Fran Fernández
El advenimiento de la guerra creó tensiones internas en el anarquismo internacional, de igual modo que ocurrió en Francia al entorno sindicalista de la CGT o a los marxistas en Alemania. En el caso libertario, la polémica se desató cuando algunos de sus más destacados activistas, con personalidades como Piotr Kropotkin o Jean Grave a la cabeza, se posicionaron en contra del imperialismo militarista germano y abrazaron, tácticamente, la causa de la alianza contra los imperios.
Para el gran historiador del anarquismo, Max Nettlau, por entonces los procesos de nacionalización habían penetrado en las capas populares de manera más acentuada de lo esperado, ya que las clases trabajadoras se “habían saturado de las opiniones corrientes y de las ilusiones especiales sobre las pequeñas nacionalidades, las cualidades y defectos de ciertas razas” [1]. Es decir, estos discursos acabaron imponiéndose incluso entre sectores que unas pocas décadas atrás se mostraban refractarios. ¿Quizá un cambio generacional? El caso de la CNT en España, los conflictos en Argentina en los inicios de los años ‘20, la IWW a lo largo del globo, la revolución en Ucrania entre 1917 y 1921, o vidas como las de Umberto Tommasini, me hacen dudar de tal posibilidad, ya que son diferentes situaciones, vivencias y conflictos que, incluso superando el periodo bélico de la Gran Guerra, nos muestran la fuerza del internacionalismo libertario.
El advenimiento de la guerra creó tensiones internas en el anarquismo internacional, de igual modo que ocurrió en Francia al entorno sindicalista de la CGT o a los marxistas en Alemania. En el caso libertario, la polémica se desató cuando algunos de sus más destacados activistas, con personalidades como Piotr Kropotkin o Jean Grave a la cabeza, se posicionaron en contra del imperialismo militarista germano y abrazaron, tácticamente, la causa de la alianza contra los imperios.
Para el gran historiador del anarquismo, Max Nettlau, por entonces los procesos de nacionalización habían penetrado en las capas populares de manera más acentuada de lo esperado, ya que las clases trabajadoras se “habían saturado de las opiniones corrientes y de las ilusiones especiales sobre las pequeñas nacionalidades, las cualidades y defectos de ciertas razas” [1]. Es decir, estos discursos acabaron imponiéndose incluso entre sectores que unas pocas décadas atrás se mostraban refractarios. ¿Quizá un cambio generacional? El caso de la CNT en España, los conflictos en Argentina en los inicios de los años ‘20, la IWW a lo largo del globo, la revolución en Ucrania entre 1917 y 1921, o vidas como las de Umberto Tommasini, me hacen dudar de tal posibilidad, ya que son diferentes situaciones, vivencias y conflictos que, incluso superando el periodo bélico de la Gran Guerra, nos muestran la fuerza del internacionalismo libertario.
Pero el caso de la CGT en Francia, una organización con anarquistas y sindicalistas revolucionarios en su seno [2] y su adhesión a la guerra, o posicionamientos de antiguos cosmopolitas como Kropotkin o Jean Grave ante la contienda, sí que pueden explicar ese cambio, por decirlo de alguna manera, de mentalidad generacional.
El posicionamiento internacionalista clásico, asumido por anarquistas y sindicalistas revolucionarios antes de la Gran Guerra advertía que, en caso de iniciarse el conflicto, el proletariado mediante la huelga y la insurrección debía paralizar la economía, evitando así las funestas consecuencias de un enfrentamiento, pues acabaría siendo una carnicería entre obreros de todo el mundo. El posicionamiento de Kropotkin, de manera resumida, aseguraba que el triunfo del militarismo germano retardaría el progreso humano, dada las características militaristas del proyecto nacional alemán.
