Anónimo
La
mitificación de la democracia es producto, a
nuestro parecer, de la confusión generalizada que hace que también haya quien
se considere de izquierdas o que haga suyos conceptos tan genéricos como el de movimientos sociales.
Si en este texto queremos tratar
este tema no es por casualidad sino porque asistimos, hoy en día, a una lucha que, a falta de palabras que
expresen con exactitud aquello que
sentimos, acaba demasiadas veces por reforzar las estructuras que de entrada pretende combatir, reforzando los
imaginarios con los que estas estructuras
se conforman. Con este texto pretendemos hacer una invita-ción al análisis con la intención de
desmitificar algunos conceptos y así poder
situarlos donde estos se merezcan estar. Sacarlos de la ambigüedad a la que estamos acostumbradas y
significarlos o resignificarlos para acer-carnos
a decir aquello que sentimos y pensamos, forzándonos a pensar un poco más aquello que decimos.
Democracias y demócratas
Nosotr@s
no somos demócratas, no somos antidemócratas. Estamos en la búsqueda y
en la lucha por la construcción de una sociedad en
la que las relaciones humanas no vengan mediadas por el dinero ni por el ejercicio de poder sobre las otras,
ésta es nuestra intención. Encasillarnos en una crítica a la democracia
sería igual de válido, pero a la vez igual
de impreciso, que erigirse como antipolicía o antitelevisión. Aun así, pensamos que hace falta hacer un análisis de
lo que supone hoy en día la democracia,
ya que viendo como la lógica en la que ésta se sustenta se filtra en
muchos de los discursos de algunas de nuestras compañeras, se nos vuelve muy difícil una ruptura real con el
sistema de dominación actual. Atacamos
la democracia porque es la forma más precisa y perversa que toma el capitalismo a la hora de
gobernarnos. Atacamos la democracia porque
su potencia desmovilizadora consiste, en buena medida, en movilizarnos
dentro de los amplios márgenes que no la cuestionan. Atacamos la democracia porque no hemos renunciado a
cambiar el mundo, porque aún
no nos damos por vencidas y somos capaces de desear situaciones colectivas que desconocemos y porque
intuimos que la vida no se sitúa dentro
de los márgenes de lo que hoy día es posible.
Es
cierto que algunas de nuestr@s compañer@s más cercan@s dirán que esta visión de la democracia es una visión
equivocada y que esto de la democracia
es, en esencia, otra cosa. No pretendemos iniciar un debate a nivel semántico, no es una cuestión de
términos o adjetivos, nuestro debate
pretende profundizar en como el ideal democrático se filtra en nuestros discursos y dinámicas
neutralizándolos e imposibilitándonos descubrir
formas de organización comunitaria que vayan más allá de las que ya conocemos y no nos satisfacen; que
vayan más allá de la posibilidad de mejorar las condiciones de miseria
humanas en las que vivimos creando
rupturas reales con el modo relacional capitalista y patriarcal. Es más, a aquéllas que creen que la democracia
es otra cosa, que piensan que nuevamente
nuestras enemigas nos han robado esta bella palabra para designar su contrario, a todas ellas les
decimos que están equivocadas. Las
únicas que tergiversan el término son aquéllas que dicen oponerse a su forma actual. Es decir, no son
nuestr@s enemig@s sino algunas de nuestr@s
compañer@s de viaje las que nos confunden con su lenguaje ambiguo,
haciendo que sigamos pensando según los términos de aquello que pretendemos combatir. Si lo que queremos es
hacer caer el sistema de dominación actual –y es lo que queremos– nos
hará falta esclarecer nuestro posicionamiento
respecto a la forma en la que este dominio se manifiesta actualmente, para encontrar, de esta manera,
la mejor forma de confrontarlo y superarlo.
Nos
decidimos a hacer un análisis sobre los problemas que observamos en el uso y abuso de términos como diálogo,
consenso, paz o participación, fruto
y a la vez soporte de la lógica sobre la que descansa la democracia, conceptos de los que se nutre y a los que
alimenta. Es por esto que nos decidimos a hablarlo abiertamente; somos
iconoclastas y estamos decididas a
romper con todo aquello que precediéndonos se nos demuestre errado; estamos predispuestas y dispuestas a abrir
nuestra crítica a aquellos pun-tos
que merezcan ser debatidos; hacer caer todo a aquello que deba caer, aunque en algún momento nos haya ayudado a
apoyarnos. Estamos en la
búsqueda constante de las mejores formas con las que atacar al Estado conscientes que el pensamiento –y la acción
que de éste deriva– no es jamás radical
en lo absoluto sino en la capacidad de adecuarse a las circunstancias cambiantes: ahora nos toca criticar la
democracia porque es la forma que toma el enemigo actualmente, pero
sabemos que las herramientas que ayer nos
ayudaron a combatirlo pueden sernos totalmente inútiles mañana.
Lo democrático
La
democracia tiene hoy el Poder. Llamamos Poder a la capacidad de ejercer
la voluntad propia sobre otras personas, ya sea por activa o por pasiva, sea por imposición o por persuasión. En un
régimen dictatorial se ejerce, mayoritariamente,
por la fuerza, en un régimen democrático mediante la persuasión, la seducción y la creación de
verdades absolutas, dejando cada
vez menos espacio para un cuestionamiento real. Si nos interesa estudiar
el Poder es porque lo queremos combatir, y dándonos cuenta de la mutación que sufre el gobierno
capitalista en un escenario dictatorial respecto
a uno democrático, tenemos que buscar las evidencias que reafirman y
reproducen este Poder, no sólo en las evidencias más flagrantes sino en las pequeñas sutilezas y
capilaridades que le dan auténtica consistencia. Es por esto que
atacamos la democracia y el imaginario, aparentemente amplio, que la
conforma.
