este sentido, creemos imprescindible
para el desarrollo del presente artículo referirnos brevemente a ciertas
características históricas en la organización social de los Mapuche que nos
permitan acercarnos, de alguna manera, al desarrollo y a las particularidades
del conflicto actual.
Comunidades autónomas
Los primeros testimonios que
existen sobre los Mapuche convergen en señalar que no contaban con un poder
centralizado, aspecto que a los castellanos sorprendió de sobremanera. Esta vez
no estaban frente a grandes Imperios como los Mayas o los Incas, sino que se
encontraron con comunidades dispersas sin un Rey con el cual parlamentar o
negociar;
“… un enemigo que se ha defendido
40 años de continua ofensa por muchas comodidades que le ayudan siendo la
principal la inexpugnabilidad del áspero y montuoso sitio de su habitación y no
tener para su morada congregación de pueblos sino caserías distintas y
silvestres donde para buscarlos es necesario dividir y desmontar el campo y con
esta división y la comodidad del sitio ofenden con seguridad suya demás que no
tienen cabeza de gobierno a quien fuera de materia de guerra obedezcan…” [13]
La unidad básica en la
organización social de los Mapuche era de tipo familiar extensa conocida hasta
el día de hoy como lof (equivalente a
“hogar” en castellano) que constituye el primer nivel sociopolítico realmente
autónomo y el lugar de la primera delimitación de una frontera entre el yo y el
otro [14]. Es el espacio donde se crea y recrea el sentimiento identitario, donde
se regulan los problemas tanto internos como externos y se realizan las
ceremonias festivas y religiosas. Si bien existían instancias más amplias de
socialización que las que se daban en cada lof, los Mapuche desarrollaban su
sentido de pertenencia en la “familia extensa”, en la medida que representaba
(y representa en muchos casos) la principal instancia de integración. Es
importante señalar que cada lof cuenta con su propia autoridad denominada lonko
(cabeza) quien representa una suerte de guía y mediador de esta unidad familiar
extensa.
De esta manera, no existió un
sentido de pertenencia fuerte y permanente que traspasara los límites del lof, la identidad construida y
reconstruida en lo local marcaba la frontera entre el universo simbólico propio
y el ajeno. Por tanto, no se puede apreciar una uniformidad ni unificación
entre los diversos grupos que habitaban el territorio señalado, incluso varios
estudios afirman que éstos no tenían una autodenominación común que los
identificara a todos, según Boccara “es hacia 1790 que aparece por primera vez
mencionado el etnónimo mapuche” [15] fruto de las transformaciones que
experimentaron por causa del contacto, a todos los niveles, con los castellanos
y con los chilenos. Si bien hoy es innegable la existencia de una etnia Mapuche
que se reconoce a sí misma como tal, el sentido de pertenencia al lof sigue siendo fundamental para los
individuos que lo componen, continúa representando un importante lugar de auto–reconocimiento,
y es desde este espacio donde se articulan y toman cuerpo las luchas actuales.
La importancia de lo local y su continuidad
Para entender las características
del levantamiento actual es importante tener presente que la memoria histórica
es un factor determinante “a la hora de plantearse las demandas territoriales y
de realizar acciones para hacer efectivas dichas demandas” [16]. El relato oral,
traspasado de generación en generación, referido a las tierras ancestrales, a
los deslindes antiguos, a los espacios comunitarios previos a la reducción
hecha por el Estado chileno, a la usurpación en todo sentido, entre muchos
otros aspectos, sigue desarrollándose y continúa vigente sustentando y dándole
contenido a la práctica violenta de lxs nuevxs guerrerxs. Cada acción rebelde
lleva implícita una memoria histórica activa que se reconstruye en el combate e
imprime voluntad y decisión. Los Mapuche han sido sistemáticamente despojados,
principalmente por el Estado chileno, por tanto su lucha es por la recuperación,
sobre todo, de tierras entendiendo que constituye un elemento central de su
cultura, son “gente de la tierra” (mapu=tierra,
che=gente), son parte de ella y no la
perciben como una simple mercancía.
