Biblioteca Social Contrabando (Valencia)
“El burgués representa el perfecto animal humano domesticado.”
Aldous Huxley
Vivimos
en tiempos grises. El debilitamiento de lasformas
comunitarias de relación y el auge del individualismo nos abocan a la soledad
en masa. La adhesión a las modas
comerciales y las banderas nacionales son formas
desesperadas de recoser nuestras identidades desgarradas. A menudo nos cuesta
encontrarle sentido a una existencia
fragmentada entre trabajos precarios, consumismo tedioso e intentos de evasión
en garitos o viajes, que nos
dejan sabor amargo al volver a la realidad. El
modelo social en que vivimos solo ofrece sucedáneos mercantiles a nuestros deseos más
profundos. Solemos aceptar
esta situación miserable como la única posible,
porque hemos sido domesticados, desde pequeños, para ello.
Las
instituciones estatales y empresariales tienen como objetivo principal
perpetuarse a sí mismas; para eso
deben ser las únicas mediadoras en las relaciones entre las personas. Por esa razón, toda relación
comunitaria que ponga
obstáculos a sus planes supone una amenaza
que debe ser eliminada, sea fagocitándola, negándola o criminalizándola. Las formas culturales
que no encajan en la lógica
mercantil o estatalista son acusadas de ser
infantiles, inmaduras, arcaicas o de tener mal gusto, como pasa, por ejemplo,
con la cultura de los migrantes,
la del colectivo gitano o la tradición obrera. El modelo social capitalista se basa en la
explotación de una parte de la
población para beneficio de otra la desigualdad y
la opresión son la base de las relaciones sociales en el Capitalismo. Esta
dinámica daña nuestras vidas, provoca
ansiedad, depresión y fragmentación de la personalidad.
El
remedio mágico que ofrecen las instituciones para superar la frustración y las
insatisfacciones es aspirar a ser
clase media. Nos venden continuamente la idea de una especie de paraíso terrenal al que podemos
acceder si nos adaptamos a la
cultura de la clase media. Pero tratar e adaptarse a ella implica un
proceso de aculturación y reprogramación
que suele intensificar los efectos tóxicos
causados por el propio modelo social.
Aspirar
a ser clase media implica aceptar
el proceso domesticador como algo
beneficioso. Entendemos la domesticación como
el proceso que nos moldea, de la cuna a la tumba, con el objetivo de convertirnos en piezas
funcionales para el modelo
social actual. La familia, la escuela, el puesto de trabajo, las redes y medios de
comunicación, el sistema jurídico-penal,
la institución sanitaria... son algunas de
las principales entidades que nos domestican. Las técnicas varían pero el
objetivo es el mismo y consiste en
fomentar valores, hábitos y opiniones que refuercen el modelo actual de relaciones y reprimir los
que lo cuestionen. Si la libertad es la vida, la existencia domesticada es solo supervivencia, una forma de muerte en
vida. Lo que realmente hay
detrás del ideal de la clase media es una
huida enfermiza de la realidad, una huida que nos lleva a vivir de forma todavía más miserable. El
ideal de la clase media es una
ilusión producida por las élites para unificar a la población en torno al
Estado y al Capitalismo. Es,
también, un espejismo artificial que trata de ocultarlas fracturas y conflictos sociales bajo
la suave apariencia de
gradaciones en la escala social. Es, en definitiva, una versión falsa y corrupta de la sociedad
sin clases.
El
idealde la clase media no se
corresponde con las condiciones
socioeconómicas de la mayoría de la población (en relación a ingresos,
propiedades, control relativo sobre el
trabajo o redes de contactos) sino que es propio de sectores como el de las
profesiones liberales, los funcionarios
medios, los empresarios o los directivos. Está formado por un conjunto de ideas, valores, gustos y
hábitos propios de estos sectores que se presentan como la llave para que cualquiera pueda ascender socialmente.
En realidad el ascensor solo
funcionó algún tiempo y para muy pocos; arriba no queda sitio.
Asumir
la cultura de clase media
suele implicar dinámicas de autonegación y falta
de autoestima para quienes no se ajustan a sus exigencias, sea por las condiciones económicas, el
entorno social, los gustos,
las formas de expresión, el aspecto físico, etc. El ideal se empezó a difundir a principios
del siglo XX, en momentos de crisis y conflictividad
social intensos. Para retomar
el control de la situación, entre otras medidas,
se fomentó el crecimiento de las organizaciones estatales y empresariales, y se impulsó el comercio.
Al principio, el ideal de la
clase media sirvió para colonizar las almas
del emergente sector de los empleados precarios (secretarias, administrativos,
dependientes de comercios, etc.).
