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viernes, 1 de noviembre de 2019

Para acercarse a la memoria histórica colectiva de la resistencia mapuche


Revista Kalinov Most

Por esta misma causa no solo se resistieron al señorío del Inga, sino que jamás quisieron admitir Rey, ni gobernador, ni justicia de su propia Nación, prevaleciendo siempre entre ellos la voz de la libertad.[1]

Los Mapuche o los mal llamados araucanos [2], cultura indígena [3] que habita el centro-sur del territorio dominado por el Estado chileno y el centro-oeste del territorio dominado por el Estado argentino, ha tenido una larga historia de guerras con Imperios, Reinos y Estados que por diversos medios han intentado someterlos.
 
Entre aproximadamente 1479 y 1485, el Imperio Inca al mando de Tupac Inca Yupanqui intentó conquistar a dichas comunidades denominándolas promaucaes (término que en quechua sirve para designar a los enemigos salvajes) [4], sin tener éxito, lo cual lo llevó a priorizar por solidificar y mantener sus dominios del norte. Más tarde, en el año 1535 tuvo lugar la primera batalla entre las comunidades Mapuche y la monarquía hispánica, dando comienzo a la llamada “Guerra de Arauco” que terminará con una serie de tratados entre ambos bandos hasta los albores del Estado-Nación chileno a principios de 1800.

Durante el transcurso de los siglos de su duración el enfrentamiento entre la corona de Castilla y los Mapuche fue variando de intensidad y características. En sus inicios fue guerra a muerte donde no había espacio para el diálogo; por un lado matanzas y esclavización de indígenas, y por otro lado, la quema de ciudades como principal táctica de guerra de los Mapuche. [5] Un hecho que marcó un hito y que refleja la intensidad de los primeros años fue la caída a manos de mapuches del conquistador de Chile y Capitán General Pedro de Valdivia en 1553, quien, según el cronista Pedro Mariño de Lobera, “fue muerto dándole a beber el oro fundido que los españoles deseaban tanto; quemando sus entrañas” [6]. No pudiendo la monarquía hispánica someter permanentemente a las comunidades Mapuche se vio en la obligación de convocar instancias de negociación, los denominados “Parlamentos”, donde se establecían las fronteras y el comercio entre ambos bandos. Si bien la mayor parte de las veces no se respetó lo acordado, dichas instancias continuaron hasta la instauración de la nación chilena. Las comunidades Mapuche, por lo tanto, supieron conservar su autonomía a pesar del constante asedio castellano.

Esta autonomía pervivió, casi en los mismos términos que con los ibéricos, en las primeras décadas de la relación entre mapuches y Estado chileno, hasta que entre los años 1862 y 1883 este último representado por el Coronel Cornelio Saavedra lleva a cabo la “Pacificación de la Araucanía” que consistió en la ocupación militar de todo el territorio que hasta ese entonces controlaban las comunidades Mapuche. A pesar de la resistencia de los indígenas, el Estado chileno logra acabar con siglos de control territorial Mapuche comenzando un proceso de colonización caracterizado por la cesión de dichas tierras a europeos con el propósito de “mejorar la raza” y darle productividad a la región. De esta manera, la lógica racional del progreso empieza a ocupar el sitio que antes ostentaba la religión. Es importante apuntar que paralelamente, al otro lado de la cordillera de Los Andes, el Estado argentino levantaba su propia cruzada contra las comunidades Mapuche ubicadas en el sector de la pampa, exterminio denominado “La Conquista del Desierto”. Los levantamientos mapuches no cesaron [7] haciendo recordar a los gobiernos chilenos de turno y a la sociedad en general que seguían allí, que seguían vivos a pesar de que los dieran por derrotados y extintos. Esta rica historia de resistencia permite fortalecer una memoria que se construye desde y para el conflicto, permite conocer y aprender de experiencias pasadas para agudizar el presente.

