Flower Bomb
Fuimos inducid@s a beber, yo entre el
resto, y cuando las vacaciones
se acabaron tod@s nos tambaleamos por nuestra inmundicia y, revolcándonos, tomamos un largo respiro, y
nos fuimos a nuestros diversos
campos de trabajo, sobre todo sintiéndonos bastante encantad@s de ir a donde nuestros amos
artísticamente nos habían engañado
para ir, con la creencia de que eso era la libertad, de vuelta otra vez a los brazos de la esclavitud. No
era lo que habíamos tomado para
serlo, ni lo que habría sido si no hubiésemos abusado. Se trataba de que era igual ser esclavo de un amo que
ser esclavo del whiskey y del
ron. Cuando el esclavo estaba borracho el esclavista no tenía miedo de que pudiese planear una
insurrección, o de que pudiese
escapar hacia el Norte. Era el esclavo sobrio, pensativo, el que fue peligroso y necesitó la vigilancia de su
amo para mantenerle como un esclavo. – Frederick
Douglass
La
cultura de la intoxicación proporciona un entorno social normalizado para el
escape tóxico. Esta forma
específica de escapismo se centra en el abuso de sustancias y la embriaguez como métodos preferidos para aliviar el estrés
emocional. A medida que la miseria de la esclavitud asalariada y la monotonía de la sociedad
industrial crean un deseo temporal de escapar, la
adicción es explotada para ganar capital. Esta
motivación de lucro fabrica un paisaje para el
ánimo (ya sea a través de la publicidad de las corporaciones o de las
tradiciones sociales) la cual refuerza
la cultura de la intoxicación como una norma social.
Yo
he visto cómo la cultura de la intoxicación expande su esfera de influencia con
la ayuda de la presión de grupo
y de la propagación de la intoxicación vista como una actividad social placentera. Las realidades de adicción y
muerte son a menudo excusadas tras la fachada de la glorificación o descartadas como meros
“casos extremos”. Además, la red interconectada de sobredosis de drogas, adicción a la
nicotina y alcoholismo hace malos puntos de venta. Para aquell@s que más se lucran con los
productos que conllevan unas tasas de adicción más altas, la cultura de la intoxicación es una tienda de
comestibles del beneficio, con una variedad de
productos y marcas. Sus miembros se multiplican por un deseo de escapar así
como también animad@s por la
intoxicación como una forma de actividad social positiva. Y porque la cultura de la intoxicación existe en la sociedad como
una fuerza socialmente dominante, el aislamiento
social se convierte en una condena para much@s que eligen permanecer sobri@s.
Una prueba de ésto se puede ver
en lo común que se ha vuelto la cultura de la intoxicación dentro del ambiente anarquista, y en que existan tan pocas
redes de apoyo para personas sobrias. Esto hace que socializar sea más
difícil para l@s anarquistas que están combatiendo la adicción personalmente, quienes luego recaen debido a un apoyo
inadecuado a su sobriedad por parte de amigu@s y del entorno social. Aquell@s que intentan
superar una adicción a menudo se encuentran escogiendo entre una recaída socializada o una
recuperación aislada.
Como
anarquista, reconozco la relación entre el capitalismo, la cultura de la
intoxicación y el Estado que
meramente existe como una agencia que busca su regulación y dominación más que su eliminación. La “guerra contra las
drogas” [en Estados Unidos] demuestra no ser nada más que una excusa para encarcelar individu@s siguiendo criterios
racistas [1]. La cultura de la intoxicación a menudo se convierte en un arma principal para
desmantelar movimientos mientras que sirve
sistemáticamente como una forma de control social y distracción. El capitalismo
requiere la subyugación total
de la sociedad de masas, empezando por el individuo. A nivel individual, esto incluye
– pero no se limita a – el sentimiento de inferioridad interiorizado, la
autodestrucción y el desempoderamiento.
Es
por estas razones que permanezco sobrio como una forma individual de negación
del orden social de la
intoxicación. Como anarquista, veo el straight-edge como un arma contra el
intento del Estado de hacerme
caer en una trampa de distracciones y autodestrucción tóxica. Mi sobriedad significa anticapitalismo: un
molotov lanzado contra un coche de policía que pasa, un incendio que engulle un distrito
financiero, un disturbio más allá de toda mesura.
Mi
straight-edge es anarquista, en el nivel individual de reclamar y convertir en
armas mi mente y mi cuerpo.
Esto incluye mi capacidad para comunicarme sin la mediación de la embriaguez o
de otros estados alterados.
