CNT-AIT (Francia)
Por definición, una sociedad anarquista no puede asentarse sobre la violencia. Ahora bien, para llegar a tal sociedad, existe un requisito previo (abolir el poder) y una gran pregunta: ¿cómo se hará la abolición del poder? ¿Con o sin violencia? ¿Con violencia? Pero, entonces en este caso, después de la destrucción del poder, el uso de la violencia, sigificará hacer imposible la edificación de una sociedad sin relaciones de dpminación? Esta es una de las preguntas a las que los militantes anarquistas deben tratar de responder. Este artículo es una contribución a este debate imprescindible.
Por definición, una sociedad anarquista no puede asentarse sobre la violencia. Ahora bien, para llegar a tal sociedad, existe un requisito previo (abolir el poder) y una gran pregunta: ¿cómo se hará la abolición del poder? ¿Con o sin violencia? ¿Con violencia? Pero, entonces en este caso, después de la destrucción del poder, el uso de la violencia, sigificará hacer imposible la edificación de una sociedad sin relaciones de dpminación? Esta es una de las preguntas a las que los militantes anarquistas deben tratar de responder. Este artículo es una contribución a este debate imprescindible.
DE LA DINÁMICA REVOLUCIONARIA
Es un tópico abogar cierta no violencia políticamente correcta, imputando al uso de la violencia los fracasos de las diferentes luchas revolucionarias. Podemos leer: «se puede afirmar con toda seguridad que cuanto más se emplea violencia en la lucha de clases, menos puede ésta alcanzar un éxito real» [1]. Para apoyar estas declaraciones se evocan de manera furtiva y a elegir, el Terror [2], la guerra civil o la lucha armada y hasta el terrorismo. Lejos de profundizar las lecciones del pasado; nos metemos cada vez más por los atajos fáciles, impregnados de recuerdos escolares: «es criminal creer y hacer creer que cortar algunas cabezas o bañarse en ríos de sangre de una guerra civil proclamada como liberadora, harán progresar la ruptura con el capitalismo y la edificación de una sociedad libertaria» [3].
Estas simplificaciones son muy útiles desde hace doscientos años para todos los reaccionarios que utilizan la confusión entre la violencia de masas y los episodios del Terror. De ahí la exclamación del diputado del Frente Nacional [extrema derecha francesa] Romain-Marie en la tribuna del parlamento europeo en ocasión del bicentenario de la revolución francesa: «el 14 de julio de 1789 comenzó el tiempo de los asesinos» [4].
Para los anarquistas es, en cambio, fundamental apuntar en la historia los momentos de ruptura – que sea en 1789, 1917 o 1936- durante los cuales la población abandona su papel pasivo para pasar a la acción. Es lo que hace Kropotkin cuando en su obra _La gran revolución_ muestra la importancia de la acción directa de las masas en la dinámica de los acontecimientos revolucionarios. Efectivamente, si la Revolución de 1789 fue una revolución burguesa, la burguesía por sí sola no hubiera podido destruir la monarquía.
En este enfrentamiento con el poder, como es el caso más generalmente, no es el grado de no violenciael el que determina el éxito, sino muy lógicamente la relación de fuerzas que permite una dinámica ofensiva, proteiforme y descentralizada. En este ejemplo como en otros, la destrucción de elementos simbólicos del poder desempeñó un papel determinante ya que permitió liberar nuevas formas de organización social, función del imaginario colectivo y del nivel de conciencia de los individuos. Por lo demás, que la toma una fortaleza o la caída de un muro puedan significar el fin de la monarquía o del nacional-comunismo nos autoriza a decir que el poder más feroz tiene también su parte de fragilidad.
Volviendo a nuestro tema, observamos que, aún cuando el nivel de conciencia es insuficiente, podemos asistir a episodios de revueltas masivas, que si no logran la victoria, pueden sin embargo informarnos sobre la dinámica de las masas. A la inversa, los episodios de reacción se caracterizan por la desaparición de la escena histórica de las masas populares que dejan así el lugar a fracciones políticas. Estas ponen un término a toda destrucción del poder, para, al contrario, reconstruirlo, defenderlo y conquistarlo. El resultado es un movimientocentralizador, estatal y miltarista.
Una lectura más atenta de la historia nos revela que son estos movimientos de reacción y no la acción revolucionaria los que producen el Terror como la guerra. Los acontecimientos más sangrientos son el producto del reflujo revolucionario (por ejemplo la batalla del Ebro en 1938) y no las causas de su falta de éxito.
NO-VIOLENCIA Y POLITICA
La violencia revolucionaria no es más que la cantidad de energía necesaria para producir una ruptura histórica. Pero el discurso dominante nos acostumbra a un concepto de violencia tan polivalente como vacío. Así pues, si escuchamos los medios, hay «violencias» en los colegios y hay «violencias» en Iraq o en Siria. A la inversa, el término de violencia no figura en el discurso de los periodistas y políticos en relación con el rally automóvil París-Dakar, sea cual sea el número de niñas atropelladas por los camiones. La confusión es total y esta confusión conceptual, lejos de deberse a la casualidad, viene de la voluntad de los políticos de trazar una frontera entre lo que permite el sistema y lo que no permite. Por eso es calificada de violenta toda acción que no corresponde con el patrón de la protesta «ciudadana», del sindicalismo integrado o de las otras formas de contestación políticamente correctas.
