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viernes, 12 de julio de 2019

Venezuela: Chomsky, Code Pink y el colonialismo de izquierda (Español//English)



Rafael Uzcátegui

El 05 de marzo de 2019 apareció una carta pública firmada por “124 académicos de todo el mundo”, bajo el título “Una carta abierta a la Oficina de Washington en América Latina (WOLA) sobre su postura sobre el esfuerzo de Estados Unidos para derrocar al gobierno venezolano”. Como intentaré demostrar en este texto, esta comunicación es un buen ejemplo de un tipo de pensamiento que he llamado, provocativamente, “colonialismo de izquierda”.

Para aclararlo de entrada, no considero que todos los intelectuales progresistas y activistas de Estados Unidos sufran de “colonialismo de izquierda”. Al contrario, he conocido muchas personas de ese país, de ideologías de izquierda de todos los tintes, genuinamente interesadas en la situación venezolana y que, para informarse, hacen el esfuerzo de leer lo que se genera desde dentro del país, dialogar con los actores locales y apoyar sus esfuerzos.

En nuestra opinión el colonialismo de izquierda está caracterizado por 4 ideas-fuerza:

1) Los Estados Unidos son el eje político, económico, social y cultural del mundo

2) Sus críticas y adhesiones sobre los conflictos mundiales tienen poco que ver con la situación real de los territorios, siendo funcionales y subsidiarios de su posicionamiento sobre la política interna de Estados Unidos

3) Para opinar sobre los conflictos del llamado “Tercer Mundo” optan por el “debate entre pares” y jerarquizan el conocimiento sobre ellos generado por los centros académicos del Primer Mundo.

4) Las aspiraciones democráticas, utópicas o revolucionarias sólo son legítimas, en toda su extensión y amplitud, para los territorios desarrollados de los países integrantes de la “Matriz colonial del poder”. Para el resto del planeta hay folklore.

    El protagonismo de las fuerzas más conservadoras, como el gobierno de Estados Unidos, es protagónico debido al abandono que las fuerzas progresistas internacionales han hecho de las demandas democratizadoras del pueblo venezolano

Matriz colonial del poder: Líneas de fuga

La reflexión sobre la colonialidad del poder fue impulsada, a comienzos de los 90´s, por el sociólogo peruano Anibal Quijano, en su esfuerzo reflexivo desde América Latina y sus particularidades. Según Quijano la idea de raza fue determinante para legitimar las relaciones de dominación características durante la Colonia, basadas en el eurocentrismo, con tendencia a considerar a Europa como el centro de la historia y el protagonista de la civilización humana.  La idea de raza supuso “una supuesta diferente estructura biológica que situaba a los unos en situación natural de inferioridad con respecto de los otros (…) Sobre esta base, en consecuencia, fue clasificada la población de América, y del mundo después, en dicho patrón de poder”. Por tanto, “raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación básica de la población.

Quijano desarrolla tres dimensiones de lo que califica como un proceso complejo mediante el cual los colonizadores configuraron un nuevo universo de relaciones intersubjetivas entre el centro, que era Europa, y las demás regiones y poblaciones del mundo. En primer lugar la expropiación de los descubrimientos culturales a las poblaciones colonizadas de lo que fuera útil para el desarrollo del centro europeo. En segundo término la represión de las formas de producción de conocimiento de los colonizados, sus patrones de producción de sentidos, su universo simbólico, sus patrones de expresión y de objetivación de la subjetividad. Por último, la imposición del aprendizaje de la cultura de los dominadores en todo lo que fuera útil para la reproducción de la propia dominación. “Los europeos –afirma- generaron una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos colonizados , y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria histórica cuya culminación era Europa”. Los mitos fundantes del eurocentrismo serían 1) La idea-imagen de la historia de la civilización humana como una trayectoria que parte de un estado de naturaleza y culmina en Europa; 2) Otorgar sentido a las diferencias entre Europa y No-Europa como diferencias de naturaleza (racial) y no de historia del poder.