Quiero explorar interacciones sociales que florezcan y desafían los obstáculos de la ansiedad social sin la
mediación política de la intoxicación. En la sobriedad, el miedo que mantiene como rehenes a las
emociones puras es un miedo socialmente
condicionado por la desconexión social y la alienación civilizada. Por muchas
razones diferentes contextuales
a cada individue, la mayoría de las personas son tímidas cuando se reúnen o interactúan con otr@s por primera vez, pero
ésto permite iniciar un proceso de construcción de confianza y de lazos, dos cosas que son
acortadas o eliminadas cuando están presentes
sustancias que alteran el estado mental. La intoxicación, entonces, se
convierte en el mediador de las
interacciones sociales, tergiversando a menudo los intereses (sobrios) de l@s
individu@s y en muchos casos
volviéndose una herramienta de manipulación.
Los
lubricantes sociales como el alcohol u otras sustancias para alterar la mente
proporcionan una liberación
temporal de la tensión y de los sentimientos del cautiverio de la represión emocional. Un sentido de la libertad
distorsionado sigue a esta liberación; la libertad es concebida a través de las elecciones de
cada un@ de consumir sustancias que alteran su mente junto con la libertad de cada un@ de
comprarlas. Bajo el capitalismo, el acceso al alcohol, por ejemplo, está determinado por la edad. La
edad se convierte en un identificador numérico para el privilegio; una distinción entre aquell@s
que tienen la libertad de consumir y comprarlo y aquell@s que no pueden
hacerlo legalmente. Esto materializa una jerarquía que privilegia a aquell@s socialmente reconocid@s como “adult@s” con
el derecho a comprar y consumir alcohol. Aquell@s
que no cumplen ese requisito de edad cargan con la burla social de ser
“demasiado jóvenes” y por lo
tanto son menospreciad@s en una sociedad capitalista dominada por el constructo
social de la “adultez”. Esta
jerarquía proporciona el envalentonamiento social y psicológico necesario para mantener el negocio con futures
clientes; en teoría, la misma juventud que eventualmente entra en la edad adulta.
Mi
anarquismo straight-edge se posiciona contra la legitimidad asumida de la
cultura de la intoxicación
también como un marcador de un valor social basado en la edad. En la juventud
hay anarquía en el valiente
acto de convertirse en individualidad no definida por la cultura de la intoxicación. Para la juventud que rechaza
asimilarla bajo la presión de grupo, hay anarquía en el incendio provocado en la jerarquía de
valores sociales determinados por la cultura de la intoxicación. La anarquía comienza con el
individuo, con la elección individual de conformarse con una cultura o desafiarla. El
straight-edge es la negación individual de la cultura de la intoxicación, posicionándose por sí misma
contra una sociedad de presión de grupo que ayuda al capitalismo en su búsqueda de beneficios a
partir de las adicciones y del uso de sustancias.
Desde esta perspectiva, mi straight-edge es un rechazo basado en mi juventud a
ser asimilado en una madurez
adulta definida por el derecho legal a consumir tóxicos. Desde un punto de vista anarquista, el straight-edge es una
rebelión individual no gobernada por la cultura de la intoxicación.
Como
el plástico y los dispositivos tecnológicos que nos cautivan con adicciones a
las altas tecnologías, la
cultura de la intoxicación infunde la adicción a la muerte. Los efectos entumecedores de la realidad artificial que
nos distrae con pantallas retroiluminadas se parecen a los de las drogas que producen realidades
y percepciones artificiales temporales en las cuales perdernos. La destrucción ecológica
causada por la extracción de materias primas para
mantener la sociedad tecnoindustrial va en paralelo al agotamiento de los
nutrientes del suelo y al uso
químico de pesticidas, fertilizantes y reguladores de crecimiento para la
agricultura del tabaco. La
muerte de los ecosistemas es el resultado de mercantilizar una demanda popular creciente motivada por la adicción, ya sea
a través de la deforestación o la minería extrayendo, refinando y purificando metales o petróleo
para hacer funcionar dispositivos tecnológicos, o a través del fuerte consumo de energía y
agua, la contaminación y los residuos sólidos o disueltos en el agua, subproductos y emisiones
tóxicas para fabricar bebidas alcóholicas.