Globalmente, el calificativo «violento» es esencialmente una etiqueta que permite estigmatizar al adversario. Así por arte de magia, solo existe la violencia en los querras critican para el sistema, mientras que los opresores, que bombardean una ciudad, matan de hambre a la mitad de un continente, dejan tuertos a manifestantes o torturan en las comisarías o en los campos, son siempre los guardianes del derecho y de la justicia y finalmente verdaderos no violentos a quienes, salvo una lamentable brutalidad policial de vez en cuando, nada se les puede reprochar.
Los revolucionarios que imitan esta retórica nos dan a ver un extraño espectáculo y parecen tratar de disculparse de querer derrocar el orden establecido. Atrapados en su contradicción- ya que la violencia revolucionaria no logra encontrar su sitio en el marco jurídico de la burguesía, acaban elaborando una como teoría de la legítima defensa que justificaría, cuando es necesario, el fin de la no violencia. «Tenemos que defendernos y pueden obligarnos a la violencia» [5]. Esta opinión, que procede de las ideas preconcebidas lleva a caer en muchas trampas.
La revolución no puede triunfar más que por la participación de las masas. Es esta participación la que determina la relación de fuerzas. Cuanto más elevada, más limitada resulta la violencia. Cuando la relación de fuerzas es elevada (y no en estado de legítima defensa o peor aún cuando la violencia la impone una provocación) es cuando las masas pueden destruir la legitimidad que permite las condiciones de su explotación y dominación.
Quienes reclaman la no violencia en esa circunstancia (cuando todo es posible y que la violencia puede ser limitada) para luego rechazar la no violencia en periodo de reflujo (con el recurso a la «legítima defensa») prueban dos cosas: que utilizan la no violencia como un concepto táctico (y no como postulado filosófico que merecería ser discutido) y que la utilizan mal. En efecto están al contrario de toda dinámica revolucionaria porque razonan fuera de las masas como si el movimiento anarquista hubiera de alejarse de ellas. Algunos llegan a despreciarlas tanto, con tanta confusión histórica y legalista que pueden hacer declaraciones como : «los pobres por sí solos únicamente pueden armar un follón» [6], lo que constituye la negación misma de las capacidades de auto organización de las masas. Lo que en realidad es negar la base de la filosofía libertaria.
VIOLENCIA Y PODER
A priori, se resuelve un asunto: No se puede pensar el poder sin violencia. Recíprocamente, habría que evitar toda forma de violencia para no reproducir las mismas relaciones de dominación entre indivíduos. Pero decir esto no basta para explicar cómo destruir el poder establecido. Podemos, como hacen algunos reformistas y hasta radicales apelar a un no-poder, un contrapoder o un poder paralelo.
Después de reconocer el poder como violento, este tipo de estrategia lleva a quedar a su merced y a existir solo cuando quiere el poder. Es decir que el hecho de rechazar toda forma de violencia para evitar reproducir el poder es una invitación a soportar eternamente la violencia del Estado. Esta manera de dar vueltas procede de una incapacidad a concebir la sociedad diferente de la actual. ¿Porqué una sociedad viable,no impotente, una sociedad capaz de organizar las relaciones entre indivíduos no puede para funcionar sino reprducir eternamente las mismas relaciones de dominación?
La respuesta reside en las capacidades del hombre en modificar radicalmente las relaciones que vivimos actualmente, en pensar en otras formas de sociedad, en las que el poder pertenecería al conjunto de la colectividad y no a una clase, y no se impondría a nadie, permitiendo a todos implicarse. Esta capacidad colectiva, pertenece a la humanidad, como lo muestran numerosos hechos, ya la existencia muy antigua de sociedades sin estado o las prácticas contemporáneas de colectividades y asambleas (soviets, consejos obreros, colectividades españolas de 1936 …)
L@s anarquistas tienen a nuestro parecer, que hacerlo todo para facilitar, en los momentos de ruptura histórica por venir, este cambio, so pena de que una vez más el Estado se reconstituya [7]. La incapacidad de producir este cambio, de abolir las divisiones sociales, deja el campo libre a la reacción y es la causa de la reproducción del poder y no como nos lo quieren hacer creer la violencia revolucionaria de las masas.
(Publicadi originalmente en el periodico Combat Syndicaliste de la CNT-AIT de Francia en Toulouse en 2007)
Notas
[1] "A propos de la lutte armée" Jipé (CNT-AIT Pau), C.S.rédaction de Montpellier, n°196.
2 Desde la caída de los Girondins hasta la de Robespierre, fue el lapso más convulso de la Revolución Francesa.
[3] Unité pour un mouvement libertaire, folleto, J.MRaynaud (Editions Publico), 2002.
[4] Bernard Marie, líder de la tendencia católica integrista del Frente Nacional, tiene fallos de memoria: el tiempo de los asesinos comenzó mucho antes. Con la muy católica Inquisición por ejemplo.
[5] "A propos de la lutte armée" Jipé (CNT-AIT Pau) C.S.,rédaction de Montpellier, n°196.
[6] " Qu’est-ce que le prolétariat ? ", Cercle Berneri, A Contre Courant, N°67, Sept 95.
[7] Alexandre Berkmann escribía con razón: "La tragedia de los anarquistas en medio de la revolución, es que son incapaces de encontrar su lugar y su actividad."
[Tomado de http://blog.cnt-ait.info/post/2019/06/13/ENTRE-VIOLENCIA-Y-NO-VIOLENCIA.]
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