Il
pugnale (publicación anarquista
italiana 1996)
I.- La
política es el arte de la separación.
Ahí donde la vida ha perdido su
plenitud, donde el pensamiento y la acción de los individuos han sido seccionados, catalogados y encerrados en
esferas separadas, ahí empieza la
política. Habiendo alejado algunas actividades de los individuos (la dis-cusión, el conflicto, la toma de decisión
colectiva, el acuerdo) a una zona de
sí que – avalada por su independencia– pretende gobernar a todas las demás, la política es al mismo tiempo
separación entre separaciones y
gestión jerárquica de la compartimentación. Se muestra así como una especialización, obligada a transformar el
problema en suspenso de su propia
función en el presupuesto necesario para resolver todos los problemas. Es
por eso precisamente que el papel de los profesionales de la política es
indiscutible – y lo único que podemos hacer es sustituirlos de vez en cuando. Cada vez que los subversivos
aceptan separar los diferentes momentos
de la vida y cambiar –partiendo de esa separación– las condiciones
dadas, se convierten en los mejores aliados del orden del mundo. Y precisamente porque aspira a ser una
especie de condición básica de la vida
misma la política exhala por todas partes su aliento mortífero.
II.- La política es el arte de la
representación. Para gobernar las
mutilaciones infligidas a la
vida, constriñe a los individuos a la pasividad, a la contemplación del
espectáculo montado sobre su propia imposibilidad de actuar, la delegación irresponsable de sus propias
decisiones. Entonces, mientras que
la abdicación de la voluntad de determinarse a sí mismos transforma a los individuos en apéndices de la máquina
estatal, la política recompone en una falsa unidad la totalidad de los
fragmentos. Poder e ideología celebran
así sus funestas nupcias. Si la representación es lo que despoja a los individuos de su capacidad de actuar,
ofreciéndole en contrapartida la ilusión
de ser participantes y no espectadores, esta dimensión de la política
reaparece siempre allí donde alguna organización suplanta a los individuos
y algún programa los mantiene en su pasividad. Aparece siempre ahí donde una ideología une lo que en la
vida está separado.
III.- La política es el arte de la
mediación. Entre la supuesta
totalidad y la singularidad, y entre los individuos. Al igual que la
voluntad divina necesita sus
propios intérpretes y representantes terrestres, la Colectividad necesita
sus propios delegados. Al igual que no existen en la religión relaciones entre los hombres, sino sólo entre los
creyentes, no son los individuos los
que se encuentran en la política, sino los ciudadanos. Los vínculos de pertenencia impiden la unión, porque sólo en
la diferencia desaparece la separación.
La política nos vuelve iguales porque no hay diversidad en la esclavitud – igualdad ante Dios, igualdad
ante la ley. Por esto al dialogo real,
que niega la mediación, la política lo sustituye por su ideología. Toda política es una simulación participativa.
Toda política es racista. Sólo derribando sus barreras en la revuelta
podremos encontrar a los demás en su
y en nuestra singularidad. Me rebelo luego existimos. Pero si nosotros existimos, adiós revuelta.
IV.- La política es el arte de lo
impersonal. Cada acción es única y
particular. Cada acción es
como la fugacidad de una chispa que huye del orden de la generalidad. La política es la
administración de ese orden. “¿Qué quieres que
sea una acción frente a la complejidad del mundo?” Así argumentan los durmientes en la doble somnolencia de
un Si que es nadie y de un Más
tarde que es nunca. La burocracia, siervo fiel de la política, es la nada administrada con el fin de que Nadie pueda
actuar. Con el fin de que nadie
reconozca jamás su propia responsabilidad en la irresponsabilidad generalizada. El poder ya no dice que todo
está bajo control, al contrario dice:
“Ni siquiera yo consigo encontrar los remedios, imaginaos cualquier otro”. De ahora en adelante la política
democrática se basa en la ideología catastrofista
de la emergencia (“O nosotros o el fascismo, nosotros o el terrorismo, nosotros o lo desconocido”). La
generalidad, también la antagonista, siempre es acontecimiento que no
acontece y que anula todo lo que
acontece. La política invita a todos a participar en el espectáculo de estos movimientos permaneciendo inmóviles.
V.- La política es el arte del
aplazamiento. Su tiempo es el futuro,
es por eso que nos encierra a
todos en un presente miserable. Todos juntos, pero mañana. Cualquiera que diga “Yo y ahora”
arruina, con esta impaciencia, que
es la exuberancia del deseo, el orden de la espera. Espera de un objetivo
que salga de la maldición de lo particular. Espera de un grupo en el que no poner en peligro las propias
decisiones y esconder las propias responsabilidades.
Espera de un crecimiento cualitativo adecuado. Espera de resultados
cuantificables. Espera de la muerte.
VI.- La política es la constante
tentativa de trasformar la aventura en porvenir. Pero sólo si “yo y ahora” decido puede existir un
nosotros que no sea el espacio
de una recíproca renuncia, la mentira que nos vuelve a unos controladores de otros. El que quiera
actuar ahora es mirado siempre con recelo.
Si no es un provocador, se dice, ciertamente actúa como tal. Pero es el instante de una acción y de un placer
sin mañana el que nos lleva a la mañana
siguiente. Sin la mirada fija en las agujas del reloj.