Desde finales de la década de los 80, la ofensiva por parte del Estado Chileno al territorio en que viven y reivindican las comunidades Mapuche comenzó a adquirir características particulares y distintivas a lo que venía ocurriendo desde hace cientos de años. La faceta extractivista [8] del capitalismo y las inversiones transnacionales llevaron a una nueva fase de opresión a las comunidades Mapuche. La devastación ambiental comenzó a ser ejecutada particularmente por hidroeléctricas, mineras y forestales que cambiaron las perspectivas en que el dominio se sitúa territorialmente en ese sector. De esta forma, la violenta transformación del ecosistema existente a plantaciones de monocultivo por parte de las forestales [9], las desviaciones del curso de los ríos por parte de la hidroeléctrica o el envenenamiento del agua producido por las mineras se convirtió en un fenómeno nuevo, real y urgente a enfrentar por parte de las comunidades Mapuche. Podemos observar también que junto a la usurpación de tierras intensificada últimamente comienza a surgir la coaptación cultural por parte del Estado Chileno basada en la homogenización de todas las características identitarias de lo indígena, la resignificación simbólica de elementos de la cultura Mapuche, para ser integrada como parte constitutiva de un pasado que se imagina y construye por Chile. Más claro en este sentido es la afirmación y máxima por parte del Estado que señala: “Son chilenos todos los nacidos en territorio chileno” [10], una única identidad posible. Si a este escenario agregamos la multiplicación de inversiones extractivistas en el territorio Mapuche podemos terminar de configurar la realidad en la cual las comunidades Mapuche se encuentran, algunas de las cuales han transando y deseado una convivencia pacífica [11] con el winka [12] y otras se han lanzado en un enfrentamiento abierto que se ha recrudecido en los últimos años.

Es, principalmente, a partir de los conflictos señalados que los Mapuche se han reinventado constantemente en un proceso de permanente reelaboración y reconstrucción cultural que les ha posibilitado, entre otras cosas, mantenerse vivos y continuar luchando. Es importante entender que es una cultura dinámica que se encuentra en permanente transformación siendo imposible intentar comprenderla como un continuo histórico inamovible y petrificado. En este sentido, creemos imprescindible para el desarrollo del presente artículo referirnos brevemente a ciertas características históricas en la organización social de los Mapuche que nos permitan acercarnos, de alguna manera, al desarrollo y a las particularidades del conflicto actual.

Comunidades autónomas

Los primeros testimonios que existen sobre los Mapuche convergen en señalar que no contaban con un poder centralizado, aspecto que a los castellanos sorprendió de sobremanera. Esta vez no estaban frente a grandes Imperios como los Mayas o los Incas, sino que se encontraron con comunidades dispersas sin un Rey con el cual parlamentar o negociar;
“… un enemigo que se ha defendido 40 años de continua ofensa por muchas comodidades que le ayudan siendo la principal la inexpugnabilidad del áspero y montuoso sitio de su habitación y no tener para su morada congregación de pueblos sino caserías distintas y silvestres donde para buscarlos es necesario dividir y desmontar el campo y con esta división y la comodidad del sitio ofenden con seguridad suya demás que no tienen cabeza de gobierno a quien fuera de materia de guerra obedezcan…” [13]

La unidad básica en la organización social de los Mapuche era de tipo familiar extensa conocida hasta el día de hoy como lof (equivalente a “hogar” en castellano) que constituye el primer nivel sociopolítico realmente autónomo y el lugar de la primera delimitación de una frontera entre el yo y el otro [14]. Es el espacio donde se crea y recrea el sentimiento identitario, donde se regulan los problemas tanto internos como externos y se realizan las ceremonias festivas y religiosas. Si bien existían instancias más amplias de socialización que las que se daban en cada lof, los Mapuche desarrollaban su sentido de pertenencia en la “familia extensa”, en la medida que representaba (y representa en muchos casos) la principal instancia de integración. Es importante señalar que cada lof cuenta con su propia autoridad denominada lonko (cabeza) quien representa una suerte de guía y mediador de esta unidad familiar extensa.

De esta manera, no existió un sentido de pertenencia fuerte y permanente que traspasara los límites del lof, la identidad construida y reconstruida en lo local marcaba la frontera entre el universo simbólico propio y el ajeno. Por tanto, no se puede apreciar una uniformidad ni unificación entre los diversos grupos que habitaban el territorio señalado, incluso varios estudios afirman que éstos no tenían una autodenominación común que los identificara a todos, según Boccara “es hacia 1790 que aparece por primera vez mencionado el etnónimo mapuche” [15] fruto de las transformaciones que experimentaron por causa del contacto, a todos los niveles, con los castellanos y con los chilenos. Si bien hoy es innegable la existencia de una etnia Mapuche que se reconoce a sí misma como tal, el sentido de pertenencia al lof sigue siendo fundamental para los individuos que lo componen, continúa representando un importante lugar de auto–reconocimiento, y es desde este espacio donde se articulan y toman cuerpo las luchas actuales.

