Carlos Solero
Es la tarde del domingo, en la plaza el sol reina sobre árboles y palmeras algunas personas pasean sus mascotas, en otro sector niñas y niños juegan.
Transitan acompañantes con ancianos en sillas de ruedas hacia el instituto geriátrico.
Es la tarde del domingo, en la plaza el sol reina sobre árboles y palmeras algunas personas pasean sus mascotas, en otro sector niñas y niños juegan.
Transitan acompañantes con ancianos en sillas de ruedas hacia el instituto geriátrico.
En un banco ubicado en la ochava sudoeste de Dorrego y Santa Fe un grupo de hombres de diversas edades conversan nerviosos, el mate circula de mano en mano.
Al parecer solo tienen en común sus mochilas con el logotipo de la empresa que los explota.
Del grupo de cinco trabajadores solo tres permanecen fijos en el lugar con sus teléfonos celulares en la mano. El grupo se agranda y se achica, rotan los hablantes que al primer llamado de la central parten raudos.
Van llegando en bicicleta o ciclomotor de a uno otros portadores de mochilas rojas.
No parecen reconocerse como compañeros de padecimientos, como víctimas de un sistema que les arrebata la vida, los domina exprime. Algunos se burlan de los inconvenientes que con su vehículo tuvo uno de ellos.
Alienados y precarizados en sus condiciones laborales, no son los únicos, los usan y los descartan como a meros instrumentos. Los incitan a competir a más no poder.
Contra su voluntad, están alertas a la vibración del móvil telefónico. No les es permitido el goce del descanso y la confraternidad. Los azuzan las urgencias alimentarias de otras y otros. La tarde de domingo va apagándose.
Los hombres siguen aguardando la señal para introducirse en el tránsito que se va tornando vertiginoso, a recorrer las calles, expuestos al riesgo de perecer bajo las ruedas de un colectivo o automóvil.
En un par de horas, los canales de tv hablarán del debate de los candidatos presidenciales, de los resultados de duelos futbolísticos y de banalidades.
Nadie mencionará a los hombres caracol que vimos hoy en la Plaza San Martín.
¿Indolencia frente al dolor ajeno? ¿Naturalización del escarnio?
Toda una postal de un tiempo del desprecio que tritura vidas.
El tiempo de la dictadura del capital y del imperio de las mercancías.
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