Podemos
definir la democracia como el final de un proceso de exterminio de la disidencia, como el principio de
homogeneización cultural una vez que
la gran mayoría de la población ha aceptado el funcionamiento del aparato de dominación; en el momento en que
el Poder ya se ha vuelto hegemónico.
No puede haber democracia mientras aún queden imaginarios colectivos lo
suficientemente firmes como para hacer tambalear el
Poder, mientras aún haya una posibilidad de transmisión cultural más allá de la dominante. La democracia no se
puede realizar sin un exterminio físico, no tan sólo de la resistencia
sino también de la cultura de la resistencia.
Entre democracia y dictadura encontraríamos la diferencia, a modo cuantitativo, en el nivel de
represión que cada una precisa para poder
conseguir sus mismos objetivos, sucediéndose la una a la otra según las
necesidades del Estado. No es que la democracia no reprima con la misma intensidad que la dictadura sino
que lo hace con una precisión mayor
y de manera más acotada, adaptada a la nueva realidad social. A diferencia de lo que podría opinar una gran
mayoría, pueden coexistir en el
tiempo –y de hecho así lo hacen– en la forma de estados de excepción.
El estado de excepción es la suspensión del orden jurídico con carácter provisional
y extraordinario que los Estados decretan al ver peligrar su gobierno sobre la población. Durante la democracia hay
multitud de colectivos que viven en estado de
excepción permanente viéndose privados de «derechos fundamentales». No entraremos aquí, no es éste el debate,
sobre nuestro posicionamiento respecto de los
derechos que disponen la mayoría de la ciudadanía: personas migradas «sin papeles»,
personas presas, locas, tildadas de terroristas, enfermas terminales, niñez, etc.
La
dictadura se trata pues de un estado de excepción generalizado mientras que la democracia –por no hacerle
falta esta generalización– se vuelve
selectiva aplicando su mano dura tan sólo a aquellas capas de población
que precisa doblegar o que no es capaz de silenciar mediante el ocio y el consumo: prisión, reformatorios
–o el eufemismo de los centros
reeducativos–, psiquiátricos... De lo que se trata, al fin y al cabo, es de preservar las bases del sistema
capitalista: la propiedad privada y la
disociación entre política, economía y vida. Aislando o exterminando aquello que pueda ponerla en cuestión.
Si
la diferencia entre dictadura y democracia sólo fuese a nivel cuantitativo
podríamos afirmar que entre éstas no habría una auténtica diferencia y que, por tanto, aquéllas que luchan por
alcanzar una «verdadera» democracia no irían desencaminadas. Lo que
nosotras observamos es que, además
de la diferencia que opera a nivel cuantitativo, éstas presentan una diferencia abismal en la forma de
gobernar y es aquí donde nos detenemos para demostrar que ya estamos en
una auténtica democracia. En una
dictadura la represión es explícita porque lo que busca es evidenciar la capacidad que tiene para ejercer su
poder. En este sentido la dictadura busca
aterrorizar a su oposición haciendo pública su «mano dura» hacia sus enemigos, es decir, gobernando mediante
una estrategia puramente conductista.
Por
otro lado, la democracia busca la complicidad, la participación, y en este caso su estrategia de gobierno se basa
en la adhesión de la población a
sus dictámenes mediante la seducción, la integración y, indispensablemente,
la educación. La democracia no acepta la figura del enemigo porque ésta se erige como «final de la
historia». Por tanto, no concibe que nada,
más allá de lo que clasifica como patológico, pueda desear un orden que la supere o la cuestione.
Acabar con la disidencia
En
una democracia el Poder necesita legitimarse, en una dictadura el Poder
precisa ejercerse. En una dictadura hace falta acabar con la enemiga, en una democracia hace falta neutralizarla.
Una no puede existir sin la otra,
son complementarias y es por esto que la democracia supone un estadio superior en la consecución de los
objetivos capitalistas y resulta mucho
más peligrosa, si no a nivel de ver peligrar nuestra integridad físi-ca, si frente a la dificultad de dibujar
imaginarios de emancipación con-trahegemónicos.
Los dos sistemas son totalitarios, el uno por imposibili-tar físicamente salirse de los márgenes
establecidos y el otro por acaparar la
totalidad de los imaginarios colectivos fagocitándolos, no dejando un espacio para otro lugar, otro mundo, que
supere el capitalismo. Mientras que en una dictadura el malestar social
se dirige hacia la búsqueda de
complicidades con las que derruir el Poder, en una democracia, al no haber un horizonte de superación este
malestar es reconducido hacia la esfera
íntima, hacia la gestión individual. En una democracia ya no es preciso afianzar el Poder porque éste ya ha
sido introyectado.
[Párrafos
extraídos de un texto incluido en 1ª puñalada a la democracia. Recopilación
de textos anarquistas, que en versión completa es accesible en https://vozcomoarma.noblogs.org/files/2019/05/Pu%C3%B1alada-a-la-democracia-imprimir.pdf.]
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