A raíz de lo que Quijano describió como la “Matriz Colonial del Poder” se ha generado una fructífera discusión que ha dado paso a un movimiento de investigación en diferentes direcciones, los denominados “estudios decoloniales”. Empero, sus integrantes han enfilado el trabajo de deconstrucción hacia la racionalidad de los centros de pensamiento ubicados en el espectro liberal del pensamiento político. ¿Es posible aplicar esta metodología hacia el lado contrario, generado dentro de los centros mundiales de poder y, específicamente Estados Unidos? Creemos que sí.

Carta abierta, mentes girando sobre su propio eje

Lo primero que hay que decir de la Carta Abierta del 5 de marzo de 2019 es que no es representativa “de todo el mundo”, como asegura su introducción, sino de un sector académico que hace vida intelectual desde y en Estados Unidos. De las 124 firmas por lo menos un 83.8%, es decir 104 rúbricas, son de personas de centros académicos u organizaciones de Estados Unidos. El 4% de los signatarios, 5 firmas, provienen de académias de América Latina. Mientras que, del territorio del tema de la discusión, Venezuela, sólo hay 1 firma, el 0.8% del total. Esta composición no es casual. De todas las adhesiones la firma de Noam Chomsky es la que encabeza el comunicado.

Cuando la Carta Abierta aparece, según las estadísticas de las ONG venezolanas de derechos humanos, ya había ocurrido la situación más grave en la institucionalidad democrática del país latinoamericano: La imposición de un presidente como consecuencia de un fraude electoral; La salida forzosa de más de tres millones de venezolanos en un período de tiempo relativamente breve, configurando la peor crisis migratoria de la región; la más crítica situación social del país en los últimos 60 años, con más del 46% de las personas en calidad de pobreza y con 7 millones de venezolanos dependiendo de las ayudas estatales para comer lo mínimo indispensable y, por si fuera poco, el asesinato de 35 personas por protestas en los sectores populares, un saldo de una semana de represión en febrero del 2019. Nada de esto, la situación del pueblo venezolano que debería ser el centro de las preocupaciones de cualquier sensibilidad “progresista”, es nombrado en la epístola. La idea principal del texto es refutar la opinión que sobre Venezuela ha emitido alguien considerado como un igual: Una ONG radicada en Washington. Uno puede discutir el anterior énfasis, pero finalmente es legítimo dentro de las posibilidades del debate democrático y el ejercicio de la libertad de expresión. Lo que no lo es, no obstante, es simplificar la situación hasta falsear la naturaleza del conflicto venezolano, mintiendo descaradamente.

Como planteábamos al inicio sobre una de las características del colonialismo de izquierda, sus críticas y adhesiones sobre los conflictos mundiales son funcionales y subsidiarios de su posicionamiento sobre la política interna de Estados Unidos. Esta toma de postura, por tanto, es independiente de la situación concreta de los territorios sobre los cuales se opina. Si los hechos coinciden con las críticas a la influencia norteamericana en la zona de conflicto, bien. Si no, mal por los hechos: Se infantiliza la explicación hasta hacerla sintonizar con ella.

La Carta Abierta orbita en torno a dos ideas principales: 1) El gobierno de Donald Trump está promoviendo un cambio de gobierno en Venezuela y 2) WOLA no está rechazando de manera contundente esta pretensión del gobierno norteamericano. La segunda idea, realmente, es consecuencia de la primera. Por contraste de la aseveración principal, sin la intromisión de la Casa Blanca no existiera ninguna demanda de transformación en el país caribeño. Así, neutralizando a los actores norteamericanos que son percibidos como aliados de la injerencia, la iniciativa del gobierno Trump se debilitaría y, con ello, las presiones sobre Nicolás Maduro y su gobierno. A los 104 intelectuales norteamericanos no les interesa realmente la situación del pueblo venezolano, y sus propias aspiraciones –cualquiera que estas sean- sino utilizar el tema venezolano para sus propios intereses políticos: Antagonizar con la administración Trump. Curiosamente, lo mismo que uno le puede criticar al actual gobierno de Estados Unidos.

