Rubén Hernández
Es doloroso admitirlo, pero nuestra hermosa Venezuela es prácticamente un país de indigentes, en donde millones nos ubicamos socioeconómicamente entre la pobreza y la miseria, obteniendo los asalariados ingresos que a duras penas si alcanzan para medio comer. Entre los bloqueos y las sanciones criminales cortesía de Estados Unidos y sus aliados terroristas, la megadependencia, y la ineficiencia estatal, la corrupción interna y la limitada producción agropecuaria e industrial, hemos llegado casi al abismo en la nación suramericana, a una depauperación acelerada que nos ha llevado a la ruina material y mental.
Es doloroso admitirlo, pero nuestra hermosa Venezuela es prácticamente un país de indigentes, en donde millones nos ubicamos socioeconómicamente entre la pobreza y la miseria, obteniendo los asalariados ingresos que a duras penas si alcanzan para medio comer. Entre los bloqueos y las sanciones criminales cortesía de Estados Unidos y sus aliados terroristas, la megadependencia, y la ineficiencia estatal, la corrupción interna y la limitada producción agropecuaria e industrial, hemos llegado casi al abismo en la nación suramericana, a una depauperación acelerada que nos ha llevado a la ruina material y mental.
Es terrible en verdad la situación en Venezuela, y peor aún la indiferencia extrema de la comunidad internacional respecto al padecimiento diario de los millones de pobres. Claro está que no debería sorprender dicha indiferencia, considerando que a la cabeza de tal comunidad están ni más ni menos que las élites, y como es bien sabido a los ricos-poderosos jamás les han importado los pobres, aún cuando gracias a éstos es que han acumulado por generaciones enteras sus fortunas y poder en general. Al gran capital internacional solo le interesa mantener el Statu Quo, que su beneficio económico-financiero siempre esté por encima de cualquier interés social. Para los ricos lo primero son los negocios, y les importa un comino las consecuencias negativas sobre la casi totalidad de la humanidad, en particular el empobrecimiento progresivo de pueblos y países enteros. El precio a pagar por la codicia de una minoría ha sido la indigencia global, y Venezuela hoy día no escapa a esta triste condición.
Da tristeza afirmarlo pero Venezuela es un país de indigentes, donde sobrevivimos día a día como podemos, y tenemos que tener una gran fortaleza psicológica para no caer en distrés, depresión severa o hasta en la locura. Sí hay una crisis humanitaria señores de la “Revolución Bolivariana”, admítanlo, y ciertamente una gran responsabilidad recae en el criminal Imperio estadounidense y sus aliados, pero ustedes como Gobierno central hacen muy poco en el plano interno para controlar, por ejemplo, la brutal escalada en los precios de alimentos, medicinas y otros rubros básicos, además de no combatir la corrupción y no estimular la eficiencia a todo nivel. Sí hay una guerra económica, a cargo del gran capital global, ¿pero qué medidas concretas han tomado para tratar de limitar los daños a la calidad de vida de millones de venezolanos?, ¿por qué no se impulsa de una vez por todas la productividad social en los ámbitos agropecuario, industrial y comercial, a pesar de los limitados recursos financieros? Prácticamente los pobres en Venezuela estamos peleando solos contra un monstruo de mil cabezas que actúa dentro y fuera de la nación caribeña. Y es una pelea perdida por supuesto.
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