La
rendición del individuo a la homogenización del consumo tecnológico de masas
comparte otro rasgo en común
con la cultura de la intoxicación: la presión de grupo. Por ejemplo, con el fin de mantenerse comunicad@s con un
círculo social de población general, ciertos
dispositivos tecnológicos deben ser adquiridos y utilizados. Sin ellos, l@s
individu@s cargancon el
aislamiento social. El capitalismo requiere de la participación masiva con el
fin de obtener el máximo
beneficio posible con los productos vendidos, ya sean productos relacionados con la cultura de la
intoxicación o con la tecnología. La sociedad tecnoindustrial que condiciona nuestras fijaciones con
plásticos y dispositivos de alta tecnología está
interconectada con la búsqueda capitalista de adicciones al mercado. Desde esta
perspectiva, para mí el
anarquismo straight-edge es un salvajismo hostil a las cualidades apaciguadoras de la adicción tecnológica, la
intoxicación y el abuso de sustancias.
Mi
anarquía es un rechazo feral a una sociedad capitalista en su lecho de muerte
en la que la vida es
convertida en una cultura de espectáculos e imaginarios en alta definición
mercantilizada para su consumo. Rechazo ser sometido por la llamada de nuevos
gadgets e intoxicaciones,
ambos elementos para la ingeniería social de las jerarquías del status de clase y popularidad. Más que buscar la vida pura
en momentos temporales de escape, yo prefiero
la vida pura encontrada en la rebelión permanente, la destrucción material del
mundo capitalista de miseria
que crea el deseo por el escapismo tóxico y tecnológico.
Como
anarquista, rechazo tranquilizar con la embriaguez el caos de mi placer. Exalto
la vida con vehemencia contra
las cualidades apaciguadoras de la marihuana, la cancerígena adicción al tabaco y la anestesia
"correccional" de la medicación psiquiátrica [2]. Las
realidades basadas en la
intoxicación de la pobreza, la adicción y la muerte motivan mi deseo personal de permanecer sobrio y apoyando a aquellas personas
que luchan. Mientras exista, mi sobriedad se
mantendrá como un arma contra el capitalismo, un arma que no puede ser
confiscada por la conformidad
social esencial para una cultura de la intoxicación. Hacia la revuelta
individual y una práctica
straight-edge anarquista, ¡straight-edge significa ataque!
Notas
[1]
Sobre la relación entre la "guerra contra las drogas" y la represión
policial contra comunidades racializadas recomendamos el fanzine "Droga
es Racismo: Recopilación de Textos de Personas No-Blancas Contra las Drogas" que se puedeencontrar
en PDF aquí: https://distripolaris.noblogs.org/files/2016/08/Droga-es-racismo.pdf.
Por otra parte, añadiríamos a la reflexión que creemos que los criterios no son
sólo racistas sino también, evidentemente,
de clase, pues ciertas drogas también se utilizaron históricamente (y se siguen
utilizando) para criminalizara
la pobreza, fomentar el canibalismo social desestructurando sus comunidades,
anular su capacidad organizativa y
justificar un incremento de la represión y el control allá donde unas
contradicciones más agudas hacían más patente el
conflicto de clases.
[2]
Aquí creemos necesarios algunos matices. En el texto, se trata la medicación
psiquiátrica en unos términos que no
compartimos del todo, y si bien estamos de acuerdo en que los psicofármacos han
sido y son usados con fines represivos y
"correctivos" dentro de las instituciones del autodenominado
"sistema de salud mental" y somos conscientes del hecho de que, en general, la industria farmacéutica
no es más que un cruel negocio que trafica con nuestra salud y que a menudo lejos de facilitarnos remedios reales lo
que hace es rentabilizar nuestro malestar y obstaculizar la búsqueda de un autoconocimiento de los cuerpos que nos
permita cuidar nuestra salud de manera natural y horizontal, tampoco podemos obviar que hemos tenido personas en nuestro
entorno cuyo sufrimiento psíquico era mucho más complejo que los análisis simplistas que se suelen contraponer desde
la anti psiquiatría al discurso biomédico oficial, y que en determinados momentos encontraron una gran ayuda en la
medicación. No pretendemos glorificar los psicofármacos, como decimos compartimos en gran medida la crítica que
hace el texto y también sabemos que con frecuencia si una persona acaba recurriendo a la medicación psiquiátrica
es porque no existe una red de cuidados lo suficientemente fuerte y capacitada para acompañar y tratar sus problemas sin
necesidad de pastillas (y aquí también urge hacer autocrítica), pero pensamos que es el individuo sufriente quien en
todo caso debe decidir si medicarse o no, porque es quien ha de convivir con lo
que sucede en su cabeza, sin
que juzguemos sus decisiones, sus límites o sus capacidades.
[Tomado
de la edición del texto en formato de folleto, accesible en https://distripolaris.noblogs.org/files/2018/11/Sobriedad-Arma.pdf.]
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