Coral Gimeno
Hablar
de represión es hablar de miedo. Es un binomio bidireccional. Miedo de quien
reprime a perder su cuota de poder, y miedo de la persona reprimida al
objeto que lo produce. Ciertamente, el miedo es el hermano gemelo de la represión.
El
miedo en la y el reprimido es paralizante, y, al mismo tiempo, genera un efecto
reactivo a la acción, un
impulso movilizador a la huida para alejarse del objeto del temor: Deimos y
Fobos, tirando del carro de Ares,
inseparablemente unidos para dominar en su doble vertiente: conseguir la
parálisis de la persona reprimida,
primero, y garantizar su huida, después, el retroceso, la represión. En
definitiva impedir la acción,
como ejercicio de libertad, frente a la huida, como reacción, como respuesta
emotiva ante la percepción del peligro. El miedo así entendido necesita
finalmente de la amenaza real de una violencia física para garantizar la efectividad de su
mantenimiento, para garantizar en definitiva el control social.
Pero
no solo se consigue la paralización a través del miedo, de la violencia física
del sometimiento de los
cuerpos. También se puede ejercer la represión, convirtiendo a los seres
humanos en meros objetos, negándoles subjetividad, su condición de ser sujeto
activo y autónomo, quitándoles la voz y la memoria, domesticando el cuerpo social,
convirtiéndolos en seres dóciles y obedientes y fijando regiones de verdad a través de un único discurso, el de la
ideología dominante, el falogocentrismo derridiano, a cuyo servicio se han puesto y se siguen poniendo en muchas
ocasiones las artes, las ciencias, la educación.
Así
al binomio miedo-represión se enlaza como en un bucle el binomio
represión-domesticación, enmar-cando
la lógica de funcionamiento del poder.
La
ignorancia es cómplice del miedo y de la represión, pues la religión ha
ejercido este efecto paralizante a partir del miedo
a la muerte, del miedo al castigo divino y cómo conforma, a la par, la
realidad, con explicaciones místicas
garantes del cumplimiento de los postulados morales sobre los que se asienta el
poder, al mismo tiempo que se
asegura su efectividad, lo cual se observa un recorrido histórico por las
distintas practicas de violencia
real de algunas religiones, en alianza, en muchas ocasiones, con el poder del
Estado, que ha utilizado y
utiliza el binomio miedo-represión como forma de control social, cuando las
leyes carecen de legitimidad,
de forma muy evidente en los regímenes totalitarios, pero también en los
estados democráticos, cuando las leyes pierden su legitimidad y se
generan formas de protesta que cuestionan y ponen en peligro el orden establecido.
De
igual manera, existe sobrada evidencia de cómo el Estado reacciona ante las reivindicaciones
sociales y laborales y la lucha sindical criminalizando la protesta, y, no
dudando en desplegar la violencia
restrictiva de sus estructuras de poder.
Pero
el Estado necesita también legitimar la violencia de sus estructuras de poder
y, para ello, el miedo sigue
siendo su aliado inseparable, es necesario generar el miedo a la pérdida de
seguridad para legitimar éstas,
para poder llegar a criminalizar incluso la ayuda humanitaria que las puede
poner en peligro. Las fuerzas represoras del Estado
se convierten así en garantes del orden y de la seguridad que legitima la
violencia institucional y que
permite al Estado ofrecer su cara amable.
En
este proceso de legitimación, el Estado se vale también del binomio represión
domesticación y, de la misma
manera que la ignorancia era la puerta de entrada del miedo, aquí lo es el
olvido, la desmemoria, el silencio,
la ocultación, hermana gemela de la única realidad discursiva; y, en este
contexto, la educación y la
ciencia son las aliadas perfectas para el ejercicio del poder, llegando a una
forma de represión que no se
siente, que se ejerce sin que tan siquiera sea cuestionada». Así, no solo se prohíben libros, se
ocultan verdades, se
invisibilizan discursos, en definitiva se reprime la acción, sino que, y sobre
todo, se forman verdades, se
uniformiza el único discurso y, en definitiva, se crean seres útiles para el
mantenimiento de las
estructuras del poder.
Frente
a tal pretensión opresiva de imponernos represión y miedo, el reto es la conquista
de la libertad como necesidad de nuestra
condición de hombres y mujeres, y que, siendo ésta la única fuente de orden en
la sociedad, nos rebele contra
toda opresión
[Versión
resumida de la presentación al dossier incluido en la revista Libre Pensamiento # 97, Madrid, invierno
2018-2019, Número completo de la revista accesible en http://librepensamiento.org/wp-content/uploads/2019/06/LP-N%C2%BA-97.pdf.]
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