Joaquín Beltrán D.
¿Qué
es el Estado? de Agustín García Calvo
es un librillo brillante pero que quizá no responda
del todo a la pregunta que plantea. Trata de mostrar que “las ideas son el
fundamento del Poder” e
insiste en cómo una idea abstracta como la del
“Estado” influye en nuestra realidad cotidiana hasta
detalles irritantes, como por ejemplo “pasarse media vida delante de semáforos
y ventanillas”. Al margen de
si ésta u otras cuestiones de horror administrativo son “cuestiones de Estado”
resulta interesante destacar la imposición de esta
“realidad” cotidiana frente a los intentos de estandarización de los “problemas políticos”.
El
autor presenta al Estado como “una idea mentirosa y real”. La gracia de la
conjunción es que solemos
sacar de lo “real” a lo que se
descubre como “mentira”. Como el hecho de que sea “falsa” no elimina su vigencia, la “realidad” misma
deja de servir como criterio de referencia convirtiéndose en ambigua y compleja. Aún así, el autor tiene
tendencia a seguir usando la “realidad” quizá
como provocación. Por ejemplo,
afirmando que lo más “real” es precisamente la “idea” de algo. El truco sería que, a pesar de sus incansables
invocaciones a un lenguaje común, utiliza aquí “lo real” para designar no a las cosas, sino a las
afirmaciones sobre ellas, que
habitualmente serían falsas. Es decir, que al llamar “reales” a las “ideas”, y
mientras parece sumido en el “idealismo”, en realidad las está criticando. La crítica al Estado de Agustín
García Calvo enlaza mejor con la crítica anti-idealista que niega
las pretensiones de una “autoridad” filosófica o política que con la tradición
revolucionaria a la que
todavía a menudo se reprocha
su “idealismo”.
Para
él, la “realidad” es como una imposición de falsas definiciones a las cosas,
algo convencional cuya efectividad suele revelarse
como una opresión. Podríamos objetar que García Calvo adopta contra el Estado la misma posición
que contra la “realidad” misma, y que la tendencia “metafísica” a vincular la idea del Estado
al problema de la determinación
de las cosas de alguna forma
lo naturaliza. Excepto por su actitud de rechazo, no se distinguiría de alguna
de las apologías cínicas del
Estado a que estamos acostumbrados. También podríamos objetar que mientras
podemos considerar al Estado
como un producto “histórico”,
la realidad está siempre en todo caso “por determinar”.
Es decir, que conocemos mucho mejor las mentiras de las que surge el Estado que
las quepuedan “definir” la
realidad.
Esta
imbricación le permite a García Calvo, desatendiendo la actividad concreta del Estado, “ampliar” su crítica política, evitando
convertir su rechazo en nuevas determinaciones como “idealismo” o “moral”. Cuando luego agudiza
su crítica subrayando la amplia connivencia de los individuos con las imposiciones del Poder (lo que antes llamaban “falta de
conciencia de clase”) y declara
con Foucault al “sujeto” imagen de las determinaciones del Estado, sume a los
militantes en la más dura
indigencia política.
Sólo
le queda la certidumbre de su rechazo. Pero si, como dice el autor, “el lenguaje y la práctica política vienen a ser la misma
cosa”, quizá podríamos sugerir que lo mismo que el lenguaje no está concluso, ni se limita a decir lo que
ya está dicho (como debería demostrar la Literatura, en la que parece que García Calvo aún confía), tampoco la “realidad”
ni el Estado constituyan el Sistema que a menudo
se pretende. El autor dice que “Si hablas de una cosa, hablas contra ella”; y
es cierto que ante un panorama
totalitario como el que sufrimos parece sensato pensar que uno no puede equivocarse diciendo que “No” (lo que tampoco evita que
nos incluyan en sus cuentas); pero quizá no tendríamos que retirarnos hasta la indefinición para
resistirnos a la obediencia, ni limitar nuestro discurso a la negación o al silencio para no ser “colonizados” por una
“naturaleza” o un “lenguaje” que represente los
intereses de una “totalidad” (que es sólo una idea, y además falsa). Quizá si
la cuestión era evitar las
determinaciones que constituyen la “realidad” falsa, acaso habría que empezar con no darla por supuesto, ni conceder a los discursos
dominantes la centralidad que
se otorgan.
Es
muy posible que en efecto todas las determinaciones de las cosas sean falsas;
pero acaso el mundo está en
todo caso aún “por determinar” (y esto no
significa, como quizá objetaría el autor, relegarlo
al futuro, sino constatar las carencias del presente). El mundo sigue abierto a
nuestra consideración a pesar
de nuestras determinaciones; y recordamos de la antigua filosofía escéptica que
la falsedad de la “realidad” puede intuirse pero no
deducirse. Es decir, que aunque descubramos falsas todas las cosas que consideremos, eso no
quiere decir que todas las cosas sean falsas. Lo que si se puede tratar de demostrar es la falsedad de
cosas más concretas como las
determinaciones del Estado. Según el autor, aunque solemos reconocer
la “efectividad” o “realidad” del Estado, apenas sabemos
lo que es. Además, hablamos de él de forma contradictoria, confundiendo, por
ejemplo, nuestros vínculos
afectivos locales con la
legitimidad de “nuestras” autoridades. Pero ni la ignorancia ni el mal uso del lenguaje explican
suficientemente la falsedad del Estado. Ni siquiera sirve descubrirle en contradicciones flagrantes (porque la
Lógica lo es de las “determinaciones” que
tratábamos de evitar). Su
falsedad se hace patente sobre todo cuando sentimos el abuso de sus
imposiciones.
