Revista Ekintza Zuzena
No
creemos equivocarnos si deci-mos
que la abrumadora mayoría de la gente
considera el fenómeno ONG como
el movimiento que mejor representa la solidaridad en nuestros días. Desde los años 80 hasta hoy, podemos decir que este fenómeno no circula de forma paralela a los movimientos sociales
y populares, sino que compiten de tal
manera que la mayor fortaleza del mundo
de las ONG implica una mayor debilidad
de esos movimientos sociales y
populares de los que hablamos.
Durante
los tiempos en los que la Iglesia
reivindicaba la caridad y el movimiento obrero, la solidaridad, las
cosas eran más sencillas.
Había dos sistemas de valores
en oposición y cada uno implicaba una clara visión del mundo. Buena
parte de las ONG se han instalado en
el ámbito nacional e internacional con
el discurso de los cambios sociales, pero
con las prácticas ancestrales de la caridad.
Eso sí, se han apropiado de la palabra
“solidaridad” provocando todo tipo
de interferencias tan comunes en la
sociedad actual. Esto ha acabado provocando su casi absoluto
vaciamiento, lo cual le ha
hecho perder casi todo el contenido
político revolucionario que tuvo
durante décadas.
La posmodernización de la solidaridad
La
política comunicacional de las ONG
durante años ha favorecido un modelo
de solidaridad basado en el impacto emocional, sacada de las entrañas a golpe de catástrofe y de niños huérfanos y depauperados del África subsahariana. Cuando un medio de comunicación occidental
se adentra, por ejemplo, en ese África
subsahariana aparece una ONG cumpliendo
el papel de héroe que refuerza el papel neocolonial de Occidente como eterno salvador frente un mundo africano o latinoamericano permanentemente
postrado. Es la imagen continuamente reproducida de Occidente como un eterno suministrador de recursos (e incluso de civilización) y un mundo no occidental como un eterno agujero que absorbe todo lo que generosamente da Occidente. Sin embargo, los estudios más serios nos muestran cómo los flujos de recursos que los países neocoloniales aportan a los territorios empobrecidos tienen unas contrapartidas en los que salen
más que beneficiados los primeros. Estados
Unidos nos ofrece un ejemplo como
otro cualquiera: por cada dólar aportado
a la ayuda internacional recibe un
reflujo de 2,15 dólares.
La
posmodernización de la solidaridad es, como queríamos apuntar, una estética antes que una ética. Este es uno de los elementos que diferencia esa solidaridad
que antaño reivindicaba la clase obrera
consciente frente al modelo de solidaridad
neoliberal de las ONG. Aquel formaba
parte de un sistema de valores personales
que pretendía ser coherente haciendo
de la solidaridad un principio personal
como la consciencia, la determinación, la constancia, etc. La solidaridad
de las ONG es tan vacía como la palabra
democracia. Se puede hacer un donativo
a una organización humanitaria para la hambruna en el Sahel o para una escuela en Bombay y ser un perfecto
miserable. Son iniciativas apenas relevantes
en la vida de las personas. El ejemplo
del voluntariado es clarificador: el
egoísmo del voluntario se manifiesta, por
ejemplo, en el intercambio de trabajo por felicidad o por realización
personal, ligando su actividad a algún tipo de beneficio personal. La militancia, al contrario,
no tiene por qué estar vinculada a la
felicidad. De hecho, la moral militante tiene
cierta carga de obligaciones que está
ausente de la moral posmoderna del voluntario,
que se mueve esencialmente por
el deseo de actuar. Al fin y al cabo se
colabora por un poco de buena conciencia, premio que conlleva una evidente
inquietud que no va más allá del aquí
y el ahora.
La imposible despolitización de la ayuda
A
estas alturas hay que pasar mucho tiempo
delante de una pantalla para creer
que pueda haber acciones humanas ajenas a lo político. Todo acto es político porque toda acción humana se inserta de alguna manera en las relaciones
de poder. Pero la mayoría de las
ONG, no obstante, han abanderado el
discurso de la ayuda ajena a cualquier ideología.