Las acciones violentas por parte
de las comunidades Mapuche en guerra (descritas más adelante) se circunscriben
generalmente en lo local, en el antiguo lof,
ya sea para recuperar la totalidad del espacio ancestral, para volver a tener
acceso a los recursos naturales, entre otros diversos motivos. Correa y Mella
nos cuentan al respecto: “No obstante las familias de Temucuicui adquirieron el
dominio del fundo Alaska, sus demandas no quedaron ahí, decidieron continuar en
la lucha de la reconstrucción del antiguo lof, del territorio ancestral.” [17]
Aunque hoy los Mapuche adscriban
y se sientan parte de una cultura común (la Mapuche) como consecuencia de
trasformaciones y rearticulaciones identitarias, lo local aún constituye el
principal espacio de resistencia y de lucha, y su recuperación es el objetivo
directo e inmediato del accionar de los combatientes mapuche debido a que, como
dijimos, continúa siendo, como hace siglos, el lugar de auto – reconocimiento
que marca su sentido de pertenencia.
García Olivo en Dulce Leviatán,
refiriéndose a las culturas indígenas, señala que “pesa más el vínculo local
que la identidad étnica” [18], lo cual calza exactamente con la experiencia
Mapuche. Y lo local no sólo es el conjunto de inmuebles o personas que habitan
un sector sino que son las aves, los ríos, las quebradas, en fin, todo el
entorno natural con el que interactúan y con el que poseen una relación
inseparable, incomprensible para los ojos de unx ciudadanx occidental. Así este
sentimiento hacia lo local viene a romper con el universalismo ilustrado de
occidente que enarbola cuestiones como la Razón Universal o los Derechos
Humanos intentando abarcar y homogeneizar al conjunto del planeta.
La negación de occidente
Las comunidades indígenas
priorizan por mantener y recuperar la interacción armónica con su medio antes
que preocuparse por verdades absolutas que hablan de progreso y consumismo. En
su cosmovisión la naturaleza que los rodea resulta imprescindible para todo su
quehacer en la medida que influye directamente en los acontecimientos en cuanto
cada elemento es un ente poseedor de espiritualidad [19]. Por tanto, más que
respeto lo que hay es una relación recíproca entre los indígenas y su entorno,
lo cual determina la permanencia y desarrollo de sus aspectos culturales. La
explotación ambiental descontrolada y la destrucción del medio ambiente como
así también la mercantilización de éste son incompatibles con su modo de vida.
Por otra parte, generalmente los
grupos indígenas no conciben la propiedad privada en su forma de organización
ni en sus prácticas económicas. Si bien el avance del capitalismo ha permeado
y, en algunos casos, introducido la privatización, dichas comunidades continúan
empleando un comunalismo diametralmente opuesto y negador de la lógica
capitalista en el que el territorio resulta inalienable, imposible de vender.
Pedro García Olivo es clarificador al respecto;
“La tierra de la Comunidad no
puede ser vendida porque no pertenece a nadie: la tierra de la Comunidad es la
Comunidad misma. Los habitantes de la Comunidad viven de ella (habría que decir
en ella, con ella), siguiendo pautas familiares, comuneras y cooperativas; y
cualquier ataque a esa base común de la subsistencia sería sufrida por todos” [20].
Esta forma de ver y entender el
territorio se encuentra íntimamente ligada con la ayuda mutua practicada por
estas comunidades. La minga o mingaco presente entre los Mapuche y el
campesinado de la región chilena, la gozona de los zapotecos mesoamericanos, la
cayapa que se da en el mundo rural de la región venezolana, entre otras muchas,
son instancias colaborativas en donde una persona convoca a miembros de su
misma comunidad a realizar un trabajo imposible de llevarse a cabo de manera
individual que será retribuido con alimentación y el compromiso del solicitante
de participar en iniciativas similares en otra oportunidad. La inexistencia de
salario y del contrato en este tipo de labores comunitarias rompe con el
intercambio mercantilista de la economía capitalista y demuestra el rechazo de
lxs indígenas al trabajo asalariado.
La/el indígena se relaciona cotidianamente
con esta forma de hacer, es educadx (no por la escuela) por y para la comunidad
por lo que el individualismo burgués no entra dentro de su universo simbólico.
No es posible entonces establecer un diálogo entre éstos. No hay capacidad de
entendimiento entre el universalismo de occidente y el localismo indígena que no
intenta imponer una verdad absoluta. Así, la existencia de estas culturas, como
la Mapuche, con sus cosmovisiones, costumbres y prácticas, representan la
negación de occidente [21], son un atentado contra la sensibilidad ilustrada y
una puñalada al consumo, a la razón y al progreso. No obstante, es importante
dejar claro que estas prácticas corresponden a un proceso dinámico de
confrontación permanente en el que el poder ha logrado introducir algunos de
sus tentáculos generando instancias e iniciativas de resistencia por parte de
las comunidades indígenas en lucha en su intento por evitar su incorporación
forzada al engranaje de la dominación.