El desprecio vertical

Noam Chomsky, el intelectual arquetípico de la lista de suscriptores, ha opinado en reiteradas opiniones sobre Venezuela. Desde que el proyecto bolivariano llegó al poder en Caracas, a finales de 1998, sólo ha realizado una visita, y por pocas horas, a la nación suramericana. Siendo un tema de su interés, o por lo menos uno en que sus opiniones son realizadas desde la autoridad de alguien que presume tener una mayor y mejor información que el ciudadano promedio, sus fuentes sobre la realidad venezolana no es el trabajo de campo ni los datos generados por los propios venezolanos, sino la información generada por otros intelectuales progresistas, para utilizar los códigos de Quijano, ubicados en la matriz colonial del Poder. La muestra está en la cantidad de venezolanos adheridos a la comunicación.

Este desprecio a la propia producción intelectual desde el terreno, considerada como de una subjetividad inferior, lo padecí en primera persona. En el año 2009 fui contactado por una editorial anarquista de Estados Unidos, See Sharp Press, para escribir una crítica desde la izquierda al gobierno de Hugo Chávez. En ese momento Noam Chomsky era un abierto promotor de la llamada “revolución bolivariana”, así que como estrategia para intentar dialogar con el potencial lector del libro fue precisamente contradecir, con datos, las razones de su entusiasmo. El resultado fue el libro “Venezuela la revolución como espectáculo. Una crítica anarquista al gobierno bolivariano”, con 274 páginas y 600 notas al pie de página. El editor, Chaz Buffe, lo primero que hizo al tener el impreso fue mandarle una copia al propio Chomsky, quien dio acuse de recibo mediante un e-mail en el que mostraba su disgusto por ser el autor más citado, en negativo, en el texto. ¿Qué tanto lo leyó? Por lo menos lo suficiente para reconocer la contestación a sus afirmaciones acerca del gobierno de Hugo Chávez. Sin embargo nada de lo que hubiera escrito, desde el propio terreno en Venezuela, hubiera sido suficiente para demostrarle al lingüista del MIT que en Caracas el cielo es azul: Es rojo por culpa del imperio norteamericano. El 2 de marzo de 2019, tres días antes de la aparición de la Carta Pública, Noam Chomsky durante una entrevista de radio repitió todas y cada una de las aseveraciones sobre Venezuela que refuté, más desteñidas e imprecisas de tanto repetirlas de memoria. ¿Hubiera pasado lo mismo si yo hubiera sido un profesor universitario de cualquier universidad de Estados Unidos?

El falseamiento simplificador de la Carta Abierta sobre la situación venezolana es tal que el Grupo de Internacional de Contacto (GIC) de la Unión Europea es descrito en dos frases: La primera “dominado por Washington” y, casi al final, “aliado del Gobierno de Trump”. Se omite intencionalmente que el resto de la comunidad internacional, precisamente, está intentando hacer contrapeso al protagonismo de la administración Trump. El GIC, para la mentalidad eurocéntrica del colonialismo de izquierda, sería el único protagonista internacional válido de mencionar –que no Rusia, China o Turquia-, parte también de la misma matriz colonial del Poder. Otra razón no explica la omisión sobre el Grupo de Lima que, guste o no, ha tenido mayor protagonismo internacional que los europeos y, a nivel regional igual que el de Estados Unidos. La calidad de la información de Chomsky y su grupo llega al punto de afirmar que se ha rechazado las “ofertas de mediación del Papa Francisco”, algo que realmente sucedió en una mesa de diálogo ocurrida… ¡a finales de 2016!


Las críticas a WOLA, por otra parte, no sólo son pobremente argumentadas sino basadas en afirmaciones falsas. Y no puede ser de otra manera. Como recordaron 123 organizaciones y 509 académicos y activistas sociales venezolanos en otra comunicación para agradecer su trabajo sobre la crisis venezolana, WOLA –a diferencia de Chomsky y, pudiera apostar, el 90% de los progresistas estadounidenses que lo secundan-ha construido su posicionamiento en base a una presencia permanente sobre el terreno y visitas constantes al país, donde han construido una relación sólida con quienes reconocen como sus pares: Las ONG de derechos humanos venezolanas. La postura de WOLA sobre Venezuela puede ser todo lo discutida que quiera, pero en base a aseveraciones empíricamente verificables.