Esta confusión entre apartidismo y apoliticismo se muestra acorde con el discurso de la profesionalización. El mundo de las ONG se ha erigido en una inmensa industria de la pobreza, una pobreza que supuestamente puede
arreglarse con los medios técnicos, humanos
y económicos oportunos. Así
las instituciones han creado la figura
del profesional del tercer sector
(nombre que recibe la industria de la ayuda) que lleva décadas
arrancando la solidaridad del espacio
de lo común. Echar la vista un
siglo atrás nos sirve para ver cómo a solidaridad circulaba dentro de
una determinada comunidad creando
unos vínculos que fortalecían
dicha comunidad. La profesionalización supone una cotidiana apropiación de la solidaridad, destruyendo los vínculos y haciendo desaprender a las comunidades sus relaciones
de reciprocidad. Durante parte del siglo XIX y XX, buena parte de los desposeídos/as consiguieron dotar de contenido revolucionario a algunas formas de apoyo que eran ancestrales en Europa y otras partes del mundo.
El
Estado del Bienestar construyó un gigante
aparato de ayuda que poco a poco
separó la solidaridad del espacio de
lo cotidiano generando una dinámica altamente nociva: la mayoría de las personas ha interiorizado que son las instituciones quienes deben velar por la gente que lo necesite. Los vínculos de reciprocidad se debilitan y se fortalece la
atomización social porque las
relaciones serían de las
personas con las instituciones y de las instituciones con las personas
pero, en menor medida, entre las personas,
que ya ni siquiera saben cómo ayudar.
Con el paso de las décadas y la conversión
del Estado de Bienestar en Estado
neoliberal, las políticas de ayuda se
dejan en manos de las ONG que nos lanzan
un mensaje claro: tú quieres ayudar pero no sabes, otros necesitan ayuda
y no saben ni dónde ni cómo
buscarla. Nosotras, las ONG
unimos tu deseo de ayudar con
la necesidad de otra persona de
ser ayudada.
Muchas
ONG, durante bastante tiempo,
abanderaron el discurso de los movimientos
sociales y se consideraron herederas
de la rebeldía de Mayo del 68. Nada
más lejos de la realidad: las ONG rara
vez denuncian las relaciones de poder
que sostienen las desigualdades y
que son las causantes de la pobreza. O
si lo hacen lo harán de manera tibia y
descafeinada. Como se puede ver en su
publicidad, la solución paliando las diferencias entre clases sociales
o entre el norte neocolonial y el sur
neocolonizado. El foco de las ONG siempre
se pone en el pobre y rara vez en
el poderoso, lo cual conlleva un grave error: el proceso de acumulación del cual depende la superviviencia del capitalismo depende de un permanente
expolio sin el cual el capitalismo se hundiría,
de hecho el surgimiento del capitalismo
no hubiera sido posible sin el
expolio americano.
A
todo esto se une que las ONG, como
transmisoras conscientes o no de la cultura
neoliberal, apelan de forma constante a la acción individual. Lo colectivo
no entra dentro de los valores de este mundo
neocaritativo, dado que la solidaridad se entiende como un acto de consumo
que no se diferencia gran cosa de la
compra de cualquier otra mercancía.
¿Solidaridad mercantilizada?
Esa
solidaridad de claro contenido anticapitalista, el apoyo mutuo, circulaba
por el espacio de la gratuidad, pero
no del desinterés. El apoyo mutuo construía comunidad a través de unos vínculos que se contraponen a la neocaridad, puesto que esta ayuda va dirigida a una humanidad sin rostro y siempre, además, tomando el dinero como elemento imprescindible.
Los
años setenta del pasado siglo vieron el desplome del “capitalismo
dorado” y la crisis del
petróleo no pareció un buen augurio
para quienes creían en el crecimiento económico infinito. La situación se saldó, puntualmente, con una nueva fase del capitalismo que vive instalado en la megaburbuja financiera y, al mismo tiempo,
se apostó por una mercantilización de
cualquier aspecto de la vida humana. Hoy
en día el modelo de mercantilización extrema de la vida conlleva que
haya gente que pague a una
empresa para que le consiga pareja, le pasee
el perro, le cuide a sus mayores, le decore
la casa, etc.