La importancia de lo local y su continuidad

Para entender las características del levantamiento actual es importante tener presente que la memoria histórica es un factor determinante “a la hora de plantearse las demandas territoriales y de realizar acciones para hacer efectivas dichas demandas” [16]. El relato oral, traspasado de generación en generación, referido a las tierras ancestrales, a los deslindes antiguos, a los espacios comunitarios previos a la reducción hecha por el Estado chileno, a la usurpación en todo sentido, entre muchos otros aspectos, sigue desarrollándose y continúa vigente sustentando y dándole contenido a la práctica violenta de lxs nuevxs guerrerxs. Cada acción rebelde lleva implícita una memoria histórica activa que se reconstruye en el combate e imprime voluntad y decisión. Los Mapuche han sido sistemáticamente despojados, principalmente por el Estado chileno, por tanto su lucha es por la recuperación, sobre todo, de tierras entendiendo que constituye un elemento central de su cultura, son “gente de la tierra” (mapu=tierra, che=gente), son parte de ella y no la perciben como una simple mercancía.

Las acciones violentas por parte de las comunidades Mapuche en guerra (descritas más adelante) se circunscriben generalmente en lo local, en el antiguo lof, ya sea para recuperar la totalidad del espacio ancestral, para volver a tener acceso a los recursos naturales, entre otros diversos motivos. Correa y Mella nos cuentan al respecto: “No obstante las familias de Temucuicui adquirieron el dominio del fundo Alaska, sus demandas no quedaron ahí, decidieron continuar en la lucha de la reconstrucción del antiguo lof, del territorio ancestral.” [17]

Aunque hoy los Mapuche adscriban y se sientan parte de una cultura común (la Mapuche) como consecuencia de trasformaciones y rearticulaciones identitarias, lo local aún constituye el principal espacio de resistencia y de lucha, y su recuperación es el objetivo directo e inmediato del accionar de los combatientes mapuche debido a que, como dijimos, continúa siendo, como hace siglos, el lugar de auto – reconocimiento que marca su sentido de pertenencia.

García Olivo en Dulce Leviatán, refiriéndose a las culturas indígenas, señala que “pesa más el vínculo local que la identidad étnica” [18], lo cual calza exactamente con la experiencia Mapuche. Y lo local no sólo es el conjunto de inmuebles o personas que habitan un sector sino que son las aves, los ríos, las quebradas, en fin, todo el entorno natural con el que interactúan y con el que poseen una relación inseparable, incomprensible para los ojos de unx ciudadanx occidental. Así este sentimiento hacia lo local viene a romper con el universalismo ilustrado de occidente que enarbola cuestiones como la Razón Universal o los Derechos Humanos intentando abarcar y homogeneizar al conjunto del planeta.

La negación de occidente

Las comunidades indígenas priorizan por mantener y recuperar la interacción armónica con su medio antes que preocuparse por verdades absolutas que hablan de progreso y consumismo. En su cosmovisión la naturaleza que los rodea resulta imprescindible para todo su quehacer en la medida que influye directamente en los acontecimientos en cuanto cada elemento es un ente poseedor de espiritualidad [19]. Por tanto, más que respeto lo que hay es una relación recíproca entre los indígenas y su entorno, lo cual determina la permanencia y desarrollo de sus aspectos culturales. La explotación ambiental descontrolada y la destrucción del medio ambiente como así también la mercantilización de éste son incompatibles con su modo de vida.

Por otra parte, generalmente los grupos indígenas no conciben la propiedad privada en su forma de organización ni en sus prácticas económicas. Si bien el avance del capitalismo ha permeado y, en algunos casos, introducido la privatización, dichas comunidades continúan empleando un comunalismo diametralmente opuesto y negador de la lógica capitalista en el que el territorio resulta inalienable, imposible de vender. Pedro García Olivo es clarificador al respecto;
“La tierra de la Comunidad no puede ser vendida porque no pertenece a nadie: la tierra de la Comunidad es la Comunidad misma. Los habitantes de la Comunidad viven de ella (habría que decir en ella, con ella), siguiendo pautas familiares, comuneras y cooperativas; y cualquier ataque a esa base común de la subsistencia sería sufrida por todos” [20].

Esta forma de ver y entender el territorio se encuentra íntimamente ligada con la ayuda mutua practicada por estas comunidades. La minga o mingaco presente entre los Mapuche y el campesinado de la región chilena, la gozona de los zapotecos mesoamericanos, la cayapa que se da en el mundo rural de la región venezolana, entre otras muchas, son instancias colaborativas en donde una persona convoca a miembros de su misma comunidad a realizar un trabajo imposible de llevarse a cabo de manera individual que será retribuido con alimentación y el compromiso del solicitante de participar en iniciativas similares en otra oportunidad. La inexistencia de salario y del contrato en este tipo de labores comunitarias rompe con el intercambio mercantilista de la economía capitalista y demuestra el rechazo de lxs indígenas al trabajo asalariado.