Notas:
[1] Rosales. Historia del
Reyno de Chile. Flandes Indiano. 1677, p. 117.
[2] Araucanos fue una
denominación que los castellanos dieron a las comunidades que vivían en el
centro – sur del territorio que llamaron Chile. Esta palabra proviene del
quechua auca o purum auca que significa “rebelde”.
[3] El concepto de cultura tiene
su origen en relaciones de dominación tal como se apuntó en la introducción,
sin embargo al no tener uno más adecuado utilizaremos dicho término entendido
como “los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo
social, incluyendo los medios materiales que usan sus miembros para comunicarse
entre sí y resolver necesidades de todo tipo.”
[4] Boccara, G. Los Vencedores.
Historia del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2007, p. 16.
[5] El 11 de septiembre de 1541
Mapuches queman la ciudad de Santiago. Entre 1599 a 1604 los Mapuche fueron
capaces de quemar 7 de las principales ciudades de Chile. Ésta sería una
práctica recurrente hasta el fin de la invasión de la monarquía hispánica.
[6] Lobera. Capítulo XLIII.
[7] En 1934 la matanza de Ranquil
puso fin a una sublevación de comunidades Mapuche del sector de Lonquimay. Así
como éste, son muchos los ejemplos de levantamientos y rebeliones que en menor
o mayor medida fueron y son un dolor de cabeza para el Estado chileno.
[8] Nos referimos a las empresas
que se enriquecen de la extracción avasalladora de los recursos naturales,
tales como forestales, mineras, hidroeléctricas, pesqueras, entre otras.
[9] Las forestales han plantado
principalmente el pino insigne el que acidifica el suelo y seca las napas
subterráneas.
[10] Artículo N°10 de la
constitución política de Chile.
[11] Sectores y comunidades
Mapuche han optado por seguir los lineamientos desarrollistas del Estado y
convertirse en microempresarios aceptando créditos, infraestructura y, en
algunos casos, más tierras. También han empezado a levantar iniciativas
etnoturísticas construyendo cabañas vacacionales en sus territorios, las que
muchas veces han sido quemadas y destruidas por miembros de comunidades en
conflicto reflejando las diferencias insalvables que existen entre éstas.
[12] En mapudungún (lengua de los Mapuche): ladrón, invasor, usurpador.
Este término proviene de we–inka, los
“nuevos incas” con que los Mapuche llamaron al invasor ibérico.
[13] Carta del gobernador Martín
García de Loyola al Rey, 18-04-1593 en Boccara, G. Los Vencedores. Historia
del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2003. P.30.
[14] Boccara, G. Los
Vencedores. Historia del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2003, pp. 33
a 40.
[15] Ibid. p. 21.
[16] Correa y Mella. Las
Razones del Illkun/ enojo. Pág. 97.
[17] Ibid, p. 283.
[18[ García Olivo, P. Dulce
Leviatán: críticos, víctimas y antagónicos del Estado del Bienestar. 2014,
p. 181
[19] Es común y recurrente
escuchar hablar a los Mapuche del “espíritu del lago” o del espíritu de la
montaña”.
[20] García Olivo, P. Dulce
Leviatán: críticos, víctimas y antagónicos del Estado del Bienestar. 2014,
p. 167.
[21] No se trata de hacer una
reducción simplista que señale a “occidente” como la única expresión de
dominio, obviando otras como el Imperio Inca, el Azteca, el actual Estado
Chino, y tantos otros que buscan y han buscado imponer sus creencias y
costumbres. Nos referimos y apuntamos al “dominio occidental” porque es esta
verdad la que se ha impuesto y continúa tratando de imponerse en este territorio
del continente americano como en muchos otros.
[Primera parte del artículo “Acerca
de las comunidades mapuche en guerra y la solidaridad anárquica”. Publicado en
el # 2 de la revista Kalinov Most. Cuypnúmero
completo es accesible en http://www.mediafire.com/file/lunuft07t7mvkhz/Kalinov2Cuerpo.pdf/file.]
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