En España, territorio neutral durante la guerra, se llegó a celebrar en 1915, no sin dificultades, una conferencia anarquista internacional dedicada a la paz, concretamente en la localidad gallega del Ferrol. Allí se reafirmaron los postulados clásicos, lo que se traducía en renegar de la utilidad de la contienda, favorecer las deserciones, la huelga y si hubiese posibilidades, favorecer una revolución, con tal que la carnicería no continuase. Este fue el posicionamiento hegemónico en el congreso, que seguía, al mismo tiempo, los postulados de activistas como Errico Malatesta, Emma Goldam, Alexander Berkman, o el sentir de organizaciones como la misma CNT, la FORA o la IWW. En cualquier caso, el ambiente latino no fue tampoco un mar de tranquilidad, puesto que algunas figuras destacadas se mostraron abiertas al aliancismo kropotkiano.
Pese a estar en minoría, Kropotkin encontró en el ámbito internacional en personalidades como Malato, Cherkézov o Grave a defensores de sus planteamientos, considerando que pese a lo horrible de la guerra, era una necesidad y una oportunidad el favorecer el posicionamiento hacia uno de los bandos de la contienda. A nivel estratégico pensaban que la derrota alemana sería positiva para el progreso, mientras que su posible victoria, tal y como entendían sobre la derrota francesa de 1871, un freno al mismo. En España estos planteamientos encontraron apoyo en algunos de “los principales teóricos del anarquismo hispano: Ricardo Mella, Federico Urales y Fernando Tarrida del Mármol” [3].
Si analizamos fríamente los posicionamientos revisionistas de Kropotkin y sus seguidores, encontramos también concepciones internacionalistas, de hecho, la oposición de Kropotkin a lo que representaría un imperio europeo dirigido por Alemania tenía mucho que ver con las concepciones enunciadas por Malato sobre razas décadas atrás, así como su teoría de etapas hasta alcanzar la fraternidad universal, en el sentido que antes de dicha meta final serían necesarias fases previas de unión de “razas” (latinas, eslavas, germanas, etc.) [4].
No se puede afirmar que Kropotkin renunció a su internacionalismo para declarar su odio a Alemania. Desde Bakunin y los sucesos de la Comuna de París el anarquismo siempre había utilizado el discurso de asimilar el marxismo de Marx, así como su centralismo organizativo, como un reflejo de la cultura militarista germana. Las críticas que lanzaron durante la guerra al marxismo alemán por sus posicionamientos y complicidades con el militarismo, no se entenderían sin ese poso en el recuerdo de aquellos anarquistas. En cualquier caso, en el conocido antigermanista “Manifiesto de los Dieciséis”, se afirmaba sin tapujos que los firmantes eran “internacionalistas, que queremos la unión de los pueblos, la desaparición de las fronteras. Y es porque queremos la reconciliación de los pueblos, incluido el pueblo alemán, que creemos que es necesario resistir a un agresor que representa la aniquilación de todas nuestras esperanzas de emancipación” [5]. Sin embargo, palabras como estas resultaban demasiado impactantes para un movimiento anarquista internacional que, en gran medida, seguía sintiéndose distante ante la idea de patria.
Elimpacto no sólo vino dado por Kropotkin, otro referente histórico como Jean Grave apoyó estos planteamientos, hecho que resultaba inaudito, puesto que era la misma persona reprimida por escribir, en el año 1892, que la burguesía inventó la idea de patria para tener la fidelidad del pueblo, que era una infame mentira y que la “patria nos explota, vuestras fronteras nos ahogan, vuestras nacionalidades no nos interesan” [6].
Alexander Berkman pensaba que Kropotkin y los suyos habían perdido el norte y concretamente del príncipe ruso pensaba que escribía como un erudito de la alta política y no como un revolucionario. Malatesta se lamentaba profundamente del posicionamiento de estos amigos a quienes consideraba equivocados. Ambos nunca llegaron a entender que Kropotkin sucumbiese a lo que ellos consideraban ideas del pasado y ajenas al progreso, y apostaron por continuar preconizando el antibelecismo y el internacionalismo clásico como pilares de la acción política anarquista. Un posicionamiento coherente, pero quizá ciego ante la evidencia que, hasta en organizaciones tan míticas como la CGT francesa o el SPD alemán, el ideal nacional se había mostrado más importante que la más básica solidaridad proletaria internacional.