VII.- La política es el arte del
acomodamiento. Esperando siempre que
las condiciones estén maduras, se acaba tarde o temprano aliados con los
amos de la espera. En el fondo
la razón, que es el órgano de la dilación y del aplazamiento,
ofrece siempre un buen motivo para ponerse de acuerdo, para limitar los daños, para salvar algún
detalle particular de un todo que
se desprecia. La razón política tiene ojos aguzados para encontrar alianzas. No todos son iguales, nos dicen. Rifondazione Comunista no es como es a derecha peligrosa y rastrera. (No
votamos por ella en las elecciones – somos abstencionistas – pero los
comités ciudadanos, las iniciativas en la calle, son otra cosa). La
sanidad pública será siempre mejor que la
asistencia privada. Un salario mínimo garantizado será siempre preferible
al paro. La política es el mundo de lo menos malo. Y resignándonos a lo menos malo, aceptamos paso a paso este
todo, dentro del cual sólo nos
conceden las preferencias. El que en cambio no quiere saber nada de este menos malo es un aventurista, o un
aristocrático.
VIII.- La política es el arte del
cálculo. Para que las alianzas sean
provechosas hay que conocer
los secretos de los aliados. El cálculo político es el prime-ro de los secretos. Es necesario saber por
dónde pisamos. Hay que hacer detalladas
relaciones de los esfuerzos y los resultados obtenidos. Y a fuer-za de medir lo que se tiene, se acaba
consiguiendo todo, salvo la voluntad de
ponerlo en juego y de perderlo. Se acaba siempre sin dar mucho de sí, atentos y con prisas para pedir la cuenta.
El ojo fijo sobre lo que nos ro-dea,
no olvidándonos nunca de nosotros mismos. Alerta como policías. Cuando el amor a uno mismo se vuelve
excesivo, exige ser propagado. Esta
sobreabundancia de vida nos hace olvidarnos de nosotros mismos, nos hace perder en la tensión del arrebato,
la cuenta. Pero el olvido de uno
mismo es el deseo de un mundo donde valga la pena perderse, de un mundo que merece nuestro olvido. Es por eso
que el mundo tal y como es, administrado
por carceleros y contables, tiene que ser destruido – porque podemos darlo todo sin contar. Ahí comienza
la insurrección. Superar el cálculo,
pero no por defecto, como lo recomienda el humanitarismo que paso tras paso termina siempre aliándose
con el verdugo, sino más bien por
exceso. Ahí termina la política.
IX.- La política es el arte del control. Que la actividad humana no se libere de las cadenas del deber y del trabajo para
revelarse en toda su potencialidad. Que los obreros no se encuentren en
tanto individuos y no paren de dejarse
explotar. Que los estudiantes no se decidan a destruir los colegios para elegir cómo, cuándo y qué aprender.
Que los familiares no se enamoren los unos de los otros y no dejen de
ser los pequeños siervos de un pequeño
Estado. Que los niños no sean más que la copia imperfecta de los adultos. Que no acabemos con las
distinciones entre los (anarquistas) buenos
y los (anarquistas) malos. Que no sean los individuos los que se relacionan , sino las mercancías. Que no se
desobedezca a la autoridad. Que
cuando alguien ataque las estructuras del Estado se diga enseguida “que eso no es obra de compañeros”. Que los
bancos, los tribunales, los cuarteles
no salten por los aires. En suma, de que no se manifieste la vida.
X.- La política es el arte de la
recuperación. La forma más eficaz
para desalentar toda rebelión, todo deseo de cambio real, es presentar a
un hombre de Estado como
subversivo, o – mejor aún – transformar a un subversivo en un hombre de Estado.
No todos los hombres de Estado están pagados por
el gobierno. Hay funcionarios que no ocupan un escaño en el Parlamento,
ni tampoco en las estancias adyacentes; más bien al contrario, frecuentan los centros sociales y tienen un
conocimiento discreto de las principales
tesis revolucionarias. Disertan sobre la potencialidad liberatoria de la
tecnología, teorizan esferas públicas no estatales y la superación del
sujeto. La realidad – lo saben muy bien – es siempre mucho más compleja que cualquier acción. Así, si
conciben una teoría total, es solo para
poder olvidarla totalmente en la vida cotidiana. El poder lo necesita porque – como ellos mismos nos señalan –
cuando nadie le critica, el poder se critica por sí mismo.
XI.- La política es el arte de la
represión. Del que no separa los
diferentes momentos de su vida y quiere cambiar las condiciones dadas
partiendo de la totalidad de
sus propios deseos. Del que quiere quemar la pasividad, la contemplación y la delegación. Del que no
se deja suplantar por ninguna organización,
ni inmovilizar por ningún programa. Del que quiere tener relaciones directas entre individuos y hacer
de la diferencia el espacio mismo
de la igualdad. Del que no tiene un nosotros sobre el que jurar. Del que perturba el orden de la espera
porque quiere sublevarse de inmediato, no mañana, ni pasado mañana. Del
que se entrega sin esperar contrapartidas
y se olvida por exceso. Del que defiende a sus compañeros con amor y determinación. Del que sólo
ofrece a los recuperadores una única
oportunidad: la de desaparecer. Del que rechaza pasar a engrosar las incontables filas de los pícaros y los
apáticos. Del que no quiere ni gobernar ni controlar. Del que quiere
transformar el futuro en una aventura fascinante.
[Tomado
del libro 1ª Primera puñalada a la democracia. Recopilación de textos
anarquistas contra la democracia, que en versión completa es accesible en https://contramadriz.espivblogs.net/files/2019/04/Pu%C3%B1alada-a-la-democracia-imprimir.pdf.]
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