La/el indígena se relaciona cotidianamente con esta forma de hacer, es educadx (no por la escuela) por y para la comunidad por lo que el individualismo burgués no entra dentro de su universo simbólico. No es posible entonces establecer un diálogo entre éstos. No hay capacidad de entendimiento entre el universalismo de occidente y el localismo indígena que no intenta imponer una verdad absoluta. Así, la existencia de estas culturas, como la Mapuche, con sus cosmovisiones, costumbres y prácticas, representan la negación de occidente [21], son un atentado contra la sensibilidad ilustrada y una puñalada al consumo, a la razón y al progreso. No obstante, es importante dejar claro que estas prácticas corresponden a un proceso dinámico de confrontación permanente en el que el poder ha logrado introducir algunos de sus tentáculos generando instancias e iniciativas de resistencia por parte de las comunidades indígenas en lucha en su intento por evitar su incorporación forzada al engranaje de la dominación.

Notas:

[1] Rosales. Historia del Reyno de Chile. Flandes Indiano. 1677, p. 117.

[2] Araucanos fue una denominación que los castellanos dieron a las comunidades que vivían en el centro – sur del territorio que llamaron Chile. Esta palabra proviene del quechua auca o purum auca que significa “rebelde”.

[3] El concepto de cultura tiene su origen en relaciones de dominación tal como se apuntó en la introducción, sin embargo al no tener uno más adecuado utilizaremos dicho término entendido como “los conjuntos de saberes, creencias y pautas de conducta de un grupo social, incluyendo los medios materiales que usan sus miembros para comunicarse entre sí y resolver necesidades de todo tipo.”

[4] Boccara, G. Los Vencedores. Historia del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2007, p. 16.

[5] El 11 de septiembre de 1541 Mapuches queman la ciudad de Santiago. Entre 1599 a 1604 los Mapuche fueron capaces de quemar 7 de las principales ciudades de Chile. Ésta sería una práctica recurrente hasta el fin de la invasión de la monarquía hispánica.

[6] Lobera. Capítulo XLIII.

[7] En 1934 la matanza de Ranquil puso fin a una sublevación de comunidades Mapuche del sector de Lonquimay. Así como éste, son muchos los ejemplos de levantamientos y rebeliones que en menor o mayor medida fueron y son un dolor de cabeza para el Estado chileno.

[8] Nos referimos a las empresas que se enriquecen de la extracción avasalladora de los recursos naturales, tales como forestales, mineras, hidroeléctricas, pesqueras, entre otras.

[9] Las forestales han plantado principalmente el pino insigne el que acidifica el suelo y seca las napas subterráneas.

[10] Artículo N°10 de la constitución política de Chile.

[11] Sectores y comunidades Mapuche han optado por seguir los lineamientos desarrollistas del Estado y convertirse en microempresarios aceptando créditos, infraestructura y, en algunos casos, más tierras. También han empezado a levantar iniciativas etnoturísticas construyendo cabañas vacacionales en sus territorios, las que muchas veces han sido quemadas y destruidas por miembros de comunidades en conflicto reflejando las diferencias insalvables que existen entre éstas.

[12] En mapudungún (lengua de los Mapuche): ladrón, invasor, usurpador. Este término proviene de we–inka, los “nuevos incas” con que los Mapuche llamaron al invasor ibérico.

[13] Carta del gobernador Martín García de Loyola al Rey, 18-04-1593 en Boccara, G. Los Vencedores. Historia del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2003. P.30.

[14] Boccara, G. Los Vencedores. Historia del Pueblo Mapuche en la Época Colonial. 2003, pp. 33 a 40.

[15] Ibid. p. 21.

[16] Correa y Mella. Las Razones del Illkun/ enojo. Pág. 97.

[17] Ibid, p. 283.

[18[ García Olivo, P. Dulce Leviatán: críticos, víctimas y antagónicos del Estado del Bienestar. 2014, p. 181

[19] Es común y recurrente escuchar hablar a los Mapuche del “espíritu del lago” o del espíritu de la montaña”.

[20] García Olivo, P. Dulce Leviatán: críticos, víctimas y antagónicos del Estado del Bienestar. 2014, p. 167.

[21] No se trata de hacer una reducción simplista que señale a “occidente” como la única expresión de dominio, obviando otras como el Imperio Inca, el Azteca, el actual Estado Chino, y tantos otros que buscan y han buscado imponer sus creencias y costumbres. Nos referimos y apuntamos al “dominio occidental” porque es esta verdad la que se ha impuesto y continúa tratando de imponerse en este territorio del continente americano como en muchos otros.

[Primera parte del artículo “Acerca de las comunidades mapuche en guerra y la solidaridad anárquica”. Publicado en el # 2 de la revista Kalinov Most. Cuypnúmero completo es accesible en http://www.mediafire.com/file/lunuft07t7mvkhz/Kalinov2Cuerpo.pdf/file.]


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