El ideal debía hacer que se identificasen con sus jefes (gerentes, directivos,
etc.) y no con el resto de trabajadores,
a los que se acusaba de ser torpes, vagos, irresponsables y de tener mal gusto. Tras la II Guerra Mundial comenzó el despliegue de las políticas sociales
estatales (el llamado Estado del bienestar) y la promoción del consumismo de masas. En este contexto, el
sindicalismo y la izquierda estatalista
contribuyeron a arrastrar a muchos sectores
de la clase trabajadora hacia el ideal de la clase media y, con ella, a la aceptación resignada del
modelo social capitalista.
La
carrera de la domesticación exige un esfuerzo con-tinuo para adaptarse al ideal de la clase
media, y requiere el sacrificio
de todo lo que desentone con él. Este proceso disuelve las formas comunitarias,
y nos convierte en una masa de
corredores aislados y aturdidos. El ideal de
la clase media funciona como un chubasquero mental que debe insensibilizarnos respecto a lo
que pasa a nuestro alrededor y al medio en que vivimos. Solo debemos preocuparnos por lo que nos suceda a
nosotros y nuestro núcleo más cercano (familia y amigos) y a veces ni eso. Ponerse este chubasquero aporta
cierta impermeabilidad, una forma de inmunidad que es lo opuesto a la comunidad.
Establecer
relaciones comunitarias supone
asumir compromisos y lealtades que rebasan nuestro ámbito personal y nos vinculan con lo social.
Al debilitar las formas
comunitarias de relación, la carrera degrada
el compromiso y el apoyo mutuo convirtiéndolos en
preferencias circunstanciales y opciones para el tiempo libre. La carrera de la domesticación nos
empuja a aceptar la desigualdad social como un mal necesario, con la meritocracia como coartada. Si ayer se
justificaban las desigualdades
por cuestiones de sangre, hoy la moda es
hacerlo con frases del tipo; “se lo merecen porque se lo han currado mucho”. Esto nos aboca a estar
engrosan-do nuestro currículum
durante toda la vida para poder
vendernos bien en una sociedad basada en la competición.
Al
fomentar la competitividad hasta el extremo, se
promueve indirectamente el culto al cuerpo, la hinchazón del ego y los aspectos
narcisistas de la personalidad.
Se fomenta, en definitiva, una personalidad frágil, superficial y que se mantiene
siempre alerta, desconfiada hacia
potenciales competidores. La carrera contrarreloj, para ascender socialmente, se acaba
convirtiendo en el sentido
único de la vida. El territorio es percibido como espacio de competición y
mercadeo. Las viviendas se
convierten en módulos de aislamiento para recobrar fuerzas. En el exterior, la imagen del
espacio público cívico y cordial deberá encubrir la conflictividad social y la miseria. El trabajo y el consumo se
vuelven los medios principales
para lograr acceder al ideal, al tiempo que
nos aportan formas sucedáneas de identidad individual y colectiva. Todo ello a costa de la
destrucción de un entorno
natural que está al borde del colapso.
La
carrera nos empuja a desechar la imaginación y los deseos profundos y, a cambio, nos anima a
potenciar la razón instrumental
como la única forma de pensar. Esta forma
de razonamiento está guiada por la lógica de lo que le convenga a uno en
cada momento sin tener en cuenta
los efectos que nuestras decisiones tienen sobre nuestro entorno. La razón
instrumental, entendida como guía
principal de la propia vida, debilita las formas de relación menos mercantilizadas, las que
menos contaminadas están por las jerarquización social, y por eso nos aísla. El pensamiento positivo, que es
parte también de la filosofía
de la carrera, es una fe que culpabiliza a
las personas de su propia situación y sabotea la capacidad crítica. El
pensamiento positivo es el complemento
perfecto de la razón instrumental porque nos aísla de nosotros mismos, disuadiéndonos de buscar
el origen de nuestros propios
malestares y adoptando en cambio esa
sonrisa boba tan propia de la cultura de la clase media.
El
control, el orden y la asepsia obsesivos son, también, parte de la filosofía de la competición y
tratan de mitigarla ansiedad
de los corredores. El ideal de clase media lleva
a percibir el entorno como una amenaza permanente, es un ideal miedoso que necesita sentir
que está todo controlado y en
orden. El ideal promete al aspirante inmunidad frente a las condiciones de vida
de la mayoría explotada, de
ahí la importancia de la asepsia. En los
últimos años, los cambios en el modelo de producción y el auge de la meritocracia han transformado
el ideal de la clase media.
Hoy junto al ideal clásico, se ofrece una
versión alternativa perfectamente integrada y complementaria a la clásica. Es
la nueva cara del Capitalismo ilustrado,
cívico y ecologista; el ideal de clase media vestido con los ropajes de la contracultura
de los años 60.
Esta versión del ideal ofrece la posibilidad de
ambicionar privilegios y logros profesionales, pero sin las restricciones del modelo clásico respecto a los gustos,
valores, cultura o aficiones.