Entre finales de 1914 e inicios de 1915 apareció un interesante texto en La Protesta de Buenos Aires y también en la publicación hispana Tierra y Libertad, en él un obrero anarquista narra sus impresiones ante la contienda y el clima militarista mundial, y logró resumir en un párrafo, uno de los problemas que se encontró el anarquismo por entonces, como fue el hecho del inexorable avance de la nacionalización de las masas y su incapacidad como movimiento de contrarrestar dicha tendencia puesto que:
“hace un siglo, o poco más, no se hablaba de patria; ésta ha nacido en el siglo pasado y en la actualidad ocupa un puesto eminente en las cuestiones de Estado. Hoy, si se hace una simple irreverencia a la bandera, es suficiente motivo para encender el conflicto; la susceptibilidad de las naciones crece cada vez más. La educación patriótica que dan los Estados actuales, principalmente a la juventud, predispone a la división más acentuada; una nación es elevada a lo más alto grado de la bondad, mientras las demás naciones son colocadas a un bajo nivel. Pensemos también en las razas agrupadas en federaciones que quieren hacer prevalecer algunos campeones modernos; el pangermanismo, el paneslavismo, el panamericanismo, etcétera. Se tiende a una división hostil, a hacer que gane terreno la idea de superioridad de una raza sobre otra” [7].
Esta última reflexión nos muestra que, entre la Comuna de París de 1871 y la Revolución Rusa de 1917, los estados consiguieron perfeccionar y aumentar el número de personas con sentimientos nacionalistas por encima de cualquier otra identidad colectiva, y posiblemente sea una de las causas de la paulatina pérdida de presencia histórica de ideologías como el anarquismo, la cual se manifestaba por lo general muy fiel a los principios originarios del internacionalismo socialista del siglo XIX. Los mecanismos y experiencias adquiridas por los estados entre La Comuna y la Gran Guerra nos indicaría que, pese a la aplicación de políticas nacionalizadores contraproducentes, con el paso de los años esos procesos de construcción nacional, con desarrollos desiguales, fueron paulatinamente imponiéndose o afianzándose en los territorios que configurarán el mundo de los estados-nación, que es, básicamente, el mundo donde actualmente vivimos.
Notas
[1] Max Nettlau, La Anarquía a través de los tiempos, Madrid, Júcar, 1977, p. 227.
[2] Como dato metafórico, la Carta de Amiens de 1906 de la CGT es considerada, a efectos prácticos, uno de los documentos fundacionales del sindicalismo revolucionario.
[3] Juan Pablo Calero, “Un sindicalista llamado Anselmo Lorenzo”. En: En el alba del anarquismo. Anselmo Lorenzo 1914-2017, Mallorca: Calumnia, 2017, p.96.
[4] Véase: Carlos Malato, Filosofía del Anarquismo. Madrid & Gijón, Ediciones Júcar, 1978.
[5] “Manifiesto de los Dieciséis (1916)”, Ante la Guerra. El movimiento anarquista y la matanza mundial de 1914-1918, Barcelona, Diaclasa, 2015, p. 102.
[6] Jean Grave, “El Militarismo (1892)”, Ante la Guerra. El movimiento anarquista y la matanza mundial de 1914-1918, Barcelona, Diaclasa, 2015, p. 135.
7“La Guerra Futura (1914)”, Ante la Guerra. El movimiento anarquista y la matanza mundial de 1914-1918, Barcelona, Diaclasa, 2015, pp.74-75.
[Tomado de https://serhistorico.net/2017/05/06/kropotkin-ante-la-primera-guerra-mundial.]
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