Periódico Solidaridad Obrera
(Barcelona)
La
imagen de rebelión, fuego y barricadas últimamente está siendo un elemento
común internacional. Tras los ya crónicos enfrentamientos de Hong Kong y mirando más allá del humo de las barricadas de Barcelona hemos visto que
primero en Ecuador y luego en
Chile la población se ha rebelado para combatir las medidas económicas de sus gobiernos. En todos estos casos la
desobediencia social es evidente, pero antes de abordar desde este lado del Atlántico las
similitudes entre ambos países
sudamericanos merece la pena conocer también cómo se interpreta, desde
el otro lado del océano, el caso catalán.
En
un artículo de la prensa colombiana [Carlos Granés: «El fuego catalán no
es el fuego chileno», El Espectador, 25/10/2019] se deja constancia de que el humo de esos fuegos
tiene distinto color, origen e
intenciones cuando sostiene que «las llamas que aclararon las noches barcelonesas fueron
muy distintas. A
diferencia de las protestas latinoamericanas,
en la capital catalana no eran los sin poder quienes le mostraban su
inconformidad al poder. Allí no se trataba de indígenas protestando
por subidas de
precios, no eran opositores
denunciando un fraude electoral, no eran ciudadanos exigiendo un tris de
igualdad en el reparto de la riqueza. Nada de eso. En Barcelona era el poder
rebelándose contra el poder, era el poder animando una rebelión que después el
mismo poder tenía que sofocar, eran los ricos y los gobernantes impulsando una
revolución contra los pobres y quienes no acceden a los cargos públicos: a este
nivel de esquizofrenia ha llegado el proceso independentista catalán. O, mejor,
ese es el nivel de esquizofrenia al que conduce el nacionalismo». Hecha esta
sonrojante comparativa para quienes insisten en establecer ciertos paralelismos,
pasemos a ver lo ocurrido en Ecuador y Chile.
Entre
ambas protestas ha transcurrido poco
tiempo, menos de dos semanas. Su detonante fue
parecido, el precio del combustible y del aumento
del transporte. El resultado es idéntico por ahora, primero mano dura y después paso atrás de
sus gobiernos. El desenlace
final, en ambos casos, está por
ver.
Ecuador: el
movimiento indígena otra vez en
pie
Para
cumplir con los requisitos del Fondo Monetario Internacional (FMI) de combatir
el déficit fiscal, el gobierno de Lenín Moreno anunció el fin de las subvenciones al combustible. La
decisión de someterse a los
planes de austeridad reclamados
era algo nuevo en este país y en tan sólo un par
de horas las protestas se iniciaron en varias ciudades. La decisión del
gobierno suponía un incremento del más del 120% en el precio del diésel, siendo los transportistas quienes empezaron
las protestas. Luego se
extendieron rápidamente porque ese aumento repercutía también en el transporte
público y la población indígena fue quien
protagonizó las manifestaciones más importantes
y organizó la respuesta. A pesar de haber derogado la polémica ley para
apaciguar a los transportistas siguieron adelante. No era la primera vez que demostraban su capacidad de resistencia
y movilización. Los
enfrentamientos con la policía iban
en aumento y la rebelión social vivida en distintas poblaciones llevó a Moreno
a decretar el estado de excepción y a sacar a los militares para intentar
contenerla infructuosamente pese a los
muertos que originó. Oficialmente hay reconocidos siete asesinatos.
Lejos
de amedrentarse el movimiento indígena repitió la estrategia de otras
ocasiones, consistente en caminar desde cada comunidad para ir bloqueando las
principales vías de comunicación. Ante la que se le venía encima, el gobierno
tuvo que trasladar su sede central desde
Quito hasta Guayaquil y terminar cediendo. En un
país que había vivido ajeno al empuje neoliberal y al juego trilero que utilizan los gobiernos
en sus balances económicos ese
paso atrás se ha interpretado como una victoria y las movilizaciones se suspendieron enseguida, no sin antes pactar
una mesa de diálogo entre el
gobierno y los representantes del movimiento indígena.
Algunos
colectivos libertarios ya han dado la señal de alerta para que no se confíe en
ningún representante político. Avisan de que la solución no pasa por ellos, si no por rechazar las
políticas neoliberales del FMI que están enriqueciendo a la oligarquía y que son responsables de una
reducción salarial de hasta un 20% que ahonda aún
más en la pobreza a la clase obrera.
Chile: hasta
aquí habéis llegado
El
caso chileno es parecido, pero guarda diferencias con el ecuatoriano. En Chile
la subida del transporte
público ha sido directamente la gota
que colmó el vaso. El incremento del billete de
metro hasta los 30 pesos chilenos fue el detonante porque el precio del
transporte repercute notablemente en la economía familiar, llegando a suponer hasta un 30% de los ingresos en las
familias más empobrecidas. Aquí
todo empezó en la capital, Santiago,
y luego se ha extendido a Valparaíso,
Concepción y La Serena, aunque las mayores
movilizaciones han tenido lugar en la primera ciudad del país. En Santiago
miles de estudiantes destrozaron
decenas de estaciones, atacaron comisarías y edificios públicos y privados,
como el de la multinacional
eléctrica Enel.
En
su afán por cumplir las pautas marcadas
también por el FMI los distintos gobiernos han ido apretando cada vez más la tuerca hasta que
se han pasado de rosca. De nada
ha servido que su presidente,
Sebastián Piñera, diera el mismo paso
que su homólogo ecuatoriano sacando a la calle a
los militares. Declaró el Estado de Emergencia con toques de queda y empeoró aún más la
situación por el infausto
recuerdo que se tiene de ellos. Ya
han asesinado a 19 personas, pero las protestas
continúan, congregándose más de un millón de
personas en Santiago el pasado 25 de octubre. Al
igual que en Ecuador, tampoco ha servido de nada
la retirada de la polémica ley. Aquí sus cámaras representativas se reunieron
urgentemente para revocarlas en tiempo récord. De nada ha servido porque la
población, en referencia a las décadas que
se lleva soportando el orden neoliberal, insiste en que «no es por 30 pesos, es por 30 años».
El
estallido social se debe a que pueblo chileno
ya está harto de abusos, humillaciones y desigualdades. Más del 80% de los
mayores de 18 años está endeudado porque los bajos sueldos no les dan para vivir ante la carestía de la luz, del
agua, de los elementos básicos.
Además, el sistema público de salud
está en crisis, el de pensiones pretende trasladarse paulatinamente al sector
privado y la falta de recursos
en la educación va en aumento.
Al
igual que en Ecuador, ahora se intenta contener las protestas derivándolas
hacia mesas de trabajo cuanto antes, pero aquí, a diferencia con el otro país, no hay interlocutor único.
Lamentablemente empiezan a oírse voces cercanas a la izquierda marxista. Con su
habitual verborrea en torno a
la democracia participativa y a una nueva
Asamblea Constituyente intentan hacerse sitio.
Por contra, el movimiento libertario, que lleva
tiempo organizándose contra el régimen neoliberal, tiene claro que la lucha
debe darse desde los barrios, creando
asambleas horizontales y autónomas que promuevan la autogestión. De momento, el
pulso sigue en la calle.
[Publicado
originalmente en el periódico Solidaridad
Obrera # 375, Barcelona, noviembre 2019.]
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