Al actual colonialismo de izquierda, carente de una promesa de futuro, le importa poco la real situación del pueblo venezolano. Un ejemplo de ello es la organización feminista Code Pink que protagonizó una ocupación temporal de la embajada venezolana en Estados Unidos para rechazar la “injerencia imperialista”, pues su problema es el gobierno de Donald Trump y no las escandalosas y sistemáticas violaciones a los derechos de las mujeres venezolanas y de la comunidad LGBT del país, algo que ha ocurrido desde los días de Hugo Chávez y que no pudiera adjudicarse, con honestidad, a las sanciones económicas.

Repetimos lo que hemos dicho en otras ocasiones: El protagonismo de las fuerzas más conservadoras, como el gobierno de Estados Unidos, es protagónico debido al abandono que las fuerzas progresistas internacionales han hecho de las demandas democratizadoras del pueblo venezolano. Estas exigencias necesitan soporte internacional, pero de uno que escuche con atención las demandas de los propios venezolanos para hacerlas suyas, y en el mejor de los casos dialogar con ellas. El actual conflicto no es la supuesta confrontación entre Miraflores y la Casa Blanca, sino el antagonismo de una mayoría que desea democracia, con todas las promesas vinculadas a ella, y una minoría que hoy desde Caracas se ha transformado en una dictadura.


Venezuela: Chomsky, Code Pink and Left-Wing Colonialism


On March 5, 2019, a public letter signed by “124 academics from around the world” appeared under the title “An Open Letter to the Washington Office in Latin America (WOLA) on its position on the United States’ effort to overthrow the Venezuelan government. ” As I will try to demonstrate in this text, this communication is a good example of a type of thought that I have called, provocatively, “left-wing colonialism”.

To clarify from the beginning, I do not consider that all progressive intellectuals and activists in the United States suffer from “left-wing colonialism.” On the contrary, I have met many people from that country, from leftist ideologies of all currents, genuinely interested in the Venezuelan situation and, to inform themselves, make the effort to read what is generated from within the country, dialogue with local actors and support their efforts.

In our opinion, left-wing colonialism is characterized by 4 core ideas:

1) The United States is the political, economic, social and cultural axis of the world.

2) Their criticisms and allegiance on world conflicts has little to do with the real situation of the territories, being subservient to and dependent on their position on the internal politics of the United States.

3) To comment on the conflicts of the so-called “Third World”, they opt for the “debate between peers” and hierarchize the knowledge about the conflicts generated by the academic centers of the First World.

4) The democratic, utopian or revolutionary aspirations are only legitimate, in all their extension and amplitude, for the developed territories of the member countries of the “colonial matrix of power.” For the rest of the planet there is folklore.
 
We repeat what we have said on other occasions: the protagonism of the most conservative forces, like the government of the United States, takes place due to the abandonment that the progressive international forces have made of the democratizing demands of the Venezuelan people

Colonial matrix of power
The reflection on the coloniality of power was impelled, at the beginning of the 90’s, by the Peruvian sociologist Anibal Quijano, in his reflexive effort from Latin America and its particularities. According to Quijano, the idea of race was decisive to legitimize the characteristic relations of domination during the Colony, based on Eurocentrism, with a tendency to consider Europe as the center of history and the protagonist of human civilization. The idea of race assumed “a supposed different biological structure that placed the ones in a natural situation of inferiority with respect to the others (…) Based on this, consequently, the population of America was classified, and of the world later, in said power pattern.” Therefore, “race and racial identity were established as instruments of basic population classification.”