La
mercantilización de la solidaridad de
los 70 a los 90 supuso dejar en manos de fundaciones y asociaciones
varias buena parte de esa ayuda
que el Estado gestionaba en
muchos países occidentales. La vuelta de tuerca neoliberal nos muestra cómo las empresas comienzan a introducirse en ese tercer sector desde hace, aproximadamente, quince años. La buena imagen de la neocaridad se sostenía
sobre todo en su supuesto desinterés. No había detrás de esta actividad ningún tipo de interés económico. Se ayudaba, en teoría, por ayudar. Una vez vaciado el concepto de solidaridad de su contenido político transformador no puede resultar extraño el desembarco de las empresas a través de externalizaciones
en lo que queda de servicios sociales gubernamentales. Quien quiera más detalles solo tiene que pasearse por la página web de la multinacional Clece.
La solidaridad neocolonial
Hay
que reconocer que la globalización ha modernizado el viejo modelo
colonial adaptando viejos hábitos imperialistas
al contexto internacional actual.
Durante el siglo XIX los grandes imperios coloniales se atribuían una misión “civilizadora” pues los habitantes “incivilizados” de países no occidentales estaban necesitados de médicos para la salud de su cuerpo, maestros para la salud de su mente y sacerdotes para la salud de su alma. El cambio de paradigma ha traído
un exitoso concepto: el desarrollo. El nuevo
modelo ya no posibilita la identificación de unos colonos opresores y unos colonizados oprimidos: el desarrollo
se convierte en un modelo supuestamente universal, por lo tanto, quienes
no se desarrollen bajo los
parámetros que Occidente ha
elevado a la categoría de sagrados
carga con la total responsabilidad del fracaso. Existe un paralelismo entre el modelo neoliberal que en términos
microeconómicos culpa al pobre de
su pobreza ocultando los elementos estructurales
de desigualdad construidos por el capitalismo y el modelo de desarrollo internacional que oculta las herramientas geopolíticas y macroeconómicas
usadas por los países neocolonialistas
que trabajan a diario en el
expolio de los recursos mate-riales
de esos países empobrecidos.
Unas
ONG lo hacen de forma más
evidente, otras de un modo menos explícito... Pero todas trabajan para ese desarrollo que pretende uniformar
todas las sociedades del planeta bajo las premisas de la globalización capitalista.
Por eso las etiquetas como comunidades que parten de algo así como el neolítico y que se encuentran en fases como el feudalismo europeo o el primer capitalismo industrial europeo. Se niega así a cualquier sociedad no occidental a tener su propia historia.
Por
todo esto, no se puede pensar en la
neutralidad de la acción “solidaria” de las
organizaciones gubernamentales o no gubernamentales
de cooperación internacional. En nombre de un idealizado desarrollo, que tiende a asociarse con riqueza,
industrialización, bienestar, se han puesto
en marcha todo tipo de planes para
modificar sociedades consideradas anómalas
con respecto a lo que Occidente considera que debe ser el resto del planeta. Y es que al considerar el subdesarrollo
como una patología, se buscan soluciones
que exigen el cumplimiento de
unas prescripciones que proceden de forma
exclusiva de la cultura occidental.
La necesidad del apoyo mutuo
El
modelo de relaciones laborales en Occidente,
el modelo de consumo, la industria
de la comunicación de masas y
su sistema cultural, el modelo urbanístico y de ordenación territorial,
la automatización de la vida,
el modelo de administración
social burocrática, el sistema
de delegación y representación política, las instituciones de poder escuela-familia, etc., se erigen en permanentes
barreras que dificultan y entorpecen las relaciones de apoyo mutuo. Por lo que una vindicación del apoyo mutuo solo puede ser creíble desde una concepción revolucionaria y libertaria que impugne todos esos elementos de la sociedad y de la vida.
En
ese sentido, recordamos que terminaron los tiempos de ingenuidad que permitieron pensar en una nueva sociedad
basada en un modelo de desarrollo que nunca fue sino el modelo de la burguesía. El posdesarrollo, el decrecimiento,
el antidesarrollismo o como lo queramos
llamar, no son sino la firme constatación
del divorcio de eso que se suele
llamar progreso material y el progreso humano. La reconsideración del concepto de necesidad, la reconstrucción
de las relaciones con la naturaleza para
romper con un modelo destructor, son
solo algunos ejemplos para reconducir el camino de la historia que transitamos
paso a paso sobre la devastación del
ser humano hacia la devastación total del planeta.
[Publicado
en el periódico Todo por Hacer # 104,
Madrid, septiembre 2019. Número completo accesible en https://www.todoporhacer.org/wp-content/uploads/2019/09/Todo-por-Hacer-104-septiembre-2019.pdf.]
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