Según
el autor, “gracias a la sangre del pueblo -para decirlo con la retórica de los viejos
revolucionarios- consigue
plasmarse en realidad palpable
la abstracción mentirosa del Gobierno”. Cuando desmentimos al Poder de las ideas que son su
fundamento, éste se nos revela como pura represión. Algunos sitúan el origen mismo del Estado en la violencia ejercida para mantenerlo.
En
general, García Calvo parece
más preocupado en criticar esa connivencia nuestra con las ideas dominantes que la coerción directa que
sufrimos de las instituciones (y que probablemente la provoca). Y se echa de menos en el libro
mayor mención a esta violencia cuyo monopolio
se reserva el Estado y que por
tanto le caracteriza. Aunque es cierto que conseguir nuestra complicidad y que
la ejerzamos en su nombre
puede considerarse acaso todavía mayor
manipulación y violencia.
Esto
explicaría también la permanente guerra del Estado
contra el pueblo. Esta desavenencia, que
el marxismo explicaba con la distinción entre clases sociales, aparece en
García Calvo como un problema
conceptual, la incompatibilidad entre las determinaciones de la política y la
indeterminación del mundo. Según García Calvo, la “mentira” del Estado
consiste precisamente en la identificación interesada
entre “gobierno” y “pueblo”, que para el autor son términos antagónicos, y cuya
culminación sería la
“Democracia” que une en una misma palabra ambos términos. (Otros prefieren en cambio denunciar lo mismo apoyando a la
“democracia” como una demanda incumplida). Para el anarquismo clásico, que más que sobre sus
diversas formas históricas, se interesa precisamente por la idea del Estado como estructura de dominación, también son antitéticos, pero la
cuestión no sería tanto entonces
si un pueblo ha de gobernarse, como de si “gobernar” significa justificar el
abuso de poder. Y en sus
halagüeñas expectativas de futuro, tan criticadas por García Calvo, acaso
convergen con su valoración de lo “indeterminado” en la marginalidad del presente.
Siguiendo
con su consideración del Estado como “idea”, García Calvo tiende de alinear
todas las instituciones
(Estado, Dios, Capital, Familia, incluso la propia “identidad” de la Persona, etc.) en un frente único al que oponerse como si
fueran una misma idea. Pues una característica principal del Estado, que ocupa el lugar del Todo o de
Dios, sería abarcarlo todo. Por eso, por ejemplo, sitúa el origen del Estado moderno en el Imperio, en vez de al contrario. Y es cierto que
acaso esa sea su vocación,
pero precisamente si el modelo del Estado se reproduce infinitamente, a pesar
de pretender ser completo, eso
demuestra que no lo abarca todo. Como señala el autor al final del libro en un paréntesis: “si el éxito no es total, cualquier
dudoso ámbito de infinitud que por fuera del Todo quede será una duda de infinitud dentro del Todo
que baste para resquebrajar la
construcción entera”.
Así
que quizá si no aceptamos la pretensión del Estado de abarcarlo todo, intento en el que incluso Dios fracasó, sino que lo
describimos en el estado “histórico” y maltrecho en el que se mantiene, no tan diferente del nuestro
(pues algunos sostienen que somos su imagen tanto como antes decían lo éramos de dios), quizá tampoco el Estado sea lo que pretende
ser (una “realidad” que se impone
a su propia falsedad).
Si
le consideramos como un producto histórico -y
el Estado es un memorial de agravios contra el
pueblo que merecerían enumerarse-,
su muerte habría de ser
también histórica. Por ejemplo, si observamos
las propias “determinaciones” del Estado en las que sería tan vulnerable como
nosotros, como las que el
mismo García Calvo destaca: la estandarización de la lengua; la unificación
política de la religión; la delimitación de la geografía y el
control de sus habitantes; la construcción de una estructura centralista de poder, facilitada
por el tamaño desmedido de los Estados; el sometimiento a una ley escrita (por ellos); el super-desarrollo de la burocracia; la planificación de la vida social; el establecimiento del capitalismo; y la
difusión de una ideología para justificarse y de una cultura nacional para tratar de dirigir las
iniciativas creativas. (De todas estas características parece que también podríamos prescindir).
Por
eso resulta quizá un exceso de García Calvo, incluso a pesar de las repetidas
experiencias que parecerían
probarla, su suposición de que cualquier lucha contra el Estado contribuye a
afianzarlo. Pues hay otros
horizontes que los del Estado,
y no tendríamos porqué renunciar a lo que en nuestra voz haya de legítimamente “popular” (por decirlo
con un término que el autor se resiste a asimilar al poder). Y además afortunadamente la
desobediencia es irreductible.
[Tomado
de un ensayo más extenso titulado “Visión de los anarquistas sobre el Estado: Una perspectiva desde la historia”, que en
versión completa es accesible en http://www.encuentros-multidisciplinares.org/revista-61/joaquin_beltran.pdf.]
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