Antonio Galeote
Un
dato, que debería hacer reflexionar a todos los que nos sentimos de alguna
manera como parte del movimiento libertario, es la ausencia, casi total en la
actualidad, de movilización en contra de las elecciones y pidiendo la
abstención y el boicot. Lejos están los tiempos en que las organizaciones
libertarias hacían llamamientos a no participar en las campañas electorales y,
sobre todo, explicaban y argumentaban estos llamamientos.
Es
sorprendente, desde un enfoque libertario, que se haya prescindido en los
últimos tiempos de uno de los planteamientos más lógicos, razonables y
coherentes que han mantenido siempre todas las organizaciones vinculadas a los
movimientos antiautoritarios, asambleístas y auogestionarios. Es la denuncia
del principal instrumento propagandístico del sistema basado en la explotación
económica de la mayoría por una minoría. Para ocultar esta realidad, para esconder
que todas las formas del capitalismo están basadas en ese hecho fundamental que
es la explotación para la obtención de un beneficio económico, se creó la farsa
de las elecciones. Es una parte esencial del sistema capitalista.
De
hecho, el mantenimiento del capitalismo como método de organización social ha
sido y es una cuestión de fuerza. Hasta ahora, esta fuerza se ejercía en el
nivel de los estados y, a partir de ahora, en un plano internacional. Es la
globalización. Pero la base, la esencia, sigue siendo la misma: la minoría que
controla la gestión de los recursos económicos y se apropia de la mayor parte
de ellos a costa de la miseria de una gran mayoría, compra y organiza un
mecanismo represor, que es la fuerza que necesita para mantener la situación.
Así, tiene ejército, policías y cuerpos represivos similares. Da igual en qué
nivel territorial actúe el capital. Si se plantean problemas en un Estado, se
eliminan la disidencia y la protesta mediante la fuerza. Y lo mismo se hace en
el plano internacional, con el sometimiento por la violencia de amplias zonas
del planeta, mediante amplias coaliciones militares internacionales.
Sin
embargo, el sistema necesita encubrir la realidad. Es una cuestión de imagen.
Necesita presentar un rostro que no sea el suyo, es decir, que no sea el de la
violencia, la explotación y la represión. Entonces entra en juego lo que llaman
la democracia. Deciden montar una farsa, un gigantesco teatro para manipular
sociedades enteras. Los que controlan la economía, las finanzas y el conjunto
del poder económico, y por tanto los medios de comunicación, cada vez más
importantes en la fase actual del capitalismo, dan otra vuelta de tuerca. Se
trata de convencer a todos de que los ciudadanos somos los que controlamos la
situación. Ésta es la gran ficción, la realidad virtual del actual capitalismo.
El
papel de los medios de comunicación
Decimos
que el papel de los medios de comunicación es fundamental porque son los que crean
la denominada opinión pública. Sobre este asunto habría que aclarar ese
malentendido tan generalizado según el cual los periodistas son unos
profesionales independientes que deben decir la verdad en los medios para los que
trabajan. Hagamos una comparación: ¿verdad que un ingeniero de una compañía que
fabrica automóviles no diseña los vehículos más seguros, más sostenibles y más
asequibles para los clientes, es decir para los ciudadanos, sino que planifican
los vehículos que proporcionarán un mayor beneficio económico para la empresa?
Pues en el periodismo ocurre exactamente igual. Los periodistas no publican la
verdad, sino lo que conviene a los intereses económicos y políticos –viene a
ser lo mismo– de la empresa propietaria del medio para el que trabajan. Y en el
asunto del que tratamos ahora, una de las funciones de estos medios es
convencer a los ciudadanos de que el sistema es democrático, y de que las
elecciones son la traducción de esa democracia.
Mediante
esta nueva farsa, se genera la imagen de que esto no es una dictadura
básicamente económica. Quieren mostrar una cara más amable. Esto es una
democracia, es decir, gobiernan los que han sido elegidos por los ciudadanos.
Naturalmente, hacen falta partidos políticos, leyes electorales e ideólogos y
medios de comunicación de masas que generen esta imagen. De hecho, es una
cuestión de dinero, y el sistema es consciente de que se trata de una inversión
muy rentable. El objetivo es dar a la opinión pública la imagen de un sistema
participativo, crear la ficción de un rostro amable y democrático de un sistema
basado en el totalitarismo económico y la explotación.
El
capital crea los partidos, colocando al frente de estas estructuras a unos
dirigentes que, en la práctica, son simplemente unos empleados de las grandes
corporaciones económicas y financieras. Se organizan unas votaciones mediante
las cuales parte de los dirigentes y miembros de los partidos se convierten en
diputados, concejales y similares, que también están controlados por el poder
real, o sea, por las compañías y sociedades que dominan la economía y que, de
hecho, son los dueños de los partidos. Lógicamente, los representantes del
pueblo, como el sistema denomina a estos empleados del capital, obedecen a sus
amos y defienden sus intereses.