La nueva versión percibe la vida entera como una carrera con su preparación
técnica, sus pruebas y su
éxito final en la autorrealización. El modelo alternativo es autocomplaciente y
cordialmente superficial, porque trata de evitar el conflicto a toda costa.
Para compensar esta superficialidad el aspirante alternativo busca desesperadamente lo auténtico, lo natural,
lo cultural o espiritualmente
enriquecedor, aunque sea en versión
franquicia y a un precio impagable. Los aspirantes a este ideal deben volcarse
en su trabajo con pasión, pero
cultivando alguna actividad para el tiempo libre que los distinga de la multitud, algún deporte,
afición cultural, actividad
creativa o política que les permita verse como
espíritus libres. Este modelo es ciudadanista, cívico y domesticado, se muestra
tibio ante los conflictos sociales
pero se indigna con las injusticias llamativas. Ante un mundo que se percibe como demasiado
problemático y antipático, el
nuevo ideal se repliega hacia un hedonismo domesticado, un consumismo
anti-consumista y una rebeldía
de escaparate.
Hemos
sido domesticados desde niños y la cultura de clase media se filtra a
todos los ámbitos, porque es la
cultura dominante. Los efectos de esta imposición
nos enferman individual y colectivamente. Vivir con un sueldo habitual, el más común en torno a
los mil euros, y estar
expuestos a la cultura de las élites nos deja desamparados en una tierra de
nadie. Para quienes además, asumen
esa cultura como propia, las contradicciones
entre lo que viven y sus aspiraciones suele conducirles a la frustración y la depresión.
La
cultura de clase media es
narcisista, fomenta la superficialidad y acaba provocando un vacío interior y
el aislamiento respecto del entorno.
Este ideal es como un espejismo al que uno
no acaba de llegar por mucho que corra. En el proceso, el aspirante suele volcarse en los
estudios, el trabajo, el consumo,
el aspecto físico o la psicocosmética como recursos desesperados para calmar la
ansiedad. La carrera exige que
los aspirantes estén alerta permanentemente, que sean más competitivos y voraces.
Todos contra todos y sálvese
quien pueda podrían ser buenos lemas
para este proceso. El aspirante teme a los competidores, al contexto económico, a la pérdida de sus
capacidades y tiene sobre todo
miedo de fracasar, de convertirse en un
perdedor, de quedarse rezagado en la carrera.
Esta
lógica enfermiza lleva a una
forma de vida atenuada y miserable. El meollo del asunto es que la cultura de
clase media es nihilista y
menosprecia la vida. La domesticación nos
convierte en seres parecidos a los muertos vivientes de las películas, depredadores siempre
hambrientos, con el corazón y
el cerebro descompuestos. Existen otras vías,
otras formas de hacer y otras culturas más saludables y acordes con la vida. Estas otras opciones
no son fáciles, y no
garantizan que nos libremos de la domesticación así como así, pero desde el primer momento se
alejan del gris plomizo de la
sumisión. Son aperturas hacia horizontes más amplios, hay mejores aspiraciones
que la de convertirse en clase
media.
Creemos
que el proceso de domesticación intoxica
nuestras vidas, y que el ideal de clase media las vuelve más miserables. Sospechamos que las cosas
podrían ser de otra manera,
mejores, y que luchar por transformar la
realidad y a aporta un sentido nuevo y profundo al día a día. Si queremos dignificar nuestras vidas
la mejor manera es tejer relaciones de cooperación y compartencia, en las que tengamos y asumamos la capacidad
autónoma de decidir, cada vez
más, sobre nuestros propios asuntos. Entendemos lo comunitario como un
compromiso común, un conjunto
de obligaciones, dones y lealtades.
Es una forma de relacionarnos en la que el apoyo mutuo, el hoy por ti y mañana
por mí, supera los límites de
la familia y los amigos para incluir a otros explotados y oprimidos. Son
relaciones que se recrean a cada
momento en conflicto con lo estatal, con lo privado y sobre todo con la indiferencia. La
autonomía en este contexto es la capacidad para poner en común, debatir y actuar desbordando continuamente la
lógica, el lenguaje y las prácticas propias del Estado y del Mercado.
La
autonomía es un proceso de maduración colectiva,
de búsqueda continua y de lucha para no dejarse atrapar por las redes de la
dominación. El Capitalismo es un
modelo que desprecia la vida, la domesticación degrada nuestra existencia y el
ideal de clase media solo ofrece
sucedáneos tóxicos que provocan patologías sociales. Luchar por llevar vidas
más dignas es la mejor manera
de salir de esta dinámica enfermiza. Pero, para
eso, deberemos primero abandonar el ideal de clase media, dejar de ser aspirantes
y salirnos de la loca carrera de
la domesticación.
[Publicado
originalmente en Emancipación Libertaria
# 13, Valencia (Esp.), 2019. Número completo disponible en https://la-dahlia.org/sites/default/files/adjuntos/mac13-bklt.pdf.]
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