Quijano develops three dimensions of what he describes as a complex process by which the colonizers configured a new universe of intersubjective relations between the center, which was Europe, and the other regions and populations of the world. In the first place, the expropriation of cultural discoveries from the colonized populations of what was useful for the development of the European center. Secondly, the repression of the forms of production of knowledge of the colonized, their patterns of production of meanings, their symbolic universe, their patterns of expression and objectification of subjectivity. Finally, the imposition of the learning of the culture of the dominators in everything that was useful for the reproduction of the own domination. “Europeans,” he says, “generated a new temporal perspective on history and re-located the colonized peoples, and their respective histories and cultures, in the past of a historical trajectory whose culmination was Europe.” The founding myths of Eurocentrism would be 1) The idea-image of the history of human civilization as a trajectory that starts from a state of nature and culminates in Europe; 2) Give meaning to the differences between Europe and Non-Europe as differences of a (racial) nature and not a history of power.

Following what Quijano described as the “Colonial Matrix of Power” has generated a fruitful discussion that has given way to a movement of research in different directions, the so-called “decolonial studies.” However, its members have taken the work of deconstruction to the rationality of the centers of thought located in the liberal spectrum of political thought. Is it possible to apply this methodology to the opposite side, generated within the world power centers and, specifically, the United States? We think so.

Open letter, minds rotating on their own axis

The first thing to say about the Open Letter of March 5, 2019, is that it is not representative of “the whole world”, as its introduction assures, but of an academic sector that makes intellectual life from and in the United States. Of the 124 firms, at least 83.8%, or 104 signatures, are from people from academic centers or organizations in the United States. 4% of the signatories, 5 signatures, come from Latin American academies. While, of the territory of the subject of discussion, Venezuela, there is only 1 signature, 0.8% of the total. This composition is not casual. Of all the adhesions, Noam Chomsky’s signature is the one that heads the statement.

When the Open Letter appears, according to the statistics of the Venezuelan human rights organizations, the most serious situation in the democratic institutions of the Latin American country had already occurred: the imposition of a president as a consequence of electoral fraud; the forced departure of more than three million Venezuelans in a relatively short period of time, configuring the worst migration crisis in the region; the most critical social situation in the country in the last 60 years, with more than 46% of people living in poverty and with 7 million Venezuelans depending on state aid to eat the minimum necessary and, as if that were not enough, the murder of 35 people for protests in the popular sectors, a balance of a week of repression in February 2019. None of this, the situation of the Venezuelan people that should be the center of the concerns of any “progressive” sensibility, is named in the missive. The main idea of the letter is to refute the opinion about Venezuela that has been expressed by someone considered an equal: an NGO based in Washington. One can discuss the previous emphasis, but finally it is legitimate within the possibilities of democratic debate and the exercise of freedom of expression. What is not, however, is to simplify the situation until it distorts the nature of the Venezuelan conflict, blatantly lying.

As we stated at the beginning about one of the characteristics of left-wing colonialism, is that its criticisms and allegiances to world conflicts are functional and subservient to its position on the internal politics of the United States. The adopting of this position, therefore, is independent of the concrete situation of the territories on which they comment on. If the facts coincide with the criticism of the American influence in the conflict zone, good. If not, too bad for the facts: the explanation is infantilized until it is in sync with that criticism.

The Open Letter revolves around two main ideas: 1) Donald Trump’s government is promoting a change of government in Venezuela and 2) WOLA is not strongly rejecting this pretension of the US government. The second idea, really, is a consequence of the first. In contrast to the main assertion, without the meddling of the White House, there was no demand for transformation in the Caribbean country. Thus, neutralizing the North American actors who are perceived as allies of the interference, the Trump government initiative would be weakened and, with it, the pressures on Nicolás Maduro and his government. The 104 American intellectuals are not really interested in the situation of the Venezuelan people and their own aspirations – whatever they may be – but in using the issue of Venezuela for their own political interests: antagonize with the Trump administration. Curiously, the same type of action one can criticize of the current government of the United States.