Las
grandes campañas de comunicación y de lavado de cerebros organizadas alrededor de
esta farsa son de gran calibre, dado que se trata, ni más ni menos, que de
convencer al conjunto de la población, al conjunto de los explotados, de que
son ellos los que eligen a sus explotadores. Por tanto, que no se quejen. Esto es
una democracia, y mediante la farsa de las elecciones, la gran mayoría vota a
los empleados de sus explotadores, que entran en las instituciones para
perpetuar la explotación y conseguir de esta forma que el sistema siga funcionando
en beneficio de la minoría dominante. El sistema dice algo así como «no se queje
porque, después de todo, los ha elegido usted, ya que esto es una democracia».
Los
políticos, una clase parasitaria
En
este esquema, los políticos son unos intermediarios entre los que realmente
mandan (los jefes de los grandes consorcios económicos y financieros) y los
ciudadanos, los votantes. A cambio de hacer esta función, les permiten robar.
¿A quién? A los ciudadanos, a sus votantes, naturalmente. A veces, se les va la
mano y pretenden robarle también a sus amos, y entonces son inmediatamente marginados
e incluso encarcelados. Los políticos son una clase parasitaria que, como pago por
ejecutar las órdenes de los ricos, sus amos, roban de donde pueden. Y a esta gente,
a estos ladrones, es a los que se vota en las elecciones. Últimamente, se han
dado algunos casos en los cuales el sistema funciona sin algunos de los
intermediarios, y son los empresarios los que gobiernan directamente, como en
la Italia de Silvio Berlusconi o los EEUU de Donald Trump, pero por ahora son excepciones.
Las
elecciones son, por tanto, un elemento fundamental en la organización del
sistema de explotación, porque lo legitiman, lo convierten en una democracia,
donde –dicen– el poder es del pueblo, que lo ejerce mediante el voto. Es una
gran farsa, que cuenta con el apoyo de múltiples publicistas y teórico s de la
democracia. De esa manera se legitiman y, además, pretenden diferenciarse de
otros sistemas, que llaman dictaduras. Es una nueva mentira. La realidad es que
los esquemas son los mismos, aunque en las dictaduras las elecciones se hacen
dentro de un partido único. Viene a ser lo mismo, porque los que deciden sobre el
aparato productivo o son multinacionales o son funcionarios del partido único,
que tienen las mismas prerrogativas y los mismos privilegios y capacidades de
decisión sobre los medios de producción que si fueran los dueños, los empresarios.
Todo es lo mismo. Sólo hay diferencias de matiz. Las diferencias entre EEU U,
Rusia y China son de fachada, no de fondo.
Es
por tanto evidente que las elecciones juegan un papel fundamental en los
sistemas capitalistas de la llamada democracia parlamentaria. Son uno de los
ejes. Cada varios años, y en los distintos niveles (locales, regionales o estatales),
se convoca la llamada fiesta democrática. Es decir, la comedia mediante la cual
unos ciudadanos son convencidos por la propaganda de los medios de comunicación
del sistema, por los ideólogos de este mismo sistema y por sus gestores
políticos, a los cuales les interesa este asunto, dado que viven de esto.
Los
ciudadanos, una vez convencidos, votan, y de esta manera legitiman al sistema
que los explota, le dan legitimidad democrática. Hay que insistir en que votan
a los intermediarios (los políticos) que los grandes complejos económicos y
financieros multinacionales utilizan para imponer sus decisiones a través de
los partidos, que cumplen la función de aparatos ideológicos y electorales
financiados por el sistema para formar la columna vertebral de esta farsa.
Los
explotados votan a los que les explotarán
En
cualquier caso, nos encontramos así ante un escenario realmente paradójico: los
explotados votan a los que les explotarán. Básicamente, esto son las
elecciones. Las multinacionales financian a los partidos, los partidos
presentan a los candidatos electorales, que son gente al servicio de esas
mismas multinacionales. Y los ciudadanos votan. Con estos votos, y con la
correspondiente comedia de las negociaciones, las investiduras, etc., el capitalismo
da un barniz democrático a la explotación de la mayoría por una minoría cada
vez más minoritaria pero más rica, más poderosa. Esto es la democracia. Según
ellos, el pueblo gobierna porque el pueblo, mediante el voto, elige a sus representantes,
que constituyen el parlamento, al cual elevan a la categoría de representante de
la denominada soberanía popular.
[Versión resumida de artículo publicado
en el periódico Solidaridad Obrera #
374, Barcelona, julio 2019.]
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