Vertical contempt

Noam Chomsky, the archetypal intellectual on the list of subscribers, has commented on in several opinions about Venezuela. Since the Bolivarian project came to power in Caracas, at the end of 1998, he has only paid a visit, and for a few hours, to the South American nation. Being a subject of interest, or at least one in which his opinions are made with the authority of someone who presumes to have greater and better knowledge than the average citizen, his sources about the Venezuelan reality are not the field work or the data generated by the Venezuelans themselves, but the information generated by other progressive intellectuals, to use the codes of Quijano, located in the colonial matrix of Power. The sample is in the number of Venezuelans adhering to the communication.

This contempt for the intellectual production from within Venezuela, considered as a lower form of subjectivity, I suffered myself. In 2009 I was contacted by an anarchist publisher in the United States, See Sharp Press, to write a criticism from the left to the government of Hugo Chávez. At that time Noam Chomsky was an open promoter of the so-called “Bolivarian Revolution”, so as a strategy to try to dialogue with the potential reader of the book, I was precisely going to contradict, with data, the reasons for his enthusiasm. The result was the book “Venezuela, The Revolution as a Show. An Anarchist Critique of the Bolivarian Government”, with 274 pages and 600 footnotes. The first thing the editor, Chaz Buffe, did was to send a copy to Chomsky himself, who gave acknowledgment by e-mail in which he showed his displeasure for being the most quoted author, in negative, in the text. How much did he read it? At least enough to recognize the answer to his claims about the government of Hugo Chávez. However, nothing that he had written, from the terrain in Venezuela, would have been enough to show the MIT linguist that in Caracas the sky is blue: it is red because of the American empire. On March 2, 2019, three days before the appearance of the Public Letter, Noam Chomsky during a radio interview repeated each and every one of the assertions about Venezuela that I refuted, more faded and imprecise, by repeating them from memory. Would it have been the same if I had been a university professor at any university in the United States?

The simplifying distortion of the Open Letter on the Venezuelan situation is such that the International Group of Contact (GIC) of the European Union is described in two sentences: The first “dominated by Washington” and, almost at the end, “ally of the Government of Trump. ” It is intentionally omitted that the rest of the international community, actually, is trying to counterbalance the Trump administration’s protagonism. The GIC, for the Eurocentric mentality of left-wing colonialism, would be the only international protagonist worth of mentioning – and not Russia, China or Turkey – who are also part of the same colonial matrix of Power. Another reason does not explain the omission on the Lima Group that, like it or not, has had greater international prominence than the Europeans and, regionally, equal to that of the United States. The quality of the information of Chomsky and his group reaches the point of affirming that the “mediation offers of Pope Francis” have been rejected, something that really happened in a dialogue table that took place … at the end of 2016!
Criticisms of WOLA, on the other hand, are not only poorly argued but based on false claims. And it cannot be otherwise. As 123 organizations and 509 Venezuelan academics and social activists recalled in another communication to thank for their work on the Venezuelan crisis, WOLA -unlike Chomsky and, you could bet, 90% of the American progressives who support the letter- has built its position based upon a permanent presence on th eground and constant visits to the country, where they have built a solid relationship with those they recognize as their peers: Venezuelan human rights organizations. WOLA’s position on Venezuela can be discussed until the end of days, but it is at least based on empirically verifiable assertions.

The current left-wing colonialism, lacking a promise for the future, cares little about the real situation of the Venezuelan people. An example of this is the feminist organization Code Pink, which starred in a temporary occupation of the Venezuelan embassy in the United States to reject the “imperialist interference”, because its problem is the government of Donald Trump and not the scandalous and systematic violations of the rights of Venezuelan women and the LGBT community in the country, something that has happened since the days of Hugo Chávez and that could not be awarded, with honesty, to economic sanctions.

We repeat what we have said on other occasions: the protagonism of the most conservative forces, like the government of the United States, takes place due to the abandonment that the progressive international forces have made of the democratizing demands of the Venezuelan people. These demands need international support, but from one that listens attentively to the demands of Venezuelans themselves to make them their own, and in the best of cases dialogue with them. The current conflict is not the supposed confrontation between Miraflores and the White House, but the antagonism of a majority that wants democracy, with all the promises linked to it, and a minority that today from Caracas has been transformed into a dictatorship.

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